continúa ...
Esa mañana Karim, muy contento, había tomado el bus de regreso a Santiago después de pasar una semana en la casa de Los Maquis donde se había recluido para —con la ayuda de las computadoras de Ricardo— avanzar la tesis con la cual se recibiría como abogado. Llegó a la casa de la calle Guanaco llevando consigo el impreso que al día siguiente llevaría al profesor para que lo revise y le haga las acotaciones pertinentes.
Eran ya aproximadamente las siete de la noche y él y Claudia, se acababan de retirar a su habitación para gozar de un momento de intimidad después de los días de separación cuando, casi inmediatamente, el timbre de la casa empezó a sonar de manera insistente y en medio de los ladridos de la perra, pudo oírse que una mujer afuera gritaba ¡Aló!
Roxana, después de un agradable baño, acababa de instalarse cómodamente en un rincón de la cocina y tenía sus pies remojando en agua caliente para hacerse una esperada pedicura. Cuando escuchó el timbre sonando incesantemente y los ladridos del animal que no paraban, gritó llamando a Claudia para que bajara a atender, ya que no quería correr el riesgo de un enfriamiento y tampoco perder el agua caliente que en esa temporada del año se helaba en un instante.
Claudia —pensando que Roxana aún seguía en la ducha— sólo atinó a volver a ponerse la faldita corta y las sandalias que acababa de quitarse, sin pensar en abrigarse más a pesar del frío que hacía, ya que sabía que Karim la seguiría esperando a su regreso. Todo lo rápido que pudo, partió escaleras abajo para averiguar de quién se trataba.
Una voz desconocida le explicó que le habían tirado la cuenta del teléfono afuera de la casa y, a pesar de que Claudia le pidió que se la pasara por debajo de la puerta, la mujer insistió en que debía salir a recogerla pues tenía algo importante que mostrarle al respecto del mencionado papel.
Ella le creyó, pensando que se trataba de una de sus vecinas, y cuando estaba entreabriendo la puerta para ver lo que pasaba, más de diez sujetos, revólver en mano, se le abalanzaron botándola de un solo golpe lejos en el suelo.
Pelusa, la pequeña perrita de apenas un año que habían adoptado, estaba acercándose intrigada al oír el alboroto, cuando uno de los intrusos que se encontraba cerca, le pegó una brutal patada en los pulmones y la echó a la calle dando fuertes y lastimeros alaridos.
Una mujer levantó a Claudia tirándola violentamente del cabello y sin dejarla decir palabra, la arrastró de aquella brutal manera hasta la sala de la casa, al mismo tiempo que otra mano, que no supo si era de hombre o de mujer, le pegaba puñetazos en diversas partes del cuerpo.
Mientras, los otros individuos estaban repartiéndose rápidamente por toda la casa. Todo había transcurrido en un segundo.
Eran ya aproximadamente las siete de la noche y él y Claudia, se acababan de retirar a su habitación para gozar de un momento de intimidad después de los días de separación cuando, casi inmediatamente, el timbre de la casa empezó a sonar de manera insistente y en medio de los ladridos de la perra, pudo oírse que una mujer afuera gritaba ¡Aló!
Roxana, después de un agradable baño, acababa de instalarse cómodamente en un rincón de la cocina y tenía sus pies remojando en agua caliente para hacerse una esperada pedicura. Cuando escuchó el timbre sonando incesantemente y los ladridos del animal que no paraban, gritó llamando a Claudia para que bajara a atender, ya que no quería correr el riesgo de un enfriamiento y tampoco perder el agua caliente que en esa temporada del año se helaba en un instante.
Claudia —pensando que Roxana aún seguía en la ducha— sólo atinó a volver a ponerse la faldita corta y las sandalias que acababa de quitarse, sin pensar en abrigarse más a pesar del frío que hacía, ya que sabía que Karim la seguiría esperando a su regreso. Todo lo rápido que pudo, partió escaleras abajo para averiguar de quién se trataba.
Una voz desconocida le explicó que le habían tirado la cuenta del teléfono afuera de la casa y, a pesar de que Claudia le pidió que se la pasara por debajo de la puerta, la mujer insistió en que debía salir a recogerla pues tenía algo importante que mostrarle al respecto del mencionado papel.
Ella le creyó, pensando que se trataba de una de sus vecinas, y cuando estaba entreabriendo la puerta para ver lo que pasaba, más de diez sujetos, revólver en mano, se le abalanzaron botándola de un solo golpe lejos en el suelo.
Pelusa, la pequeña perrita de apenas un año que habían adoptado, estaba acercándose intrigada al oír el alboroto, cuando uno de los intrusos que se encontraba cerca, le pegó una brutal patada en los pulmones y la echó a la calle dando fuertes y lastimeros alaridos.
Una mujer levantó a Claudia tirándola violentamente del cabello y sin dejarla decir palabra, la arrastró de aquella brutal manera hasta la sala de la casa, al mismo tiempo que otra mano, que no supo si era de hombre o de mujer, le pegaba puñetazos en diversas partes del cuerpo.
Mientras, los otros individuos estaban repartiéndose rápidamente por toda la casa. Todo había transcurrido en un segundo.
Roxana, que no atinaba todavía a moverse, no lograba entender qué pasaba. Podía escuchar a lo lejos una conversación, gritos, la voz de Claudia gimiendo y rogando… Un tanto fastidiada de que la interrumpieran, decidió levantarse para ver qué estaba ocurriendo y ya estaba poniéndose en pie cuando en la puerta de la cocina apareció un gordo grande y barbudo que le bloqueó el paso y se la quedó mirando fijamente.
Su aspecto era desagradable, su presencia descuidada y tenía la cara llena de granos y huellas de acné. Roxana quedó impactada por lo abultado de su vientre que parecía llevando un embarazo de nueve meses.
No tenía ningún distintivo visible que lo hiciera aparecer como «la ley» y sin dar ninguna explicación, el gordo le pegó de gritos ordenándole que se vistiera.
Roxana, aturdida, se miró a sí misma y luego, más desconcertada aún, le respondió que estaba vestida, pero el gordo, ignorándola, le gritó ahora bruscas órdenes para que saliera de la cocina.
Ella no hizo ningún intento de moverse, en cambio, en un tono bastante más sereno del que ella misma hubiera imaginado, le preguntó quién era él.
El gordo la miró en forma despectiva y, sin contestar, recorrió el lugar con mirada inquisitiva:
— ¡¿No hay nadie más en la casa?!
Roxana respondió que no y el hombre volvió a ordenarle que se vistiera.
Ella no entendía qué estaba sucediendo, no alcanzaba a comprender quién era aquel sujeto y menos aún por qué le decía que se vistiera… tal vez estaba mal vestida ya que no esperaba recibir visitas, pero evidentemente, vestida estaba.
Volvió a preguntarle al hombre quién era y nuevamente el sujeto ignoró la pregunta y le ordenó que se moviera, que saliera de la cocina, pero Roxana seguía inmutable, decidida a no dar un solo paso mientras no le contestaran la pregunta que seguía formulando una y otra vez.
El inspector Mario Silva Lazo, dando ya muestras de empezar a impacientarse, le gritó un seco:
— ¡¡¡Anda, camina o yo mismo te voy a hacer andar!!!
La vista de ella recorrió incrédula a este hombre que le flanqueaba la puerta y observó que empuñaba un arma en una mano y que en la otra tenía algo que parecía ser un radio o un celular.
Hasta ese instante, Roxana no había reparado en el arma y en que estaba siendo apuntada con ella y esta nueva perspectiva de la situación la disuadió para no discutir más, sacó los pies del agua y aún mojados se calzó los zapatos.
El inspector Silva la condujo encañonada hacia la sala donde había otros hombres y mujeres detectives revolviéndolo todo.
Karim, que había permanecido plácidamente recostado totalmente desnudo sobre la cama de su habitación a la espera de que su esposa volviera, cuando empezó a oír mucho barullo, gente que se desplazaba por la casa y pasos apresurados subiendo por la escalera, de un solo movimiento saltó del lecho y cerró la puerta con llave para darse tiempo de ponerse algo de ropa y salir a mirar.
Segundos después, los detectives que llegaron hasta la puerta del segundo piso y la encontraron ya cerrada, le dieron una patada tan violenta que de un solo golpe hicieron un agujero a la altura de la manija.
En su apuro, Karim sólo alcanzó a ponerse un polo de manga corta y unos pantalones de buzo que recién se estaba subiendo, cuando tres investigadores, todos ellos hombres, entraron a la habitación y rápidamente lo rodearon encañonándolo.
El, por sus conocimientos en leyes, pensó que podían ser investigadores, pero no tenía cómo estar seguro ya que en su apariencia no había nada que se lo confirmara. Les preguntó por la orden correspondiente, pero recibió un manotazo en la nuca por toda respuesta.
Abajo, Roxana continuaba preguntando a qué se debía toda esta situación y qué era lo que estaba pasando, pero los investigadores le contestaban de muy mala manera con gritos y amenazas.
Sin amilanarse, ella volvió a insistir con la pregunta. En esta ocasión, la mayor parte de los detectives se limitó a ignorarla y tan sólo una investigadora más allá le gritó:
— ¡¡¡Ya se los diremos, ahora más les vale que no nos hagan problemas!!!
Las mujeres detectives se veían terriblemente masculinas, mal encaradas, vulgares y de un aspecto más temible que los mismos hombres.
Roxana estaba realmente furiosa, le daba mucha rabia con esta gente, la empujaban, la insultaban y le gritaban sin motivo alguno provocando los problemas que, según le decían, querían evitarle. No le gustó que la trataran así. Ella les dijo que no era necesario el maltrato y les volvió a preguntar quienes eran.
Un poco más allá estaba Claudia, muy alterada y esforzándose visiblemente en mantener el control, la habían obligado a sentarse en una banca de la sala y entre sollozos le pedía a Roxana que no les dijera nada más ya que eso sólo aumentaría los problemas. La pobre no entendía nada pero la sola visión de las armas, tan cerca de ellas, apuntándoles, la ponía muy nerviosa.
Aún sin informarle nada, esposaron a Karim con las manos adelante y lo obligaron a bajar al primer piso conducido a empellones, lanzándolo tan violentamente escaleras abajo, que en un momento casi se le caen los pantalones que no había alcanzado a abrochar y que sujetaba a duras penas con ambas manos.
Cuando Claudia vio la forma en que bajaban a Karim, no pudo contenerse por más tiempo, los nervios la traicionaron y se puso a llorar desconsoladamente. Intentó mascullar un par de preguntas a la investigadora que la encañonaba —sólo quería saber qué estaba sucediendo— pero por toda respuesta recibió una nueva serie de insultos y manotazos que la obligaron desistir de continuar preguntando.
Karim, dirigiéndose al inspector Silva que parecía el encargado de todo el operativo, le pidió nuevamente que le mostraran la Orden de Allanamiento y la Orden de Arresto, pero el inspector, dándole un fuerte golpe en la nuca a manera de advertencia, le respondió:
— ¡¡Tú mejor te callas!! Sí tenemos orden y ya la verás más adelante, pero ahora no me molestes. ¡Nosotros aquí podemos hacer lo que nos dé la gana!
Los detectives, indistintamente, respondían a cada pregunta con evasivas o simplemente guardando silencio y limitándose a ignorarlos o en el peor de los casos, con insultos, amenazas y golpes de «advertencia».
Pese a las reiteradas preguntas y pedidos de explicación, principalmente por parte de Roxana y Karim, en ningún momento se identificaron, no les dieron ninguna información, ni les mostraron orden alguna para todo este atropello. ¿Es que no la tenían? Y, si la tenían, ¿por qué no mostrarla?
Algún rato después, subieron a Karim en un auto sin identificación y partieron rápidamente sin decirles a dónde se lo llevaban.
Estaba prácticamente sin ropa, con tan sólo el polo de manga corta y el pantalón en el que había logrado enfundarse —sin alcanzar a ponerse ropa interior— y los detectives no le permitieron colocarse nada más, ni siquiera zapatos o calcetines.
Por si esto fuera poco, durante todo el tiempo que duró el viaje, los detectives continuaron golpeándolo en la nuca.
Roxana le preguntó a dos de los investigadores que quedaron en la casa a dónde era que habían llevado a Karim, pero éstos, sin responderle, se miraron y repitieron el nombre. Al parecer, no tenían ni siquiera idea de a quién habían arrestado.
Cinco minutos después, el inspector Silva ordenó esposar también a las dos mujeres.
Pero no sólo Karim se encontraba terriblemente desabrigado… Roxana estaba vestida apenas con una falda delgada, un polo de manga corta de algodón —sumamente delgado también— un par de zapatos de taco bajo y ni siquiera llevaba medias. Cuando se dio cuenta que estaban a punto de llevárselas a ellas también, pidió autorización para sacar ropa de más abrigo, pero los detectives se limitaron a mirarla con desprecio y a rechazar su solicitud con un seco NO.
Claudia, que se hallaba en condiciones similares, al ver la forma en que trataban a Roxana, ni siquiera intentó formular su pedido.
Sacándolas a empellones, las obligaron a subirse a un segundo auto, que tampoco presentaba ninguna identificación visible y se las llevaron en la misma ignorancia sobre su destino final.
Sentada en el auto, muda y con la vista fija en el frente, Roxana reflexionaba sobre toda la situación… Hacía unas tres semanas atrás que había empezado a sentirse inquieta. Una extraña sensación de angustia la había invadido, una sensación de que algo se estaba cerniendo sobre ellos presto a asestarles un gran golpe. Ella no acostumbraba sentirse así y no encontraba motivos aparentes para ello, así que se había esforzado en olvidar sus temores y ya se había logrado convencer de que todo era producto de su imaginación… pero desde el momento en que había visto al gordo bloqueándole la puerta de la cocina, esa sensación había vuelto a ella con mucho mayor fuerza que antes, la sensación de que algo terrible iba a pasar. Era extraño, pero al mismo tiempo se sentía tranquila… se alegraba de que ninguna de las personas de Los Maquis hubiera estado de visita allí como solían hacer y sabía que cualquiera que fuera el problema, podían contar incondicionalmente con ellos para que los ayudaran.
Viajando en aquel auto, con esta gente desconocida y en actitud sumamente agresiva, Claudia lo único que podía hacer era desear, de todo corazón, que cualquiera que fuese el problema, se aclarara lo antes posible.
Mientras tanto la casa de la calle Guanaco quedó llena de detectives que ahora se movían a sus anchas y sin nadie que controlara lo que hacían.
Su aspecto era desagradable, su presencia descuidada y tenía la cara llena de granos y huellas de acné. Roxana quedó impactada por lo abultado de su vientre que parecía llevando un embarazo de nueve meses.
No tenía ningún distintivo visible que lo hiciera aparecer como «la ley» y sin dar ninguna explicación, el gordo le pegó de gritos ordenándole que se vistiera.
Roxana, aturdida, se miró a sí misma y luego, más desconcertada aún, le respondió que estaba vestida, pero el gordo, ignorándola, le gritó ahora bruscas órdenes para que saliera de la cocina.
Ella no hizo ningún intento de moverse, en cambio, en un tono bastante más sereno del que ella misma hubiera imaginado, le preguntó quién era él.
El gordo la miró en forma despectiva y, sin contestar, recorrió el lugar con mirada inquisitiva:
— ¡¿No hay nadie más en la casa?!
Roxana respondió que no y el hombre volvió a ordenarle que se vistiera.
Ella no entendía qué estaba sucediendo, no alcanzaba a comprender quién era aquel sujeto y menos aún por qué le decía que se vistiera… tal vez estaba mal vestida ya que no esperaba recibir visitas, pero evidentemente, vestida estaba.
Volvió a preguntarle al hombre quién era y nuevamente el sujeto ignoró la pregunta y le ordenó que se moviera, que saliera de la cocina, pero Roxana seguía inmutable, decidida a no dar un solo paso mientras no le contestaran la pregunta que seguía formulando una y otra vez.
El inspector Mario Silva Lazo, dando ya muestras de empezar a impacientarse, le gritó un seco:
— ¡¡¡Anda, camina o yo mismo te voy a hacer andar!!!
La vista de ella recorrió incrédula a este hombre que le flanqueaba la puerta y observó que empuñaba un arma en una mano y que en la otra tenía algo que parecía ser un radio o un celular.
Hasta ese instante, Roxana no había reparado en el arma y en que estaba siendo apuntada con ella y esta nueva perspectiva de la situación la disuadió para no discutir más, sacó los pies del agua y aún mojados se calzó los zapatos.
El inspector Silva la condujo encañonada hacia la sala donde había otros hombres y mujeres detectives revolviéndolo todo.
Karim, que había permanecido plácidamente recostado totalmente desnudo sobre la cama de su habitación a la espera de que su esposa volviera, cuando empezó a oír mucho barullo, gente que se desplazaba por la casa y pasos apresurados subiendo por la escalera, de un solo movimiento saltó del lecho y cerró la puerta con llave para darse tiempo de ponerse algo de ropa y salir a mirar.
Segundos después, los detectives que llegaron hasta la puerta del segundo piso y la encontraron ya cerrada, le dieron una patada tan violenta que de un solo golpe hicieron un agujero a la altura de la manija.
En su apuro, Karim sólo alcanzó a ponerse un polo de manga corta y unos pantalones de buzo que recién se estaba subiendo, cuando tres investigadores, todos ellos hombres, entraron a la habitación y rápidamente lo rodearon encañonándolo.
El, por sus conocimientos en leyes, pensó que podían ser investigadores, pero no tenía cómo estar seguro ya que en su apariencia no había nada que se lo confirmara. Les preguntó por la orden correspondiente, pero recibió un manotazo en la nuca por toda respuesta.
Abajo, Roxana continuaba preguntando a qué se debía toda esta situación y qué era lo que estaba pasando, pero los investigadores le contestaban de muy mala manera con gritos y amenazas.
Sin amilanarse, ella volvió a insistir con la pregunta. En esta ocasión, la mayor parte de los detectives se limitó a ignorarla y tan sólo una investigadora más allá le gritó:
— ¡¡¡Ya se los diremos, ahora más les vale que no nos hagan problemas!!!
Las mujeres detectives se veían terriblemente masculinas, mal encaradas, vulgares y de un aspecto más temible que los mismos hombres.
Roxana estaba realmente furiosa, le daba mucha rabia con esta gente, la empujaban, la insultaban y le gritaban sin motivo alguno provocando los problemas que, según le decían, querían evitarle. No le gustó que la trataran así. Ella les dijo que no era necesario el maltrato y les volvió a preguntar quienes eran.
Un poco más allá estaba Claudia, muy alterada y esforzándose visiblemente en mantener el control, la habían obligado a sentarse en una banca de la sala y entre sollozos le pedía a Roxana que no les dijera nada más ya que eso sólo aumentaría los problemas. La pobre no entendía nada pero la sola visión de las armas, tan cerca de ellas, apuntándoles, la ponía muy nerviosa.
Aún sin informarle nada, esposaron a Karim con las manos adelante y lo obligaron a bajar al primer piso conducido a empellones, lanzándolo tan violentamente escaleras abajo, que en un momento casi se le caen los pantalones que no había alcanzado a abrochar y que sujetaba a duras penas con ambas manos.
Cuando Claudia vio la forma en que bajaban a Karim, no pudo contenerse por más tiempo, los nervios la traicionaron y se puso a llorar desconsoladamente. Intentó mascullar un par de preguntas a la investigadora que la encañonaba —sólo quería saber qué estaba sucediendo— pero por toda respuesta recibió una nueva serie de insultos y manotazos que la obligaron desistir de continuar preguntando.
Karim, dirigiéndose al inspector Silva que parecía el encargado de todo el operativo, le pidió nuevamente que le mostraran la Orden de Allanamiento y la Orden de Arresto, pero el inspector, dándole un fuerte golpe en la nuca a manera de advertencia, le respondió:
— ¡¡Tú mejor te callas!! Sí tenemos orden y ya la verás más adelante, pero ahora no me molestes. ¡Nosotros aquí podemos hacer lo que nos dé la gana!
Los detectives, indistintamente, respondían a cada pregunta con evasivas o simplemente guardando silencio y limitándose a ignorarlos o en el peor de los casos, con insultos, amenazas y golpes de «advertencia».
Pese a las reiteradas preguntas y pedidos de explicación, principalmente por parte de Roxana y Karim, en ningún momento se identificaron, no les dieron ninguna información, ni les mostraron orden alguna para todo este atropello. ¿Es que no la tenían? Y, si la tenían, ¿por qué no mostrarla?
Algún rato después, subieron a Karim en un auto sin identificación y partieron rápidamente sin decirles a dónde se lo llevaban.
Estaba prácticamente sin ropa, con tan sólo el polo de manga corta y el pantalón en el que había logrado enfundarse —sin alcanzar a ponerse ropa interior— y los detectives no le permitieron colocarse nada más, ni siquiera zapatos o calcetines.
Por si esto fuera poco, durante todo el tiempo que duró el viaje, los detectives continuaron golpeándolo en la nuca.
Roxana le preguntó a dos de los investigadores que quedaron en la casa a dónde era que habían llevado a Karim, pero éstos, sin responderle, se miraron y repitieron el nombre. Al parecer, no tenían ni siquiera idea de a quién habían arrestado.
Cinco minutos después, el inspector Silva ordenó esposar también a las dos mujeres.
Pero no sólo Karim se encontraba terriblemente desabrigado… Roxana estaba vestida apenas con una falda delgada, un polo de manga corta de algodón —sumamente delgado también— un par de zapatos de taco bajo y ni siquiera llevaba medias. Cuando se dio cuenta que estaban a punto de llevárselas a ellas también, pidió autorización para sacar ropa de más abrigo, pero los detectives se limitaron a mirarla con desprecio y a rechazar su solicitud con un seco NO.
Claudia, que se hallaba en condiciones similares, al ver la forma en que trataban a Roxana, ni siquiera intentó formular su pedido.
Sacándolas a empellones, las obligaron a subirse a un segundo auto, que tampoco presentaba ninguna identificación visible y se las llevaron en la misma ignorancia sobre su destino final.
Sentada en el auto, muda y con la vista fija en el frente, Roxana reflexionaba sobre toda la situación… Hacía unas tres semanas atrás que había empezado a sentirse inquieta. Una extraña sensación de angustia la había invadido, una sensación de que algo se estaba cerniendo sobre ellos presto a asestarles un gran golpe. Ella no acostumbraba sentirse así y no encontraba motivos aparentes para ello, así que se había esforzado en olvidar sus temores y ya se había logrado convencer de que todo era producto de su imaginación… pero desde el momento en que había visto al gordo bloqueándole la puerta de la cocina, esa sensación había vuelto a ella con mucho mayor fuerza que antes, la sensación de que algo terrible iba a pasar. Era extraño, pero al mismo tiempo se sentía tranquila… se alegraba de que ninguna de las personas de Los Maquis hubiera estado de visita allí como solían hacer y sabía que cualquiera que fuera el problema, podían contar incondicionalmente con ellos para que los ayudaran.
Viajando en aquel auto, con esta gente desconocida y en actitud sumamente agresiva, Claudia lo único que podía hacer era desear, de todo corazón, que cualquiera que fuese el problema, se aclarara lo antes posible.
Mientras tanto la casa de la calle Guanaco quedó llena de detectives que ahora se movían a sus anchas y sin nadie que controlara lo que hacían.
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