Aclaración: A pesar de lo que pueda haber dicho la Prensa sensacionalista, nuestro reclamo no es “contra Chile” sino, específicamente contra los malos funcionarios de una mala administración, quienes quebraron no sólo múltiples puntos de la Declaración De Derechos Humanos, sino hasta las mismas Leyes y Constitución del Estado Chileno.

lunes, 29 de septiembre de 2014

117 • El Interrogatorio de Ricardo

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      Ricardo fue trasladado a una sala de interrogatorios donde diversos detectives se turnaban para interrogarlo.

    —
 Lo nuestro es una Religión, no una secta como afirman, a no ser que quieran darle a secta la acepción de ‘sector’ y reconocer que incluso el Catolicismo viene a ser una secta ya que representa un sector del Cristianismo. Además, nosotros no somos sincréticos, estudiamos el Cristianismo así como las demás Religiones pero no permitimos ningún tipo de mezcla en la doctrina o el culto —les aclaraba — Estamos en contra del satanismo ya que es la peor forma de rebeldía a la autoridad y creemos firmemente en la jerarquía…

     Mientras era maltratado y presionado por los investigadores, Ricardo se limitaba a aguantar los golpes y a aguardar pacientemente hasta que pasaran a la técnica del «policía bueno» durante la cual aprovechaba de provocar largas y acaloradas discusiones ente los investigadores dándoles problemas morales en los que decidir y con los cuales los detectives se enredaban con bastante facilidad.

     — Sí, somos machistas ya que buscamos sujetarnos a lo natural y, según la naturaleza, el hombre debería ser el macho de la especie y la mujer la hembra.

     Aprovechaba entonces de preguntarles qué era para ellos lo natural o lo pervertido, generando una nueva disputa entre los detectives.

     Cerca de las once de la noche regresó la sub-comisario para verlo, se veía con el paso de las horas cada vez más demacrada y, tal vez vencida por el agotamiento, fue que accedió ya a redactar su declaración, sin intentar poner demasiado de su imaginación en ella.

continuará ...


sábado, 27 de septiembre de 2014

116 • La Declaración de Mara

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     Poco después de las nueve de la noche, Mara fue llevada a una habitación muy pequeña con un escritorio en el que se hallaba sentada una rubia oxigenada y de aspecto vulgar. Ella reconoció enseguida a la sub-comisario Cristina Rojo, ya que antes la había visto pasar por los pasillos y siempre le había dado la impresión de que se trataba del tipo de persona que intenta dárselas de muy elegante a pesar que evidentemente no lo es.

     La sub-comisario Correa le ordenó a Mara sentarse en el asiento vacío frente a la sub-comisario Rojo y luego se marchó muy apurada dejándolas solas. Los investigadores se veían cada vez más ansiosos por obtener sus declaraciones, como si estuvieran contra el tiempo.

     La sub-comisario Rojo, mientras hurgueteaba en el cajón de su escritorio, procedió a jugar el papel del policía bueno quitándole importancia al interrogatorio,  y se lanzó a hacer conversación a Mara como si fueran grandes amigas. La trataba muy bien y no le metía ninguna presión y Mara, que por consejo de su abogado y de Karim, ya estaba decidida a hacer su declaración voluntariamente, decidió seguirle el juego.

     La sub-comisario le preguntó cómo había conocido a Ricardo y a Beatriz y qué le parecía cada uno de ellos. Mara le contó que hacía seis años que conocía a ambos, así como a Mercedes, Lola, Elsa y Gaby, las cuales vivían ya con él, que aproximadamente un año después había empezado a apoyar en el trabajo de cómputo y que entre todos hacían trabajos para empresas o particulares y que eso les daba para vivir. También le explicó que ella vivía ahora en Los Maquis con ellos y que entre todas las mujeres hacían las labores de la casa.

     La sub-comisario, en medio de su interrogatorio le contaba a Mara que ella en ese trabajo veía a diario cosas muy terribles, gente que abusaba y se aprovechaba de los niños y muchos malos tratos y Mara, siguiéndole la corriente —ya que no le creía nada de lo que hablaba y pensaba que todo lo que decía era para intentar que ella afirmara sus mentiras— se limitaba a contestarle en forma muy breve cosas como ¡Qué horror! ¡Qué gente tan mala!

     La sub-comisario Correa entraba constantemente a la oficinapara ver los progresos del interrogatorio, si Mara estaba cooperando o se estaba haciendo la difícil, aunque siempre hacía como si entrara a buscar algún papel que nunca se llevaba consigo y era evidente que era un simple pretexto.

     Mara explicó a la Sub-comisario Rojo que la gente que vivía en la calle Guanaco eran todos amigos suyos, pertenecían a la misma Religión y constantemente se visitaban así como con personas de la colonia Hindú. Que a la casa constantemente los iban a visitar personas interesadas en la Religión o en programas de cómputo y le remarcó que jamás había visto a nadie ser forzado a nada, respondiéndole exactamente lo mismo que los demás habían dicho ya en sus interrogatorios sobre las fotos y el libro electrónico que Ricardo estaba escribiendo.

     Mara se limitaba a contarle únicamente sobre las cosas que le preguntaba y cada vez que podía intercambiaba papeles con la sub-comisario haciendo ella las preguntas. No era que le interesara realmente conversar, sino que el preguntar le daba más tranquilidad y al mismo tiempo contribuía a hacer más llevadero el paso de los minutos. Indagaba sobre si la sub-comisario era casada, si tenia hijos, le preguntaba por su familia y cosas de su trabajo, cuánto tiempo trabajaba ahí y si era aquello lo que siempre había soñado ser.

     Poco más de una hora después, la sub-comisario Rojo le leyó —ella misma—la declaración que había tipeado y le pidió —siempre en el mismo tono amistoso— que firmara, aunque no le dio opción de ver con sus propios ojos lo que estaba escrito.

     Aprovechando que estaban en plan de amigas, Mara le pidió para usar sus duchas al día siguiente, ya que a esas alturas se sentía bastante incómoda al no haberse podido ni siquiera asear. La sub-comisario aceptó gustosa asegurándole que no habría ningún problema y afirmándole que al día siguiente ella misma se encargaría de gestionarlo.

     Poco rato después vino por ella la sub-comisario Correa. El pasillo estaba desolado y con la luz apagada, ya no estaba Beatriz ni sus parientes y no se escuchaba nada… como si Mara fuera la última que quedara en las instalaciones.

     La tuvieron esperando hasta que perdió la noción del tiempo y luego vinieron dos detectives que en auto la llevaron de regreso al cuartel central. Las calles estaban desiertas, no se vía un alma circulando en ellas y Mara supuso que sería ya bien tarde en la noche.

continuará ...

jueves, 25 de septiembre de 2014

115 • Caminata Hasta Los Calabozos

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     A pesar de que les habían dicho que en cuanto firmaran el documento en que solicitaban la presencia del Cónsul las iban a llevar nuevamente al cuartel central, Mercedes, Elsa y Gaby, pasaron casi un par de horas sentadas en aquella oficina sin que se les permitiera cerrar los ojos por mucho rato. Por fin, cerca de las once de la noche les dijeron que se las llevarían.

     Salieron a la oficina contigua pero ya no quedaba nadie en aquella habitación y parecía no haber nadie en las demás oficinas, sin embargo, la casaca de Ricardo había quedado en el respaldo de una de las sillas.

     Gaby pensó que tal vez Ricardo la había olvidado cuando lo habían traído a verlas y que alguien de allí podría robársela. Sintió un gran deseo de llevarla consigo por seguridad, pero los sucesos ocurrieron con tanta rapidez que no atinó a nada.

     Las hicieron bajar al primer piso y sentarse a esperar en el hall junto al baño hasta que vinieran a buscarlas. A pesar de la pésima impresión que le había causado aquél minúsculo cuartucho, Gaby prefirió pedir permiso para usarlo, ya que los silos asquerosos que había en el cuartel central eran terriblemente peores.

     Mientras aguardaban a que vinieran a buscarlas, el investigador que las vigilaba —el que parecía hablando todo el tiempo para sí mismo— empezó a hablar, nuevamente, como si no conversara con nadie en particular:

     Realmente los envidio… a todos ustedes… yo me paso toda la noche aquí, sin poder dormir, pendiente del caso de ustedes y mi esposa no me cree y ya me echó de la casa… qué no daría yo por tener una esposa como una de ustedes…

     Las tuvieron esperando durante al menos media hora más, hasta que vino el investigador de barba y con apariencia de tramitador, acompañado de otros dos detectives, uno de los cuales era el bajito, gordito, que había intentado desesperadamente que confiaran en él. Ellos tres serían los encargados de llevarlas de regreso al cuartel central.

     Esta vez irían caminando.

     A Gaby le ordenaron ir delante junto al investigador con apariencia de tramitador y Mercedes y Elsa debían caminar juntas detrás, con un investigador a cada lado que las vigilaba.

     El investigador que marchaba junto a Gaby se esforzó por mostrarse amable y hacerle conversación. Mientras le habló de Santiago de Chile, de las calles o del clima, ella le respondió con igual amabilidad, hasta que, intentando parecer casual, empezó a interrogarla.

     No voy a responderle a usted, ni a nadie, nada relativo al caso mientras no se me permita hablar con un abogado —se limitó a informarle, manteniendo en todo momento el tono cortés.



     El investigador se enojó muchísimo, toda la amabilidad anterior desapareció instantáneamente y continuó el resto del camino hasta el cuartel central bociferando toda clase improperios.

     Gaby, sin contestar, se esforzó por no escucharlo y con la vista fija en el piso se centró únicamente en su Mamntra y en caminar, esperando que llegaran pronto al cuartel, antes que el enojo del detective —el cual iba en aumento— llegara a salir fuera de control.


continuará ...

miércoles, 17 de septiembre de 2014

114 • Entre Golpes Y Amenazas

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     En la oficina a la que ahora condujeron a Fanny los investigadores nuevamente volvieron a presionarla para que declarara contra Ricardo Badani.

     No voy a hacer ninguna declaración sin un abogado —era lo único que ella les decía. Lo repitió y lo repitió una y otra vez, cantando mentalmente su Mamntra.

     La tuvieron allí entre golpes, amenazas y presiones de todo tipo hasta poco después de las once de la noche en que la llevaron de regreso al cuartel central.

     Fanny estaba aún más agotada que la noche anterior y más feliz también: Había pasado momentos realmente difíciles y los había superado, no pudieron sacarle la firma para todas aquellas mentiras que querían que ella afirmara.

     Fue puesta con Roxana, Alejandra y Claudia cuando ya Margarita había frenado un poco su detallada instrucción sobre el sistema penitenciario.


continuará ...

domingo, 14 de septiembre de 2014

113 • Los Lugareños

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     Mucho rato después de que juntaron a Claudia con Roxana y Alejandra en una misma celda del cuartel central, abrieron nuevamente la puerta y dejaron entrar a una mujer menuda, extremadamente delgada y demasiado maquillada, que se presentó como Margarita.



     La mujer, que les contó sobre su vida, les dijo que ella era ladrona profesional y que normalmente por esta época del año andaba en Europa, pero que esta vez se le habían pasado las fechas, lo cual había sido un grave error de su parte, ya que éste era muy mal tiempo para robar en Chile.



     La mujer les dijo que las cárceles locales eran un asco mientras que las europeas eran regias, ya que uno tenía su propia habitación con armario y un baño personal muy bonito. También les dijo que tan pronto pudiera salir de allí, enrumbaría a Europa a pasar la temporada y luego volvería.

     Margarita continuó con la misma soltura relatándoles su vida y sus hazañas durante largo rato y las demás mujeres optaron solamente por sonreír manteniendo una prudencial distancia. En último caso, en esos momentos se hallaban todos en la misma situación y no era muy conveniente enemistarse con los «lugareños» y mucho menos con Margarita, la cual hablaba con el carcelero como con un viejo conocido y se veía a las claras que conocía demasiado bien cómo funcionaba el sistema penal.


continuará ...

viernes, 12 de septiembre de 2014

112 • Solicitando La Presencia Del Cónsul Peruano

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     Cuando trajeron a Karim a la oficina en que mantenían a Mercedes, Elsa y Gaby, las mujeres le explicaron las versiones contradictorias que habían recibido pero él, que no estaba muy familiarizado con esa parte del derecho, les dijo que pensaba que el hecho de firmar simplemente implicaba que el cónsul tomaría cartas en el asunto, pensaba además que no las podían mandar a continuar el juicio en Perú, pero que si no firmaban nada, sí debían mandarlas a la frontera, lo que no sabía realmente era si lo harían en bus o en avión, pero que lo más probable era que de todos modos las mandarían.

     La sub-comisario Correa volvió al poco rato, le indicó a un investigador de la habitación contigua que se llevara de regreso a Karim y luego volvió con sus intentos para que firmaran.

     La explicación de Karim, si bien había sido bastante clara, no había terminado de convencerlas, ya que como él mismo afirmaba, no estaba lo suficientemente familiarizado con esa rama del derecho, por lo tanto, no podían estar del todo seguras de que las cosas fueran como él suponía, pero sobre todo, aún no comprendían la necesidad de firmar nada.

     No pensamos firmar, ni para sí, ni para no. ¡Simplemente, no firmaremos! —Le volvieron a repetir a la sub-comisario.

     La sub-comisario Correa quedó callada un rato y las miró una por una con desesperación, aunque sin pronunciar palabra. Su siguiente intento fue ofrecerles que Ricardo viniera a hablar con ellas.

     Nuevamente le repitieron que si deseaba lo trajera, pero que no se comprometían por ello a firmar nada ya que aún no tenían claro que hacer. Ellas confiaban lo suficiente en Ricardo como para firmar sin dudarlo cualquier cosa que él les aconsejase y si bien deseaban verlo, aunque fuera un instante, no querían ofrecer nada, ya que temían que si tomaban una decisión que no le agradara a la sub-comisario, lo culparían a él y tomarían represalias en su contra.

     Media hora más tarde, volvía la sub-comisario trayendo consigo a Ricardo, al que durante todo el trayecto por el laberinto de oficinas había estado intentando convencer de que ahora ella quería ayudarlos y que todo lo hacía para evitarles problemas.

     Las mujeres se alegraron muchísimo al verlo. Todavía llevaba el buzo con que lo habían sacado de la casa y seguía con esa mirada de tranquilidad que les infundía tanto ánimo.

     Gaby empezó a hablar para explicarle lo que la investigadora gordita les había dicho sobre que serían llevadas a Perú a ser juzgadas, pero la sub-comisario Correa la interrumpió para afirmarles que no era así y que ella haría venir a la persona que había dicho eso para que vieran que todo era un error.

     Mercedes, tan molesta como estaba, acusó a la sub-comisario de haberla golpeado.

     Viste Ricardo… yo te dije que iban a decir eso, pero a ti te consta que yo les estoy queriendo ayudar… —le dijo en su tono fingido.

     Ricardo, siguiéndole el juego, sonrió a sus esposas y las serenó diciéndoles que conservaran la calma y que estuvieran tranquilas ya que ahora la sub-comisario los estaba intentando ayudar.

     La sub-comisario, viéndose animada por las palabras de él, intervino para asegurarles que eso era cierto y que incluso Ricardo ya había declarado que todas ellas eran sus esclavas.

     Eso no es así, lo que yo he declarado es que ellas seis son mis esposas, no legalmente, pero sí en nuestra Religión —la interrumpió Ricardo, que aunque calmadamente, se aseguró de hacer las aclaraciones del caso.

     La sub-comisario Correa volvió al ataque, manteniendo aún el tono angelical, y les aseguró que ahora ellas ya podían declarar, que no tenían por qué tener miedo.

     ¡Yo no pienso hacer ninguna declaración si no cuento con la presencia de un abogado! —Le volvió a repetir Gaby con firmeza.

     El papel solicitando la presencia del cónsul no nos puede perjudicar en ningún sentido, además, no pueden llevarlas para ser juzgadas en el Perú por un supuesto delito cometido en Chile… Yo considero que deben firmar ese documento, pero nadie las puede forzar a declarar sin un abogado presente —las respaldó Ricardo.

     Eran bien pasadas las diez de la noche cuando, ya sin más demora, las tres firmaron el documento en que solicitaban la presencia del cónsul peruano.

     La sub-comisario les pidió que le describieran a la investigadora que había originado toda la confusión y Mercedes, que es muy buena fisonomista, lo hizo con lujo de detalles.

     Antes de que se lo llevaran, Ricardo pidió autorización para darle un beso a cada una de ellas y luego se despidió diciéndoles que pensaran en él durante la noche.

     Ellas estaban muy felices ahora y se alegraban de que por ese dichoso papel, hubieran podido verlo aunque fuera por tan corto tiempo, era reconfortante y les daba aún más fuerzas para continuar luchando.

     La sub-comisario se marchó llevándose a Ricardo y volvió un rato después acompañada de la detective gordita a la cual pidió que delante de ella, explicara que ocurriría si firmaban el papel solicitando la presencia del cónsul.

     La investigadora volvió a repetir, casi literalmente, lo que había dicho, pero cuando llegó a la parte en que afirmaba que serían enviadas a ser juzgadas en Perú, la sub-comisario Correa la interrumpió muy enojada para afirmarle que la cosa no era así.

     Es que a mí me han dicho… —intentó explicar la investigadora con cara de desconcierto.

     Nuevamente la sub-comisario la interrumpió con brusquedad y ya impaciente ante su actitud, la echó de mala manera diciéndole que luego arreglaría cuentas con ella.

     Ahora las mujeres ya no podían estar seguras de si la investigadora gordita decía la verdad o si la sub-comisario Correa estaba en lo cierto, lo único que sí tenían muy claro era que esta «organización» estaba realmente desorganizada.


continuará ...

domingo, 7 de septiembre de 2014

111 • Un Papel... ¿Sin Importancia?

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     Un rato después volvía otra vez a la oficina en dónde permanecían Mercedes, Elsa y Gaby, el mismo investigador con apariencia de tramitador sosteniendo los papeles en que afirmaban que no deseaban la presencia del cónsul y esta vez se puso tan furioso cuando las tres mujeres le repitieron que no iban a firmar ningún documento si no hablaban antes con un abogado, que empezó a vociferar:



     ¡¿Pero… qué son ustedes?! ¡¿Qué se creen?! ¡¿Es que todos los peruanos son así de ignorantes y de imbéciles?! ¡¿Creen que yo estoy aquí para perder mi tiempo con ustedes?!… Bueno, no firmen si no quieren, a mí me tiene sin cuidado. ¡¡¡Peruanos ignorantes, ojalá los echen pronto de mi país, cuanto antes nos deshagamos de todos ustedes, mejor!!!

     Tirando un sonoro portazo el investigador se marchó.

     Después de eso tuvieron todo un desfile de gente que intentaba convencerlas para que firmaran alguno de los dos documentos, ya fuera en el que pedían la presencia del cónsul o en el que renunciaban a este derecho, no importaba cual, lo único que querían era que firmaran, pero cuanto más les decían, tanto más desconfiaban ellas. Si no les importaba si firmaban o no, ¿por qué tanta insistencia?

     El investigador gordito y bajito que las había cuidado el día anterior en la cafetería entró en la habitación y con un gesto de seguridad en sí mismo, hizo salir a los otros investigadores para quedarse a solas con ellas. Intentó mostrarse como si fueran grandes amigos y diciéndoles que todo lo que a él le interesaba era el bienestar de ellas, se esforzó por convencerlas con palabras amables, de que él no tenía nada que ver con toda esta situación y que lo mejor que podían hacer era firmar.

     El investigador puso cara de decepción cuando al preguntarles si confiaban en él, las tres mujeres a coro le respondieron NO, no tenemos ningún motivo para confiar. Tardó algunos instantes en reaccionar y luego volvió al ataque asegurándoles que allí nadie quería hacerles daño.

     ¡Eso era el colmo del cinismo! Las mujeres se indignaron y Gaby, levantando la voz le respondió:

     ¡¿Si nadie quiere hacernos daño, como es que a varias de nosotras nos han golpeado, nos insultan constantemente y nos amenazan?!

     Antes de que ella pudiera terminar su frase, el detective ya había saltado de encima del escritorio en el que se hallaba sentado plácidamente con las piernas cruzadas en alto y corrido a cerrar la puerta. Luego, algo más tranquilo ya, le preguntó en voz muy baja si acaso le habían pegado a ella.

     Gaby, sin preocuparse de susurrar como había comenzado a hacer el detective, le contestó que a ella no, pero que a sus amigas sí.

     El investigador, no pudiendo refrenar un suspiro de alivio, le afirmó que sus amigas mentían ya que ninguna de ellas tenía marcas de golpes y le aseguró que ella hacía muy mal en creerles.

     ¡¡A mí sí me han golpeado!! ¡A mí me han pegado unos detectives y la sub-comisario Correa, además, ustedes saben pegar sin dejar marcas! —Intervino Mercedes furiosa.

     ¡Y por último, yo en mis amigas confío ya que me han demostrado que cumplen lo que dicen, en cambio en ustedes no he visto nada bueno desde el principio y en eso están todos incluidos! — Añadió Gaby a manera conclusión.

     Durante un buen rato reinó nuevamente el silencio y luego, sin volver a dirigirles la palabra, el investigador se marchó llamando al detective del terno arrugado, que parecía ser su guardián principal, para que tomara su lugar en la habitación y sobre el escritorio.

     El investigador tenía cara de dormido y hablaba como si lo hiciera para sí mismo:

     Yo aquí no puedo confiar realmente en nadie… mi padre también es investigador… él me enseñó a no confiar en nadie, él ni siquiera confía en mí y yo pienso hacer lo mismo con mis hijos… es terrible confiar en una persona… ¿Ustedes creen que acaso yo estoy mal? ¿Creen que no debo vivir así?

     Ellas ni lo miraban mientras hablaba y no hicieron ningún intento por responder. Era inútil razonar con aquella gente que ni siquiera conocía el significado de la palabra moral, honor o el sentido de la palabra «humano», además, ni siquiera podían saber si hablaba en serio o era tan sólo otro intento de ganarse la confianza de ellas y sacarles algún dato que pudieran retorcer.

     El detective les explicó que ninguno de los investigadores asignados a este caso podría irse a dormir mientras ellos no fueran transferidos a la penitenciaría y que, en realidad, lo único que les importaba era que firmaran para que se fueran de una vez de allí y ellos pudieran marcharse a sus casas a descansar.

     El deplorable aspecto de este investigador y las cosas que decía eran de dar lástima, pero aún así, las tres mujeres se mantuvieron en un firme silencio en todo momento.

     El hombre les contó también que llevaban dos meses siguiendo el caso y que habían pasado días y noches en el terreno espiándolos y ante los gestos de incredulidad de ellas, les empezó a contar cosas que habían visto, como una representación teatral que hicieron de la Caperucita Roja o las horas en que sacaban a pasear a los perros.

     Si bien lo de los dos meses definitivamente era un cuento, a Mercedes no le cupo duda que habían estado espiándolos mientras ellos seguían con su vida normal, sin sospechar absolutamente nada. Pero entonces, ¿por qué los habían arrestado si sabían perfectamente que no tenían un caso?

     La respuesta se las dio un investigador trigueño que entró a la oficina a la mitad de la conversación y después de una desagradable parrafada les aclaró definitivamente el panorama… de este asunto, lo que a nosotros realmente nos importa, es que todos los peruanos se vayan de Chile.

     El hombre, un poco más trigueño que el común de los chilenos, les dijo que era de Arica y que lo que había visto del Perú era ¡realmente horrible!, que le daba asco esa tierra y esa gente y que lo único que ellos querían era que los peruanos se fueran de regreso y dejaran en paz su tierra, ya que los peruanos y los bolivianos no hacían sino estorbarles.

     Como aún después de todo este agrio discurso no consiguió que hablaran, se acercó a molestar a Elsa tirándole el pelo, empujándola contra la pared y diciéndole que allí no se podía dormir, pese a que estaba visiblemente despierta. Después de mucho molestar y no conseguir lo que quería, también él se marchó.

     Los investigadores entraban y salían, intentaban hacerlas conversar de temas aparentemente sin importancia, hacerlas firmar o simplemente las amenazaban e insultaban.

     Muchos intentos después vino la sub-comisario Correa en persona a intentar que firmaran, las abordó una por una, pero la respuesta fue en todos los casos la misma: No pensamos firmar ningún papel mientras no hablemos con un abogado, ¡diga el papel, lo que diga!

     La sub-comisario se veía entre fastidiada y angustiada. Era raro todo lo que estaba pasando, tanta gente dando vueltas alrededor de ellas y todo por… ¿un papel sin importancia? ¡No tenía lógica!

     Ustedes son tontas, ustedes no entienden nada de lo que está pasando, en cambio el Manzur y el Pérez que están estudiando derecho, ellos sí que están muertos de la risa —les dijo la sub-comisario para intentar convencerlas.

     Gaby le respondió que precisamente porque no entendían nada de lo que estaba pasando era que estaban solicitando que se les permitiera llamar a un abogado para que él les explicara qué era lo que realmente les convenía.

     La sub-comisario, en un tono realmente amoroso, les dijo que si ese era todo el problema, ella misma se los podía explicar.

     Sí, pero nosotras no confiamos en usted. ¡En ninguno de ustedes! —Le respondió Gaby sin dejarse convencer por sus súbitos cambios de tono.

     Las tres se quedaron mirándola sin decirle nada más, entonces la sub-comisario Correa, en el colmo de la desesperación, les preguntó si es que trayendo a Karim aceptarían firmar.

     Si desea traiga a Karim para que él nos explique las alternativas, si lo que Karim nos dice nos convence, firmaremos, pero si no, no nos sentiremos obligadas a nada.

     La sub-comisario pareció tomar aquella respuesta por un sí, ya que salió inmediatamente diciendo que iba en busca de Karim y unos quince minutos más tarde volvía con él.

     Realmente a Karim se le veía muy fresco, como si no le estuviera pasando nada, de buen animo y con buena cara y al entrar a la habitación y verlas a ellas allí, su rostro se iluminó y les sonrió con la misma alegría y el mismo cariño con que lo hacía siempre que las veía. Eso las reconfortó.

     La sub-comisario Correa dejó allí a Karim y al investigador que las estaba vigilando y, muy preocupada aún, se marchó a la habitación donde estaban interrogando a Ricardo.

     Por favor, tienes que decirle a tus mujeres que colaboren porque sino esto no va a funcionar y van a tener todas más problemas. — Le dijo en cuanto entró.

     La sub-Comisario le explicó que Mercedes, Elsa y Gaby se habían negado a firmar el papel en que solicitaban la presencia del cónsul peruano y demandó a Ricardo que les enviara una nota exigiéndoles que lo hicieran.

     ¡Ni hablar! Ellas no van a hacer caso a ninguna nota a menos que me vean a mí, si no me ven, yo no tengo cómo ayudarla.

     La mujer se negó a llevarlo afirmándole que no se podía, que eso era completamente imposible y Ricardo le volvió a repetir que en ese caso él no podía hacer nada.


continuará ...

jueves, 4 de septiembre de 2014

110 • De La Rabia Al Cariño

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     Ahora que Mara había quedado sola en la oficina de la brigada, el detective joven con pelo en forma de cepillo, aprovechó de acercársele e intentó iniciar conversación. Le hablaba de cosas triviales pero Mara, que no confiaba en ninguno de ellos y menos aún en este «chicoco» que intentaba desesperadamente parecer su amigo, no se dejó envolver con sus palabras simpáticas.

     Alrededor de las ocho de la noche, vinieron a buscarla nuevamente y la llevaron a un pasillo donde la dejaron esperando.

     La mamá de Beatriz y Roberto, otro hermano de ella al cual Mara no conocía pero de quién había oído hablar, también se hallaban allí, además de la esposa de su hermano Héctor, la cual se mantenía tan apartada del resto que casi no parecía pertenecer al mismo grupo.

     En cuanto la vieron, doña Eloísa y Roberto se acercaron a ella. La pobre señora estaba muy alterada y confundida por todo lo que estaba sucediendo y más aún ahora, ya que los investigadores la habían hecho pasar por la famosa sala de exposición que habían preparado tan escandalosamente para impresionar a sus visitantes y a los televidentes.

     La mamá de Beatriz le dijo que estaba sumamente molesta por las fotos en las cuales su hija había participado y que ahora estaban siendo exhibidas a todo el mundo y que a estas alturas, no tenía muy buena impresión de ninguno de ellos, pero Mara la interrumpió inmediatamente con firmeza:

     Usted nos conoce bien y sabe muy bien cómo somos. ¡¿Cómo puede dudar de esa manera de nosotros?! No todo lo que parece, es. Recuerde cuando ha ido a visitarnos y las cosas que hemos vivido juntos. Recuerde las veces que nos ha dicho que le gustaba estar en nuestra compañía. Usted misma les decía a sus hijos que Ricardo era su yerno favorito.

     La señora le explicaba que eso era lo que la tenía tan confundida, ya que los conocía y cuando había ido a visitarlos a Los Maquis no había visto ni oído nada raro, pero por otro lado, los investigadores le habían dicho cosas horrorosas sobre ellos y no podía comprender por qué Ricardo le había hecho eso a su hija y cómo era que Mara no aparecía en ninguna foto. Estaba muy alterada.

     Mara se dio cuenta que estaba terriblemente envenenada y que en esos momentos era inútil intentar razonar con ella para explicarle los motivos por los cuales ella había actuado de fotógrafo para unas imágenes que jamás hubieran sido publicadas si Policía de Investigaciones no las hubiera entregado tan libremente a la prensa, hasta el punto que sólo eran conocidas por los miembros directos de la familia, ya que estaban siendo utilizadas para que Mercedes, que era diseñadora gráfica —y que incluso había tenido que participar como una de las modelos debido a que no estaban en condiciones de costear modelos profesionales— pudiera utilizarlas como base para los dibujos que ilustrarían un libro que Ricardo estaba escribiendo y que muchas de esas fotos incluso habían tenido que ser trucadas para poder representar los contenidos de la obra. En lugar de eso, Mara prefirió hacerla reír alegando que Beatriz tenía mejor facha que ella y cosas por el estilo.

     Le daba mucha lástima ver a la pobre señora en aquel estado y comprendía que ya tenía suficiente con todo lo que estaba viviendo como para detenerse en largas explicaciones que incluso a ella ya la tenían harta.

     Mara intentó conversarle de cosas sin importancia. Empezó a preguntarle por su familia, por sus nietos y cómo andaba su salud. A ratos le resultaban sus intentos de distraerla, pero la señora estaba tan envenenaba que una y otra vez volvía al ataque con sus acusaciones, a lo que Mara sin defenderse, intentaba hacerla entrar en razón esforzándose por hacerle recordar lo que había visto en ellos tantas veces, lo agradecida que estaba con Ricardo por lo feliz que era Beatriz y enfatizándole una y otra vez que ellos seguían siendo los mismos que había conocido y no los que estaban pintando las noticias producidas por los detectives. Cada cierto rato le repetía no todo lo que parece, es y le insistía para que no se dejara envenenar y no se olvidara quienes eran ya que ella lo sabía muy bien.

     Mara le contó un poco sobre el arresto y de cómo los detectives estaban fascinados por aparecer ante las cámaras atrapando a estos «peligrosos delincuentes», cómo se aplaudían y se felicitaban, cómo habían organizado y acomodado todo y que los había escuchado comentar muy alegremente el que esto les iba a significar un ascenso.

     La pobre mujer pasaba de la rabia al cariño. Realmente estaba preocupada por todos y constantemente le preguntaba por cada uno de los demás, en especial por las mujeres y más aún por Elsa por la que sentía un cariño especial.

     Doña Eloísa le comentó que tenía la esperanza de ver a su hija y darle un queque que había preparado para todos, ya que pensaba que estarían muy mal alimentados. Mara no pudo sino corroborar sus sospechas y le contó, en su animado estilo, sobre la «comida» que les habían dado y cómo ella no se atrevería a dársela ni a sus perritos.

     En su intento de aliviar lo más posible las tensiones, Mara aprovechó de conocer un poco a Roberto y preguntarle sobre su vida. La conversación con él fue bien relajada, su actitud era imparcial y colaboraba ayudando a serenar a su madre. Sirvió mucho que él estuviera ahí.

     Unos cuarenta y cinco minutos después de que Mara había llegado —tal vez fueran más o tal vez menos, a ella le resultaba difícil medir el tiempo bajo esas circunstancias donde todo pasaba muy rápido y las vivencias eran muy intensas— se abrió una puerta por donde aparecieron Beatriz y su hermano Héctor, el cual tenía una expresión que a Mara no le gustó nada, parecía un investigador más, o al menos parecía estar decididamente del lado de los detectives.

     Mara no entendía por qué Héctor había presenciado la declaración de Beatriz si a ella no le iban a permitir ni siquiera que estuviera su abogado presente, pero cuando su mirada se cruzó con la de él y vio la incomodidad y rabia que contenía y cómo desviaba rápidamente la vista con vergüenza, como sintiéndose pillado en falta, supuso que lo habían incluido para aumentar al máximo la tensión sobre Beatriz. Sintió mucha indignación por todo lo que les seguían haciendo.

     Mara se preocupó al ver el estado en que venía Beatriz y sin importarle lo que pudieran hacerle los detectives, se acercó a ella. Lo poco y nada que pudo hacer fue preguntarle cómo estaba, cómo se sentía. La veía sumamente demacrada y con la cara roja por el llanto.

     Beatriz, con la mirada ausente, le contestó a duras penas que estaba bien, pero ella sabía que no era así, la conocía demasiado y sabía que se encontraba bajo una tremenda presión familiar.

     La sub-comisario Correa intervino rápidamente para llevarse a Mara al mismo cuartito del que había visto salir a Beatriz minutos antes. Mara se despidió aprisa de todos y se dejó conducir mansamente.

     Roberto aprovechó de acercarse a Beatriz para decirle que su mamá estaba unos metros más allá y quería verla. Beatriz no estaba de humor de ver a nadie más, estaba totalmente alterada y lo único que le preocupaba en esos momentos era que tal vez no volviera a ver nunca más a Ricardo, a las chicas y a la demás gente de su Religión, pero finalmente, después de mucha insistencia por parte de Roberto, accedió a ver a su madre, aunque realmente no deseaba hacerlo ya que sabía que estaba demacrada por todas las horas de tensión vividas en este corto tiempo y no quería que se preocupara aún más, pero accedió para tranquilizarla un poco y también para que de esa manera la dejaran tranquila a ella.

     La señora la abrazó cariñosamente, se veía muy descompuesta y en su mirada había mucha amargura y una rabia contenida.

     Hijita, te ves muy mal, estás muy delgada, ¿cómo te sientes? —Le preguntó doña Eloísa con preocupación.

     Beatriz la tranquilizó diciéndole que se encontraba bien y que si se encontraba delgada era porque en aquel lugar no le habían dado una sola comida decente.

     La señora continuó preocupándose por el estado en que la hallaba y criticó con amargura a Ricardo culpándolo de haberla metido en este lío.

     Beatriz, muy ofendida, recriminó duramente a su madre por creer las mentiras de los policías, sobre todo cuando ella los conocía a todos e incluso había visitado la casa y se negó a seguir conversando.

     Doña Eloísa le dejó el queque del cual le pidió que le convidara al resto, una bolsa con algo de ropa y una manta, la abrazó muy fuerte y se marchó sumamente dolida.

continuará ...