Aclaración: A pesar de lo que pueda haber dicho la Prensa sensacionalista, nuestro reclamo no es “contra Chile” sino, específicamente contra los malos funcionarios de una mala administración, quienes quebraron no sólo múltiples puntos de la Declaración De Derechos Humanos, sino hasta las mismas Leyes y Constitución del Estado Chileno.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

010 • No le permitieron abrigarse

continúa ...


     La puerta del cuarto de cómputo se abrió un par de veces pero sólo para que pudieran entrar y salir investigadores cargando la supuesta evidencia y luego era vuelta a cerrar inmediatamente.

     Carlos, que desde su ubicación en el interior del cuarto iba viendo pasar las distintas cajas, pensaba que todos los papeles o cosas que pudiesen encontrar no tenían ninguna importancia, pero cuando vio que un investigador salía cargando la caja amarilla de carpetas colgantes en donde tenían guardados los pasaportes, entonces sí se preocupó: ¡ahora sabrían que las visas de las cuatro peruanas estaban vencidas!

     También Mercedes cuando vio salir al investigador y se dio cuenta de lo que llevaba, no pudo evitar un sobresalto ya que pensó que probablemente las iban a deportar, que las iban separar de Ricardo, puesto que ellas habían quedado ilegales pero él sí era residente.

     Definitivamente, esto era lo peor que les podía suceder… al menos, eso era lo que creían hasta ese momento...

     No les permitían hablar entre ellos y a cada palabra que intentaban decir, los cortaban con amenazas de todo tipo, pero a pesar del temor que tenían, o tal vez por este mismo temor y la desesperación por comunicarse, fue que empezaron a intercambiar miradas y señales tranquilizadoras.
 
     Una de las veces en que Mercedes pasó por el costado de Ricardo para ir al baño, cruzó sus brazos sobre el pecho haciendo el gesto que significa te amo en el lenguaje de los sordomudos y él le respondió de la misma manera.

     A partir de ese momento, cada vez que una de las señoras Badani se cruzaba con Ricardo, expresaban su unión con este gesto. Para ellos, este símbolo significaba mucho más que una simple muestra de cariño, era: puedes contar incondicionalmente conmigo, pase lo que pase.
 
     En medio de muchos sobresaltos, Gaby alcanzó a decirle a Mara que si no les daban forma o plazo para arreglar su situación y las deportaban por estar ilegales, de alguna manera ella la llamaría por teléfono a casa de algún pariente y que no se preocuparan por ellas cuatro ya que se mantendrían unidas.

     A pesar de lo confuso de toda la situación, aún a estas alturas estaban convencidos de que todo este malentendido terminaría por aclararse, lo único de lo que se les podía acusar era de la estadía ilegal en Chile de las cuatro peruanas y no podían tener problemas por nada más… simplemente ¡no podían!

     Gaby intentó coordinar con las otras tres un lugar de encuentro en Perú, ya que pensaba que saliendo de allí tal vez no podrían volver a verse, pero le fue totalmente imposible.

     En un momento en que la sub-comisario Correa cruzó la habitación donde mantenían a las mujeres, Fanny aprovechó de pedirle autorización para alcanzarle ropa de abrigo a Carlos. Él había estado trabajando en el campo antes del almuerzo y estaba vestido con ropas sumamente ligeras.

     La sub-comisario, que ahora se esforzaba por parecer neutral, aceptó aunque de mala gana y Fanny corrió inmediatamente a buscar la ropa.

     Varias de las señoras Badani, que también estaban preocupadas por lo desabrigado que andaba Ricardo, aprovecharon la oportunidad para pedirle a Fanny —la única a la que daban permiso para circular por la casa— que le pasara también ropa de más abrigo y zapatos a Ricardo, ya que dada la ubicación en que se hallaba sentado, era evidente que se debía estar congelando. El estaba en sus típicas zapatillas de levantarse y con un buzo bastante delgado que usaba para trabajar en la habitación de las computadoras, que era la más abrigada de la casa.

     Fanny quiso aprovechar su buena racha y pidió nuevamente permiso —esta vez a la inspectora Yelka— para pasarle un par de zapatos a Ricardo, pero la mujer, devolviéndola bruscamente a la realidad y al trato brutal característico de ellos, le contestó:

     ¡¿Qué, tú eres la que le toca esta noche?!

     Fanny respondió rápidamente, visiblemente indignada ante la insinuación, explicándole que lo hacía simplemente por amabilidad.

     Nuevamente Ricardo tuvo que intervenir haciéndole señas para que se controlara, pero a Fanny, a pesar de saber que no le servía de nada discutir, le costaba muchísimo quedarse callada, realmente sentía mucha rabia hacia aquellas mujeres tan agresivas.

     Al enterarse del pedido, la sub-comisario Correa se negó rotundamente a que Ricardo se cambiara de ropa, que se abrigara un poco y ni siquiera lo dejó ponerse zapatos, pero les ofreció a sus esposas, a manera de conciliación, que podría cambiarse después, antes de que se fueran a Santiago.


continuará ...


domingo, 22 de septiembre de 2013

009 • Intimidando a Alejandra

continúa ...
 
 
     Cuando Fanny entró en la cocina, encontró un ambiente festivo de parte de los investigadores que disponían de las cosas de la casa a su entera libertad, sin pedir permiso o al menos informar y mucho menos lavar lo que usaban.
 
     Traían bebidas, sándwiches y cosas para festejar. Usaban los platos, los cubiertos, los vasos y se servían cómodamente el almuerzo haciendo bromas al respecto.
 
     Al parecer a ellos, todo este asunto, no había sino despertado sus apetitos.
 
     Arrinconada contra el refrigerador y rodeada por cuatro investigadores, tenían sentada a Alejandra, encogida, medio resfriada y sin ropa de abrigo. Ella temblaba visiblemente, tal vez de frío o tal vez de susto o, más probablemente, de ambos, ya que los investigadores —todos ellos hombres— se hallaban muy cerca de ella… ¡Demasiado cerca!

     Cuando vieron que Fanny entraba, cogieron a Alejandra del brazo y la llevaron casi a rastras fuera de la casa. Al pasar a su lado, Alejandra la miró un instante. ¡Se le veía muy asustada!

     Fanny, con los nervios que traía, colocó en silencio las tazas de té en el microondas… ¡con bolsitas filtrantes y todo!
 
     Otros detectives que permanecieron en la cocina comiendo y haciendo comentarios sobre las tablas de horarios que estaban pegadas en el refrigerador y lo ordenados que eran en la casa, aprovecharon la ocasión para hacerle conversación. Se mostraron muy simpáticos y amistosos. Le preguntaban de qué parte de Chile era y cosas por el estilo, pero ella, respondiendo en la forma más escueta posible, se apuró en salir de la cocina tan rápido como pudo, con tres tazas de té a medio calentar, una de las cuales le alcanzó a la pasada a Ricardo y las otras dos las llevó al dormitorio.
 
     Sería entre las tres y las cuatro de la tarde cuando trajeron a Alejandra de regreso y la hicieron pasar al dormitorio de las mujeres. Temblaba más marcadamente aún que antes.
 
     Beatriz no pudo evitar sentir mucha pena por ella al verla tan indefensa, tiritando de frío y asustada y reaccionando inmediatamente, cogió la casaca que había separado para sí misma para cuando los llevaran arrestados a Santiago y sin decir palabra, se la puso sobre los hombros para que se abrigara.
 
     Gaby le miró los pies, que al estar con sandalias y sin calcetines, se habían puesto morados por el frío. Tanta pena le dio verla así, que se arriesgó a pedirle permiso a una de las investigadoras para alcanzarle unas medias de su clóset (una de las pocas cosas que aún quedaba en su lugar en una de las divisiones). La investigadora de pelo castaño y aspecto bastante viril, asintió con desgano.
 
     Alejandra se había sentado junto a Beatriz y le sujetaba fuertemente la mano.
 
     No había pasado ni quince minutos cuando vino un investigador y se la llevó rudamente del dormitorio. Ahora estaba un poco más abrigada, pero aún seguía sumamente asustada...
 

continuará ...

jueves, 19 de septiembre de 2013

008 • ¿Una tira de Ignorantes?

continúa ...
 

    Mientras tanto, en el hall de distribución, los investigadores hacían uso constante de la radio para ponerse de acuerdo con un segundo grupo —que al parecer venía en camino— sobre los preparativos y de rato en rato se les oía comentar ya están a una hora y media, ya están a una hora.

    Tal era el interés que demostraban en estas comunicaciones que en ocasiones era la misma sub-comisario Correa la que pasaba largo rato coordinando.
 

    Carlos —que seguía sentado en una silla en el cuarto de cómputo— quedó impactado cuando vio aparecer en el umbral de la puerta a la inspectora Yelka Rot Sulin… Alta, flaca y desaliñada, más parecía un hombre y de muy malos tratos. La inspectora entró dando bruscas órdenes a los otros detectives y empezó ella misma a dar vuelta a todas las cosas que había allí.

     Después de que hubieron revisado esta habitación, comenzaron a clasificar allí las «evidencias». Trajeron muchas cosas como casacas y faldas de cuero, las cadenas del tractor, fustas, látigos, objetos religiosos, fotos personales de Ricardo y de sus esposas e incluso, los tres arneses de los perros.

     Diligentemente llevaban y traían cosas de toda la casa.

     Carlos los veía entrar y salir con indiferencia, aunque hubo una caja de cartón que llamó especialmente su atención, ya que se veía distinta de todas las demás y no le pareció reconocerla como parte de la casa, incluso le dio la impresión de que los investigadores la habían traído con ellos de Santiago. Supuso que sería para guardar en ella las cosas que tan cuidadosamente iban seleccionando, pero lo raro era que daba la impresión de ya estar llena.

     Los detectives, de manera muy esmerada, elegían y catalogaban las cosas y las llevaban luego a la habitación de Ricardo, donde todo era dispuesto en forma ordenada como para una exhibición, seleccionando en primer plano las cosas que encontraban más curiosas y a las que podían darle una connotación más obscena y lasciva. Cuidaron mucho de disponerlo todo con malicia.

     Había transcurrido ya bastante rato desde que se había iniciado todo este atropello cuando la sub-comisario Correa entró brusco al cuarto en que mantenían a las mujeres y mirándolas con cara de desprecio, les dijo:

     ¡¡Todas ustedes son una tira de ignorantes, por eso es que están aquí, les lavan el cerebro y luego las usan como quieren, por ejemplo, tú…!! ¡¡¿Qué es lo que sabes hacer?!!

     La sub-comisario señaló con un gesto despectivo a Gaby y la miró a los ojos con aire de superioridad. Ella, sosteniéndole firmemente la mirada, pero intentando mantenerse en el propósito de no pelear más, se esmeró en responder en el tono más afable que pudo conseguir y le dijo que era analista programadora.

     Gaby no pudo evitar el sentirse orgullosa al contestar, ya que si bien la imagen que siempre se ha difundido de las «sectas» es que es un grupo de gente que capta personas ignorantes o débiles mentales para aprovecharse, en el caso de todos ellos esta afirmación resultaba imposible de sostener, además, lo que habían visto y vivido en todos los años que llevaban en su Religión, era totalmente opuesto.

     La sub-comisario frunció un poco el ceño y pensando, tal vez, que podía amilanar con la misma pregunta al resto, procedió a preguntarle lo mismo a las demás.

     Lola le informó que era arquitecto, Elsa le dijo que era diseñadora de modas y Mercedes que era diseñadora gráfica. Al parecer estas respuestas no eran las que la sub-comisario esperaba, ya que en este punto desistió de seguir preguntando y más bien agregó en tono irónico:

     Aquellas que tengan buenos puestos de trabajo… ¡ya los perdieron!

     Poco rato después, la sub-comisario Correa se acercó disimuladamente a los demás investigadores que se hallaban en el dormitorio y en voz bien baja les dijo:

     Tranquilos no más, no traten tan mal las cosas… no sea que vayamos a tener problemas aquí…

     La actitud prepotente de la sub-comisario se suavizó un poco y ella misma autorizó a Fanny para que, si deseaban, ella se encargase de ir a la cocina a traer un par de tazas de té caliente para que las repartieran entre todas. El día se estaba poniendo especialmente frío con el paso de las horas, de modo que Fanny aceptó la oferta y partió apresuradamente antes que la mujer se fuera a arrepentir.


continuará ...


domingo, 15 de septiembre de 2013

007 • La búsqueda de evidencia

continúa ...

     Los investigadores buscaban con una mente realmente enfermiza cualquier cosa que pudiera encajar en su ya formado —o más exactamente, deformado— esquema de la situación, aunque la forma en que lo hacían era bastante torpe, ya que revisaban las mismas cosas una y otra vez, sin orden ni metodología, simplemente desparramándolo todo por el piso.

     Cogían tablas de horarios de labores, cajas vacías que habían sido los estuches de programas de cómputo o de algún artículo del hogar, pulseras o adornos y les preguntaban para que servían y cuando les respondían, invariablemente las llamaban mentirosas y si pensaban que de alguna manera el artículo podía serles útil, lo ponían aparte como evidencia.

     Llegaron incluso a preguntarles dónde tenían escondido el teléfono y cuando Gaby les respondió que no tenían, la sub-comisario Correa la agarró a insultos con ella y esta vez fue Gaby, la que sin poder contener más su indignación, le replicó furiosa:

     ¡Si quiere, usted misma búsquelo y si lo encuentra, recién llámeme mentirosa, pero si va a dudar de cada cosa que le respondemos, será mejor que no nos pregunte más!

     Como era de esperarse, la sub-comisario volvió a empezar con su interminable sesión de insultos y amenazas.

     Cuando estaba lista para volver a alegar, Gaby sintió la mirada de Ricardo fija en ella y al voltear a verlo, él le hizo señas para que se calmara, incluso se arriesgó a decir suavemente:

     Tranquilas, no se peleen.

     Ella le sonrió, no muy convencida aún de dejarse insultar tan mansamente y volteó para mirar nuevamente a la sub-comisario que seguía con su actitud amenazadora y observándola muy fijamente. En esos momentos su mirada se desvió hacia el arma que la mujer mantenía muy visible aún y recordó una frase que había leído hacía un tiempo en el Selecciones del Reader’s Digest «Siempre se debe llamar señor a la persona que tiene el arma». La frase no le hacía ninguna gracia ahora, pero se esforzó en hacerle caso, tanto a Ricardo como al Selecciones y en controlarse para no discutir más.

     En otro momento, uno de los investigadores sacó la caja donde las señoras Badani tenían guardados todos sus cinturones de ropa, los cuales eran, evidentemente, adornos femeninos, o al menos eso creían ellas, ya que jamás se les hubiera ocurrido pensar que alguien lo dudara siquiera dada su evidente forma.

     El revuelo que se formó fue alucinante. El investigador, fascinado, cogió los cinturones como quien sujeta un tesoro y salió rápidamente de la habitación a mostrárselos a los demás con gestos de orgullo y satisfacción. Ellas lo siguieron con la vista hasta verlo desaparecer del dormitorio sin terminar de salir de su asombro.

     ¡El hombre realmente parecía un retrasado mental! ¡Era demasiado obvio que eran cinturones! ¡Adornos femeninos! ¡Adornos de mujer! Tal vez estuvieran un poco pasados de moda, pero eran cinturones. ¡¿Cómo podía confundirlos con ninguna otra cosa?!

     El investigador, sin embargo, tenía la actitud de haberlos pillado con las manos en la masa, parecía como si hubiera descubierto lo que buscaba, como si hubiera encontrado la tan deseada «evidencia»… y lo que era peor, todos aquellos con los que se cruzaba y a los que les iba mostrando los cinturones, se veían visiblemente de acuerdo con él, incluso le indicaron donde debía acomodarlos para que se vean mejor… ¡Era todo tan absurdo!

     Mientras tanto, en el vestíbulo de la casa, los maletines de ropa que Carlos y Fanny habían traído para pasar su temporada de vacaciones en Los Maquis, eran ahora objeto de los ultrajes de dos detectives que registraban en ellos manteniendo la misma técnica —o la misma falta de ella— que mantenían con los clóset de las mujeres: todo su contenido estaba siendo desparramado desordenadamente por el suelo.

     El que buscaba entre las cosas de Carlos iba sacando pantalones, calzoncillos, camisas y calcetines sin ningún reparo hasta que apareció, ante su fascinado rostro, un calzoncillo manchado de rojo. El detective abrió mucho los ojos, lo tomó con sumo recelo con la punta de dos dedos y se lo llevó a la sub-comisario, la cual, muy seriamente, le indicó tener cuidado y colocarlo aparte para llevarlo a analizar al laboratorio.

     Fanny llegaba a retorcerse en su asiento haciendo grandes esfuerzos por contener la risa, ya que aquél era un calzoncillo que se había manchado con pintura roja en una ocasión en que ella y Carlos estaban pintando una casa en Maipú donde vivieron un tiempo. ¡Era increíble hasta dónde podían llegar en su ceguera!

Imagen tomada de las Noticias que fueron transmitidas por televisión
¡Todo ese desastre fue ocasionado por los Investigadores!
     Un poco más allá, una pareja de detectives que hurgaba entre las herramientas que tenían ordenadas en el balcón, no podía contener los comentarios favorables al respecto de que tenían todo bien etiquetado y que se notaba que eran bien organizados… Efectivamente, todo había estado en orden y cada cosa tenía su lugar, algo que ya no se podía decir desde la llegada de los detectives.

     Era realmente deprimente ver como iba quedando todo, la casa estaba hecha un caos y los detectives iban arrasando con todo a su paso. Más parecía que se tratase de un saqueo. No habían pasado todavía ni un par de horas y los investigadores, en su violenta e implacable labor, ya tenían absolutamente todo revuelto.

     En un momento dado, dos de los investigadores decidieron subir al entretecho a buscar posibles evidencias allí y casi destrozaron la tapa porque no se dieron el trabajo de detenerse a pensar por unos instantes cómo funcionaba el mecanismo.

     Ricardo se acercó amablemente para mostrarles cómo se abría, pero los detectives reaccionaron violentamente. Se veían sorprendidos con el gesto y le ordenaron bruscamente que se volviera a sentar y que no se les acercara nuevamente.

     Finalmente, después de pelearse un rato más con la trampilla, lograron abrirla sin romperla demasiado y como no encontraron nada arriba, se dieron el trabajo de subir hasta tres veces a revisar.


continuará ...

lunes, 9 de septiembre de 2013

006 • ¿Respeto a los objetos de Culto?

continúa ...

 
     En la habitación contigua, los perritos, acostumbrados siempre a estar acompañados y a la habitual tranquilidad de la casa, no paraban de ladrar, aullar y arañar la puerta. Era terrible oír su desesperación y no poder hacer nada para serenarlos.

     El alboroto en la casa continuaba por todos lados.

     En todo momento se mantenían cinco o seis investigadores en la habitación de las mujeres, pero ahora eran de ambos sexos y aunque ya llevaban enfundadas sus armas, las mantenían todo el tiempo de manera muy visible.

     Ahora empezaron a hurgar en los clóset y a tirar la ropa y objetos personales por el suelo de la habitación sin el menor respeto ni delicadeza, dejando la casa hecha un verdadero desastre.

     Todas sus cosas, sus cosas más queridas, puestas de esta manera, se veían sucias y feas, era como estar ante un basurero, no sólo por la forma en que eran apiladas sin ningún orden ni cuidado en el centro del cuarto, sino por la sensación que les producía de que todo estaba siendo manchado.

     Era realmente desagradable ver tanto a mujeres como a hombres manoseando su ropa, incluso su ropa interior. Sentían que nunca más podrían volverla a mirar del mismo modo que antes.

     A Mara toda esta escena le producía un gran dolor, como si las estuvieran violando en lo físico. Desde su lugar en una de las camas, del que casi no se había movido desde que todo había comenzado y sin atreverse a formular protesta alguna, sólo se repetía en su cabeza, una y otra vez, que todo aquello en algún momento tendría que aclararse.

     Todo iba transcurriendo en medio de los gritos y amenazas por parte de los investigadores, además de todo tipo de insultos como degeneradas, depravadas, pervertidoras de menores y toda una serie de calificativos en el lenguaje más vulgar que hubieran escuchado hasta el momento.

Si quieren tener una idea de cómo nos sentimos,
imaginen que debajo de ese tacón está la imagen
de aquello que para ustedes es lo más sagrado.

     Una investigadora alta, de cabello negro y botas verdes, buscaba en una sección del clóset donde tenían guardadas cosas devocionales y empezó a tirarlas al suelo y a pisar los cuadros de las Deidades con rabia.

     A Elsa toda la escena la indignaba hasta el extremo. No podía soportar ver a esas personas, que supuestamente debían velar por los derechos humanos y por que se respete el orden, actuando impunemente como viles delincuentes escudados en sus placas, saqueando la casa, sin respetar la dignidad y libertad de personas que eligieron voluntariamente su forma de vida y, a pesar de ser normalmente sumamente tranquila y callada, no pudo contenerse por más tiempo e increpó a la oficial para que respetase esos objetos que para ellos eran sagrados.

 
     Esas cosas no significan nada para mí —le respondió la mujer, tratando los objetos con aún mayor furia.

     Qué sensación de rabia e impotencia. ¡Escudados en la autoridad, cometían toda clase de atropellos!

     Poco a poco las mujeres, que fueron las que más protestaron al inicio por los malos tratos recibidos, fueron desistiendo de continuar con sus alegatos y simplemente permanecían allí, calladas y esperando, mirando pasar todo como se mira una película.


continuará ...

 

jueves, 5 de septiembre de 2013

005 • ¿Por culpa de la depilación?

continúa ...
 

     Las demás mujeres, tomando un poco de valor, les preguntaron a los investigadores presentes en la habitación, por qué era que estaba pasando todo esto y la sub-comisario, a manera de respuesta, les gritó:

     ¡Cállense la boca! Nosotros sabemos muy bien todo sobre ustedes, por ejemplo, ¡sabemos que tú estás depilada! —Dijo, señalando a Mercedes— ¡Así como tú y tú y cada una de ustedes! ¡Así es que mejor no me molesten con preguntas o les va a ir muy mal!

     ¡Qué estupidez! Lo decía como si el depilarse fuese algún tipo de delito. La acusación era por demás ridícula, pero evidentemente, este no era el momento para discutir con ella sobre higiene femenina y las mujeres, prefiriendo no contestar, se limitaron a mirarla con desconcierto.

     Mercedes fue la única, que sin poder contener su asombro, les preguntó por qué era que los trataban de aquella manera si ellos no eran ningunos delincuentes, pero la sub-comisario, volviéndola a callar, le repitió que sabían todo sobre ellos y que estaban muy seguros de que todas se depilaban.

     Poco rato después, la inspectora rubia, a la que llamaban Yelka, se ensañó nuevamente con Mercedes y le ordenó que se levantara de la cama —donde aún permanecía acostada, visiblemente enferma y con fiebre— y que se cambiara el pijama por cualquier otra ropa, ya que en cualquier momento serían llevados todos a Santiago.

     El resto de las mujeres aprovecharon de pedirle autorización para ponerse ropa de más abrigo, ya que a pesar de no ser aún época de mucho frío en Chile, con el nerviosismo, no podían parar de temblar.

     La inspectora accedió de muy mala gana, pero cuando ellas quisieron cerrar la cortina que separaba el dormitorio del resto de la casa para poder darle un poco de intimidad a la habitación —la poca que se podía, dada la situación— puesto que en las habitaciones contiguas se encontraban investigadores hombres, los cuales no dejaban de mirarlas insistentemente y de una manera sumamente descarada y grosera, la inspectora les gritó:

   ¡Uy, ahora se hacen las mosquitas muertas! ¡¡¡Que tanto pudor tienen, si sabemos que a ustedes les gusta exhibirse ante todo el mundo!!!
 
     De inmediato todas las mujeres empezaron a protestar por lo injusto de tales insultos que se repetían una y otra vez y sin un verdadero fundamento y Mercedes, visiblemente indignada, se negó rotundamente a cambiarse de ropa mientras no accedieran en cerrar la cortina.
 
     A regañadientes y sin dejar de insultarlas, las investigadoras consintieron el pedido.

     En cuanto la cortina se cerró y las mujeres empezaron a desnudarse, las cinco o seis detectives que había en la habitación, simultáneamente dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se voltearon para mirar en todo momento como se cambiaban, sin quitarles para nada los ojos de encima.

     ¡Fueron momentos realmente humillantes! La situación era por demás incómoda, ya que si bien no había hombres en el cuarto que las estuvieran mirando, las investigadoras daban la impresión de serlo.

     Fanny estaba convencida de que aquellas mujeres fácilmente podían pasar por hombres, cualquiera de los investigadores se veía mucho más delicado que ellas.


     Mientras se cambiaban de ropa, Gaby pasó al lado de Elsa y escuchó que tarareaba el mismo Mamntra que ella se había puesto a cantar sin parar desde que toda esta pesadilla había comenzado y volteándome a mirar a Mara, vio como movía la cabeza con el mismo ritmo. Todas estaban cantando lo mismo sin haberse puesto de acuerdo. Ella tuvo entonces la certeza de que nada les podría suceder, que pasara lo que pasara, permanecerían unidos.

     La sub-comisario Correa, en el tono más sarcástico que pudo encontrar, les indicó que mejor se abrigasen bien, ya que… tienen para rato allá.
 
     Haciendo caso de la advertencia, las mujeres se abrigaron suponiendo que podrían tener que quedarse hasta altas horas de la noche en la comisaría… Jamás se imaginaron cuánto se dilataría el final.
 
     Cuando las investigadoras juzgaron que las mujeres ya estaban lo suficientemente vestidas, y sin previa consulta, abrieron la cortina y pese a los ruegos de ellas, ya no les permitieron volver a cerrarla.
 

continuará ...