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Condujeron a las mujeres escaleras arriba
hasta las puertas de los calabozos pequeños en los que habían estado poco antes, donde las
reunieron con los hombres que aún aguardaban en formación y luego les hicieron
seguir caminando a todos juntos hasta que pasaron la reja que separaba los
calabozos de las oficinas de la entrada, los hicieron doblar hacia la derecha y
nuevamente escaleras arriba.
Mientras subían las escaleras,
Mercedes —inquieta como estaba por toda la situación— aprovechó la forma
relajada en que estaban siendo conducidos y se adelantó disimuladamente hasta
donde Karim, para preguntarle si uno podía declarar lo que quisiera y si podía
rehusarse a firmar hasta que no aceptaran su declaración completa.
Karim explicó a las mujeres que
tenía más cerca, que ninguno estaba en la obligación de hacer declaraciones o
firmar ningún papel si no lo deseaba y que no tenían que firmar si no estaban
conformes con la transcripción de sus declaraciones. Tenía la esperanza de que
su mensaje fuera retransmitido a las demás, para evitar así mayores abusos por
parte de los detectives.
— Yo quiero que quede por
escrito todos los maltratos que nos están haciendo —le remarcó Mercedes y
aprovechó de contarle que su esposa había sido víctima de abuso sexual por
parte de un guardia.
La reacción de Karim fue
explosiva, se puso furioso, nunca antes lo habían visto así, estaba sumamente indignado
y sin pensar en nada más, empezó a gritar:
— ¡¡¡¿Cómo es posible que
hallan manoseado a mi mujer justamente en la Brigada de Delitos Sexuales?!!!
¡¡Desgraciados!! ¡Quién está a cargo aquí! ¡Quién fue el que lo hizo! ¡Claudia,
dime quién fue!
Nadie habló.
Claudia, sumamente preocupada, se
adelantó hasta donde estaba Karim y tan nerviosa como se hallaba por toda la
situación, intentó en vano serenarlo. Tenía miedo de lo que le pudiera pasar si
continuaba gritando, pero Karim seguía muy indignado y no había quién lo
silenciara.
Rápidamente vinieron dos
investigadores, que después de vapulearlo, lo amenazaron rudamente para que se
callara y le advirtieron que si no lo hacía, no sólo él, sino también las
mujeres, sufrirían las consecuencias. Esto recién frenó un poco su ira.
Cuando llegaron al final de las
escaleras, los hicieron aguardar a la entrada de un salón amplio arreglado a
manera de teatro, con butacas, un pasillo ancho y una mezanine en el piso alto.
Ricardo, que ya estaba de pie en
el escenario, fue rápidamente sujetado de los brazos por dos investigadores que
se lo llevaron fuera del salón por alguna otra ruta de acceso.
A ellos los hicieron descender
por la escalera y sentarse juntos en las tres primeras filas de las butacas de
la izquierda.
Había una cámara al fondo del
teatrín y un investigador hacía las pruebas del caso, otros investigadores
estaban repartidos en la sala y un par más miraba la escena desde arriba.
Uno de los detectives les explicó
—sin entrar en mayor detalle— que todo lo que tenían que hacer era subir al
escenario uno por uno, girar a la derecha, luego girar a la izquierda, caminar
de un lado a otro, pararse delante del micrófono, decir su nombre, su edad y
luego bajar. No les dijeron que mientas tanto los iban a filmar, pero eso era
evidente.
Las señoras Badani, que habían
quedado juntas en la primera fila, se voltearon hacia Karim que había terminado
ya su último año de derecho en la universidad y le preguntaron si lo que
querían hacer era legal, si de verdad tenían que caminar delante de la cámara o
si podían negarse.
Karim, cuyos conocimientos eran
aún demasiado teóricos, no tenía muchas nociones sobre cual era el
procedimiento a seguir, por lo que le devolvió la pregunta a Jaime, ya que él,
al mismo tiempo que terminaba sus estudios, desde hacía ya unos meses estaba
trabajando para un bufete de abogados, justamente en el campo penal.
— Yo lo que sé, es que la
filiación es un proceso que se hace recién si el juez lo declara a uno
culpable. Ahora, aquí ellos pueden hacer lo que quieran y nosotros no tenemos
como impedírselos y menos aún sin un abogado presente. Por otro lado, no
tenemos obligación de hacer ese vídeo ya que no es parte de ningún
procedimiento legal que yo conozca y no sabemos para qué lo van a utilizar… Creo
que podemos negarnos… —dijo Jaime, no muy seguro tampoco de sí mismo.
Eso bastó. Karim empezó a
protestar con términos legales al investigador que parecía estar a cargo, pero
el hombre, ignorándolo por completo, lo hizo callar y le respondió:
— ¡No tengo que explicarles
nada! Tú no entiendes de esto. Ustedes lo único que tienen que hacer es pararse
y caminar.
Karim, aparentando estar muy
seguro de sí mismo, le respondió que él sí entendía ya que era egresado de
derecho y continuó alegando, citando ahora extractos del Código. El
investigador, viendo que perdía terreno, lo volvió a hacer callar esta vez en
forma más enérgica y para concluir con la discusión, les dijo a manera de
conciliación:
— Este vídeo es para nuestros
registros internos, persona que es detenida aquí, debe quedar registrada. Si
ustedes quieren, cuando hablen frente al micrófono, pueden decir que están
haciéndolo contra su voluntad o lo que quieran decir. Pueden decir cualquier
cosa que quieran.
El investigador señaló a Alberto
y en tono cortante le ordenó que subiera él primero al escenario. Alberto miró
hacia ambos lados y sin saber qué hacer, se paró y subió.
Ya arriba, caminó tranquilamente
a un lado del escenario y luego al otro, tal como le habían indicado, después
se paró frente al micrófono, dijo su nombre, su edad y declaró que estaba
haciendo ese vídeo por exigencia de la Policía de Investigaciones y que era en
contra de su voluntad.
Mientras Alberto desfilaba para
las cámaras, los demás se pusieron a discutir el asunto entre ellos. No estaban
muy seguros de desear continuar.
— Yo trabajo con computadoras,
los vídeos se pueden editar y hacer aparecer lo que ellos quieran o, en último
caso, le pueden quitar el audio y nuestra protesta ante el micrófono no servirá
de nada. Además, este vídeo es igual al que presentan siempre en la tele de los
criminales a los que han capturado y los hacen desfilar por la pasarela de los
delincuentes. Nadie sabrá que somos inocentes. ¡Yo no pienso subir! —Alegó
Gaby.
Al ver su ejemplo, los demás
afirmaron que tampoco subirían y se empezaron a dar fuerza los unos a los
otros. Cada vez que repetían que no pensaban subir lo hacían más y más seguros
de que nadie los podría obligar.
Los investigadores intentaban
hacerlos callar, pero no lo lograban.
El investigador a cargo le ordenó
enérgicamente a Jaime que subiera, pero él se negó rotundamente y, a pesar de que
lo amenazó y continuó ordenándoselo, Jaime no se movió de su silla.
Al ver su determinación, el
investigador decidió cambiar de presa y le ordenó subir a Roxana, pero la
respuesta de ella fue similar y empezaron a oírse las voces de los demás en
apoyo, cada vez más fuertes y más resueltas.
Karim les explicó, con citas de la
misma Constitución chilena, que el procedimiento era inapropiado, que no se
encontraba en ninguna ley, no era parte del reglamento de la policía y por lo
tanto no tenían ninguna obligación de hacerlo, pero el investigador —que ahora
se había visto reforzado por dos detectives más, firmemente parados a sus
lados— lo hizo callar inmediatamente y no lo dejó continuar.
Jaime intervino también con
planteamientos legales, explicando que lo que estaban haciendo era
inconstitucional y que para empezar, todo detenido tenía derecho a hacer una
llamada solicitando la presencia de un abogado, pero el investigador, cada vez
más molesto, le gritó que esas cosas solamente sucedían en la televisión, que
todos ellos eran unos ignorantes, que allí no tenían derecho a un abogado y que
al parecer Jaime había visto demasiados programas de publicidad.
— ¡¡… Y tú mejor cállate si no
quieres que te lo explique de otra forma…!! —Terminó amenazándolo
ferozmente y continuó gritándole a cada uno para que se callara.
Cuando por fin logró que se
hiciera el silencio, se los quedó mirando uno por uno detenidamente y cuando al
parecer comprobó —por la decisión que había en sus miradas— que ninguno
cambiaría de actitud, ordenó que sacaran a los hombres del salón, especialmente
a Karim y a Jaime que eran los que le argumentaban con bases legales.
— Si bien han sido muy bien tratados
hasta este momento, recibiendo un trato muy considerado y muchas prerrogativas,
algo que no es habitual con los demás detenidos y por lo que deberían dar las
gracias, a partir de aquí, si insisten en no colaborar, las cosas cambiarán
drásticamente y ahora sí que van a saber lo que es bueno y serán muy mal
tratados en los calabozos, en especial las mujeres —recalcó el detective,
mirando a Karim fijamente a los ojos.
A pesar de las terribles
amenazas, los hombres mantuvieron su decisión con un firme silencio.
Dentro del anfiteatro, el
investigador volvió a insistir con las mujeres, pero nuevamente obtuvo la misma
respuesta en forma unánime por parte de todas ellas. Al ver que no iba a
conseguir nada de esta forma, indicó que se las llevaran a todas y esta vez le
ordenó a Gaby que se quedara.
continuará ...