continúa ...
Mientras tanto, en Santiago, Jaime recién regresaba del estudio jurídico en el cual trabajaba. El día había sido bastante pesado y en su mente sólo estaba el llegar a su casa a descansar, ya que al día siguiente tendría que levantarse a las seis de la mañana como les era habitual.
Le pareció raro encontrar la puerta de calle sin llave, pero como la habitación de Karim en el segundo piso estaba con luz, supuso que ya habría regresado de Los Maquis y que tal vez él había olvidado cerrar la puerta, pero aunque la explicación le pareció lógica, una extraña sensación lo embargó.
Abrió y entró.
El inspector Mario Silva, que estaba escondido tras la puerta,
la cerró de un golpe detrás de él y otros tres investigadores, que se
encontraban distribuidos en el jardín de entrada, aparecieron de entre los
arbustos y lo rodearon, apuntándole con sus armas.
¡Cagamos…! Son ladrones y nos están asaltando —fue lo único que atinó a pensar en esos momentos Jaime, paralizándose donde estaba y levantando instintivamente las manos.
Les preguntó qué era lo que estaban haciendo allí, pero sin responder, los detectives lo obligaron por la fuerza a entrar en el interior de la casa donde pudo ver al menos a una persona más, que con una cámara, filmaba todo lo que estaba sucediendo en ese minuto.
Para Jaime quedó descartaba la posibilidad de que fueran asaltantes, ya que no encajaba que siendo un robo estuvieran filmándolo todo.
A la pregunta de quiénes eran, respondieron secamente que eran detectives, pero cuando Jaime les pidió, por favor, que le mostraran la placa, el inspector Silva lo hizo tan velozmente, que no alcanzó a leer ningún nombre, número, ni nada.
Volvió a insistir en su pregunta de qué era lo que estaban haciendo allí y el mismo inspector, a manera de respuesta, le abofeteó varias veces el rostro recomendándole:
— ¡¡Tú sólo estate tranquilo!! Te vamos a llevar detenido.
La cámara, que iba captándolo todo, se acercó a Jaime y él giró la cara para que no hicieran un primer plano de su rostro.
Al poco rato volvió a intentar, con toda la serenidad de la que era capaz, que le aclararan la situación, pidiéndoles que le mostraran la Orden de Detención y la Orden de Allanamiento.
— Mira… este conoce sus derechos… —se burlaban entre ellos los detectives, sin contestar a la pregunta.
No sólo no le mostraron las órdenes y tampoco le dijeron de qué se le incriminaba, sino que a cada pregunta le respondían afirmando que él sabía de qué cargos lo estaban acusando e insistían en que era Jaime el que les debía decir por qué iba a ser arrestado.
— Yo no sé nada. No sé lo que está pasando, no sé por qué estoy siendo detenido y por lo tanto, exijo que me muestren las órdenes respectivas —respondía Jaime una y otra vez, pero los investigadores seguían sin hacerle caso.
El inspector Silva ordenó que lo esposaran para llevárselo y a través de su radio portátil pidió que le trajeran un vehículo. Pocos minutos después lo sacaron a empujones de la casa mientras los investigadores continuaban con sus amenazas. Le decían que todos sus amigos ya habían sido detenidos, insistían en que él sabía muy bien cuáles eran los cargos y le advertían que saliera tranquilo y no les fuera a ocasionar ningún problema.
Ni bien llegaron a la puerta, se estacionó delante de ellos un charade azul y uno de los detectives abrió la puerta trasera del vehículo.
Al ver que era un auto particular, que no tenía insignia, no tenía baliza, ni ningún tipo de identificación, a Jaime se le cruzaron mil ideas por la cabeza. Pensó en las terribles cosas que habían sucedido durante el gobierno militar y se dio cuenta que si ellos querían lo podían hacer desaparecer en el instante y nadie iba a saber nada. Tenía temor de que lo llevaran a un lugar donde no pudieran encontrarlo. Pensó también que si no servía a sus propósitos, lo podrían matar, ya que no había ningún vestigio de su detención, ni testigos, nada…
Plantándose firmemente delante de la puerta abierta del auto, Jaime volvió a preguntar —esta vez en un tono más enérgico— por las órdenes de Detención y Allanamiento, pero por toda respuesta, los detectives lo empujaron violentamente en dirección al asiento trasero del vehículo.
Jaime logró resistirse y haciéndose a un lado de la puerta empezó a gritar aceleradamente a una vecina que estaba regando, que por favor tomara la patente del vehículo y que avisara a la policía. Gritaba todo lo que podía, pero en su desesperación hablaba atropelladamente y los investigadores se esforzaban por hacer aún más ininteligibles sus palabras, mientras continuaban forcejeando con él para meterlo dentro.
Finalmente, los detectives lo empujaron más violentamente aún y lograron arrojarlo contra el asiento trasero, lo pusieron boca abajo y comenzaron a pegarle en la espalda y en la nuca para que se callara.
Jaime se limitó a cubrirse la cabeza con ambas manos a como podía. En aquellos momentos no sentía los golpes, no sentía ningún dolor, no sentía nada… Era extraño, no sabía si le pegaban fuerte o despacio, simplemente no sentía nada, solo sonidos secos como de un tambor que provenían de su cuerpo pero que su cerebro ni siquiera se esforzaba por registrar. Lo único que le preocupaba era hacer el suficiente alboroto como para que los vecinos se dieran cuenta de lo que pasaba.
Presionaron fuertemente su cabeza contra el asiento del auto y ya no pudo gritar más, pero cuando intentaron cerrar la puerta, la pateó de regreso con fuerza e interpuso su pierna derecha contra el borde.
Los detectives le embistieron la pierna con la puerta una y otra vez, hasta que el dolor lo obligó a recogerla.
Jaime intentó tranquilizarse un poco pensando que, en todo caso, ya a esas alturas había hecho el suficiente alboroto como para que alguien se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo y, si le sucedía cualquier cosa, informaría al menos a carabineros o podría dar una pista si lo hacían desaparecer.
Se subió un detective a cada extremo del asiento trasero del vehículo, forzaron a Jaime a sentarse manteniéndose agachado con la cabeza entre las piernas y partieron a toda velocidad, obligándolo a viajar en aquella incómoda posición durante todo el camino. Tal vez sería para que él no mirara las caras de la gente que iba en el auto y que tan brutalmente lo habían golpeado o para que no supiera a dónde lo llevaban o, tal vez, para que nadie supiera que él iba en el interior... Jaime se sentía muy preocupado.
— Hemos tenido problemas… las cosas han salido mal… ha habido un incidente… —informaron inmediatamente los investigadores, al parecer a la central, a través de la radio del vehículo.
Los detectives se mostraban bastante alterados, tal vez incluso se podía decir que sonaban asustados y pedían que les dieran nuevas instrucciones.
Una voz del otro lado de la radio les ordenó dar una vuelta y que después se fueran a la casa.
Durante todo el tiempo que duró «la vuelta», le pegaron en la cabeza con las manos abiertas, y él, ya sin resistirse, simplemente se cubría un poco, pero todavía en esos momentos, parecía como si hubiera perdido totalmente la sensibilidad y los golpes seguían sin dolerle, escuchaba el sonido seco que producían y podía sentir el contacto de otras manos con su cuerpo, pero no sentía absolutamente nada más, ningún dolor, nada...
continuará ...