... continúa
A las once de la mañana vino un
investigador por Carlos y lo llevó a la oficina de la sub-comisario Cristina
Rojo en la brigada de investigaciones, donde su mamá se encontraba desde hacía
buen rato, intentando justificarlo ante la desagradable mujer.
La sub-comisario pidió que le
trajeran un café con un sándwich y con una sonrisa en los labios, se los brindó
a Carlos —a quien no le habían ofrecido nada de comer en todos estos días— pero
él, a pesar de sentir muchísima hambre, los rechazó y le explicó que estaba en
ayuno junto con todo el grupo y que no depondrían su actitud hasta que la
sub-comisario Cecilia Correa hablara en persona con Ricardo.
Carlos, si bien no había logrado
enterarse de los motivos por los cuales se había iniciado aquella medida, sí
había decidido solidarizarse con la causa hasta las últimas consecuencias si era
necesario, ya que estaba seguro que era por alguna razón por demás justificada.
La sub-comisario Rojo,
demostrando preocupación, llamó prestamente a la sub-comisario Correa quien se
comprometió a ocuparse inmediatamente del asunto.
Luego, la sub-comisario Rojo se
disculpó aduciendo que tenía una reunión importante y que volvería después para
interrogarlo y sin decir más, partió rápidamente dejando a Carlos y a su madre en su oficina, al
cuidado de dos detectives.
Carlos aprovechó de intentar
tranquilizar a su mamá explicándole que se habían cometido muchas
irregularidades con ellos, hasta el punto que él aún no conocía las causas de
su detención, ni los cargos de los cuales se le acusaba o, peor aún, si acaso
se le acusaba de algo.
No quiso entrar mucho en los
detalles de los malos tratos que él mismo había recibido para no asustarla más
de lo que ya estaba e intentó convencerla de que no tenía nada de qué
preocuparse ya que no eran culpables de nada, pero la señora, que estaba con
los nervios bastante alterados y muy influenciada por los detectives, sin
querer escuchar sus argumentos, no dejaba de atacar a Ricardo por considerarlo
el culpable de las desgracias de su hijo.
Después de un rato, doña Eli, que
no hallaba qué hacer por Carlos, fue a comprarle algunas cosas de comer y se
las dejó, con la promesa de que contrataría inmediatamente un abogado.
Mientras Carlos permanecía en
aquellas oficinas esperando, los detectives que lo acompañaban intentaron
convencerlo para que declarase, tal como habían hecho desde el principio, pero
ahora ya sin golpes, sólo intentaban mostrarse amistosos. Le insistían mucho
para que hablara en contra de sus amigos para poder así «salvarse» y le
ofrecían una y otra vez algo de comer.
Más de dos horas después, volvió
la sub-comisario Rojo y le ofreció un nuevo café y pan, pero como Carlos no
estaba seguro de que se hubiesen solucionado los problemas y que el resto
realmente hubiese suspendido el ayuno como le afirmaba la mujer, los rechazó
nuevamente.
Mucho rato estuvo la
sub-comisario entrando y saliendo de la habitación, mostrándose muy amable con
Carlos y tratando ella también una y otra vez de convencerlo para que
«colaborara» con ellos, pero Carlos, si bien contestaba amablemente a sus
preguntas y le explicaba —tal como había hecho con sus torturadores el primer
día— todos los detalles de la vida en comunidad en la casa de Los Maquis,
negaba tajantemente cualquier acusación que en tono simpático o casual hacía la
maliciosa mujer.
continuará ...