continúa ...
Los investigadores buscaban con una mente realmente enfermiza cualquier cosa que pudiera encajar en su ya formado —o más exactamente, deformado— esquema de la situación, aunque la forma en que lo hacían era bastante torpe, ya que revisaban las mismas cosas una y otra vez, sin orden ni metodología, simplemente desparramándolo todo por el piso.
Cogían tablas de horarios de labores, cajas vacías que habían sido los estuches de programas de cómputo o de algún artículo del hogar, pulseras o adornos y les preguntaban para que servían y cuando les respondían, invariablemente las llamaban mentirosas y si pensaban que de alguna manera el artículo podía serles útil, lo ponían aparte como evidencia.
Llegaron incluso a preguntarles dónde tenían escondido el teléfono y cuando Gaby les respondió que no tenían, la sub-comisario Correa la agarró a insultos con ella y esta vez fue Gaby, la que sin poder contener más su indignación, le replicó furiosa:
— ¡Si quiere, usted misma búsquelo y si lo encuentra, recién llámeme mentirosa, pero si va a dudar de cada cosa que le respondemos, será mejor que no nos pregunte más!
Como era de esperarse, la sub-comisario volvió a empezar con su interminable sesión de insultos y amenazas.
Cuando estaba lista para volver a alegar, Gaby sintió la mirada de Ricardo fija en ella y al voltear a verlo, él le hizo señas para que se calmara, incluso se arriesgó a decir suavemente:
— Tranquilas, no se peleen.
Ella le sonrió, no muy convencida aún de dejarse insultar tan mansamente y volteó para mirar nuevamente a la sub-comisario que seguía con su actitud amenazadora y observándola muy fijamente. En esos momentos su mirada se desvió hacia el arma que la mujer mantenía muy visible aún y recordó una frase que había leído hacía un tiempo en el Selecciones del Reader’s Digest «Siempre se debe llamar señor a la persona que tiene el arma». La frase no le hacía ninguna gracia ahora, pero se esforzó en hacerle caso, tanto a Ricardo como al Selecciones y en controlarse para no discutir más.
En otro momento, uno de los investigadores sacó la caja donde las señoras Badani tenían guardados todos sus cinturones de ropa, los cuales eran, evidentemente, adornos femeninos, o al menos eso creían ellas, ya que jamás se les hubiera ocurrido pensar que alguien lo dudara siquiera dada su evidente forma.
El revuelo que se formó fue alucinante. El investigador, fascinado, cogió los cinturones como quien sujeta un tesoro y salió rápidamente de la habitación a mostrárselos a los demás con gestos de orgullo y satisfacción. Ellas lo siguieron con la vista hasta verlo desaparecer del dormitorio sin terminar de salir de su asombro.
¡El hombre realmente parecía un retrasado mental! ¡Era demasiado obvio que eran cinturones! ¡Adornos femeninos! ¡Adornos de mujer! Tal vez estuvieran un poco pasados de moda, pero eran cinturones. ¡¿Cómo podía confundirlos con ninguna otra cosa?!
El investigador, sin embargo, tenía la actitud de haberlos pillado con las manos en la masa, parecía como si hubiera descubierto lo que buscaba, como si hubiera encontrado la tan deseada «evidencia»… y lo que era peor, todos aquellos con los que se cruzaba y a los que les iba mostrando los cinturones, se veían visiblemente de acuerdo con él, incluso le indicaron donde debía acomodarlos para que se vean mejor… ¡Era todo tan absurdo!
Mientras tanto, en el vestíbulo de la casa, los maletines de ropa que Carlos y Fanny habían traído para pasar su temporada de vacaciones en Los Maquis, eran ahora objeto de los ultrajes de dos detectives que registraban en ellos manteniendo la misma técnica —o la misma falta de ella— que mantenían con los clóset de las mujeres: todo su contenido estaba siendo desparramado desordenadamente por el suelo.
El que buscaba entre las cosas de Carlos iba sacando pantalones, calzoncillos, camisas y calcetines sin ningún reparo hasta que apareció, ante su fascinado rostro, un calzoncillo manchado de rojo. El detective abrió mucho los ojos, lo tomó con sumo recelo con la punta de dos dedos y se lo llevó a la sub-comisario, la cual, muy seriamente, le indicó tener cuidado y colocarlo aparte para llevarlo a analizar al laboratorio.
Fanny llegaba a retorcerse en su asiento haciendo grandes esfuerzos por contener la risa, ya que aquél era un calzoncillo que se había manchado con pintura roja en una ocasión en que ella y Carlos estaban pintando una casa en Maipú donde vivieron un tiempo. ¡Era increíble hasta dónde podían llegar en su ceguera!
Imagen tomada de las Noticias que fueron transmitidas por televisión ¡Todo ese desastre fue ocasionado por los Investigadores! |
Un poco más allá, una pareja de detectives que hurgaba entre las herramientas que tenían ordenadas en el balcón, no podía contener los comentarios favorables al respecto de que tenían todo bien etiquetado y que se notaba que eran bien organizados… Efectivamente, todo había estado en orden y cada cosa tenía su lugar, algo que ya no se podía decir desde la llegada de los detectives.
Era realmente deprimente ver como iba quedando todo, la casa estaba hecha un caos y los detectives iban arrasando con todo a su paso. Más parecía que se tratase de un saqueo. No habían pasado todavía ni un par de horas y los investigadores, en su violenta e implacable labor, ya tenían absolutamente todo revuelto.
Era realmente deprimente ver como iba quedando todo, la casa estaba hecha un caos y los detectives iban arrasando con todo a su paso. Más parecía que se tratase de un saqueo. No habían pasado todavía ni un par de horas y los investigadores, en su violenta e implacable labor, ya tenían absolutamente todo revuelto.
En un momento dado, dos de los investigadores decidieron subir al entretecho a buscar posibles evidencias allí y casi destrozaron la tapa porque no se dieron el trabajo de detenerse a pensar por unos instantes cómo funcionaba el mecanismo.
Ricardo se acercó amablemente para mostrarles cómo se abría, pero los detectives reaccionaron violentamente. Se veían sorprendidos con el gesto y le ordenaron bruscamente que se volviera a sentar y que no se les acercara nuevamente.
Finalmente, después de pelearse un rato más con la trampilla, lograron abrirla sin romperla demasiado y como no encontraron nada arriba, se dieron el trabajo de subir hasta tres veces a revisar.
continuará ...
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