continúa ...
En la casa de Los Maquis, los perritos, sin comprender lo que
ocurría, no habían parado de aullar, ladrar y arañar la puerta durante toda la
tarde, pero los investigadores no los dejaban preocuparse por ellos a pesar de
que ya se los habían pedido un par de veces.
Después de mucho rato, las mujeres hicieron un nuevo intento y
volvieron a pedirles que, por favor, les dejaran alimentar a los animales, ya
que era bastante tarde, no habían comido nada desde el almuerzo y su hora de
comer había pasado ya hacía rato, pero una investigadora que tenía el pelo
castaño ligeramente ondulado, recogido atrás en una cola de caballo y un
aspecto bastante viril, les respondió secamente:
— ¡Qué tanto escándalo con esos perros!
¡¿O es que también lo hacen con ellos?! ¡Seguro que practican el bestialismo!
Eran cerca de las ocho de la noche cuando el sub-prefecto Bravo
apareció nuevamente en la habitación de las señoras Badani y volvió a intentar
convencerlos para que declaren:
— Ustedes todavía no entienden que lo
mejor que pueden hacer es firmar la declaración… les podrían pasar cosas… hasta
aquí ustedes han sido muy obstinados en no decirnos dónde es que tienen la
evidencia, pero en el cuartel nosotros tenemos técnicas para sacarles la
información y si se mantienen sin querer firmar, tendremos que llevarlos y
aplicarlas… ustedes son mayores de edad, son adultos y pueden hacer lo que
quieran entre ustedes, pero su problema es que obligan a otros…
¡¿De qué estaba hablando?! ¿Evidencias? ¡Si no tenían nada que ocultar y ellos mismos ya le habían dado varias vueltas a todo lo que había en la casa! Por otro lado, reconocían que todos eran mayores de edad y tenían derecho a vivir como quisieran, entonces… ¿de qué los querían inculpar si jamás habían obligado a nadie a nada? El sub-prefecto no llegó a usar la palabra «tortura» en su tan elocuente discurso, pero no fue necesario, quedaba perfectamente claro a qué técnicas de obtener información se estaba refiriendo.
El sub-prefecto Bravo hizo un último intento de presionarlos para que hablaran y les advirtió que si insistían en no firmar las declaraciones, ellos tendrían que llevarse muchas cosas y que más valía que se fueran haciendo a la idea de que varias de ellas se van a perder.
¡Qué descaro! ¡¡Que ladrones!! Definitivamente no era que se fueran a «perder», muchas de ellas ya estaban «perdidas» pero ¡en sus bolsillos!
Dicho esto y al no obtener una respuesta, procedió a indicar que pusieran en cajas todo lo que cuidadosamente habían separado, así como cuanta cosa se le ocurrió, dejando el resto de la casa hecha un verdadero reguero.
Mercedes tenía su clóset ordenado con cajas forradas con papel de regalo ya que decía que así se veían más bonitas y las chompas se mantenían más ordenadas… pues fueron precisamente esas cajas (pudiendo elegir otras que ya estaban vacías), las que usaron para juntar la evidencia reunida. Las revisaron detalladamente y seleccionaron cuales querían llevarse, tirando desordenadamente su contenido en el suelo. Tenían todo el tiempo del mundo para elegir.
Como evidencia se llevaron cosas que no podían inculparlos en modo alguno y al final, llenaron 6 cajas grandes de cartón con todos los casetes y CD’s de música —siquiera 600 casetes y más de 100 CD’s— se llevaron también una colección de revistas y cómics, el equipo VHS, todas las películas —la mayor parte de ellas, evidentemente originales— el rebobinador de películas, el televisor, la muñeca Barbie, los muñecos de peluche, un juego de vídeo a pilas con veinte variantes del tetris, los arneses de los perros, la llave de tuercas en cruz y las cadenas para la nieve de la camioneta… la recolección del botín era interminable.
En una de las muchas cajas que llenaron se veían asomando los cinturones de ellas y un traje confeccionado con monedas antiguas con que Mercedes hacía danza árabe.
Llevaron también las imágenes de las Deidades de su Religión —imágenes de las cuales se puede encontrar amplia documentación en enciclopedias que hablen sobre las Religiones Hindúes— tirándolas dentro de las cajas sin ninguna consideración ni cuidado, ignorando no solamente el respeto a la libertad religiosa y la libertad de culto, sino además el hecho de que eran tallas de madera muy grandes y valiosas.
Se llevaron muchas cosas que resultaban irrisorias o meros robos, parecía un saqueo… y en realidad, ¿qué otro nombre se le podía dar desde el instante en que el sub-prefecto Bravo les informó que parte de esa «evidencia» se perdería?
En ningún momento hicieron una lista, ni detallada ni genérica, de todo lo que llevaban, simplemente iban tirando todo dentro de las cajas y cuando una se les llenaba, cogían la siguiente.
Mucho rato después de que habían terminado de juntar el botín, trajeron a Ricardo para reunirlo con el resto.
— ¡Este hombre ya me está convenciendo hasta a mí…! —Dijo el prefecto Sotomayor en tono de burla.
Un periodista de prensa escrita, el último que quedaba ya en la casa, al ver que traían a Ricardo, se acercó a él y le preguntó si tenía algo que decir.
— Esto es un atropello a la libertad individual, a los derechos constitucionales, a los derechos humanos y a la libertad religiosa… —fue lo único que alcanzó a decir antes de que lo obligaran a callar nuevamente.
Los tres perros, totalmente agotados, llevaban ya buen rato sin ladrar y las mujeres se arriesgaron por cuarta vez a pedirles permiso —casi a rogarles— que les permitieran alimentarlos.
Esta vez sí se los concedieron, pero con la condición de que los sacaran de la sala-comedor, la única pieza de la casa que les faltaba revisar.
Elsa y Gaby —que se adelantaron rápidamente sin esperar a que los investigadores se pusieran de acuerdo y decidieran a quién designaban— tuvieron que hacer grandes esfuerzos con los desesperados animales para hacerlos retroceder y sacarlos de uno en uno. Querían sujetarlos bien para no correr el riesgo de que por el susto fueran a escaparse.
En la cocina había otros tres investigadores, pero sin prestarles ninguna atención, las dos mujeres se dedicaron a calentar la comida y a intentar serenar a los angustiados animales que no dejaban de gemir.
Taffy (el más pequeño de los tres), lo único que quería era permanecer en brazos de Gaby. Exigía que se le abrazara y se le acariciara y por más que ella intentó una y otra vez llevarle pedacitos de carne a la boca, no quiso recibirlos. El pobre animal no comió nada, estaba muy asustado.
Elsa aprovechó mientras Gaby tranquilizaba a Taffy y los otros dos perros comían desaforadamente, para ir a la sala y recoger el resto del servicio que había quedado aún sin levantar sobre la mesa del comedor y de pasada sacar de la habitación todo aquello que pudiera lastimar a los perros, ya que antes de partir tendrían que volverlos a encerrar allí.
Al entrar, se topó con dos investigadores que ya lo revolvían todo en la habitación y que sin prestarle atención alguna continuaron en lo suyo.
Cuando las dos mujeres quisieron sacar a los perros a hacer sus necesidades, se dieron con la sorpresa de que los tres arneses, que normalmente estaban colgados en un clavo entre la cocina y la puerta falsa, habían desaparecido. No querían soltarlos como de costumbre, ya que por el susto podrían esconderse o demorar en regresar y probablemente no las dejarían ir a buscarlos, pero cuando le preguntaron a uno de los investigadores, este respondió secamente:
— Ya están guardados, van a tener que ingeniárselas con una cuerda o cualquier otra cosa…
Sin esforzarse por entenderlos ni por preguntar nada más, buscaron y en medio del desorden encontraron un pedazo de soga con el que los sacaron uno por uno.
Acomodaron un par de frazadas en la sala, llevaron un tazón pequeño con agua y estaban intentando serenarlos un poco más cuando la sub-comisario las interrumpió.
— No hay tiempo para estas tonteras o los encierran de una vez o yo misma echaré a esos animales lejos.
Las pobres mascotas, que se daban cuenta de que algo estaba pasando, las miraban angustiados, como suplicándoles que no los volvieran a encerrar.
Mientras los perros desde dentro lloraban y arañaban desesperados para intentar volver a salir, ellas sujetaron la puerta de la sala-comedor firmemente con un poco de cordel resistente que Fanny consiguió, ya que Taffy era todo un experto en abrir puertas.
A Elsa se le partía el alma de ver la desesperación en sus caras y tuvo que hacer grandes esfuerzos para aguantar las ganas de llorar.
A Gaby toda esta escena le producía un gran dolor, un dolor que llegaba a sentir incluso en lo físico, la pena que sentía era inmensa. ¡Eran tan dependientes! ¡Qué iba a ser de ellos!
Mara no quiso ni siquiera ayudar, no quería ni acercarse. No hubiera sido capaz de soportarlo.
¡¿De qué estaba hablando?! ¿Evidencias? ¡Si no tenían nada que ocultar y ellos mismos ya le habían dado varias vueltas a todo lo que había en la casa! Por otro lado, reconocían que todos eran mayores de edad y tenían derecho a vivir como quisieran, entonces… ¿de qué los querían inculpar si jamás habían obligado a nadie a nada? El sub-prefecto no llegó a usar la palabra «tortura» en su tan elocuente discurso, pero no fue necesario, quedaba perfectamente claro a qué técnicas de obtener información se estaba refiriendo.
El sub-prefecto Bravo hizo un último intento de presionarlos para que hablaran y les advirtió que si insistían en no firmar las declaraciones, ellos tendrían que llevarse muchas cosas y que más valía que se fueran haciendo a la idea de que varias de ellas se van a perder.
¡Qué descaro! ¡¡Que ladrones!! Definitivamente no era que se fueran a «perder», muchas de ellas ya estaban «perdidas» pero ¡en sus bolsillos!
Dicho esto y al no obtener una respuesta, procedió a indicar que pusieran en cajas todo lo que cuidadosamente habían separado, así como cuanta cosa se le ocurrió, dejando el resto de la casa hecha un verdadero reguero.
Mercedes tenía su clóset ordenado con cajas forradas con papel de regalo ya que decía que así se veían más bonitas y las chompas se mantenían más ordenadas… pues fueron precisamente esas cajas (pudiendo elegir otras que ya estaban vacías), las que usaron para juntar la evidencia reunida. Las revisaron detalladamente y seleccionaron cuales querían llevarse, tirando desordenadamente su contenido en el suelo. Tenían todo el tiempo del mundo para elegir.
Como evidencia se llevaron cosas que no podían inculparlos en modo alguno y al final, llenaron 6 cajas grandes de cartón con todos los casetes y CD’s de música —siquiera 600 casetes y más de 100 CD’s— se llevaron también una colección de revistas y cómics, el equipo VHS, todas las películas —la mayor parte de ellas, evidentemente originales— el rebobinador de películas, el televisor, la muñeca Barbie, los muñecos de peluche, un juego de vídeo a pilas con veinte variantes del tetris, los arneses de los perros, la llave de tuercas en cruz y las cadenas para la nieve de la camioneta… la recolección del botín era interminable.
En una de las muchas cajas que llenaron se veían asomando los cinturones de ellas y un traje confeccionado con monedas antiguas con que Mercedes hacía danza árabe.
Llevaron también las imágenes de las Deidades de su Religión —imágenes de las cuales se puede encontrar amplia documentación en enciclopedias que hablen sobre las Religiones Hindúes— tirándolas dentro de las cajas sin ninguna consideración ni cuidado, ignorando no solamente el respeto a la libertad religiosa y la libertad de culto, sino además el hecho de que eran tallas de madera muy grandes y valiosas.
Se llevaron muchas cosas que resultaban irrisorias o meros robos, parecía un saqueo… y en realidad, ¿qué otro nombre se le podía dar desde el instante en que el sub-prefecto Bravo les informó que parte de esa «evidencia» se perdería?
En ningún momento hicieron una lista, ni detallada ni genérica, de todo lo que llevaban, simplemente iban tirando todo dentro de las cajas y cuando una se les llenaba, cogían la siguiente.
Mucho rato después de que habían terminado de juntar el botín, trajeron a Ricardo para reunirlo con el resto.
— ¡Este hombre ya me está convenciendo hasta a mí…! —Dijo el prefecto Sotomayor en tono de burla.
Un periodista de prensa escrita, el último que quedaba ya en la casa, al ver que traían a Ricardo, se acercó a él y le preguntó si tenía algo que decir.
— Esto es un atropello a la libertad individual, a los derechos constitucionales, a los derechos humanos y a la libertad religiosa… —fue lo único que alcanzó a decir antes de que lo obligaran a callar nuevamente.
Los tres perros, totalmente agotados, llevaban ya buen rato sin ladrar y las mujeres se arriesgaron por cuarta vez a pedirles permiso —casi a rogarles— que les permitieran alimentarlos.
Esta vez sí se los concedieron, pero con la condición de que los sacaran de la sala-comedor, la única pieza de la casa que les faltaba revisar.
Elsa y Gaby —que se adelantaron rápidamente sin esperar a que los investigadores se pusieran de acuerdo y decidieran a quién designaban— tuvieron que hacer grandes esfuerzos con los desesperados animales para hacerlos retroceder y sacarlos de uno en uno. Querían sujetarlos bien para no correr el riesgo de que por el susto fueran a escaparse.
En la cocina había otros tres investigadores, pero sin prestarles ninguna atención, las dos mujeres se dedicaron a calentar la comida y a intentar serenar a los angustiados animales que no dejaban de gemir.
Taffy (el más pequeño de los tres), lo único que quería era permanecer en brazos de Gaby. Exigía que se le abrazara y se le acariciara y por más que ella intentó una y otra vez llevarle pedacitos de carne a la boca, no quiso recibirlos. El pobre animal no comió nada, estaba muy asustado.
Elsa aprovechó mientras Gaby tranquilizaba a Taffy y los otros dos perros comían desaforadamente, para ir a la sala y recoger el resto del servicio que había quedado aún sin levantar sobre la mesa del comedor y de pasada sacar de la habitación todo aquello que pudiera lastimar a los perros, ya que antes de partir tendrían que volverlos a encerrar allí.
Al entrar, se topó con dos investigadores que ya lo revolvían todo en la habitación y que sin prestarle atención alguna continuaron en lo suyo.
Cuando las dos mujeres quisieron sacar a los perros a hacer sus necesidades, se dieron con la sorpresa de que los tres arneses, que normalmente estaban colgados en un clavo entre la cocina y la puerta falsa, habían desaparecido. No querían soltarlos como de costumbre, ya que por el susto podrían esconderse o demorar en regresar y probablemente no las dejarían ir a buscarlos, pero cuando le preguntaron a uno de los investigadores, este respondió secamente:
— Ya están guardados, van a tener que ingeniárselas con una cuerda o cualquier otra cosa…
Sin esforzarse por entenderlos ni por preguntar nada más, buscaron y en medio del desorden encontraron un pedazo de soga con el que los sacaron uno por uno.
Acomodaron un par de frazadas en la sala, llevaron un tazón pequeño con agua y estaban intentando serenarlos un poco más cuando la sub-comisario las interrumpió.
— No hay tiempo para estas tonteras o los encierran de una vez o yo misma echaré a esos animales lejos.
Las pobres mascotas, que se daban cuenta de que algo estaba pasando, las miraban angustiados, como suplicándoles que no los volvieran a encerrar.
Mientras los perros desde dentro lloraban y arañaban desesperados para intentar volver a salir, ellas sujetaron la puerta de la sala-comedor firmemente con un poco de cordel resistente que Fanny consiguió, ya que Taffy era todo un experto en abrir puertas.
A Elsa se le partía el alma de ver la desesperación en sus caras y tuvo que hacer grandes esfuerzos para aguantar las ganas de llorar.
A Gaby toda esta escena le producía un gran dolor, un dolor que llegaba a sentir incluso en lo físico, la pena que sentía era inmensa. ¡Eran tan dependientes! ¡Qué iba a ser de ellos!
Mara no quiso ni siquiera ayudar, no quería ni acercarse. No hubiera sido capaz de soportarlo.
continuará ...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Danos tu opinión...