Aclaración: A pesar de lo que pueda haber dicho la Prensa sensacionalista, nuestro reclamo no es “contra Chile” sino, específicamente contra los malos funcionarios de una mala administración, quienes quebraron no sólo múltiples puntos de la Declaración De Derechos Humanos, sino hasta las mismas Leyes y Constitución del Estado Chileno.

viernes, 27 de junio de 2014

092 • Grasa y Engrudo para el Almuerzo

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     Ahora, sin relojes, fueron perdiendo también la noción del tiempo. Calcularon que serían las tres de la tarde cuando les trajeron el almuerzo, el cual consistía de una olla mucho más tiznada que la anterior —si es que esto realmente era posible— y llena de grasa hasta en la base, con dos platos de plástico que ya venían manchados con restos de comida, como si alguien los hubiera usado antes sin lavarlos, pero no trajeron ningún tipo de cubierto.

     El guardia dejó el almuerzo en La Patilla y se marchó.

     Ellas se acercaron a mirar la olla con desconfianza. Era un arroz hecho masa, mezclado con unas rodajas de zanahoria y una grasa rojiza que estaba por todos lados.

     La apariencia de aquella comida hizo que evocaran las imágenes de la carbonada que le preparaban diariamente de comer a sus perritos: definitivamente era mucho más apetecible que eso.

     El arroz tenía un aspecto tan desagradable que su sola visión ya le producía malestar a Gaby, la cual no quiso ni siquiera volver a intentar tomar el té turbio que aún quedaba del desayuno y sin probar bocado, regresó a sentarse en la banca, lo más lejos posible de aquella comida.



     Fanny fue la única que, dominada por el terrible hambre que sentía a estas alturas y venciendo el asco que la apariencia de aquella bazofia le producía, se sirvió, a como pudo, un plato de aquel arroz.

     Ahora, todas ellas tenían la certeza de que la siguiente comida, no sería mejor que ésta.

     Mucho rato después volvió el guardia para llevarse un poco del almuerzo que aún les quedara para las otras personas detenidas y ellas aprovecharon en insistir para que, por favor, se lo llevara todo.

     Cuando el carcelero vio que la olla de arroz seguía prácticamente intacta, la mortadela y el pan del desayuno casi no habían sido tocados y del té aún quedaba más de la mitad de la olla, no les quiso hacer caso. Usó los dos únicos platos (…sucios) para llenar de arroz el uno con ayuda del otro y luego proceder a llenar el segundo empujándolo contra los extremos de la olla, cogió un par de panes, algo de la mortadela y apilando cosa sobre cosa y un plato sobre otro, les dejó el resto del mejunje muy a pesar de ellas.

     Uno de los platos con esta asquerosa comida llegó hasta Jaime y él, después de muchas dudas, se animó a comer un poco ya que a esas alturas sentía muchísima hambre, pero a pesar de hallarse famélico, le fue imposible terminar el repugnante alimento.

     Mientras las horas pasaban lentamente, intentaron dormir un poco, aunque era realmente difícil entre el frío, las duras bancas y las constantes interrupciones de los guardias.


continuará ...

miércoles, 25 de junio de 2014

091 • En Boca de Todo Chile

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     Cuando sería aproximadamente la una y treinta de la tarde, trajeron a otro detenido, uno de esos ladrones que vestidos con chaqueta y corbata van a robar a las tiendas importantes.

     Este individuo fue puesto en la misma celda que Jaime que hasta aquí se encontraba sólo y, cuando se enteró quienes eran ellos, empezó a gritarle a Margarita, su compañera de hazañas, que se encontraba en las celdas de enfrente:

     — ¡Sí, son los Gurús, son los Gurús, son los que salen en el diario, mira, sí, ellas son sus esclavas! —Le gritaba a todo pulmón.

     Al parecer, la propaganda había pegado bastante fuerte y eso que tan sólo había pasado una noche... Y no era para menos, ya que estaban en la portada de casi todos los diarios, sobre todo los más escandalosos y las fotos de ellos —tanto fotos íntimas de varias de las mujeres totalmente desnudas, como las que les habían tomado los periodistas haciendo el recorrido por el terreno de Los Maquis— aparecían en todos y cada uno de los periódicos, pero la que más destacaba, era la foto del dormitorio de Ricardo con los múltiples elementos de tortura donde no sólo aparecían mezclados los elementos para ilustrar «La Historia de O» —que coincidían a la perfección con la imagen de sádicos que les querían dar— sino que también habían varias cosas totalmente desconocidas para ellos, incluso un par de esposas que algún investigador maliciosamente había dejado allí.

     Estaban en la boca de todo Chile y, pronto, del resto del mundo.

     En las fotos destacaban varios vídeos pornográficos con carátulas fotocopiadas en blanco y negro, junto con una talla de madera del Señor Gan’esha de unos 60 cms. de alto a cuyos pies habían acomodado velas fálicas —del mismo estilo de las que le habían puesto antes a la gruta, con una imagen más pequeña de la misma Deidad, que había a la entrada del terreno— había cinturones, un traje de danza árabe hecho con flecos, adornos de ropa, cadenas y hasta un soporte para conos de hilo, que tal vez por su forma, habían puesto para escandalizar más a los poco conocedores.

     En primera plana se los sindicaban como una secta sádica que mantenía un templo de orgías, torturas y violaciones y si bien los diarios afirmaban que la diligencia está aún en pañales y que la pequeña casita de campo contaba con todo tipo de electrodomésticos limpios y ordenados, una completísima biblioteca con libros científicos, enciclopedias, novelas y textos de filosofía y religión, una abundante colección de compact disk, un moderno computador, en general, todo de aspecto normal, terminaban detallando los múltiples elementos pornográficos y de tortura y placer encontrados… ¡en la habitación de Ricardo!, la que los policías habían decorado tan cuidadosamente, aunque terminaban reconociendo que los detectives habían percibido un claro ambiente de secta religiosa de inspiración oriental y que aunque parezca increíble para nuestra cultura, el fundamento filosófico de este sujeto es profundamente religioso.

     En todos los diarios, sin excepción, aparecía la «docta» descripción que el sub-prefecto Bravo había dado del Señor Gan’esha, vinculándolo con prácticas sexuales.

     También afirmaban que Ricardo era el fundador del Movimiento por los Derechos del Hombre y que repartía folletos pornográficos o de aspecto inocentón para que cayeran en sus redes mujeres con trancas o problemas psicológicos, con la intención de convertirlas en sus esclavas para los rituales sexuales y sadomasoquistas, y terminaban mezclándolo con cuanta aberración querían achacarle.

     Si bien aseveraban que todas las mujeres están allí por su propia voluntad y de ninguna manera secuestradas o cosa que se le asemeje, ya que así lo habían declarado ellas mismas y que eran todas mayores de edad, aseguraban que la policía sabe que el sujeto les hace un lavado de cerebro a quienes caen en sus redes, afirmaban también que eran muchas las mujeres y de diferentes niveles sociales, las que habían caído en esta trampa y no terminaban de ponerse de acuerdo si eran dos o una o varias las denunciantes que afirmaban que Ricardo las había secuestrado y forzado sexualmente.

     Aún cuando Policía de Investigaciones realmente creyera que ellos eran culpables, todo el asunto estaba siendo tratado con muy poca seriedad y se estaba dando un mal uso a los objetos incautados, ya que fotos privadas —que eran material para la investigación de «La Historia de O»— habían sido entregadas a la prensa y ahora aparecían publicadas, ayudando a crear la imagen de pervertidos que querían que el público tuviera de ellos.

     Aunque, en realidad, no debía extrañarles todo este procedimiento, ya que al parecer estos operativos acompañados de la prensa y exhibiendo públicamente a los detenidos y sus domicilios en el mejor estilo de las series policíacas norteamericanas —que son elaboradas en base a casos cerrados, para evitar cometer injusticias y cambiando los nombres reales de los protagonistas, para permitir a los delincuentes su rehabilitación y reinserción en la sociedad— eran el último estilo de Policía de Investigaciones para ganar «publicidad positiva» ya que últimamente acostumbraban ir a la escena del delito siempre acompañados de la prensa carroñera, que bien dispuesta, los seguían sin cuestionar jamás lo que veían con tal de que apareciera bien ante el público y las ventas aumentaran.

     No sólo informaban deliberadamente a los medios de prensa, sino que los invitaban con anticipación, acomodaban las evidencias y en muchos casos repetían el operativo para que pudiera ser bien captado. Además se le brindaba todas las facilidades a los medios, permitiéndoles ingresar al lugar, grabar y fotografiar lo que quisieran, acceder a fotos y documentos privados: un verdadero festín para los periodistas, los cuales colaboraban haciendo parecer todo como casual.

     Ya se habían dado varios casos en que después de todo un espectacular arresto con pruebas evidentes —según los policías— los inculpados habían sido liberados porque no había ningún mérito para que fueran procesados e incluso se habían recibido denuncias acusando a los policías de colocar elementos que no correspondían y sustraer otros que podían quitarle espectacularidad al arresto.

     Los policías se defendían asegurando que estos operativos eran de mucha utilidad, ya que favorecían las denuncias de las víctimas y sobre todo porque combatían la sensación de impunidad de los delincuentes, sirviéndoles de escarmiento, es decir, una forma de hacer justicia por sus propias manos.

     Las leyes estaban: el código penal chileno prohibía a los policías informar sobre el resultado de sus diligencias, exhibir a los detenidos u opinar sobre la situación judicial, incluso habían sanciones contempladas para quienes faltaban a la ley… pero esto no servía de nada, ya que llevaban mucho tiempo con este sistema sin que para ellos las leyes se aplicaran.

     Las autoridades también lo sabían, pero nadie parecía notarlo y no había quién se quejara a no ser que el asunto los tocara bien de cerca, como ocurrió con un carabinero al que detuvieron con el mismo estilo teatral y recién allí esa institución alzó la voz para decir que toda persona, aún siendo criminal, tenía derecho a su privacidad y al buen nombre hasta que se probara su culpabilidad y que los montajes televisivos de Policía de Investigaciones no estaban bien… pero bueno, eso lo dijeron por tratarse de un carabinero y no de personas comunes y corrientes, ya que los montajes los continuaron haciendo y nadie manifestó el interés de velar por el derecho de las personas sencillas.

     Policía de investigaciones los había exhibido exitosamente a la opinión pública como una secta sadomasoquista —lo cual, definitivamente no eran— y como violadores de menores —los cuales ni siquiera eran aceptados en la Religión— y ellos estaban allí, sin poder decir ni una palabra en su descargo.

continuará ...

lunes, 23 de junio de 2014

090 • ¿Calabozo de Lujo?

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     La última celda del sector de los hombres, a donde llevaron a Ricardo y a karim, era lo que los guardias considerarían un «calabozo de lujo»: con un portón sólido igual al que bloqueaba la entrada de las celdas de las mujeres, tenía el doble de área de una celda normal, repartida en dos diminutos ambientes y un minúsculo baño.

     El primer ambiente era una sala de estar con dos sofás pequeños y una mesita. El segundo, que era aún más pequeño que el primero, tenía espacio solamente para un angosto pasillo que permitía el acceso a una cama camarote con colchones delgados de espuma, sábanas viejas y una manta gastada y de último aspecto.

     Finalmente, anexado al dormitorio, estaba el diminuto baño en donde el arquitecto había hecho verdaderos milagros para poner en él un wáter closet, un lavamanos y una ducha de agua fría, todo en cemento sin pulir y con una rejilla de madera en el centro de la ducha que en teoría servía para defenderse de los hongos del piso. Todo el lugar estaba cubierto por una gruesa capa de polvo.

     Tal como habían quedado con los guardias, cuando venía un investigador a verlos, salía sólo uno de ellos y el otro se quedaba en el dormitorio.

     Ahora que estaban juntos, Ricardo le explicó a Karim sobre la importancia del auto control, le dio técnicas para relajarse, para desconectarse y soportar las presiones o el dolor físico y para poder vivir sin sueño, es decir, todas las técnicas necesarias para poder sobrellevar adecuadamente lo que les estaba tocando vivir.

     También aprovecharon el tiempo analizando las posibles alternativas legales y las acciones a seguir en cada una de ellas.

     El paso de las horas era amenizado con la instrucción que Ricardo le continuaba dando a Karim, como si se encontraran en uno de sus habituales encuentros en la tranquila casita de Los Maquis.


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sábado, 21 de junio de 2014

089 • Todos en las Celdas


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     Después de que Roxana fue despojada de sus efectos personales la llevaron hasta una celda del primer piso donde la encerraron sola. El calabozo era sumamente oscuro y hediondo, al igual que todos los demás. Sentía todo tan extraño… anhelaba de todo corazón poder ver a alguien conocido.

     A Claudia, en cambio, la mantuvieron esperando en la recepción. No mucho rato después, llegó Carlos. No podían hablar y tenían que limitarse a mirarse. Ella seguía llorando en silencio y Carlos intentaba consolarla haciéndole gestos de arriba el ánimo. Un guardia vino después por ella y se la llevó hasta el pasillo que conducía a las celdas, donde la retuvo un rato aguardando de pie al lado del escritorio.

     Por primera vez desde que habían sido detenidos el día anterior, Claudia pudo ver a Karim -su esposo- que estaba encerrado en uno de los primeros calabozos del lado derecho. Ambos se pusieron tan contentos por el encuentro que intentaron intercambiar algunas palabras de mutua preocupación, pero el guardia intervino rápidamente recordándoles que tenían prohibido hablar.

     Claudia, a pesar de todo, le tiró un beso volado, lo cual desencadenó la furia del guardia que la castigó llevándola a una celda en el pabellón de las mujeres donde la mantuvieron sola toda la tarde.

     A Alberto, que fue el último en llegar, lo dejaron solo en una celda del fondo en el pabellón de las mujeres. El hedor que salía del «inodoro» era tan potente que lo podía sentir desde su ubicación: lo más alejado posible de aquel repugnante lugar. Las ventanas de esta celda no tenían vidrios y entraba por ellas un viento frío que no sólo no ventilaba el lugar, sino que más a más lo tenían medio congelado a pesar de que traía puesta una casaca que lo abrigaba un poco (la cual, con el paso de los días llegaría a convertirse en su segunda piel, ya que no pudo cambiársela y con el frío que sentía ni siquiera hizo intentos de quitársela). Aproximadamente una hora después, vinieron por él y lo pusieron solo en una celda en el pabellón de los hombres, la que, afortunadamente, sí tenía vidrios en las ventanas.

     Tenían a todos los hombres en celdas distintas: hacia el inicio del pasillo estaba la celda de Karim, un poco más allá estaba la de Jaime, luego la de Alberto, la celda de Carlos y por último, al final del pasillo, estaba la celda de Ricardo.

     A Karim le había tocado compartir la celda con otro preso y, en un intento de ver si lograba que los guardias lo cambiaran junto a cualquiera de sus amigos, aprovechó un momento en que su compañero le ofreció un trozo de pan y sin preocuparse por averiguar si sus intenciones eran desinteresadas o si estaba haciéndole algún tipo de avance, empezó a gritarle a todo pulmón que no se atreviera a acercársele.

     El hombre lo miró con desconcierto, se encogió de hombros y se acurrucó en un rincón de la celda con cara de susto cuando los gritos de Karim aún continuaban.

     En otro momento de la mañana, en que su compañero de celda volvió a intentar hacerle conversación diciéndole algo absolutamente ininteligible al respecto de que la noche es joven, Karim aprovechó nuevamente de gritarle al hombre que no se metiera con él y reclamando que lo habían puesto con un homosexual, empezó a pedir a gritos a través de las rejas que lo cambiaran de celda. Esta vez sí que armó mucho alboroto.

     Pasado el mediodía, el oficial de guardia lo hizo llevar a la recepción y le entregó de regreso su billetera, la cual había quedado retenida en las oficinas de la brigada supuestamente para que los detectives examinaran su contenido, pero en realidad éstos habían aprovechado para llevarla a la casa de calle Guanaco para que los periodistas pudieran publicar su carné del Movimiento por los Derechos del Hombre y su carné de estudiante de derecho de la universidad Las Condes, con todos sus datos personales.

     El guardia le insistió en que verificara si el contenido estaba intacto y luego le ofreció, intentando sonar desinteresado, que si quería estar en una mejor celda, mucho más cómoda, que incluso tenía una cama camarote, eso tan sólo le iba a costar doce mil pesos la noche. Evidentemente los guardias ya habían revisado su billetera y sabían que Karim tenía una buena suma de dinero en ella.

     Karim, sin pestañear por el monto, les aceptó el ofrecimiento, pero jugando el mismo juego de mostrar poco interés que los guardias habían iniciado, les dijo que no quería ir sólo, que Badani era un hombre mayor, que podía enfermarse y que quería que le dieran a él la otra cama.

     ¡No, con Badani no te podemos poner! Si quieres te ponemos con Pérez —objetaron rápidamente los guardias.

     No, con Pérez no. ¡Con Badani o nada! —Se plantó Karim.

     Después de unos tira y afloja, más económicos que otra cosa, los guardias aceptaron ponerlos juntos pero exhortándolo a que guardaran el secreto ya que se suponía que estaban incomunicados y sobre todo el Guru.

     ¡Por fin lo había logrado! Podría reunirse con Ricardo.



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lunes, 16 de junio de 2014

088 • Para Que Se Vea Mejor…

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     Después de los hombres sacaron a Claudia de la casa. Ella, al ver todo este circo romano, trató de taparse la cara con la camisa de franela —que había logrado coger de en medio del gran desorden y ponérsela sobre el polito de algodón de manga corta que no había logrado abrigarla nada durante toda la noche— y caminó rápidamente hasta el auto, sujeta a duras penas por un detective que intentaba frenarla para que pudieran filmarlos a ellos también.

     Roxana fue la última en salir y caminó muy erguida marcando la ruta unos pasos por delante del policía. Caminaba sin prisas y ni siquiera intentó cubrirse el rostro, quería de alguna forma estar con Alberto, que vieran que no estaba solo y que ella no se avergonzaba de él ya que ellos no tenían nada de qué avergonzarse.

     Los detectives, muy seguros a estas alturas por cómo se estaba desenvolviendo toda la situación, violaban el derecho a reserva que hay en todo caso que aún se está investigando hasta el momento en que las personas sean declaradas culpables y los exponían de esta manera al escarnio público. No les preocupaba las consecuencias, porque evidentemente daban por sentado que al final serían declarados culpables o, al menos, ellos tendrían cómo quedar impunes.

     Fueron subidos a los mismos autos en que habían sido traídos, en medio del acoso de los periodistas que seguían apuntando con sus aparatos a través de las ventanas y los investigadores, no satisfechos aún, bajaron los vidrios para que pudieran lograr mejores tomas. El despliegue de periodistas, luces y de cámaras era imponente.

     Cuando ya iban a partir, un reportero se acercó al inspector Silva para terminar de coordinar las cosas.

     — Oye, pero ándate tocando la sirena para que salga mejor…

     El inspector, después de darle toda la razón, ordenó regresar al cuartel central y los autos, encendiendo balizas y sirenas, partieron —como en la gran escena de una película policial— a toda velocidad por las calles de Santiago.

     El sub-prefecto Bravo se quedó feliz, pavoneándose nuevamente ante los micrófonos.

     — ...Está bien montada esta organización. Pensamos que deben tener apoyo del extranjero, estamos investigando todavía, pero yo pienso que puede haber más.

     — En este tipo de denuncias hay una presión, una amenaza constante hacia las víctimas, así estaba ocurriendo, ellos llamaban y presionaban, intimidaban a la víctima a objeto de que si efectuaban la denuncia, que se atuvieran a las consecuencias —agregó el prefecto Sotomayor, afirmando también que gracias a la amplia difusión que los medios de prensa le habían dado a este caso, ya se habían acercado otras dos mujeres a denunciar que también habían sido secuestradas y ultrajadas.


     Claudia, no pudiendo soportarlo más, increpó ferozmente a los investigadores que las conducían:

     — ¡¿Por qué han hecho esto?! ¡¡¿Con qué derecho arruinan así la vida de la gente?!! ¡Dañan nuestra imagen con sus mentiras! ¿Es que no les da vergüenza? ¿No les importa nada? —Ella no pudo contener por más tiempo las lágrimas de impotencia. No terminaba de creer lo que les estaba sucediendo.

     Roxana intervino para serenarla y le dijo que se olvidara de aquella gente, que les dejara, que ya verían más adelante cuando las Deidades les tomaran cuentas por sus actos, lo cuál, más tarde o más temprano, siempre ocurría.

     Esta es la realidad de las cosas, pensaba Claudia, la justicia humana en la cual siempre había confiado, no existía, tal vez en el fondo siempre lo había sabido, probablemente todo el mundo lo sabía, en teoría y muy en el fondo… siempre nos mostramos incrédulos ante este tipo de situaciones, tenemos ese sentimiento de que a nosotros jamás nos va a pasar algo así, que no puede llegar a tanto la maldad y la ilegalidad, pero ahora, en medio de todas estas infamias, la realidad se le hacía sumamente dura e insoportable.


     Al regreso, las mujeres fueron llevadas directamente a los calabozos de investigaciones mientras que a los hombres los llevaron a las oficinas de la brigada, donde los repartieron en distintas oficinas.

     A Alberto, por alguna extraña muestra de amabilidad, le sirvieron te y pan con jamón de desayuno, pero parecieron olvidarse completamente que Carlos estaba igual de hambriento y con frío.

     Poco rato después vinieron por Carlos y lo llevaron finalmente al cuartel central de investigaciones y luego hicieron lo mismo con Alberto.

     Mientras tanto, en la casa de calle Guanaco, los periodistas continuaban fascinados con su reportaje, se paseaban por todas partes filmando y fotografiando el montaje, abrían billeteras y mostraban en cámara los documentos de identidad, daban nombres y apellidos sin miramientos y si bien reconocían ante los micrófonos que todo lo hallado es similar a lo encontrado en Los Maquis, ninguno cuestionaba la sospechosa duplicidad en las evidencias.


continuará ...

sábado, 14 de junio de 2014

087 • ¿Un Estado de Derechos...?


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     Primero hicieron bajar a Alberto del segundo piso y lo llevaron en la forma más aparatosa que pudieron encontrar: esposado cual criminal peligroso y sin permitirle taparse el rostro ante las cámaras, con un investigador que lo sujetaba fuertemente del brazo. A la pasada, lo único que atinó a decirles a los periodistas fue:

     — Apúrense en entrar o se van a perder el gran show que ha montado la Policía de Investigaciones.

     Roxana, parada aún a la entrada de la casa, sentía un inmenso dolor al ver a su esposo tratado de aquella vil manera: un buen hombre expuesto a ese escarnio sin razón… ¡Quería llorar, quería gritar!… pero no podía, sabía que no serviría de nada. Le dolía tanto verlo así, le dolía terriblemente.

     Hasta el auto al que condujeron a Alberto lo siguieron los periodistas y casi le tocaban la cara con los micrófonos esperando alguna declaración de él.

     — Sin comentarios, por favor, ya no importa lo que diga, porque con el plantado de evidencia, da lo mismo lo que diga.

     Carlos fue el siguiente al que hicieron salir y en la misma forma escandalosa. La gente de la prensa se acercó con cámaras, flashes, radios, grabadoras… de todo para interrogarlo, y esta vez, esposado y con las manos firmemente sujetas por los detectives, le fue imposible cubrirse la cara como lo había hecho el día anterior en la casa de Los Maquis.

     Había un gran tumulto de gente a su alrededor y le hacían todo tipo de preguntas, incluso uno de los reporteros le preguntó si era chileno y si hablaba español… pero él no respondió, simplemente los miraba, no podía creer todo lo que estaba pasando.

     Todo ese montaje no solamente era por demás ridículo y fuera de toda razón, sino que era evidente que era totalmente falso, no sólo porque todos ellos ya habían sido arrestados el día anterior, sino porque además a él lo habían arrestado en la casa de Los Maquis y muchos de los periodistas que ahora le tomaban fotos lo habían intentado ya el día anterior, aunque en casi todas las oportunidades Carlos había sido más rápido que ellos al taparse la cara. Pero ahora, totalmente involucrados en este nuevo espectáculo, ninguno de los reporteros parecía recordarlo y, finalmente, Carlos apareció en todos los medios siendo arrestado en dos oportunidades y en dos casas distintas. ¿Se daría cuenta la gente? ¿Les importaría?

     Casi no se podía caminar por esta jauría humana que los rodeaba y los investigadores, fascinados, los obligaban de rato en rato a detenerse a pedido de los periodistas para que les pudieran sacar fotos desde distintos ángulos, mientras el sub-prefecto Bravo, micrófono en mano, se pavoneaba ante la prensa haciendo declaraciones donde los condenaba por los delitos que se le ocurrían.

     Ver cómo Policía de Investigaciones se convertía en su juez, jurado y verdugo, señalando los delitos y sindicándolos como culpables, pasando por encima del poder judicial mucho antes de siquiera haber declarado ante el juzgado y ver cómo todo giraba en torno a un espectáculo montado para la prensa sin que una persona tenga ni siquiera el más mínimo derecho a la honra y al buen nombre… Carlos no podía estar más impactado con toda esta situación. Había presenciado la parodia del día anterior en Los Maquis. La noche anterior había comprobado en carne propia que en Chile se torturaba a la gente y no en épocas pasadas del gobierno militar, sino en la actualidad, en estos nuevos tiempos, a pesar de que su propio presidente en sus giras afirmaba lo contrario y que su propio Gobierno había ratificado la Convención Americana de los Derechos Humanos… simplemente no había ningún respeto a los derechos humanos. Todavía a esas alturas no sabía por qué era que estaba allí… La única conclusión, la triste conclusión a la que llegaba y por propia constatación, era que en Chile, el Estado de derecho, simplemente no existía.


continuará ...

jueves, 12 de junio de 2014

086 • El Gran Montaje

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     A los pocos minutos se llenó de gente las afueras de la casa de calle Guanaco: eran los periodistas que venían a ver el nuevo espectáculo montado por la Policía de Investigaciones, que quería volver a lucirse y aparecer nuevamente en todos los titulares con un segundo operativo espectacular y dado que este arresto había pasado desapercibido el día anterior, estaban haciendo todo el montaje para que la prensa pudiera filmarlo.

     Alberto y Carlos fueron repartidos en distintas habitaciones del segundo piso con las mismas cortantes indicaciones de no moverse.

     El dormitorio del fondo, el de Alberto, estaba todo revuelto. Habían amontonado la ropa de cama a un costado y le habían colocado encima dos vídeos porno con carátulas fotocopiadas en blanco y negro que él jamás había visto. ¡Qué ridículo!, pensó inmediatamente él, si en la casa no tenemos ni siquiera televisor, mucho menos VHS.

     En el cuarto de Jaime, que quedaba subiendo las escaleras a la mano derecha, habían puesto cadenas de varios tamaños enganchadas con un candado a la cabecera de la cama a manera de decoración, además de revistas porno, cinturones de ropa e incluso un juego de esposas. Los detectives estaban tan seguros de su impunidad que ni siquiera repararon en que el día anterior ellos mismos habían tomado las fotos de aquella habitación en particular y de la casa en general, sin ningún tipo de «decoración adicional» y que las mismas estaban siendo anexadas al legajo que le entregarían al juez.

     En el dormitorio de Karim, que quedaba frente al de Jaime, Alberto pudo ver que en un rincón de la habitación habían tirado descuidadamente los tirantes que Karim le había regalado a Ricardo y que eran los mismos que uno de los investigadores luciera con orgullo el día anterior. También en ese dormitorio habían acomodado la escena con todo cuidado colocando cadenas sobre la cama y él pudo ver con sus propios ojos, cómo un detective terminaba de preparar minuciosa y muy maliciosamente la ambientación, abriendo una revista en una foto de sexo explícito y poniéndola bien visible sobre un estante.

     Los detectives se preocuparon de preparar cuidadosamente las habitaciones. La decoración era minuciosamente seleccionada y todo era ordenado para darle una connotación sexual o sadomasoquista. La sala de exhibición estaba lista con este nuevo montaje en que iban a hacer creer al público que justo en esos momentos los habían sorprendido y los estaban deteniendo.

     Alberto notó que los detectives eran liderados ahora por un hombre mayor, algo canoso, de tez morena, de modales bruscos y con expresión de estar siempre enojado: el sub-prefecto Miguel Bravo en persona, que como siempre, había llegado casi al mismo tiempo que los periodistas y ya preparado con varios micrófonos a su alrededor, se disponía a lucirse ante las cámaras de televisión.



     Los reporteros, que eran los principales invitados a esta función, se pusieron de acuerdo con los investigadores sobre cómo deseaban filmar el arresto. Luego, el inspector Silva, que era el encargado del operativo, le decía a cada detective con quién tenía que salir y en qué orden.

     Carlos tenía la sensación de estar presenciando los preparativos finales para la escena de una película, con los detectives como los actores que felices iban discutiendo los detalles del acto a representar.

     Habían montado todo para poder lucirse y no cabían de felicidad porque iban a aparecer en la tele, era todo un acontecimiento para ellos, que aseados y bien peinados, se habían puesto las chaquetas oficiales y llevaban bien visibles sus placas de identificación.

     Cuando habían pasado unos quince a veinte minutos desde que llegaron —y sin permitirles ni siquiera cambiarse de ropa, como tan engañosamente les habían ofrecido— el inspector Silva ordenó que los llevaran de vuelta a la brigada.

     La prensa salió de la casa para filmar la partida y una nube de periodistas con fotógrafos y camarógrafos se dispuso a esperar el gran momento.



continuará ...

martes, 3 de junio de 2014

085 • Montando la Escena

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     Durante todo el trayecto, los investigadores —tanto los de los tres autos, como los que ya estaban esperándolos en la casa de calle Guanaco— iban coordinándose a través de sus radios —principalmente con el inspector Silva— y Claudia y Roxana, sin prestar ninguna atención a lo que decían, viajaban ajenas a toda la situación mirando las calles a través de las ventanas, sin darse cuenta de lo que se estaba gestando.

     Alberto, que al principio tampoco les prestó mucha atención, empezó preocuparse cuando, atando cabos por lo que decían los detectives, comenzó a sospechar el verdadero propósito de tanta amabilidad. Las coordinaciones continuaban:

     — Aún no han llegado, así es que demórate un poco más…

     El chofer del auto en el que iba Alberto se desvió por varias calles para hacer un rodeo de casi diez minutos.

     Cuando el auto que llevaba a las mujeres, que iba primero de todos, ya estaba a tres cuadras de su destino, pudieron ver un montón de personas agrupadas en las afueras de otra casa. El investigador que iba de copiloto se agitó y empezó a hablar despreocupadamente en voz alta:

     — ¡Estos huevones se han equivocado de casa! ¡¡Cómo se les ocurre!!

     El investigador, sumamente excitado por los acontecimientos, lanzaba todo tipo de palabrotas, algunas totalmente ininteligibles para ellas, pero otras tan evidentes, que violentamente se vieron enfrentadas con la realidad. Claudia y Roxana se miraron. En ese momento —demasiado tarde ya— recién se dieron cuenta de que los habían engañado nuevamente.

     El auto con las dos mujeres fue el primero en llegar. En la puerta de la casa había mucha agitación por parte de los investigadores que ya los esperaban ansiosos afuera y miraban inquietos a ambos lados de la calle, evidentemente esperando a alguien más… además de a ellos, por supuesto.

     Las llevaron hasta adentro, las situaron en distintos lugares del primer piso y les ordenaron no moverse. Ellas miraron incrédulas su hogar, todo estaba tirado por la casa como si un huracán hubiese arrasado con ella.

     Poco rato después llegó el auto que traía a Carlos. Por último llegó el auto en el que venía Alberto e inmediatamente hicieron entrar a ambos hombres también.

     Los investigadores se movían muy rápido por todos lados, como si estuvieran atrasados. Alberto se quedó estático mirándolo todo, el lugar le resultaba totalmente ajeno, no podía reconocer su propia casa tal cómo los investigadores la iban dejando a su paso:

     Cajas de vídeos porno, revistas eróticas, cadenas, látigos, objetos de cuero y una serie de cosas totalmente desconocidas y ajenas a ellos —todas de corte sexual— eran traídas y repartidas por todo el perímetro, ubicadas como para una exposición —tal como habían hecho el día anterior en la casa de Los Maquis— en lugares muy visibles, como si todo hubiese sido encontrado allí y, lo peor, era que se trataba de ¡las mismas cosas que Carlos les había visto elegir con tanto cuidado en la brigada!

     Al parecer, como los detectives no habían encontrado aquí suficientes cosas que les pudieran servir para hacer parecer también esta casa como un antro de tortura sadomasoquista y de todo tipo de aberraciones sexuales, habían optado por traer los mismos objetos que el día anterior exhibieron con tanto éxito en Los Maquis: algunos facilitados diligentemente por ellos mismos y otros, los elementos para ilustrar «La Historia de O», que convenientemente habían encontrado allá. Preparaban la ambientación delante de ellos, sin ningún reparo ni vergüenza.

     Claudia empezó a sentir una rabia terrible mezclada con una gran impotencia al darse cuenta que no podía hacer nada para evitar esta farsa.


continuará ...