Era poco después del mediodía del martes 26 de marzo de 1996, era un día tranquilo y soleado y hacía ya unos quince minutos que en la pequeña casita de Los Maquis habían llamado a almorzar.
Mercedes no se había sentido muy bien de salud y como estaba un poco afiebrada había preferido quedarse aquel día en cama y Mara se había ofrecido a hacerle compañía y a estar cerca en caso de que necesitara algo, como era costumbre entre ellos cuando alguien estaba enfermo.
Ricardo y Gaby, contra todo lo acostumbrado, se habían retrasado en el cuarto de la casa destinado a las computadoras y cuando por fin llegaron al comedor, los demás ya estaban terminando de almorzar, por lo que prefirieron reenrumbar hacia el dormitorio junto a las dos mujeres.
Fanny —que se había ofrecido para encargarse de la cocina aquel día— llevó, con su habitual alegría, el almuerzo a los recién llegados, pero Ricardo le devolvió el plato de comida sin tocarlo y ella, resignada, partió a recoger el resto del servicio con calma, mientras daba tiempo para que todos terminaran, e inmediatamente después, empezó a repartir las bebidas calientes.
Llevando consigo una taza de té, Lola abandonó la mesa del comedor y se unió al grupo del dormitorio, mientras el resto de ellos quedaron conversando animadamente en el comedor, a excepción de Carlos, que sin prestar mucha atención a la charla de las mujeres, permanecía sentado hacia el fondo de la habitación, preparando en su cabeza la clase de inglés que le dictaría a Alejandra terminado el almuerzo.
Fanny terminó de llevar los cafés al dormitorio y había partido recién a la cocina por una taza de té para sí misma, cuando se sintieron los pasos de varias personas que corrían apresuradamente por el costado derecho de la casa.
Esto era bastante extraño, ya que al ser hora de almuerzo, probablemente todos los vecinos se encontrarían en sus casas y, además, ninguno se acercaría tanto sin antes anunciarse y mucho menos corriendo de esa manera.
Cruzaron entre ellos miradas de desconcierto mientras aguzaban los sentidos, pero antes de que pudieran comprender lo que estaba ocurriendo, se sintió un fuerte portazo proveniente de la puerta trasera, como si hubiera sido abierta de una patada (lo cual de hecho había sido así, siendo esto absolutamente innecesario, ya que ni siquiera tenía chapa y, más a más, por la brutalidad con que fue empujada, la puerta rebotó en las narices de su agresor).
En medio del alboroto creciente, se escuchó el vozarrón de un hombre que gritaba desde la puerta que, ahora con un poco menos de brusquedad, se abría nuevamente:
— ¡¡¡Alto!!! ¡¡¡Quédense donde están!!!
Entró un hombre alto, blanco y de ojos verdes, seguido muy de cerca por una chica rubia, ambos con actitud amenazante y con las pistolas desenfundadas y listas para disparar.
Fanny llamó angustiosamente a Carlos… pero fue inútil. El grito que apenas se escuchó fue acallado por los pasos y voces de un montón de otras personas que entraban atropelladamente por la misma puerta. Ella, desesperada, se largó a llorar sin atinar a nada, temblando y sin atreverse a mover de donde estaba. ¡La situación era bastante desagradable y para asustar a cualquiera!
Un grupo de personas se reunió apretadamente en la entrada posterior de la casa y tan sólo el hombre de ojos verdes avanzó decididamente por el pasillo hacia el dormitorio de las mujeres. Al verlo, Carlos casi tiró su taza sobre la mesa y de dos zancadas cruzó el comedor por delante de Elsa y Alejandra para salir precipitadamente a su encuentro a intentar cortarle el paso y averiguar qué pasaba. Detrás de él, salieron los tres perros corriendo hacia el intruso y ladrando desaforadamente, aumentando aún más la confusión.
Los pobres animales, que no estaban acostumbrados a ver extraños, no significaban un verdadero peligro, ya que en vez de acercarse amenazadoramente, retrocedían mientras ladraban esperando la protección de sus amos, sin embargo el hombre, apuntando con su arma a Lucky —el más grande de los tres— y visiblemente decidido a disparar, gritó:
— ¡¡¡Si no callas a ese perro lo voy a matar!!!
Se escuchó la voz angustiada de Elsa que gritaba aterrorizada…
— ¡No, por favor! ¡Por favor, no lo mate! ¡No lo mate! ¡¡¡Por favor!!!
Ella había salido persiguiendo a los perros y espantada miraba toda la escena intentando proteger a Lucky con su cuerpo, mientras Taffy y Cindy —los dos animales más pequeños— saltaban y ladraban también en torno al intruso que se limitó a ignorarlos.
Lola corrió también a proteger a Lucky y desesperada intentaba serenar al extraño explicándole que el perro no mordía, pero éste parecía ignorarla totalmente y seguía encañonando al animal.
Ricardo —a quien Lola diligentemente había acomodado unos minutos antes en una silla en el centro de la habitación, con una tela alrededor del cuello, para recortarle el cabello—, fue el único que atinó a reaccionar sensatamente. Después de exhortar brevemente a las mujeres que estaban junto a él para que se mantuvieran serenas y si era necesario dejaran que les robaran lo que quisieran, se desplazó velozmente hacia el extraño —seguido de cerca por Gaby— y le habló en forma bastante ecuánime, tranquilizándolo y pidiéndole que le dejara guardar a los perros para que le explicaran qué era lo que deseaban.
Sin esperar una respuesta, Ricardo le hizo una seña a Elsa quien rápidamente jaló a Lucky del pelo y lo obligó a regresar al comedor donde se encerró con él y con Alejandra, que aún permanecía a su puesto en la mesa del que no se había atrevido a moverse.
Todo el incidente de la puerta posterior transcurrió en cuestión de no más de un par de minutos, ya que casi simultáneamente se abrió de un golpe la puerta principal —la cual no tenía seguro alguno y cuya llave permanecía todo el tiempo puesta por el lado de afuera— y por ella entró una señora de cabello pintado de castaño rojizo, acompañada por una chica de cabello negro y botas, seguidas ambas de unas seis u ocho personas más, todos en la misma violenta actitud, con sus armas desenfundadas y listos para disparar. La señora les gritó:
— ¡Están todos arrestados!
Ricardo se volvió inmediatamente y dejando de lado al hombre de los ojos verdes, se dirigió a este nuevo grupo intentado enterarse de qué era lo que pasaba. Carlos y Gaby fueron también hacia allá, mientras el resto seguía en el mismo lugar mirando a ambos lados de la escena sin atinar a moverse.
Ricardo, dirigiéndose a la mujer que había gritado, le preguntó qué era lo que estaba pasando, pero ella, a manera de respuesta le gritó:
— ¡No te hagas el tonto, tú sabes muy bien de qué se trata!
Beatriz, que venía saliendo recién del baño ignorando todo lo que ocurría dentro de la casa, se encontró cara a cara con el hombre de ojos claros que levantó inmediatamente su arma en dirección a su cuerpo.
continuará ...
La prepotencia policial no tiene límites, ahora incluso nos siembran la evidencia y nos acusan de lo que les de la gana... ¿Cómo luchar contra aquellos que supuestamente deberían protegernos?
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