... continúa
Los detectives los hicieron bajar
por la escalera que conducía a La Patilla y caminar hacia la derecha hasta un
pequeño patio —que por el ancho más parecía un estrecho pasadizo, aunque
totalmente al descubierto— en el cual había un caño alto sobre la pared
izquierda, que terminaba en un desagüe a manera de poza a nivel del piso.
Les proporcionaron jabón, una
única máquina de afeitar y les ordenaron que se arreglaran y se peinaran, ya
que les iban a sacar fotos.
En su acostumbrado mal tono, les
explicaron que no valía la pena que se resistieran y que les convenía
arreglarse, porque las fotos se las vamos a sacar igual y es mejor que
salgan bien presentados.
Uno de los guardias, a quien al
parecer Karim le había caído en gracia —o al menos, le habían caído en gracia
las retribuciones que recibía por la «celda de lujo»— se le acercó con disimulo y
le comentó que una de las mujeres había sido manoseada en las instalaciones,
pero no le supo precisar cuál.
Pocos minutos más tarde, cuando
los hombres terminaron de asearse, los dejaron formando una fila delante del
pabellón de las mujeres, mientras cuatro investigadoras las conducían a ellas
hasta el pequeño patio donde no les proporcionaron ni siquiera jabón, mucho
menos pasta de dientes.
Era muy agradable, después de dos
días, poder lavarse la cara aunque fuera solamente con agua y enjuagarse la
boca con otra cosa que no fuera aquel té asqueroso.
Se lavaron los dientes utilizando
los dedos como habían visto que hacían en las películas y se prestaron unas a
otras un cepillo de pelo que no sabían de donde había aparecido y ellas, que
normalmente suelen ser sumamente recelosas y quisquillosas sobre la procedencia
de las cosas, en esos momentos ni siquiera pensaron en ponerle objeciones.
El cabello de las mujeres,
normalmente muy bien cuidado, ahora daba pena. Después de dos días de no haber
sido cepillado y después de tantos tirones y trajines, estaba tan enredado y
tan sucio como nunca antes, pero aún así, era agradable poderlo desenredar un
poco.
Ninguna se atrevió a lavarse más
allá de la cara y las manos, ya que si bien les habían puesto sólo a
investigadoras a vigilarlas, éstas, como parecía ser el estilo de las mujeres
detectives, las miraban de manera insistente sin quitarles la vista de encima,
y además, el caño se hallaba a la pasada en un lugar que parecía ser bastante
transitado.
Luego de unos minutos, las
investigadoras empezaron a impacientarse. Querían llevarlas conforme estuvieran
listas, pero ellas se las ingeniaron para hacer como si aún les faltara y
esperarse unas a otras para que no las fueran a separar.
Al cabo de poco rato, a sus guardianas
se les acabó definitivamente la paciencia y las obligaron a marcharse, todas
juntas, tal como estuvieran.
continuará ...
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