Aclaración: A pesar de lo que pueda haber dicho la Prensa sensacionalista, nuestro reclamo no es “contra Chile” sino, específicamente contra los malos funcionarios de una mala administración, quienes quebraron no sólo múltiples puntos de la Declaración De Derechos Humanos, sino hasta las mismas Leyes y Constitución del Estado Chileno.

sábado, 31 de mayo de 2014

084 • De Vuelta A Casa

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     Sería alrededor de las diez de la mañana cuando Roxana, que había pasado toda la noche en la brigada, con los ultrajes característicos de los detectives, notó que el trato hacia ellos comenzó a cambiar y empezó a hacerse bastante más educado. Eso despertó sus sospechas.

     Un investigador vino a buscarla y sin darle ninguna explicación se la llevó escaleras abajo.

     Poco rato después el inspector Silva volvió a subir al tercer piso y dirigiéndose a uno de sus ayudantes dijo señalando a Alberto:

     A ese lo necesito para trabajar.

     Alberto fue conducido también hasta el primer piso por dos investigadores, mientras el inspector Silva se quedó un rato más dando vueltas por ahí y luego, como si lo hubiera evaluado lo suficiente, señaló a Carlos diciendo:

     Ya… que lleven a este también.

     Carlos pensó que tal vez se tratara de una nueva sesión de interrogatorios y sin poder objetar, tuvo que seguir a su guía escaleras abajo y después hasta el estacionamiento, donde ya se encontraban Roxana, Alberto y un poco más allá, tenían también a Claudia, a la que habían traído de los calabozos del cuartel central. Ambos hombres continuaban aún esposados.

     El inspector Silva les habló —en el tono más encantador que pudo encontrar— para explicarles que los iban a llevar a la casa de la calle Guanaco para que arreglaran algunos asuntos, se asearan, se cambiaran y se pusieran ropa de más abrigo y además, para que vieran a la perrita, pero que dependía de ellos cómo los trataran. Les advirtió que se portaran bien, que no hicieran problemas y que, por ningún motivo, hicieran escándalo, porque entonces habría graves consecuencias para todos y la pasarán muy mal, les recalcó.

     Claudia se puso muy contenta. No sólo le alegraba la idea de ver qué había sido de Pelusa, sino que deseaba terriblemente poder ponerse ropa más gruesa, ya que estaba tan desabrigada que no había podido parar de temblar por el frío tan intenso que sentía.

     También Roxana, echando a un lado su recelo inicial, se alegró ya que pensó que todo había comenzado a aclararse y que probablemente se estaban dando cuenta ya de su error o, al menos, estaban empezando a respetar los derechos que les aseguraba la ley.

     El auto en el que viajaban Claudia y Roxana partió el primero.

     En el auto en el que hicieron subir a Alberto subió un investigador como chofer, otro detective se sentó en el asiento trasero junto a él y una mujer detective, muy mal encarada y que se encargaba de las comunicaciones mediante un radio portátil, hacía las veces de copiloto. Partieron rápidamente detrás de las mujeres.

     Por último, al auto en el que iba Carlos subió, con toda la calma del mundo, el inspector Mario Silva de copiloto. Cuando ya iban en ruta, el inspector empezó a chequear su aspecto revisando detalladamente su imagen en el espejo retrovisor… de pronto se sobresaltó y se empezó a revisar inquieto sus bolsillos, como buscando algo: le faltaban sus típicos lentes de policía y estuvo a punto de hacer que el auto regresara sólo para buscarlos.


continuará ...

domingo, 25 de mayo de 2014

083 • Para Que No Descansen

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     A La Patilla entró un guardia con una lista. El procedimiento era simple: dictaba el apellido paterno, luego el apellido materno y ellas debían responderle con su primer nombre. Al terminar, el guardia se marchó para hacer exactamente lo mismo en los demás calabozos.

     Al poco rato vino otra vez un guardia —tal vez era el mismo de antes, tal vez era otro— y el procedimiento se repitío exactamente igual que la vez anterior.

     La rutina de tomar lista continuó con intervalos de no más de media hora desde que llegaron hasta bien avanzada la tarde, a pesar de haber pasado toda la noche despiertos en los interrogatorios. Esas interrupciones constantes evidentemente eran para evitar que pudieran descansar… aunque realmente, tampoco hubieran podido relajarse y descansar con todos los sucesos ocurridos en las últimas horas que se agolpaban en sus mentes una y otra vez quitándoles el sueño.

     Ricardo, intentando tomar con filosofía todo el asunto, cada vez que venían a empadronarlo, se ponía a conversar con los guardias animadamente, sin evidenciar ningún signo exterior de cansancio.

     A eso de las nueve de la mañana, las mujeres de La Patilla volvieron a ser interrumpidas por dos guardias que llegaron trayéndoles el desayuno… ¡si se podía llamar así a lo que traían!

     Cargaban un perol totalmente manchado de tizne, repleto con un té tibio turbio con grandes círculos de grasa; dos jarros plásticos que se veían cubiertos íntegramente de una grasa rojiza y una bolsa con unos cinco o seis panes durísimos que debían tener mucho más de una semana de antigüedad, además de una mortadela grasosa y maloliente.

     Jamás antes habían visto ellas unos panes así de duros y latigudos, parecía que hubieran sido hechos meses atrás, aunque a decir verdad, no les encontraron manchas de hongos a pesar de que los revisaron muy cuidadosamente antes de atreverse siquiera a cogerlos.

     Mercedes permaneció sentada, decidida a no aceptar nada que viniera de ellos… ni siquiera el agua. No podía quitarse la desconfianza de encima y prefería mantenerse alerta a pesar de que el estómago ya le reclamaba y hasta le dolía por el hambre. En otras circunstancias, ella jamás habría sido de las que se privaría de ninguna comida.

     El aspecto del desayuno no era para nada apetitoso, pero como no sabían si lo que vendría después sería igual o peor, varias de ellas se esforzaron por comer algo a pesar de lo repugnante de la apariencia de la comida.

     Gaby, resignada, se decidió a tomar un cuarto de pan que abrió por la mitad y le insertó una rebanada de mortadela, esperó pacientemente su turno y se sirvió media taza de aquel té, pero después del primer trago, prefirió dejarlo y limitarse únicamente al mendrugo, con el cual tuvo que hacer grandes esfuerzos para lograr tragarlo.

     Lola y Fanny tuvieron un poco más de control que el resto y pudieron llegar a comer algo más de aquel desayuno, sin embargo, al poco rato, ambas se quejaban de un fuerte dolor de estómago.

     Las mujeres, venciendo el asco inicial, se esforzaron por no averiguar la procedencia de las manchas que cubrían en varios lugares las frías bancas de piedra, arrimaron trapos y papeles y se hicieron sitio en medio de la inmundicia, tapándose a duras penas con la misma ropa que llevaban puesta, estirando las chompas o cubriéndose con las casacas y esforzándose por estirar las prendas lo más posible para abrigarse de alguna manera. Se acurrucaron formando un solo cuerpo a intentar de alguna manera descansar —aunque con las constantes interrupciones de los guardias— mientras las horas pasaban sin mayor novedad.

     Como era de esperarse, con el paso de las horas, surgieron las necesidades naturales. Miraron a su alrededor y no encontraron un inodoro… aunque podía decirse que todo aquel lugar era uno: tenían que deambular con cuidado esquivando los orines y excrecencias de prisioneros anteriores que estaban desperdigados por todo el piso. A pesar de que el lugar era realmente insalubre y que hubieran preferido esperar, tuvieron que ceder paso a la necesidad y una de las veces que el guardia apareció en La Patilla a tomarles lista, las mujeres se arriesgaron a pedirle que les brindara algo de papel higiénico.

     El hombre se disculpó amablemente explicándoles que a ellos no les daban ningún tipo provisión para los presos, pero las mujeres insistieron en su súplica, pidiéndole que por favor les consiguiera aunque fuera un poco, asegurándole que ellas verían la forma de devolverle el importe en cuanto tuvieran cómo.

     El guardia se marchó sin prometer nada y una hora o tal vez dos horas más tarde, volvió con un rollo de papel higiénico que tenía bastante menos de la mitad. Ellas, sumamente agradecidas, le ofrecieron que cuando salieran de allí verían de hacerle llegar el dinero, pero el guardia se rehusó y en tono amable les explicó que era de su propio consumo.

     Aquel era el primer gesto amable y desinteresado que veían en la institución.


continuará ...

viernes, 23 de mayo de 2014

082 • Amanecer en la Brigada

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     Era poco antes de las ocho de la mañana en las oficinas de la Brigada de Delitos Sexuales y la ciudad, con sus oficinas, estaba empezando nuevamente a despertar.

     Vinieron por Carlos y lo llevaron hasta el hall del tercer piso donde lo volvieron a esposar a una silla al lado de Alberto, siempre en la misma dolorosa posición.

     Los dos hombres tan sólo pudieron intercambiar unas pocas miradas.


     La ubicación de Carlos, cuya silla quedó exactamente frente a la oficina donde tenían guardadas las cosas que habían incautado de Los Maquis y de calle Guanaco, le permitía ver en detalle cómo los investigadores paseaban constantemente gente por este centro de exposiciones que ellos habían armado con malicia, mostrándoles imágenes, fotos, arneses para perro y una infinidad de cosas más, amenizando el recorrido con las más disparatadas explicaciones sobre los usos de los diversos objetos.

     Al menor descuido de los investigadores, Alberto y Carlos aprovechaban para hacerse rápidas preguntas sobre cómo se encontraban, qué le había pasado a Ricardo, qué había sido de las mujeres y de los demás del grupo, dónde tenían a los demás…

     En su paso por el tercer piso, el inspector Silva hizo un alto frente a los dos hombres para saludar muy amablemente a Carlos; su cara era muy cordial a esas horas de la mañana, como si ya no recordara que hacía muy pocas horas él había sido su principal torturador. Luego, con la ayuda de otros investigadores, el Inspector empezó a separar algunos objetos de lo que había en la sala de exhibición y con ellos llenaron un par de cajas grandes que se llevaron.


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domingo, 18 de mayo de 2014

081 • Totalmente Expuestos

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     Las celdas de los hombres, que quedaban en el pabellón derecho, eran iguales de minúsculas, mugrientas y pestilentes que las de las mujeres en el pasillo opuesto. Los asientos, que formaban una «L» adosada a dos de las paredes, estaban hechos de gruesos tablones de madera. En la mitad de la pared izquierda, había un agujero en el piso que hacía las veces de silo y por puerta tenían una sólida y oxidada reja que cubría toda la parte frontal y que si bien permitía un poco más de ventilación, los mantenía totalmente expuestos a las miradas de los guardias y de las celdas de enfrente.

     A Ricardo lo pusieron en una de las celdas del fondo, un lugar bastante reducido y fétido, en el cual ya había un hombre, un pobre tipo que se veía más preocupado que él y que tenía todo el aspecto de un raterito de poca monta o algo similar.

     Ricardo, ignorando por completo su presencia, empezó a cantar en voz alta un Mamntra, quedando el pobre hombre más asustado aún, sin saber qué pasaba.

     Inmediatamente, Karim y Jaime se unieron a él y cuando las mujeres empezaban también a acompañarlos, apareció el guardia sumamente molesto y a gritos les ordenó que se callaran porque estaban inquietando a los demás detenidos, aunque en la realidad, no se había escuchado ningún movimiento ni queja proveniente de las otras celdas. Más bien eran los guardias los que parecían inquietarse mucho con el canto, hasta el punto que cuando cualquiera de ellos intentaba realizar alguna oración, canto o rito de su Religión, era inmediatamente interrumpido en cuanto el guardia de turno lo notaba.


     Cuando al momento de llegar habían traído a las mujeres escaleras abajo hasta La Patilla, ellas se habían dado cuenta que al menos tres de los calabozos individuales del lado derecho y otros tres o tal vez cuatro del lado izquierdo, estaban con la puerta abierta y parecían desocupados.

     Ahora, pensándolo con más calma, tomaron conciencia de que habían puesto juntas a todas aquellas a las que aún no habían logrado hacer firmar una declaración. Probablemente tenían intenciones de tenderles una trampa. Tal vez lo que ellos querían era que se pusieran de acuerdo y que más tarde, cuando les tomaran declaraciones nuevamente, ellas, ya confiadas, accedieran a hablar y así pillarlas con alguna contradicción.

     Sin importarles cuales eran los motivos que los habían impulsado a ponerlas juntas y con el propósito más bien de consolarse unas a otras, alcanzaron a contarse en forma bastante breve y sumamente interrumpida, lo que cada una había vivido y se dieron ánimos mutuamente para mantenerse firmes en su propósito de no hacer declaración alguna sin la asesoría de un abogado, tal como —estaban seguras— les respaldaba la ley.


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viernes, 16 de mayo de 2014

080 • Falsearon La Fecha De Arresto

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     Poco antes de las ocho de la mañana vinieron por Jaime y lo llevaron en un auto hasta el cuartel central de investigaciones. Cuando llegó a la oficina de recepción, Ricardo ya estaba allí esperando, aunque se notaba que hacía poco lo acababan de traer.

     Jaime lo examinó en detalle con la mirada: aparentemente se veía bien, su rostro estaba sumamente rojo y parecía estar un tanto hinchado, pero fuera de esto no se veía ningún daño visible —por lo menos, aparentemente— aunque se notaba que un cansancio muy profundo lo aplastaba. Era evidente que su noche había sido sumamente intensa.

     En cuanto notó su presencia, Ricardo se arriesgó a hablarle. No había perdido el control de sí mismo y su voz infundía una tranquilidad que hizo que Jaime recuperara el buen ánimo. Le preguntó cómo se encontraba y Jaime, muy tranquilo ahora, le contestó que bien y le preguntó a su vez por él y por el resto de la gente.

     Mientras intercambiaban palabras de saludo y preocupación llegó Karim, el cual se veía físicamente mucho mejor que cualquiera de los dos y sin ningún rasguño y al verlos, el rostro se le iluminó y se mostró muy animado.

     Ahora que tenían a los tres reunidos, les pidieron sus datos para llenar las fichas y les hicieron dejar sus documentos así como los demás objetos personales, tal como habían hecho antes con las mujeres.


     Karim se percató de que el parte de ingreso y detención lo habían hecho con fecha veintisiete a horas de la madrugada, a pesar de que todos ellos habían sido detenidos el día anterior y, conocedor de la fama de la Policía de Investigaciones, supuso que esa era otra de sus sucias y usuales «técnicas» para darse más tiempo en los interrogatorios y, acostumbrados también a ello, el poder judicial no los cuestionaría a pesar de que la fecha era fácilmente verificable, al haber sido difundido el arresto en los diversos medios de prensa.

     Uno de los guardias se llevó a los tres hombres hasta la reja de los calabozos donde ya los esperaban los otros dos custodios, que en forma muy minuciosa los registraron nuevamente. Luego los hicieron pasar al cuartito de depósito para que dejaran sus cinturones y los cordones de sus zapatos, medida que según les explicaron, era para evitar que se ahorcaran.

     Una medida absolutamente estúpida, pensó Jaime, pues de querer ahorcarme, por último, podría sacarme la camisa y colgarme, pero en fin, los contrasentidos en este lugar, ya no podían admirarlo más.


     Cuando las mujeres que se hallaban juntas en La Patilla —y que aún permanecían en silencio— se dieron cuenta que habían traído a los hombres, corrieron hacia el frente de la celda para poder verlos.

     Tan sólo querían mirarlos pasar, pero en cuanto los guardias se dieron cuenta que estaban agrupadas contra la reja, uno de ellos descendió hasta la mitad de la escalera, se cuadró firmemente frente a ellas en actitud amenazadora y les gritó que se sentaran en las bancas o habrán represalias, mientras el otro guardia retenía a los hombres lejos de su visión.

     Las mujeres, que en este corto tiempo ya habían aprendido el significado que la palabra «represalias» podía tener para los investigadores, temieron por los hombres y mansamente retrocedieron hasta el fondo de la celda como les ordenaban.

     Recién cuando los hombres fueron puestos cada uno en un calabozo separado del nivel superior, el guardia que las vigilaba se marchó.



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miércoles, 14 de mayo de 2014

079 • ¡Estaban Rodeadas De Mierda!

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     Mientras aguardaban en la recepción, algunas de las mujeres tomaron asiento en la banca de madera junto a la puerta, mientras las otras quedaron de pie esperando. Uno de los guardias que estaba tras el mostrador se dirigió a ellas:

     Si bien los investigadores nos han indicado que debemos colocarlas en celdas separadas, en estos momentos no contamos con cupo y por lo tanto, vamos a tener que ponerlas a todas juntas en una sola celda, lo que sí les advierto: ¡por ningún motivo deben conversar entre ustedes!

     Ninguna respondió. Dijeran lo que dijeran, siempre sonaba como una nueva trampa.

     El tercer guardia, el que había llevado a Claudia y a Alejandra sólo hasta la reja de entrada a los calabozos, volvió para llevarse a las otras siete mujeres.

     Él mismo se encargó de hacerlas descender por la ancha escalera central, pero a mitad del recorrido, recordó súbitamente que antes debían dejar el resto de sus pertenencias y las hizo regresar sobre sus pasos hasta la habitación contigua a la reja de entrada donde, una por una, las hizo pasar solas al pequeño cubículo mientras él, discretamente, esperaba afuera.

     Gaby fue la primera en entrar. Intentó cerrar la puerta, pero como no tenía cerradura, tuvo que juntarla lo mejor que pudo. Miró a su alrededor… el sitio era desagradable y más desagradable aún era la idea de dejar su ropa interior sobre aquella especie de estantería de madera mugrienta y cubierta por una gruesa capa de polvo. Tomó un papel arrugado que encontró a un costado y que parecía ser la envoltura de alguna compra, lo estiró un poco frotándolo contra su pantalón y lo puso sobre la división que estaba menos sucia y sobre el papel dobló cuidadosamente sus prendas.

     Luego de que todas pasaron, las hicieron descender nuevamente por la ancha escalera central hasta una celda sumamente grande en la que el guardia las hizo entrar, no sin antes comentarles que esa celda era llamada «La Patilla» y que hacía mucho tiempo que no era usada ya que solía inundarse constantemente y, además, era sumamente fría, sombría, húmeda y poco higiénica, hasta el punto que los detenidos allí, habían tenido problemas serios de salud.

     Después de esta lúgubre descripción de su prisión, el guardia las encerró con llave y se marchó.

     La Patilla, era el sótano de las celdas superiores, era bastante grande y la más iluminada de todas, pero igual de asquerosa y pestilente que las celdas pequeñas y el olor a eses fecales y orines descompuestos sabría Dios desde cuándo, circundaba todo el ambiente.

     La parte frontal estaba bloqueada por una reja que corría a todo lo largo. Estaba parcialmente dividida en tres ambientes por altas paredes que llegaban desde el fondo hasta la mitad del ancho de la celda y luego por dos columnas que terminaban la demarcación. El sector central era el único alumbrado.

     Entrando se podía ver unas bancas de piedra que adosadas a las paredes rodeaban en los tres lados el ambiente central. Sobre las bancas había trapos, papeles y muchas manchas y desperdicios.

     Detrás de las columnas de los pequeños y obscuros ambientes que estaban a ambos lados del ambiente principal, había unos retretes franceses o, para ser más exactos, hoyos en el piso con huellas de pies en cemento y que hacían las veces de sanitarios ¡a la vista de cualquiera que se asomara desde casi cualquier punto de la escalera! Un poco más adentro, no había nada, excepto mucha suciedad y un terrible olor que hacía suponer que las personas que habían sido retenidas en esa celda, siglos antes que ellas, ante la alternativa de los «retretes» habían preferido la privacidad de esos obscuros rincones.

     En las paredes laterales había grandes y altas ventanas con rejas y sin vidrio que mantenían la celda helada y un poco más abajo, unas enormes cajas de metal que parecían ser de aire acondicionado, aunque en esos momentos estaban apagadas.

     Agrupadas de pie, sin atreverse a alejarse demasiado de la reja de entrada, recorrieron incrédulas con la mirada todo el rededor.

     Lo primero que atravesó la mente de Gaby fue un deseo inmenso de tener unas escobas, baldes con detergente y mucho desinfectante y limpiar bien todo el lugar antes de tener que sentarse en alguna de aquellas bancas.

     Mara, en cambio, lo único que podía pensar, era que tendría que pasar el resto de su estadía de pie —sin importar cuanto se prolongase ésta— ya que le daba un asco atroz ese repulsivo ambiente. ¡Estaban rodeadas de mierda!

     Sin decir ni una palabra, tal como les habían indicado, se abrazaron todas formando un círculo de cuerpos bien apretados. No les importaba si no podían hablar, pero a pesar de todo lo que estaban viviendo, el poder estar juntas en esos momentos las hacía inmensamente felices.

     No pudiendo soportar por más tiempo la tensión, Lola se soltó a llorar. Era un llanto tranquilo y liberador, no había amargura en él. Mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, las demás le acariciaban el pelo y le hacían gestos de consuelo.

     Todas sentían la inmensa presión que los acontecimientos de las últimas horas ejercían sobre ellas y tal vez más adelante se soltarían también a desfogarse, pero por ahora se limitaban a sonreírse unas a otras infundiéndose ánimo, con la firme certeza de que todo terminaría pronto.



continuará ...

lunes, 12 de mayo de 2014

078 • ¡¡Una Letrina Asquerosa!!

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     Sin decir nada más, el guardia llevó a Claudia y Alejandra hasta un calabozo pequeño en el pabellón izquierdo, que era el sector destinado a las mujeres. ¡El lugar parecía una cloaca! El ambiente era irrespirable y su apariencia era aún peor.

     El cuchitril de dos metros por dos metros y medio, estaba bloqueado por un grueso portón de madera el cual ocupaba prácticamente todo el ancho de la celda —que no era mucho— y tenía una minúscula ventanilla de rejas desde donde podían ser vigiladas pero que no servía para que entrara el aire en él.

     En la pared del fondo había una ventana cerrada, sumamente alta y con barrotes.

     Los pisos, a pesar de ser de un cemento poroso y absorbente, estaban mojados e incluso en algunas partes se habían formado verdaderos charcos de un líquido oscuro y pestilente.

     Las bancas de concreto, que adosadas a la pared rodeaban dos de los lados de la celda formando una «L» y que se suponía que eran para descansar, estaban manchadas y pegoteadas, al igual que el resto de las paredes.

     En la esquina derecha había «algo», una especie de tubo con una apariencia entre silo y wáter closet con un reborde de ladrillos y cemento que le daban una altura y un diámetro tal, que hubiera sido imposible utilizarlo sin tocarlo con el cuerpo. De él brotaban todo tipo de olores y la mierda, que rezumaba por el vertedero formando un montoncito amarronado, mezclada con papeles medio arrugados, ofrecía un espectáculo que era imposible dejar de ver, a pesar de todos los esfuerzos que hacían para no mirar en aquella dirección.

     La celda entera estaba inundada por un fuerte olor a berrinches y excrecencias descompuestas y en cuanto el guardia cerró la puerta, la oscuridad se volvió casi total a pesar de la hora.

     El ambiente era repulsivo y el aire allí era absolutamente irrespirable. ¡¡Era una letrina asquerosa!!

     Alejandra, que hasta aquí había permanecido absolutamente callada y con los brazos muy apretados alrededor de su propio cuerpo, se abrazó a Claudia con fuerza. Estaba terriblemente asustada.

     Preguntó qué era lo que estaba pasando, pero Claudia no supo qué responderle —tampoco ella sabía realmente qué era lo que estaba sucediendo— y lo único que pudo hacer fue asegurarle que todo iba a terminar muy pronto… aunque esto era más un deseo que una verdadera certeza. Se esforzó por serenarla lo mejor que pudo.

     En cuanto Alejandra se tranquilizó lo suficiente, Claudia se trepó sobre la banca y, parada sobre las puntas de sus pies, alcanzó con las justas a llegar hasta la ventana. Forcejeó para abrirla… pero para colmo de sus desgracias, estaba trabada y con mucho esfuerzo pudo abrir una pequeña rendija que realmente no lograba procurarles mucho más aire que antes.

     Las dos mujeres se acurrucaron juntas en una esquina de la celda a intentar descansar… si es que se podía descansar en aquella cloaca.


continuará ...

jueves, 8 de mayo de 2014

077 • ¡¡¡Estaban Abusando De Ella!!!

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Miércoles 27

     Estaba ya amaneciendo y el reloj de la recepción del cuartel central de investigaciones marcaba las siete de la mañana. No habían transcurrido todavía veinticuatro horas desde que todo había comenzado y sin embargo parecía que habían vivido una eternidad.

     La fría oficina de ladrillos estaba decorada con una larga banca de madera a la derecha, un mostrador alto y largo frente a la puerta y una especie de estantería con pequeñas divisiones —como las casillas de las oficinas de correos— en la pared del fondo. En las murallas no había nada que realmente les llamara la atención. Era aún más fría que la destartalada recepción de la brigada.

     Una por una las fueron llamando al mostrador donde llenaban una ficha con su nombre y edad, luego les quitaban todos los objetos que llevaban —sin importar si tenían poco o ningún valor— cuya relación era anotada en la parte de atrás de la tarjeta y todo junto lo guardaban en uno de los cajones con divisiones del mostrador o en la estantería del fondo. Así les fue quitado dinero, relojes, collares, pulseras, aretes, anillos y hasta sus rosarios.

     Los guardias del mostrador llamaron a un tercer guardia que vino y se llevó a Claudia y a Alejandra primero, para ponerlas juntas en una celda. Al igual que cuando las distribuyeron en el auto, también ahora las mantuvieron a ellas dos aparte.

     Las demás mujeres se alegraron por Alejandra, le había tomado mucho cariño a Claudia y ella sería quien mejor la podría acoger en estos momentos tan difíciles.

     Guiadas por el guardia, ambas mujeres cruzaron en silencio el umbral de la pequeña oficina y se dirigieron hacia el interior de las instalaciones. Subieron primero unas escaleras y atravesaron luego una gran reja para entrar al sector de los calabozos, donde se hizo cargo un cuarto guardia que cerró la reja tras de ellas. La parte interior del edificio era aún más fría y desagradable.

     Frente a la reja de entrada, había una escalera ancha central que descendía dejando un pasillo bastante espacioso que rodeaba todo el perímetro del primer piso y que conducía a calabozos con rejas a la derecha y calabozos con portones de madera a la izquierda, ambos lados igual de lúgubres.

     Entre la escalera de bajada y la reja de entrada había un escritorio de madera con la silla del guardia.

     El carcelero les ordenó entrar en un cuartucho del pasillo de la derecha que quedaba justo antes de los calabozos. El portón de madera sólida, que mantenían entrecerrado, daba a una pequeña habitación llena de cachivaches, platos sucios, papeles tirados en el suelo, restos de comida, chaquetas hechas bollo e incluso unos peroles mugrosos.

     El guardia les indicó secamente sacarse los pasadores de los zapatos, los cinturones y sostenes mientras, parado firmemente bloqueando la única entrada, permanecía sin moverse y mirándolas fijamente.

     Las mujeres estaban recién empezando a obedecer la orden, cuando sin previo aviso, el hombre se acercó a Alejandra y empezó a registrarla por encima de la ropa. Ella parecía ni siquiera darse cuenta de que estaba siendo manoseada y se dejaba hacer mansamente.

     Perdiendo rápidamente el interés, el guardia se dirigió decididamente hacia Claudia, que al darse cuenta de su mirada maliciosa, le dio la espalda y terminó de sacarse apresuradamente el sostén por debajo de la ropa.

     Ella intentó atajarlo mostrándole la prenda que se acababa de quitar, pero el hombre, ignorándola por completo, hizo a un lado su brazo y obligándola a girar el cuerpo, la tomó con fuerza por detrás de la cintura e introdujo las manos por debajo de su ropa hasta entrar en contacto directo con su piel.

     Ese fue uno de los momentos más difíciles que tuvo que soportar. No tenía ninguna experiencia con este tipo de situaciones pero le parecía que había algo raro, nunca había visto que registraran como le estaban haciendo a ella. Sabía que este procedimiento no correspondía pero sentía muchísimo miedo, temía lo que les podían hacer si hacía algún escándalo… no sabía cómo reaccionar.

     El hombre continuó subiendo, arrastrando sus manos en un contacto constante con su cuerpo, hasta llegar a sus senos, los cuales tomó, apretó con fuerza y empezó a manosearlos con descaro.

     Entonces Claudia no pudo soportarlo más. ¡Definitivamente esto no podía ser parte de ningún procedimiento! ¡¡¡Estaban abusando de ella y lo peor era que lo hacía un guardia de la Brigada de Delitos Sexuales!!!

     Ella empezó a forcejear con el hombre que la sujetó con aún más fuerza y ya estaba empezando a gritar cuando el guardia se retiró bruscamente, le ordenó callarse y les indicó que lo siguieran.


continuará ...

lunes, 5 de mayo de 2014

076 • ¡Qué Tal Cinismo!

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     Pasaba el rato y aún las mantenían en la recepción paradas, como esperando algo.

     En la pared que estaba detrás de ellas se podía ver el decálogo en el que, supuestamente, se basaba la Policía de Investigaciones. Lola empezó a leerlo y se volteó, visiblemente impresionada, para indicarle a Gaby que leyera lo que decía allí: Investigar para detener y no detener para investigar se leía en una de las frases, y en otra, un poco más abajo, Mantener la dignidad de la persona detenida.

     ¡Eso sí que era cinismo!

     Con nosotros están haciendo exactamente lo contrario —susurró Lola indignada.

     Gaby asintió en silencio y desistiendo de continuar con la lectura, se sentó en el brazo del sofá que tenía al lado mientras dos investigadores en la habitación contigua conversaban animadamente:

     ¿Quién de ellas es la morena de las fotos? —Se escuchó que preguntaba uno de ellos en un tono de voz muy malicioso.

     El collage, que con fotos privadas habían preparado los investigadores en el tercer piso, estaba abierto a todo el mundo y había sido puesto en exhibición tanto a gente del personal policial, como a periodistas, familiares y cuanta persona visitara la brigada aunque no tuviera nada que ver con la investigación.

     Poco rato después, el mismo investigador que había hecho el comentario, vino y se sentó en uno de los sofás en medio de las mujeres y las miró una a una descaradamente y con lascivia, mientras su compañero lo observaba divertido. Ellas se esforzaron en ignorarlo.

     Otros investigadores, un poco más allá, se hacían preguntas entre ellos sobre unas llaves y se ponían de acuerdo sobre que auto iban a usar. Al parecer, el que habían tenido en mente se lo había llevado alguien y de la otra alternativa no estaban seguros de quien podría tener las llaves. ¡Eran igual de desorganizados para todo!

     Después de mucho rato, llegó a la recepción el inspector Silva muy orgulloso, exhibiendo en alto un manojo de llaves y preguntó a su gente si las mujeres ya estaban listas para partir.

     A Lola, Elsa y Mara, a las que también habían obligado a permanecer sentadas derechitas en una silla y a no cerrar los ojos durante toda la noche para provocarles agotamiento, al parecer, no las interrogarían todavía. De Roxana desconocían el paradero, tal vez todavía se hallase declarando, pero por lo visto no pensaban ir a buscarla.

     Ahora que los detectives tenían las llaves, se veían muy apurados por llevárselas de una vez y las hicieron salir muy rápidamente hasta la puerta en donde habían estacionado… la camioneta de la familia Badani. Por lo visto, después de muchas vueltas, habían decidido transportarlas en su propio auto.

     ¡Qué cínicos! Mara estaba furiosa, le daba mucha rabia todo este asunto. ¿Hasta cuando iban a seguir disponiendo de la camioneta? Hacían y deshacían con ella como si fuera de su propiedad, sin ninguna vergüenza. Incluso pensó que lo más probable era que la usaran también para sus propios intereses.

     Subieron dos investigadores al vehículo de doble cabina y se sentaron en el asiento delantero. A Claudia y a Alejandra —las dos a las que habían logrado obligar a firmar declaraciones— las hicieron subir al asiento trasero. A las seis señoras Badani y a Fanny las hicieron trepar detrás, en la parte descubierta de la camioneta.

     Les ordenaron sentarse en el piso y acomodarse como pudieran. En cuanto otros dos investigadores, que subieron también en la parte descubierta para vigilarlas, se acomodaron bien, cerca de la puerta, y sin esperar a que las mujeres terminaran de asegurarse, la camioneta partió rápidamente hacia el cuartel central que quedaba a unas pocas cuadras de allí.

     Hacía mucho frío y las mujeres que viajaban en la parte descubierta del vehículo, se pegaron un poco para intentar abrigarse entre ellas.

     Cruzaron con auto y todo por una puerta de metal, la cual fue vuelta a cerrar en cuanto entraron. Las hicieron bajar a un gran patio y esperar mientras uno de los investigadores ingresaba a una oficina construida en ladrillo, que quedaba sobre el lado derecho.

     El investigador, que había ido a coordinar el ingreso de ellas, volvió a los pocos minutos para hacerlas pasar a la oficina. Con un seco las estamos entregando, dio por terminada su parte del trabajo y se marchó en la camioneta con su compañero, dejándolas allí, como si fueran un paquete del cual se quisieran desprender, no sin antes indicar, de manera que todas pudieran oírlo, que las pusieran en celdas separadas, de ser posible.

     Ellas todavía no sabían exactamente a dónde habían llegado y se preguntaban qué sería lo que vendría ahora…


continuará ...

viernes, 2 de mayo de 2014

075 • Cuando Ya Amanecía...

continúa ...


     Cada vez que tenía oportunidad, Ricardo intentaba amenizarse un poco lo desagradable y prolongado de la sesión, conversando con los investigadores y preguntándoles sus opiniones sobre distintos planteamientos morales hasta que al poco rato los tenía enredados en sus propios conceptos y todo terminaba en una gran discusión entre los mismos detectives, con Ricardo de rato en rato avivando el fuego, hasta que alguno de ellos se daba cuenta y cortaba la pelea con nuevos golpes y amenazas contra él.


     Los investigadores se limitaban a empujarlo y darle golpes secos, calculados para no dejar huella, tanto en la columna como en el resto del cuerpo. En general golpeaban «al bulto» y evitaban las zonas visibles o delicadas. El sub-prefecto Bravo fue el único que lo golpeó fuertemente en la cara.

     Lo mantuvieron en todo momento acompañado por tres o cuatro detectives que se rotaban —aunque siempre eran hombres los que entraban— hasta pasadas las seis y media de la mañana en que sin haber conseguido que firmara las mentiras que querían achacarle, lo llevaron a un hall de distribución donde lo esposaron a una silla.


continuará ...