continúa ...
Uno de los detectives cogió la llave de tuercas de la camioneta de la familia Badani y se la colgó sobre el pecho. La llevaba como una cruz a manera de inquisidor y repetía a cada rato la frase ¡… y se murió!
Los periodistas, mientras tanto, al no haber podido obtener la
filmación de la cara de ninguno, seguían moviéndose por todos lados tratando de
buscar algo... algo más... algo diferente. Se les veía sumamente ansiosos. Se
encaramaban por las paredes e intentaban filmarlos a través de las distintas
ventanas —las cuales estaban bastante altas y cuya única forma de acceso era
mediante escaleras— y a ratos podía vérseles aparecer a través de ellas armados
con cámaras fotográficas o de televisión. Hacían actos dignos de un
equilibrista. Parecían moscas pegadas a los vidrios.
Todo estaba revestido de un gran sensacionalismo. El guión lo tenían, lo único que les faltaba, eran las imágenes.
Cada cierto rato, venía algún investigador que les informaba que la prensa ya se había retirado, esperaban cualquier descuido y en cuanto veían que se habían descubierto el rostro, dejaban entreabierta una puerta y alguno de ellos entraba bruscamente acompañado de dos o tres periodistas intentando desesperadamente enfocarlos con sus cámaras y todo el circo comenzaba otra vez.
Todo estaba revestido de un gran sensacionalismo. El guión lo tenían, lo único que les faltaba, eran las imágenes.
Cada cierto rato, venía algún investigador que les informaba que la prensa ya se había retirado, esperaban cualquier descuido y en cuanto veían que se habían descubierto el rostro, dejaban entreabierta una puerta y alguno de ellos entraba bruscamente acompañado de dos o tres periodistas intentando desesperadamente enfocarlos con sus cámaras y todo el circo comenzaba otra vez.
El prefecto Sotomayor se echó sobre una de las camas en la que
estaban sentadas varias de ellas, y tirando de la chompa de Elsa quería
hacerles creer que había encontrado una medallita de oro que probablemente les
pertenecía.
Los periodistas, por su lado, les insistían una y otra vez en que
ya no los estaban filmando, les hacían señas, decían el nombre de alguno de ellos o hacían uso
de diversas argucias… hacían cualquier cosa para despistarlos y sacarles una
buena foto.
Cansados ya de este tire y afloje, la mayoría de ellos mantuvo
las manos firmemente sobre el rostro, sin creer lo que les dijeran y así
permanecieron por más de dos horas, atreviéndose solamente a separar muy
ligeramente los dedos para observar cómo todo iba transcurriendo.
Ellos no querían darle la cara a la prensa para que sus imágenes
aparecieran en los diversos medios, ya que aún a estas alturas, pensaban que
todo se aclararía tarde o temprano.
Además… ¿Para qué?, pensaba
Fanny, ¿para que la gente nos vea en la tele y diga:
‘¡Por Dios! ¡Que gente más mala!’ y se crea toda la basura que están
inventando?
Imagen tomada del diario La Cuarta |
Además, los periodistas se paseaban con entera libertad por el terreno y por la casa y sin ningún tipo de restricción por parte de la policía, recogían cosas personales del suelo o de los closets, hojeaban cuadernos, revisaban fotografías íntimas de las mujeres, hacían todo tipo de comentarios desagradables al respecto e incluso, acomodaban las cosas para hacer sus tomas eligiendo la mejor ubicación y una buena iluminación y en muchos de los casos eran los detectives quienes los asistían.
El mismo prefecto Sotomayor llegó al punto de recoger
fotografías privadas, libretitas y agendas del piso y regalárselas a los periodistas
frente a ellos con total descaro.
Mientras la pesadilla de los periodistas duró, el sub-prefecto
Bravo, con mucha diligencia —la cual no había demostrado hasta entonces— hurgó
entre las pertenencias de ellos —en las que su gente ya había buscado— y dio visibles
indicaciones para que se separaran papeles, recortes de revistas, adornos y
muchas otras cosas igual de irrelevantes que el resto de los hallazgos.
Eran pasadas las siete de la noche cuando por fin los periodistas,
resignados a no obtener más imágenes, empezaron a marcharse. Uno de los últimos
en partir, que aún seguía revoloteando por la casa y mirando a su alrededor con
desconcierto, como buscando algo, le dijo por lo bajo a su compañero:
— Pero… ¿qué es esto?.. Aquí no hay
caso… no hay nada…
El otro se limitó alzarse de hombros y asentir en silencio.
continuará ...
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