... continúa
En cuanto las mujeres se vieron nuevamente solas, lo primero que
hicieron fue abrazarse, darse ánimos, contarse los maltratos sufridos y
recordarse que debían mantener la fe y continuar cantando sus Mamntra, aunque
esto último no fue realmente necesario, ya que ninguna lo había suspendido en
ningún momento.
Era increíble, incluso ellos que
normalmente atesoraban cada pequeño detalle y que disfrutaban inmensamente tan
sólo del hecho de vivir y estar juntos, ahora sentían que el poder verse, el
abrazarse, el poder contarse cosas, aunque fueran cosas tan terribles como las
que estaban viviendo, los llenaba de una inmensa dicha.
Todas las señoras Badani habían
asumido el compromiso voluntario de no comer ni beber nada hasta que Ricardo no
lo hiciera y el resto de las mujeres se unió firmemente a su decisión.
Alejandra, abrazada fuertemente de la frazada que aún cubría su cintura, se veía muy incómoda y
totalmente aparte del grupo. La pobre chiquilla se mantenía en todo momento con la mirada baja.
Claudia y las demás mujeres se
acercaron a darle las mismas muestras de apoyo y afecto que se habían estado
dando entre ellas y Alejandra, agradecida pero aún temerosa, se decidió a
hablar.
Les contó como el primer día la
habían obligado a desnudarse delante de varios investigadores —todos ellos
hombres— y, amenazándola con que allí le podría pasar cualquier cosa, incluso
que la podrían violar y nadie se enteraría, le habían hecho firmar una
declaración que ni siquiera le habían permitido leer, pero les aseguró que
estaba convencida que aquella declaración no era buena, dadas las preguntas que
le hacían.
También les contó que mientras
estaban aún en Los Maquis, la habían forzado a llevarlos por todo el terreno
para que les indicara las ubicaciones de las grutas de las Deidades, pero que
ella se había perdido, ya que apenas conocía la propiedad y después de muchas
vueltas habían llegado hasta la gruta del cerro que tenía la imagen de Shrii
Shiva.
Cuando habló de las culpas que la
atormentaban y vio que las demás mujeres no la rechazaban sino que la acogían
aún con más preocupación, se puso muy animosa.
— Me dijeron que ustedes
hacían ceremonias extrañas y que violaban a las mujeres, incluso decían que mi
hermano me había violado a mi y que tengo relaciones sexuales con él. ¡Qué
ridículos! —Les dijo ya más tranquila.
Un rato después vinieron dos
investigadoras muertas de la risa, exhibiendo visiblemente una toallita
higiénica que traían para que Alejandra se pusiera… pero traían nada
más, ni útiles de aseo ni ninguna prenda de su propia ropa —la cual ya estaba
en poder de los policías— a pesar de saber que sus pantalones estaban muy manchados.
Beatriz buscó rápidamente en la
bolsa con ropa que le había traído su mamá y le pasó de allí una falda y una
trusa para que se cambiara.
Las investigadoras la llevaron a
un lado de La Patilla, al mismo caño al aire libre al que habían sido llevados
antes y le ordenaron que se lavara, ya que sólo allí podría asearse y ponerse ropa limpia, a
pesar de disponer de baños privados, incluso en algunas celdas.
A pesar de ser mujeres también,
no sintieron ni un poco de compasión por los momentos tan desagradables que la
estaban haciendo pasar y la pobre Alejandra tuvo que lavarse a como pudo, ante
la mirada de las dos investigadoras, que sin quitarle la vista de encima, no
dejaban de murmurar entre ellas y reírse a todo pulmón, además de los muchos
sobresaltos, ya que personal de la institución —de ambos sexos— circulaba por
allí sin permitirle ninguna privacidad.
Cuando la llevaron de regreso a la celda, estaba
con las mejillas rojas y la mirada fija en el suelo. La situación había sido
sumamente incómoda para ella.
continuará ...