continúa ...
En la habitación de las mujeres, prácticamente todo el contenido de los clóset se encontraba ahora esparcido formando un gran montículo central.
La supuesta búsqueda de evidencia era interminable. Jamás hubieran pensado que tenían tantas cosas en la casa y que éstas despertaran tanto interés y sospecha en otras personas.
Entre la evidencia que llevarían a Santiago los investigadores separaron solícitamente a un lado, varios de los casetes y CD’s de música, la muñeca Barbie que Mercedes usaba como modelo para sus dibujos y varios juguetes de peluche que tenían en el pasillo.
La sub-comisario Correa, por su parte, se veía muy interesada en las revistas de Barbie y parecía ya haber encontrado a quién regalárselas, ya que sin disimulo de ningún tipo las acomodaba cuidadosamente junto a sus cosas.
Otros investigadores, en cambio, mostraban un interés personal en los casetes de la película Robin Hood o en los CD’s de los Beatles.
Otro más allá, mientras guardaba en su bolsillo una pequeña agenda, le dijo a las mujeres, más a manera de afirmación que de pregunta ¡No hay ningún problema! ¡¡¿No?!!
Tanto era el descaro de los detectives al elegir las cosas que más les gustaban que incluso en un momento en que Gaby, perpleja, no pudo evitar el quedarse mirando fijamente como uno de ellos cogía un casete y lo metía dentro del bolsillo de su chaqueta, éste, al encontrarse con su mirada ni siquiera se sobresaltó.
¿Qué podían hacer? Simplemente permanecían mudos viéndolos saquear.
Poco rato después de que se marchó el carabinero, el prefecto Sotomayor fue a conversar con Ricardo al baño. Allí Ricardo, nuevamente, hizo el intento de hacerles entrar en razón y explicarles que el terreno era propiedad privada y que se oponía terminantemente a la entrada de la prensa en él.
El prefecto Sotomayor se mostró muy comprensivo y en tono muy condescendiente le dijo:
La supuesta búsqueda de evidencia era interminable. Jamás hubieran pensado que tenían tantas cosas en la casa y que éstas despertaran tanto interés y sospecha en otras personas.
Entre la evidencia que llevarían a Santiago los investigadores separaron solícitamente a un lado, varios de los casetes y CD’s de música, la muñeca Barbie que Mercedes usaba como modelo para sus dibujos y varios juguetes de peluche que tenían en el pasillo.
La sub-comisario Correa, por su parte, se veía muy interesada en las revistas de Barbie y parecía ya haber encontrado a quién regalárselas, ya que sin disimulo de ningún tipo las acomodaba cuidadosamente junto a sus cosas.
Otros investigadores, en cambio, mostraban un interés personal en los casetes de la película Robin Hood o en los CD’s de los Beatles.
Otro más allá, mientras guardaba en su bolsillo una pequeña agenda, le dijo a las mujeres, más a manera de afirmación que de pregunta ¡No hay ningún problema! ¡¡¿No?!!
Tanto era el descaro de los detectives al elegir las cosas que más les gustaban que incluso en un momento en que Gaby, perpleja, no pudo evitar el quedarse mirando fijamente como uno de ellos cogía un casete y lo metía dentro del bolsillo de su chaqueta, éste, al encontrarse con su mirada ni siquiera se sobresaltó.
¿Qué podían hacer? Simplemente permanecían mudos viéndolos saquear.
Poco rato después de que se marchó el carabinero, el prefecto Sotomayor fue a conversar con Ricardo al baño. Allí Ricardo, nuevamente, hizo el intento de hacerles entrar en razón y explicarles que el terreno era propiedad privada y que se oponía terminantemente a la entrada de la prensa en él.
El prefecto Sotomayor se mostró muy comprensivo y en tono muy condescendiente le dijo:
— Sí, Ricardo, yo entiendo perfectamente tu preocupación, por eso yo he venido aquí para velar porque todas las cosas se hagan correctamente, así es que para hacer las cosas más fáciles para todos, si tú firmas una declaración que nosotros ya te hemos traído (para evitar pérdidas inútiles de tiempo) y que está prácticamente elaborada… sólo tendríamos que agregarle unos pequeños detalles… si tú haces eso, yo me encargaré de evitar que la prensa entre a tu terreno.
Al leer Ricardo el contenido de la ya elaborada declaración, le dijo que definitivamente NO firmaría, ya que ese documento los inculpaba por delitos que NO habían cometido. Su posición era firme. ¡Por ningún motivo iba a firmar!
El tono del prefecto, antes tan angelical, cambió. Ahora tomó el mismo matiz que el del resto de su gente y, al igual que los demás, la acometió a insultos y amenazas.
Por tercera vez, Ricardo solicitó hacer una llamada, aunque fuera por medio de sus celulares, pero el prefecto lo ignoró por completo, dio media vuelta y salió del baño en dirección a la habitación donde estaban las mujeres.
— Todas ustedes son una tira de tontas e ignorantes —entró diciendo sin otro preámbulo— más les vale que vayan confesándolo todo de una buena vez y que me digan donde es que tienen las evidencias, ya que nosotros de todos modos las vamos a encontrar.
¡La situación era realmente ridícula! Era como si quisieran que ellos les proporcionaran alguna prueba que los inculpara… lo que fuera… Se veían realmente desesperados por hallar algo. Todo esto se ponía cada vez más y más confuso.
La sensación que daban era como si tuvieran algún dato —o más bien deberíamos decir, cuento— pero que supieran que lo hallado no era evidencia real, no era lo que habían esperado encontrar y ya no querían dar marcha atrás, querían de todos modos inculpar a alguien. Tal vez lo que pasaba en realidad, era que no querían perder el viaje —o más probablemente, el botín— y además, ya habían movilizado a la prensa.
Las mujeres ya no se esforzaron por alegar y se limitaron a mantenerse en silencio. Ninguna tenía deseos de colaborar con estas personas, si querían, que siguieran perdiendo su tiempo. No habían venido en actitud de investigar, ya los habían juzgado y declarado culpables de antemano, esto era evidente por los malos tratos de los que los hacían objeto.
— ¿No hablan?… ¡Perfecto! ¡Ahora sí que se van a ir todos arrestados!
¡Esto ya era el colmo! ¡No lo podían creer! Desde que entraron en la casa ya les habían asegurado que todo estaba definido y que se iban a ir arrestados a Santiago, pero ahora lo decía como si recién fuera verdad y esto, tan sólo, porque lo habían sacado de sus casillas.
El sub-prefecto Bravo, con sus modales bruscos y su expresión de estar siempre enojado, trajo al investigador con la cámara de mano y amenazó con filmarlas.
Una por una, al ser apuntada con la cámara, giró el rostro. La única que se quedó mirándolo de frente fue Mercedes, ya que ella siempre había pensado que quien no era culpable, no bajaba ni escondía la cara porque no tenía de qué avergonzarse y además, porque se hallaba terriblemente molesta con toda esta gente.
El sub-prefecto le ordenó que se identificara ante la filmadora, que diera su nombre y número de cédula de identidad, pero Mercedes no le respondió, permaneció inmóvil, mirándolo de frente. Ella no miraba la cámara, sostenía la mirada del sub-prefecto casi sin parpadear, con la indignación y el reproche pintados en el rostro, esperando, quizás, que fuera el otro el que la esquivara por la vergüenza… sólo para descubrir que aquél hombre carecía por completo de ella.
Al ver que no respondía, el sub-prefecto Bravo la miró con rabia, llegaba a tener los ojos desorbitados y parecía que en cualquier momento iba a golpearla, pero luego su mirada se fue volviendo cada vez más torva:
— ¡¡A ustedes les gusta el sexo frío!! ¿No? —Les dijo, mientras se deleitaba mirando de arriba a abajo a cada una.
Mercedes no encontraba pies ni cabeza a ese comentario tan fuera de lugar. ¿Qué?, pensó, ¿Este imbécil habrá creído que lo miré de frente para insinuármele? Colmada de rabia como estaba, se hizo la firme promesa de, en lo sucesivo, quitarse el orgullo del rostro y aguantarse las ganas de recriminar a sus agresores hasta con la mirada dado que —según tuvo que reconocer—, era algo totalmente inútil y, por lo visto, lo único que conseguiría era que los maltrataran.
Después de unos instantes de silencio y al darse cuenta que no iba a obtener nada de ellas, sub-prefecto Bravo se marchó hacia el baño y entró abriendo la puerta de un solo manotazo.
Ahora fue el sub-prefecto el que intentó que Ricardo confesara las atrocidades que ellos querían escuchar —y que luego se encargarían de achacarles ante los medios de prensa— y, sin importarle la presencia de Carlos y de los otros detectives, amenazó con golpearlo allí mismo si es que no firmaba la declaración que habían traído... pero Ricardo no cedió.
El sub-prefecto, después de amenazar a Ricardo con que esto se pondría aún más difícil si es que él se mantenía en esa actitud de no querer colaborar, ordenó que esposaran a los dos hombres cual criminales peligrosos y que permanecieran en todo momento siendo vigilados y encañonados e inmediatamente salió del baño furioso, pegando un portazo.
continuará ...
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