Aclaración: A pesar de lo que pueda haber dicho la Prensa sensacionalista, nuestro reclamo no es “contra Chile” sino, específicamente contra los malos funcionarios de una mala administración, quienes quebraron no sólo múltiples puntos de la Declaración De Derechos Humanos, sino hasta las mismas Leyes y Constitución del Estado Chileno.

viernes, 29 de noviembre de 2013

024 • A Jaime, por asalto

 continúa ...


     Mientras tanto, en Santiago, Jaime recién regresaba del estudio jurídico en el cual trabajaba. El día había sido bastante pesado y en su mente sólo estaba el llegar a su casa a descansar, ya que al día siguiente tendría que levantarse a las seis de la mañana como les era habitual.
 
     Le pareció raro encontrar la puerta de calle sin llave, pero como la habitación de Karim en el segundo piso estaba con luz, supuso que ya habría regresado de Los Maquis y que tal vez él había olvidado cerrar la puerta, pero aunque la explicación le pareció lógica, una extraña sensación lo embargó.
 
    Abrió y entró.
 
     El inspector Mario Silva, que estaba escondido tras la puerta, la cerró de un golpe detrás de él y otros tres investigadores, que se encontraban distribuidos en el jardín de entrada, aparecieron de entre los arbustos y lo rodearon, apuntándole con sus armas.
 
     ¡Cagamos…! Son ladrones y nos están asaltando —fue lo único que atinó a pensar en esos momentos Jaime, paralizándose donde estaba y levantando instintivamente las manos.
 
     Les preguntó qué era lo que estaban haciendo allí, pero sin responder, los detectives lo obligaron por la fuerza a entrar en el interior de la casa donde pudo ver al menos a una persona más, que con una cámara, filmaba todo lo que estaba sucediendo en ese minuto.
 
     Para Jaime quedó descartaba la posibilidad de que fueran asaltantes, ya que no encajaba que siendo un robo estuvieran filmándolo todo.
 
     A la pregunta de quiénes eran, respondieron secamente que eran detectives, pero cuando Jaime les pidió, por favor, que le mostraran la placa, el inspector Silva lo hizo tan velozmente, que no alcanzó a leer ningún nombre, número, ni nada.

 
     Volvió a insistir en su pregunta de qué era lo que estaban haciendo allí y el mismo inspector, a manera de respuesta, le abofeteó varias veces el rostro recomendándole:
 
     ¡¡Tú sólo estate tranquilo!! Te vamos a llevar detenido.
 
     La cámara, que iba captándolo todo, se acercó a Jaime y él giró la cara para que no hicieran un primer plano de su rostro.
 
     Al poco rato volvió a intentar, con toda la serenidad de la que era capaz, que le aclararan la situación, pidiéndoles que le mostraran la Orden de Detención y la Orden de Allanamiento.
 
     Mira… este conoce sus derechos… —se burlaban entre ellos los detectives, sin contestar a la pregunta.
 
     No sólo no le mostraron las órdenes y tampoco le dijeron de qué se le incriminaba, sino que a cada pregunta le respondían afirmando que él sabía de qué cargos lo estaban acusando e insistían en que era Jaime el que les debía decir por qué iba a ser arrestado.
 
     Yo no sé nada. No sé lo que está pasando, no sé por qué estoy siendo detenido y por lo tanto, exijo que me muestren las órdenes respectivas —respondía Jaime una y otra vez, pero los investigadores seguían sin hacerle caso.
 
     El inspector Silva ordenó que lo esposaran para llevárselo y a través de su radio portátil pidió que le trajeran un vehículo. Pocos minutos después lo sacaron a empujones de la casa mientras los investigadores continuaban con sus amenazas. Le decían que todos sus amigos ya habían sido detenidos, insistían en que él sabía muy bien cuáles eran los cargos y le advertían que saliera tranquilo y no les fuera a ocasionar ningún problema.
 
     Ni bien llegaron a la puerta, se estacionó delante de ellos un charade azul y uno de los detectives abrió la puerta trasera del vehículo.
 
     Al ver que era un auto particular, que no tenía insignia, no tenía baliza, ni ningún tipo de identificación, a Jaime se le cruzaron mil ideas por la cabeza. Pensó en las terribles cosas que habían sucedido durante el gobierno militar y se dio cuenta que si ellos querían lo podían hacer desaparecer en el instante y nadie iba a saber nada. Tenía temor de que lo llevaran a un lugar donde no pudieran encontrarlo. Pensó también que si no servía a sus propósitos, lo podrían matar, ya que no había ningún vestigio de su detención, ni testigos, nada…
 
     Plantándose firmemente delante de la puerta abierta del auto, Jaime volvió a preguntar —esta vez en un tono más enérgico— por las órdenes de Detención y Allanamiento, pero por toda respuesta, los detectives lo empujaron violentamente en dirección al asiento trasero del vehículo.
 
     Jaime logró resistirse y haciéndose a un lado de la puerta empezó a gritar aceleradamente a una vecina que estaba regando, que por favor tomara la patente del vehículo y que avisara a la policía. Gritaba todo lo que podía, pero en su desesperación hablaba atropelladamente y los investigadores se esforzaban por hacer aún más ininteligibles sus palabras, mientras continuaban forcejeando con él para meterlo dentro.
 
     Finalmente, los detectives lo empujaron más violentamente aún y lograron arrojarlo contra el asiento trasero, lo pusieron boca abajo y comenzaron a pegarle en la espalda y en la nuca para que se callara.
 
     Jaime se limitó a cubrirse la cabeza con ambas manos a como podía. En aquellos momentos no sentía los golpes, no sentía ningún dolor, no sentía nada… Era extraño, no sabía si le pegaban fuerte o despacio, simplemente no sentía nada, solo sonidos secos como de un tambor que provenían de su cuerpo pero que su cerebro ni siquiera se esforzaba por registrar. Lo único que le preocupaba era hacer el suficiente alboroto como para que los vecinos se dieran cuenta de lo que pasaba.
 
     Presionaron fuertemente su cabeza contra el asiento del auto y ya no pudo gritar más, pero cuando intentaron cerrar la puerta, la pateó de regreso con fuerza e interpuso su pierna derecha contra el borde.
 
     Los detectives le embistieron la pierna con la puerta una y otra vez, hasta que el dolor lo obligó a recogerla.
 
     Jaime intentó tranquilizarse un poco pensando que, en todo caso, ya a esas alturas había hecho el suficiente alboroto como para que alguien se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo y, si le sucedía cualquier cosa, informaría al menos a carabineros o podría dar una pista si lo hacían desaparecer.
 
     Se subió un detective a cada extremo del asiento trasero del vehículo, forzaron a Jaime a sentarse manteniéndose agachado con la cabeza entre las piernas y partieron a toda velocidad, obligándolo a viajar en aquella incómoda posición durante todo el camino. Tal vez sería para que él no mirara las caras de la gente que iba en el auto y que tan brutalmente lo habían golpeado o para que no supiera a dónde lo llevaban o, tal vez, para que nadie supiera que él iba en el interior... Jaime se sentía muy preocupado.
 
     Hemos tenido problemas… las cosas han salido mal… ha habido un incidente… —informaron inmediatamente los investigadores, al parecer a la central, a través de la radio del vehículo.
 
     Los detectives se mostraban bastante alterados, tal vez incluso se podía decir que sonaban asustados y pedían que les dieran nuevas instrucciones.
 
     Una voz del otro lado de la radio les ordenó dar una vuelta y que después se fueran a la casa.
 
     Durante todo el tiempo que duró «la vuelta», le pegaron en la cabeza con las manos abiertas, y él, ya sin resistirse, simplemente se cubría un poco, pero todavía en esos momentos, parecía como si hubiera perdido totalmente la sensibilidad y los golpes seguían sin dolerle, escuchaba el sonido seco que producían y podía sentir el contacto de otras manos con su cuerpo, pero no sentía absolutamente nada más, ningún dolor, nada...
 
 
continuará ...


 

miércoles, 27 de noviembre de 2013

023 • Arrancados de su Hogar

 continúa ...


     Mientras tanto, en la casa de Los Maqui, Mercedes consiguió un pedazo de cordel y amarró ella misma la puerta trasera de la casa que ni siquiera tenía chapa y sólo se mantenía cerrada por una ligera presión de la madera, ya que, como las típicas casas de campo de la zona, no tenía ni necesitaba ningún tipo de seguridad.

     La puerta principal en cambio, sí tenía cerradura, pero mantenía tanto de noche como de día, la llave puesta por el lado de afuera para que cualquiera pudiera entrar y cuando quisieron quitar la llave para asegurar la entrada, se dieron cuenta, recién, que estaba trabada y se negaba a salir. Tuvieron que forcejear durante largo rato hasta que, cuando ya se estaban dando por vencidos, la llave por fin se liberó.

     Los detectives, que no querían hacer ningún tipo de esfuerzo, le ordenaron a Carlos que saliera con la escalera a cerrar una de las ventanas altas del dormitorio femenino y ordenaron que las mujeres arrimaran todo el desorden que ellos habían producido en la habitación, dejando libre un pasillo angosto para poder arrastrar por allí las cajas con todo lo que se llevarían. Si bien ellas no tenían deseos de ayudarlos, prefirieron hacerlo, puesto que les preocupaba más que los detectives generaran mayores desastres de los que ya habían ocasionado hasta el momento.

     Las horas pasaban y aún los mantenían esperando sin justificación alguna.

     Mucho rato después, mientras esperaban que se terminaran de poner de acuerdo para la partida, la situación se relajó un poco. Parados en medio de la habitación de las mujeres, casi podían conversar, si bien todo el tiempo vigilados por varios investigadores que los rodeaban y controlaban lo que decían.

     Ricardo, intentado tranquilizar a sus mujeres, empezó a hablarles:

     Manténganse tranquilas, las cosas se van a aclarar pronto… Procuren no pelearse con nadie. Lo más que puede pasar es que a las peruanas las manden a Perú y bueno… después nosotros les damos el alcance allá. La Gatita…

     El interrumpió su frase a la mitad cuando iba a comentar algo sobre Mercedes, a la que todos cariñosamente le dicen Gatita, pero la sub-comisario Correa, asumiendo que Ricardo lo había hecho al darse cuenta de un detalle importante que les estaba dejando saber, irrumpió orgullosamente en la conversación:

     ¿La Gatita? Sí, nosotros sabemos todo sobre ella, sabemos que en estos momentos se encuentra en Santiago. ¿A que ustedes pensaban que no lo sabíamos? Los hemos estado vigilando durante semanas. ¡Sabemos todo sobre ustedes!

     ¡Fue lo más descabellado de toda la noche! Mercedes estaba parada justo al lado de la sub-comisario y les tomó a todos un gran esfuerzo disimular el desconcierto.

     Todo lo que los detectives decían eran tretas para ver en qué picaban, sus mentiras quedaban al descubierto una vez tras otra y ésta última, de que los habían estado vigilando durante semanas, no había quien se la pudiera creer.

     A Mercedes esa frase la dejó pensando… ¿Realmente había dicho alguien alguna cosa sobre ella? ¿Qué podrían haber dicho? Al menos la tranquilizaba el saber que no tenían ni idea de que ella era la Gatita ya que así no se ensañarían especialmente con ella.

     Aún no tenían muy claro a dónde era que los llevaban, es más, ni siquiera sabían por qué estaban siendo detenidos ni de qué se les acusaba o si acaso se les acusaba de algo, pero los detectives les indicaron coger las chaquetas para partir y ellos tuvieron que obedecer.

     Ricardo aún estaba esposado y así no tenía como ponerse nada de abrigo, pero los investigadores se negaron rotundamente a quitarle las esposas y menos aún a permitir que se cambiara de ropa como habían ofrecido que le dejarían hacer antes de que se marcharan. Tan sólo, como gran concesión, le permitieron ponerse zapatos.

     Mara cogió la casaca que había separado para ella, se la colocó sobre los hombros a Ricardo y recogió para sí una chompa roja de él que encontró tirada en medio del desorden hacia el fondo de la habitación.

     Gaby dudaba si llevar consigo su rosario. Quería mantenerlo con ella en todo momento, pero por otro lado, temía que al llegar al cuartel de investigaciones se lo quitaran y se «perdiera» como tantas otras cosas que ellos mismos les habían asegurado que se perderían. Al final se decidió a llevarlo, puesto que pensó que tampoco tenía ninguna garantía de que estuviera seguro si lo dejaba en la casa, ya que si bien tenían plena confianza en sus vecinos, la misma gente de investigaciones podría volver cuando quisiera y cualquier cosa podría pasar.

     El sub-prefecto Bravo, en su mal tono habitual, preguntó a quién pertenecía la camioneta que estaba estacionada afuera y sin el menor asomo de amabilidad o delicadeza, le ordenó a Mara que le entregara las llaves ya que iban a llevarla también como evidencia (?).

     ¡Los muy sinvergüenzas! Recién preguntaban pero tenían la camioneta ya cargada de cajas desde hacía rato.

     Mara estaba furiosa, lo que más le indignaba era que encima de todo lo ocurrido, los estuvieran llevando arrestados en su propio auto… ¡Hasta en eso se aprovechaban!

     Cuando iban a salir de la casa, el sub-prefecto Bravo les advirtió que la prensa seguía afuera y con un gesto de comprensión los autorizó para que se taparan los rostros. Su súbito cambio de actitud y su nueva faceta de hombre comprensivo y amable, hacían dudar.

     Mercedes sacó la capucha de la casaca que Ricardo tenía sobre los hombros y le cubrió con ella la cabeza y si bien con esto quedaba algo más cubierto, de la manera en que lo tenían esposado, realmente no tenía como taparse.

     Los demás, por su parte, volvieron a cubrirse el rostro con las manos, pero cuando por fin los hicieron salir, no quedaba ya ningún periodista en el terreno. ¡Era una mentira más del sub-prefecto Bravo!


     Era poco menos de las nueve de la noche cuando los fueron dirigiendo en grupos pequeños a los distintos autos. ¡Habían transcurrido casi nueve horas desde que todo había comenzado!


     Ricardo, Lola y Beatriz quedaron juntos en un auto y Fanny y Elsa en otro.


     ¡A esas dos hay que separarlas! —Ordenó la sub-comisario Correa señalando a Mara y a Gaby que junto con Mercedes estaban siendo conducidas a la camioneta de la familia Badani.


     Un investigador tironeó a Gaby del brazo y la llevó hasta un auto que se encontraba al inicio del camino donde la dejaron sola hasta que vino un detective y se sentó en el asiento trasero a su lado. Ella simplemente lo ignoró y siguió mirando por la ventana hacia fuera. Incluso no le respondió cuando el investigador intentó hacerle conversación. Lo único que le preocupaba era saber cómo habían sido distribuidos los demás, pero a pesar de sus esfuerzos, ni siquiera alcanzó a distinguir que Mara estaba siendo conducida a otro auto a tan sólo un par de metros más allá. La noche estaba muy obscura y en ese sector no había alumbrado público.


     A Carlos lo hicieron sentarse junto a Mercedes en la camioneta, con un detective en cada extremo que los vigilaba para que no hablaran.


     Después de un buen rato más, se inició por fin la partida hacia Santiago, con el auto que llevaba a Gaby encabezando la caravana de siquiera siete automóviles que bajaba por el camino hacia Pelequén. Llevaban las sirenas sonando y tocaban la bocina con gran algarabía.


     Se asombraron gratamente al ver que, contra lo habitual, los vecinos del pueblo no habían cedido ante la morbosa curiosidad y no había ni uno sólo de ellos asomado para ver cómo pasaban en la interminable procesión de autos que los arrancó de su hogar. Era realmente reconfortante el ver que no se hubieran sumado a todo este circo romano.

     Fanny, por dentro, se repetía una y otra vez que esto no podía estar pasando, que todo debía ser un mal sueño y no podía sino desear que cuando fueran por la carretera se abriera otro camino en el cual todos los autos se perdieran y no regresaran nunca más.

     El auto en que iba Mara y el que le seguía, pararon en la parroquia de Santa Rosa de Pelequén.


     Ya está todo hablado, ya tenemos todo listo —los instó a continuar la marcha un detective que se apeó del último vehículo.


     La caravana tomó la carretera a Santiago a toda velocidad, sin apagar las sirenas durante todo el viaje.



continuará ...



martes, 26 de noviembre de 2013

022 • Roxana y Claudia en Policía de Investigaciones

 continúa ...


     Eran pasadas las ocho de la noche cuando el auto que conducía a Roxana y a Claudia llegó a lo que parecía ser un local de la policía y, con sus ya características malas maneras, las obligaron a apearse del vehículo.

     La primera habitación del edificio antiguo, de techos elevados y paredes pintadas con pintura barata, estaba decorada con unas bancas de madera nada acogedoras y cuando cruzaron el umbral a la habitación contigua, el panorama no cambió mucho: había un mesón alto como el mostrador de un hotel de mala muerte al fondo, dos sofás de un cuerpo a la derecha y una silla algo desvencijada a la izquierda.

     Un letrero, que pegado en la pared decía Segunda Brigada de Delitos Sexuales y Menores, recién respondió parcialmente a sus preguntas.

     Las hicieron subir a un segundo piso y las colocaron separadas en habitaciones contiguas, vigiladas por una única mujer que no les permitía hablar.

     Después de un rato de espera, otra oficial mujer se acercó a ellas y les pidió sus nombres para investigarlos. Al poco tiempo regresó para decirle a Roxana:

     Usted está ilegal en el país y por lo tanto, está frita.

     Roxana, manteniendo la calma, le respondió que eso ella ya lo sabía, pero que también estaba segura que aquello no tenía nada que ver con su arresto y que eran los cargos para su arresto los que le interesaba conocer. La detective contestó cualquier cosa y se marchó rápidamente de la habitación.

     Roxana empezó a sentir entonces el temor de lo incierto, de no saber en qué terminaría todo, temió por Alberto y por Jaime pues supuso que alguien los esperaría para aprenderlos también cuando volvieran a casa.

     Claudia, por su parte, no paraba de tiritar de puros nervios. No entendía nada y tenía mucho miedo de lo que estos tipos pudieran hacerles. Sin ningún reparo habían irrumpido en su casa por la fuerza y, a pesar de que Karim era egresado de derecho y conocía las leyes, no le habían mostrado las órdenes que había solicitado… ¡podía esperar cualquier cosa de ellos!

     Mientras las horas transcurrían se acercaban diferentes detectives, tanto hombres como mujeres, a hacerles todo tipo de preguntas: indagaban sobre qué relación tenían con «la secta», preguntaban detalles de la convivencia en la casa o por la distribución de las habitaciones.

     Cuando pasaban apenas de las diez de la noche, otro de los miembros de investigaciones, un detective joven, bajito, moreno, medio regordete y con un pelo que parecía un cepillo recortado, entró a la habitación doble donde tenían a las dos mujeres. Se presentó como un curioso, aficionado a todo lo místico y decía querer saber en qué andaban y en qué creían:

     Se los pregunto por curiosidad, es totalmente extraoficial. Ustedes me simpatizan y por eso las quiero ayudar… más tarde les van a tomar declaraciones otros detectives los cuales no van a ser tan agradables como yo.

     El detective las exhortaba para le hablaran un poco sobre su forma de vida y le explicaran en que creían, ya que quería comprender qué y quiénes eran. Se mostraba muy amable y era evidente que quería presentarse como el policía bueno en la historia.

     Les decía también, que en la biblioteca de la casa de calle Guanaco, habían encontrado de todo un poco, literatura Hinduista, la Biblia, libros Evangélicos, libros de los Mormones, de los Budistas… y que él era muy entendido en esas materias, aunque, según les comentó, él prefería a los Rosacruces ya que ellos tenían poderes mentales yotras gracias.

     Se dirigía a ambas mujeres indistintamente preguntándoles e instándolas para que hablaran y a pesar de asegurarles que lo que en realidad él quería era entenderlos un poco más y que era por ello que deseaba que le hablaran sobre sus creencias, las enconaba constantemente con comentarios desagradables como que ustedes no son ni chicha ni limonada, debido a la variedad de libros sobre otras doctrinas.

     Roxana, cansada ya de escucharlo decir sandeces sobre Religión, le citó la frase bíblica probadlo todo y quedaos con lo bueno y le explicó que para ellos no se podía asumir una decisión religiosa sin estudiar antes las otras líneas, que ésa era la razón de la variedad de obras que habían hallado, pero que ellos eran Hinduistas ortodoxos.

     Cuando ella se mostró capaz de discutir sobre diversas creencias, el detective perdió súbitamente el interés en el tema religioso y empezó a interrogarlas —en tono malicioso— sobre un calzón pequeño, de color rojo, que habían encontrado colgado en el patio de la casa. Parecía estar muy interesado por saber a cuál de las dos pertenecía y si les gustaba usar ese tipo de ropa.

     Ambas mujeres, visiblemente indignadas, se negaron a aclarar la pertenencia de la prenda y le reclamaron por lo extraño y desatinado de sus preguntas.

     A mí me agrada la ropa femenina, pero lo de ustedes raya en lo exagerado —les dijo el investigador, esforzándose por mantener su pose en todo momento.

     Roxana volvió a brincar:

     ¿Se supone que estamos aquí por usar ropa íntima atrevida? —Le preguntó a boca de jarro, dejándolo de una pieza.

     El investigador se disculpó mascullando un claro que no y se lanzó al ataque nuevamente acusándolas de tener algún tipo de anormalidad o algo así.

     Esta vez fue Claudia —quien hasta ahora se había permanecido bastante aparte de la conversación— la que lo retó a que le dijera exactamente a qué se refería, le preguntó si él mismo se consideraba normal y empezó a explicarle cómo veían ellos la relación entre hombre y mujer.

     El investigador les habló de su propia madre, les dijo que ella era una mujer sujeta a su marido pero que de ninguna manera iba a tolerar que él la mandara o la tratara como a una esclava y dirigió la conversación a temas relacionados con cadenas, látigos, azotes y cosas por el estilo, para finalmente terminar acusándolas de fomentar la esclavitud femenina.

     Lo que nosotros planteamos es la subordinación y sujeción voluntaria de la mujer al hombre. Sí, en alguna ocasión una mujer con la que conversamos nos dijo que lo nuestro rayaba en esclavitud, pero a mí me da lo mismo como quieran llamarlo ya que yo soy muy feliz con mi estilo fe vida — Roxana terminó diciéndole, a modo de acusación, que en Chile la mujer era demasiado viril porque el hombre no daba la talla para protegerla y que habían demasiados hombres pisados en ese país.

     Conforme la conversación avanzaba y no llegaban a los temas sórdidos que quería escuchar, el detective empezó a impacientarse y a cambiar de actitud, las acusó de tomarle el pelo y se marchó poco después, muy enojado, sin poder mantener por más tiempo su pose bonachona.

     Ellas volvieron a quedarse solas en la habitación doble, vigiladas por la misma mujer detective que, cada vez que podía, insistía con sus compañeros para que la reemplazaran, pues decía que ya había acabado su turno.

     Roxana, con lo desabrigada que se hallaba, sumado a los nervios por toda la situación, sentía un frío terrible y a pesar de que se lo manifestó un par de veces a la detective, las obligaron a permanecer con las ventanas abiertas. Su situación no podía ser peor.



continuará ...




sábado, 23 de noviembre de 2013

021 • Recolectando el botín

 continúa ...


     En la casa de Los Maquis, los perritos, sin comprender lo que ocurría, no habían parado de aullar, ladrar y arañar la puerta durante toda la tarde, pero los investigadores no los dejaban preocuparse por ellos a pesar de que ya se los habían pedido un par de veces.

     Después de mucho rato, las mujeres hicieron un nuevo intento y volvieron a pedirles que, por favor, les dejaran alimentar a los animales, ya que era bastante tarde, no habían comido nada desde el almuerzo y su hora de comer había pasado ya hacía rato, pero una investigadora que tenía el pelo castaño ligeramente ondulado, recogido atrás en una cola de caballo y un aspecto bastante viril, les respondió secamente:

     ¡Qué tanto escándalo con esos perros! ¡¿O es que también lo hacen con ellos?! ¡Seguro que practican el bestialismo!


     ¡Que mentes tan retorcidas! ¡Qué enfermos! Ellas no podían creer que les estuvieran diciendo eso. La brutalidad de la respuesta las dejó mudas y les tomó un rato encontrar nuevamente fuerzas para hablar y explicarle que esos perros eran sumamente mimados, que todo lo que querían era darles un poco de agua, algo comer y sacarlos para que hagan sus necesidades fuera de la casa y que no había nada de malo o sucio en ello, pero la investigadora las ignoró y siguió en lo suyo.

     Eran cerca de las ocho de la noche cuando el sub-prefecto Bravo apareció nuevamente en la habitación de las señoras Badani y volvió a intentar convencerlos para que declaren:

     Ustedes todavía no entienden que lo mejor que pueden hacer es firmar la declaración… les podrían pasar cosas… hasta aquí ustedes han sido muy obstinados en no decirnos dónde es que tienen la evidencia, pero en el cuartel nosotros tenemos técnicas para sacarles la información y si se mantienen sin querer firmar, tendremos que llevarlos y aplicarlas… ustedes son mayores de edad, son adultos y pueden hacer lo que quieran entre ustedes, pero su problema es que obligan a otros…

     ¡¿De qué estaba hablando?! ¿Evidencias? ¡Si no tenían nada que ocultar y ellos mismos ya le habían dado varias vueltas a todo lo que había en la casa! Por otro lado, reconocían que todos eran mayores de edad y tenían derecho a vivir como quisieran, entonces… ¿de qué los querían inculpar si jamás habían obligado a nadie a nada? El sub-prefecto no llegó a usar la palabra «tortura» en su tan elocuente discurso, pero no fue necesario, quedaba perfectamente claro a qué técnicas de obtener información se estaba refiriendo.


     El sub-prefecto Bravo hizo un último intento de presionarlos para que hablaran y les advirtió que si insistían en no firmar las declaraciones, ellos tendrían que llevarse muchas cosas y que más valía que se fueran haciendo a la idea de que varias de ellas se van a perder.

     ¡Qué descaro! ¡¡Que ladrones!! Definitivamente no era que se fueran a «perder», muchas de ellas ya estaban «perdidas» pero ¡en sus bolsillos!

     Dicho esto y al no obtener una respuesta, procedió a indicar que pusieran en cajas todo lo que cuidadosamente habían separado, así como cuanta cosa se le ocurrió, dejando el resto de la casa hecha un verdadero reguero.

     Mercedes tenía su clóset ordenado con cajas forradas con papel de regalo ya que decía que así se veían más bonitas y las chompas se mantenían más ordenadas… pues fueron precisamente esas cajas (pudiendo elegir otras que ya estaban vacías), las que usaron para juntar la evidencia reunida. Las revisaron detalladamente y seleccionaron cuales querían llevarse, tirando desordenadamente su contenido en el suelo. Tenían todo el tiempo del mundo para elegir.

     Como evidencia se llevaron cosas que no podían inculparlos en modo alguno y al final, llenaron 6 cajas grandes de cartón con todos los casetes y CD’s de música —siquiera 600 casetes y más de 100 CD’s— se llevaron también una colección de revistas y cómics, el equipo VHS, todas las películas —la mayor parte de ellas, evidentemente originales— el rebobinador de películas, el televisor, la muñeca Barbie, los muñecos de peluche, un juego de vídeo a pilas con veinte variantes del tetris, los arneses de los perros, la llave de tuercas en cruz y las cadenas para la nieve de la camioneta… la recolección del botín era interminable.

     En una de las muchas cajas que llenaron se veían asomando los cinturones de ellas y un traje confeccionado con monedas antiguas con que Mercedes hacía danza árabe.

     Llevaron también las imágenes de las Deidades de su Religión —imágenes de las cuales se puede encontrar amplia documentación en enciclopedias que hablen sobre las Religiones Hindúes— tirándolas dentro de las cajas sin ninguna consideración ni cuidado, ignorando no solamente el respeto a la libertad religiosa y la libertad de culto, sino además el hecho de que eran tallas de madera muy grandes y valiosas.

     Se llevaron muchas cosas que resultaban irrisorias o meros robos, parecía un saqueo… y en realidad, ¿qué otro nombre se le podía dar desde el instante en que el sub-prefecto Bravo les informó que parte de esa «evidencia» se perdería?

     En ningún momento hicieron una lista, ni detallada ni genérica, de todo lo que llevaban, simplemente iban tirando todo dentro de las cajas y cuando una se les llenaba, cogían la siguiente.

     Mucho rato después de que habían terminado de juntar el botín, trajeron a Ricardo para reunirlo con el resto.

     ¡Este hombre ya me está convenciendo hasta a mí…! —Dijo el prefecto Sotomayor en tono de burla.

     Un periodista de prensa escrita, el último que quedaba ya en la casa, al ver que traían a Ricardo, se acercó a él y le preguntó si tenía algo que decir.

     Esto es un atropello a la libertad individual, a los derechos constitucionales, a los derechos humanos y a la libertad religiosa… —fue lo único que alcanzó a decir antes de que lo obligaran a callar nuevamente.

     Los tres perros, totalmente agotados, llevaban ya buen rato sin ladrar y las mujeres se arriesgaron por cuarta vez a pedirles permiso —casi a rogarles— que les permitieran alimentarlos.

     Esta vez sí se los concedieron, pero con la condición de que los sacaran de la sala-comedor, la única pieza de la casa que les faltaba revisar.

     Elsa y Gaby —que se adelantaron rápidamente sin esperar a que los investigadores se pusieran de acuerdo y decidieran a quién designaban— tuvieron que hacer grandes esfuerzos con los desesperados animales para hacerlos retroceder y sacarlos de uno en uno. Querían sujetarlos bien para no correr el riesgo de que por el susto fueran a escaparse.

     En la cocina había otros tres investigadores, pero sin prestarles ninguna atención, las dos mujeres se dedicaron a calentar la comida y a intentar serenar a los angustiados animales que no dejaban de gemir.

     Taffy (el más pequeño de los tres), lo único que quería era permanecer en brazos de Gaby. Exigía que se le abrazara y se le acariciara y por más que ella intentó una y otra vez llevarle pedacitos de carne a la boca, no quiso recibirlos. El pobre animal no comió nada, estaba muy asustado.

     Elsa aprovechó mientras Gaby tranquilizaba a Taffy y los otros dos perros comían desaforadamente, para ir a la sala y recoger el resto del servicio que había quedado aún sin levantar sobre la mesa del comedor y de pasada sacar de la habitación todo aquello que pudiera lastimar a los perros, ya que antes de partir tendrían que volverlos a encerrar allí.

     Al entrar, se topó con dos investigadores que ya lo revolvían todo en la habitación y que sin prestarle atención alguna continuaron en lo suyo.

     Cuando las dos mujeres quisieron sacar a los perros a hacer sus necesidades, se dieron con la sorpresa de que los tres arneses, que normalmente estaban colgados en un clavo entre la cocina y la puerta falsa, habían desaparecido. No querían soltarlos como de costumbre, ya que por el susto podrían esconderse o demorar en regresar y probablemente no las dejarían ir a buscarlos, pero cuando le preguntaron a uno de los investigadores, este respondió secamente:

     Ya están guardados, van a tener que ingeniárselas con una cuerda o cualquier otra cosa…

     Sin esforzarse por entenderlos ni por preguntar nada más, buscaron y en medio del desorden encontraron un pedazo de soga con el que los sacaron uno por uno.

     Acomodaron un par de frazadas en la sala, llevaron un tazón pequeño con agua y estaban intentando serenarlos un poco más cuando la sub-comisario las interrumpió.

     No hay tiempo para estas tonteras o los encierran de una vez o yo misma echaré a esos animales lejos.

     Las pobres mascotas, que se daban cuenta de que algo estaba pasando, las miraban angustiados, como suplicándoles que no los volvieran a encerrar.

     Mientras los perros desde dentro lloraban y arañaban desesperados para intentar volver a salir, ellas sujetaron la puerta de la sala-comedor firmemente con un poco de cordel resistente que Fanny consiguió, ya que Taffy era todo un experto en abrir puertas.

     A Elsa se le partía el alma de ver la desesperación en sus caras y tuvo que hacer grandes esfuerzos para aguantar las ganas de llorar.

     A Gaby toda esta escena le producía un gran dolor, un dolor que llegaba a sentir incluso en lo físico, la pena que sentía era inmensa. ¡Eran tan dependientes! ¡Qué iba a ser de ellos!

     Mara no quiso ni siquiera ayudar, no quería ni acercarse. No hubiera sido capaz de soportarlo.


continuará ...


jueves, 14 de noviembre de 2013

020 • «La ley» llega a calle Guanaco

continúa ...
 

     Esa mañana Karim, muy contento, había tomado el bus de regreso a Santiago después de pasar una semana en la casa de Los Maquis donde se había recluido para —con la ayuda de las computadoras de Ricardo— avanzar la tesis con la cual se recibiría como abogado. Llegó a la casa de la calle Guanaco llevando consigo el impreso que al día siguiente llevaría al profesor para que lo revise y le haga las acotaciones pertinentes.

     Eran ya aproximadamente las siete de la noche y él y Claudia, se acababan de retirar a su habitación para gozar de un momento de intimidad después de los días de separación cuando, casi inmediatamente, el timbre de la casa empezó a sonar de manera insistente y en medio de los ladridos de la perra, pudo oírse que una mujer afuera gritaba ¡Aló!

     Roxana, después de un agradable baño, acababa de instalarse cómodamente en un rincón de la cocina y tenía sus pies remojando en agua caliente para hacerse una esperada pedicura. Cuando escuchó el timbre sonando incesantemente y los ladridos del animal que no paraban, gritó llamando a Claudia para que bajara a atender, ya que no quería correr el riesgo de un enfriamiento y tampoco perder el agua caliente que en esa temporada del año se helaba en un instante.

     Claudia —pensando que Roxana aún seguía en la ducha— sólo atinó a volver a ponerse la faldita corta y las sandalias que acababa de quitarse, sin pensar en abrigarse más a pesar del frío que hacía, ya que sabía que Karim la seguiría esperando a su regreso. Todo lo rápido que pudo, partió escaleras abajo para averiguar de quién se trataba.

     Una voz desconocida le explicó que le habían tirado la cuenta del teléfono afuera de la casa y, a pesar de que Claudia le pidió que se la pasara por debajo de la puerta, la mujer insistió en que debía salir a recogerla pues tenía algo importante que mostrarle al respecto del mencionado papel.

     Ella le creyó, pensando que se trataba de una de sus vecinas, y cuando estaba entreabriendo la puerta para ver lo que pasaba, más de diez sujetos, revólver en mano, se le abalanzaron botándola de un solo golpe lejos en el suelo.

     Pelusa, la pequeña perrita de apenas un año que habían adoptado, estaba acercándose intrigada al oír el alboroto, cuando uno de los intrusos que se encontraba cerca, le pegó una brutal patada en los pulmones y la echó a la calle dando fuertes y lastimeros alaridos.

     Una mujer levantó a Claudia tirándola violentamente del cabello y sin dejarla decir palabra, la arrastró de aquella brutal manera hasta la sala de la casa, al mismo tiempo que otra mano, que no supo si era de hombre o de mujer, le pegaba puñetazos en diversas partes del cuerpo.

     Mientras, los otros individuos estaban repartiéndose rápidamente por toda la casa. Todo había transcurrido en un segundo.


     Roxana, que no atinaba todavía a moverse, no lograba entender qué pasaba. Podía escuchar a lo lejos una conversación, gritos, la voz de Claudia gimiendo y rogando… Un tanto fastidiada de que la interrumpieran, decidió levantarse para ver qué estaba ocurriendo y ya estaba poniéndose en pie cuando en la puerta de la cocina apareció un gordo grande y barbudo que le bloqueó el paso y se la quedó mirando fijamente.

     Su aspecto era desagradable, su presencia descuidada y tenía la cara llena de granos y huellas de acné. Roxana quedó impactada por lo abultado de su vientre que parecía llevando un embarazo de nueve meses.

     No tenía ningún distintivo visible que lo hiciera aparecer como «la ley» y sin dar ninguna explicación, el gordo le pegó de gritos ordenándole que se vistiera.

     Roxana, aturdida, se miró a sí misma y luego, más desconcertada aún, le respondió que estaba vestida, pero el gordo, ignorándola, le gritó ahora bruscas órdenes para que saliera de la cocina.

     Ella no hizo ningún intento de moverse, en cambio, en un tono bastante más sereno del que ella misma hubiera imaginado, le preguntó quién era él.

     El gordo la miró en forma despectiva y, sin contestar, recorrió el lugar con mirada inquisitiva:

     ¡¿No hay nadie más en la casa?!

     Roxana respondió que no y el hombre volvió a ordenarle que se vistiera.

     Ella no entendía qué estaba sucediendo, no alcanzaba a comprender quién era aquel sujeto y menos aún por qué le decía que se vistiera… tal vez estaba mal vestida ya que no esperaba recibir visitas, pero evidentemente, vestida estaba.

     Volvió a preguntarle al hombre quién era y nuevamente el sujeto ignoró la pregunta y le ordenó que se moviera, que saliera de la cocina, pero Roxana seguía inmutable, decidida a no dar un solo paso mientras no le contestaran la pregunta que seguía formulando una y otra vez.

     El inspector Mario Silva Lazo, dando ya muestras de empezar a impacientarse, le gritó un seco:

     ¡¡¡Anda, camina o yo mismo te voy a hacer andar!!!

     La vista de ella recorrió incrédula a este hombre que le flanqueaba la puerta y observó que empuñaba un arma en una mano y que en la otra tenía algo que parecía ser un radio o un celular.

     Hasta ese instante, Roxana no había reparado en el arma y en que estaba siendo apuntada con ella y esta nueva perspectiva de la situación la disuadió para no discutir más, sacó los pies del agua y aún mojados se calzó los zapatos.

     El inspector Silva la condujo encañonada hacia la sala donde había otros hombres y mujeres detectives revolviéndolo todo.


     Karim, que había permanecido plácidamente recostado totalmente desnudo sobre la cama de su habitación a la espera de que su esposa volviera, cuando empezó a oír mucho barullo, gente que se desplazaba por la casa y pasos apresurados subiendo por la escalera, de un solo movimiento saltó del lecho y cerró la puerta con llave para darse tiempo de ponerse algo de ropa y salir a mirar.

     Segundos después, los detectives que llegaron hasta la puerta del segundo piso y la encontraron ya cerrada, le dieron una patada tan violenta que de un solo golpe hicieron un agujero a la altura de la manija.

     En su apuro, Karim sólo alcanzó a ponerse un polo de manga corta y unos pantalones de buzo que recién se estaba subiendo, cuando tres investigadores, todos ellos hombres, entraron a la habitación y rápidamente lo rodearon encañonándolo.

     El, por sus conocimientos en leyes, pensó que podían ser investigadores, pero no tenía cómo estar seguro ya que en su apariencia no había nada que se lo confirmara. Les preguntó por la orden correspondiente, pero recibió un manotazo en la nuca por toda respuesta.


     Abajo, Roxana continuaba preguntando a qué se debía toda esta situación y qué era lo que estaba pasando, pero los investigadores le contestaban de muy mala manera con gritos y amenazas.

     Sin amilanarse, ella volvió a insistir con la pregunta. En esta ocasión, la mayor parte de los detectives se limitó a ignorarla y tan sólo una investigadora más allá le gritó:

     ¡¡¡Ya se los diremos, ahora más les vale que no nos hagan problemas!!!

     Las mujeres detectives se veían terriblemente masculinas, mal encaradas, vulgares y de un aspecto más temible que los mismos hombres.

     Roxana estaba realmente furiosa, le daba mucha rabia con esta gente, la empujaban, la insultaban y le gritaban sin motivo alguno provocando los problemas que, según le decían, querían evitarle. No le gustó que la trataran así. Ella les dijo que no era necesario el maltrato y les volvió a preguntar quienes eran.

     Un poco más allá estaba Claudia, muy alterada y esforzándose visiblemente en mantener el control, la habían obligado a sentarse en una banca de la sala y entre sollozos le pedía a Roxana que no les dijera nada más ya que eso sólo aumentaría los problemas. La pobre no entendía nada pero la sola visión de las armas, tan cerca de ellas, apuntándoles, la ponía muy nerviosa.


     Aún sin informarle nada, esposaron a Karim con las manos adelante y lo obligaron a bajar al primer piso conducido a empellones, lanzándolo tan violentamente escaleras abajo, que en un momento casi se le caen los pantalones que no había alcanzado a abrochar y que sujetaba a duras penas con ambas manos.

     Cuando Claudia vio la forma en que bajaban a Karim, no pudo contenerse por más tiempo, los nervios la traicionaron y se puso a llorar desconsoladamente. Intentó mascullar un par de preguntas a la investigadora que la encañonaba —sólo quería saber qué estaba sucediendo— pero por toda respuesta recibió una nueva serie de insultos y manotazos que la obligaron desistir de continuar preguntando.

     Karim, dirigiéndose al inspector Silva que parecía el encargado de todo el operativo, le pidió nuevamente que le mostraran la Orden de Allanamiento y la Orden de Arresto, pero el inspector, dándole un fuerte golpe en la nuca a manera de advertencia, le respondió:

     ¡¡Tú mejor te callas!! Sí tenemos orden y ya la verás más adelante, pero ahora no me molestes. ¡Nosotros aquí podemos hacer lo que nos dé la gana!

     Los detectives, indistintamente, respondían a cada pregunta con evasivas o simplemente guardando silencio y limitándose a ignorarlos o en el peor de los casos, con insultos, amenazas y golpes de «advertencia».

     Pese a las reiteradas preguntas y pedidos de explicación, principalmente por parte de Roxana y Karim, en ningún momento se identificaron, no les dieron ninguna información, ni les mostraron orden alguna para todo este atropello. ¿Es que no la tenían? Y, si la tenían, ¿por qué no mostrarla?

     Algún rato después, subieron a Karim en un auto sin identificación y partieron rápidamente sin decirles a dónde se lo llevaban.

     Estaba prácticamente sin ropa, con tan sólo el polo de manga corta y el pantalón en el que había logrado enfundarse —sin alcanzar a ponerse ropa interior— y los detectives no le permitieron colocarse nada más, ni siquiera zapatos o calcetines.

     Por si esto fuera poco, durante todo el tiempo que duró el viaje, los detectives continuaron golpeándolo en la nuca.


     Roxana le preguntó a dos de los investigadores que quedaron en la casa a dónde era que habían llevado a Karim, pero éstos, sin responderle, se miraron y repitieron el nombre. Al parecer, no tenían ni siquiera idea de a quién habían arrestado.

     Cinco minutos después, el inspector Silva ordenó esposar también a las dos mujeres.

     Pero no sólo Karim se encontraba terriblemente desabrigado… Roxana estaba vestida apenas con una falda delgada, un polo de manga corta de algodón —sumamente delgado también— un par de zapatos de taco bajo y ni siquiera llevaba medias. Cuando se dio cuenta que estaban a punto de llevárselas a ellas también, pidió autorización para sacar ropa de más abrigo, pero los detectives se limitaron a mirarla con desprecio y a rechazar su solicitud con un seco NO.

     Claudia, que se hallaba en condiciones similares, al ver la forma en que trataban a Roxana, ni siquiera intentó formular su pedido.

     Sacándolas a empellones, las obligaron a subirse a un segundo auto, que tampoco presentaba ninguna identificación visible y se las llevaron en la misma ignorancia sobre su destino final.

     Sentada en el auto, muda y con la vista fija en el frente, Roxana reflexionaba sobre toda la situación… Hacía unas tres semanas atrás que había empezado a sentirse inquieta. Una extraña sensación de angustia la había invadido, una sensación de que algo se estaba cerniendo sobre ellos presto a asestarles un gran golpe. Ella no acostumbraba sentirse así y no encontraba motivos aparentes para ello, así que se había esforzado en olvidar sus temores y ya se había logrado convencer de que todo era producto de su imaginación… pero desde el momento en que había visto al gordo bloqueándole la puerta de la cocina, esa sensación había vuelto a ella con mucho mayor fuerza que antes, la sensación de que algo terrible iba a pasar. Era extraño, pero al mismo tiempo se sentía tranquila… se alegraba de que ninguna de las personas de Los Maquis hubiera estado de visita allí como solían hacer y sabía que cualquiera que fuera el problema, podían contar incondicionalmente con ellos para que los ayudaran.

     Viajando en aquel auto, con esta gente desconocida y en actitud sumamente agresiva, Claudia lo único que podía hacer era desear, de todo corazón, que cualquiera que fuese el problema, se aclarara lo antes posible.

     Mientras tanto la casa de la calle Guanaco quedó llena de detectives que ahora se movían a sus anchas y sin nadie que controlara lo que hacían.

 

continuará ...