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sábado, 3 de enero de 2015

132 • Arreglarse para las fotos

... continúa

     Pasadas las nueve y treinta de la mañana, vinieron por Karim, Alberto, Carlos y Jaime para sacarlos de sus respectivas celdas.

     Los detectives los hicieron bajar por la escalera que conducía a La Patilla y caminar hacia la derecha hasta un pequeño patio —que por el ancho más parecía un estrecho pasadizo, aunque totalmente al descubierto— en el cual había un caño alto sobre la pared izquierda, que terminaba en un desagüe a manera de poza a nivel del piso.

     Les proporcionaron jabón, una única máquina de afeitar y les ordenaron que se arreglaran y se peinaran, ya que les iban a sacar fotos.

     En su acostumbrado mal tono, les explicaron que no valía la pena que se resistieran y que les convenía arreglarse, porque las fotos se las vamos a sacar igual y es mejor que salgan bien presentados.

     Uno de los guardias, a quien al parecer Karim le había caído en gracia —o al menos, le habían caído en gracia las retribuciones que recibía por la «celda de lujo»— se le acercó con disimulo y le comentó que una de las mujeres había sido manoseada en las instalaciones, pero no le supo precisar cuál.

     Pocos minutos más tarde, cuando los hombres terminaron de asearse, los dejaron formando una fila delante del pabellón de las mujeres, mientras cuatro investigadoras las conducían a ellas hasta el pequeño patio donde no les proporcionaron ni siquiera jabón, mucho menos pasta de dientes.

     Era muy agradable, después de dos días, poder lavarse la cara aunque fuera solamente con agua y enjuagarse la boca con otra cosa que no fuera aquel té asqueroso.

     Se lavaron los dientes utilizando los dedos como habían visto que hacían en las películas y se prestaron unas a otras un cepillo de pelo que no sabían de donde había aparecido y ellas, que normalmente suelen ser sumamente recelosas y quisquillosas sobre la procedencia de las cosas, en esos momentos ni siquiera pensaron en ponerle objeciones.

     El cabello de las mujeres, normalmente muy bien cuidado, ahora daba pena. Después de dos días de no haber sido cepillado y después de tantos tirones y trajines, estaba tan enredado y tan sucio como nunca antes, pero aún así, era agradable poderlo desenredar un poco.

     Ninguna se atrevió a lavarse más allá de la cara y las manos, ya que si bien les habían puesto sólo a investigadoras a vigilarlas, éstas, como parecía ser el estilo de las mujeres detectives, las miraban de manera insistente sin quitarles la vista de encima, y además, el caño se hallaba a la pasada en un lugar que parecía ser bastante transitado.

     Luego de unos minutos, las investigadoras empezaron a impacientarse. Querían llevarlas conforme estuvieran listas, pero ellas se las ingeniaron para hacer como si aún les faltara y esperarse unas a otras para que no las fueran a separar.

     Al cabo de poco rato, a sus guardianas se les acabó definitivamente la paciencia y las obligaron a marcharse, todas juntas, tal como estuvieran.


continuará ...

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