continúa ...
En la habitación contigua, los perritos, acostumbrados siempre a estar acompañados y a la habitual tranquilidad de la casa, no paraban de ladrar, aullar y arañar la puerta. Era terrible oír su desesperación y no poder hacer nada para serenarlos.
El alboroto en la casa continuaba por todos lados.
En todo momento se mantenían cinco o seis investigadores en la habitación de las mujeres, pero ahora eran de ambos sexos y aunque ya llevaban enfundadas sus armas, las mantenían todo el tiempo de manera muy visible.
Ahora empezaron a hurgar en los clóset y a tirar la ropa y objetos personales por el suelo de la habitación sin el menor respeto ni delicadeza, dejando la casa hecha un verdadero desastre.
Todas sus cosas, sus cosas más queridas, puestas de esta manera, se veían sucias y feas, era como estar ante un basurero, no sólo por la forma en que eran apiladas sin ningún orden ni cuidado en el centro del cuarto, sino por la sensación que les producía de que todo estaba siendo manchado.
Era realmente desagradable ver tanto a mujeres como a hombres manoseando su ropa, incluso su ropa interior. Sentían que nunca más podrían volverla a mirar del mismo modo que antes.
A Mara toda esta escena le producía un gran dolor, como si las estuvieran violando en lo físico. Desde su lugar en una de las camas, del que casi no se había movido desde que todo había comenzado y sin atreverse a formular protesta alguna, sólo se repetía en su cabeza, una y otra vez, que todo aquello en algún momento tendría que aclararse.
Todo iba transcurriendo en medio de los gritos y amenazas por parte de los investigadores, además de todo tipo de insultos como degeneradas, depravadas, pervertidoras de menores y toda una serie de calificativos en el lenguaje más vulgar que hubieran escuchado hasta el momento.
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Si quieren tener una idea de cómo nos sentimos, imaginen que debajo de ese tacón está la imagen de aquello que para ustedes es lo más sagrado. |
Una investigadora alta, de cabello negro y botas verdes, buscaba en una sección del clóset donde tenían guardadas cosas devocionales y empezó a tirarlas al suelo y a pisar los cuadros de las Deidades con rabia.
A Elsa toda la escena la indignaba hasta el extremo. No podía soportar ver a esas personas, que supuestamente debían velar por los derechos humanos y por que se respete el orden, actuando impunemente como viles delincuentes escudados en sus placas, saqueando la casa, sin respetar la dignidad y libertad de personas que eligieron voluntariamente su forma de vida y, a pesar de ser normalmente sumamente tranquila y callada, no pudo contenerse por más tiempo e increpó a la oficial para que respetase esos objetos que para ellos eran sagrados.
— Esas cosas no significan nada para mí —le respondió la mujer, tratando los objetos con aún mayor furia.
Qué sensación de rabia e impotencia. ¡Escudados en la autoridad, cometían toda clase de atropellos!
Qué sensación de rabia e impotencia. ¡Escudados en la autoridad, cometían toda clase de atropellos!
Poco a poco las mujeres, que fueron las que más protestaron al inicio por los malos tratos recibidos, fueron desistiendo de continuar con sus alegatos y simplemente permanecían allí, calladas y esperando, mirando pasar todo como se mira una película.
continuará ...
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