continúa ...
Mientras tanto, en la casa de Los Maqui, Mercedes consiguió un pedazo de cordel y amarró ella misma la puerta trasera de la casa que ni siquiera tenía chapa y sólo se mantenía cerrada por una ligera presión de la madera, ya que, como las típicas casas de campo de la zona, no tenía ni necesitaba ningún tipo de seguridad.
La puerta principal en cambio, sí tenía cerradura, pero mantenía tanto de noche como de día, la llave puesta por el lado de afuera para que cualquiera pudiera entrar y cuando quisieron quitar la llave para asegurar la entrada, se dieron cuenta, recién, que estaba trabada y se negaba a salir. Tuvieron que forcejear durante largo rato hasta que, cuando ya se estaban dando por vencidos, la llave por fin se liberó.
Los detectives, que no querían hacer ningún tipo de esfuerzo, le ordenaron a Carlos que saliera con la escalera a cerrar una de las ventanas altas del dormitorio femenino y ordenaron que las mujeres arrimaran todo el desorden que ellos habían producido en la habitación, dejando libre un pasillo angosto para poder arrastrar por allí las cajas con todo lo que se llevarían. Si bien ellas no tenían deseos de ayudarlos, prefirieron hacerlo, puesto que les preocupaba más que los detectives generaran mayores desastres de los que ya habían ocasionado hasta el momento.
Las horas pasaban y aún los mantenían esperando sin justificación alguna.
Mucho rato después, mientras esperaban que se terminaran de poner de acuerdo para la partida, la situación se relajó un poco. Parados en medio de la habitación de las mujeres, casi podían conversar, si bien todo el tiempo vigilados por varios investigadores que los rodeaban y controlaban lo que decían.
Ricardo, intentado tranquilizar a sus mujeres, empezó a hablarles:
— Manténganse tranquilas, las cosas se van a aclarar pronto… Procuren no pelearse con nadie. Lo más que puede pasar es que a las peruanas las manden a Perú y bueno… después nosotros les damos el alcance allá. La Gatita…
El interrumpió su frase a la mitad cuando iba a comentar algo sobre Mercedes, a la que todos cariñosamente le dicen Gatita, pero la sub-comisario Correa, asumiendo que Ricardo lo había hecho al darse cuenta de un detalle importante que les estaba dejando saber, irrumpió orgullosamente en la conversación:
— ¿La Gatita? Sí, nosotros sabemos todo sobre ella, sabemos que en estos momentos se encuentra en Santiago. ¿A que ustedes pensaban que no lo sabíamos? Los hemos estado vigilando durante semanas. ¡Sabemos todo sobre ustedes!
¡Fue lo más descabellado de toda la noche! Mercedes estaba parada justo al lado de la sub-comisario y les tomó a todos un gran esfuerzo disimular el desconcierto.
Todo lo que los detectives decían eran tretas para ver en qué picaban, sus mentiras quedaban al descubierto una vez tras otra y ésta última, de que los habían estado vigilando durante semanas, no había quien se la pudiera creer.
A Mercedes esa frase la dejó pensando… ¿Realmente había dicho alguien alguna cosa sobre ella? ¿Qué podrían haber dicho? Al menos la tranquilizaba el saber que no tenían ni idea de que ella era la Gatita ya que así no se ensañarían especialmente con ella.
Aún no tenían muy claro a dónde era que los llevaban, es más, ni siquiera sabían por qué estaban siendo detenidos ni de qué se les acusaba o si acaso se les acusaba de algo, pero los detectives les indicaron coger las chaquetas para partir y ellos tuvieron que obedecer.
Ricardo aún estaba esposado y así no tenía como ponerse nada de abrigo, pero los investigadores se negaron rotundamente a quitarle las esposas y menos aún a permitir que se cambiara de ropa como habían ofrecido que le dejarían hacer antes de que se marcharan. Tan sólo, como gran concesión, le permitieron ponerse zapatos.
Mara cogió la casaca que había separado para ella, se la colocó sobre los hombros a Ricardo y recogió para sí una chompa roja de él que encontró tirada en medio del desorden hacia el fondo de la habitación.
Gaby dudaba si llevar consigo su rosario. Quería mantenerlo con ella en todo momento, pero por otro lado, temía que al llegar al cuartel de investigaciones se lo quitaran y se «perdiera» como tantas otras cosas que ellos mismos les habían asegurado que se perderían. Al final se decidió a llevarlo, puesto que pensó que tampoco tenía ninguna garantía de que estuviera seguro si lo dejaba en la casa, ya que si bien tenían plena confianza en sus vecinos, la misma gente de investigaciones podría volver cuando quisiera y cualquier cosa podría pasar.
El sub-prefecto Bravo, en su mal tono habitual, preguntó a quién pertenecía la camioneta que estaba estacionada afuera y sin el menor asomo de amabilidad o delicadeza, le ordenó a Mara que le entregara las llaves ya que iban a llevarla también como evidencia (?).
¡Los muy sinvergüenzas! Recién preguntaban pero tenían la camioneta ya cargada de cajas desde hacía rato.
Mara estaba furiosa, lo que más le indignaba era que encima de todo lo ocurrido, los estuvieran llevando arrestados en su propio auto… ¡Hasta en eso se aprovechaban!
Cuando iban a salir de la casa, el sub-prefecto Bravo les advirtió que la prensa seguía afuera y con un gesto de comprensión los autorizó para que se taparan los rostros. Su súbito cambio de actitud y su nueva faceta de hombre comprensivo y amable, hacían dudar.
Los detectives, que no querían hacer ningún tipo de esfuerzo, le ordenaron a Carlos que saliera con la escalera a cerrar una de las ventanas altas del dormitorio femenino y ordenaron que las mujeres arrimaran todo el desorden que ellos habían producido en la habitación, dejando libre un pasillo angosto para poder arrastrar por allí las cajas con todo lo que se llevarían. Si bien ellas no tenían deseos de ayudarlos, prefirieron hacerlo, puesto que les preocupaba más que los detectives generaran mayores desastres de los que ya habían ocasionado hasta el momento.
Las horas pasaban y aún los mantenían esperando sin justificación alguna.
Mucho rato después, mientras esperaban que se terminaran de poner de acuerdo para la partida, la situación se relajó un poco. Parados en medio de la habitación de las mujeres, casi podían conversar, si bien todo el tiempo vigilados por varios investigadores que los rodeaban y controlaban lo que decían.
Ricardo, intentado tranquilizar a sus mujeres, empezó a hablarles:
— Manténganse tranquilas, las cosas se van a aclarar pronto… Procuren no pelearse con nadie. Lo más que puede pasar es que a las peruanas las manden a Perú y bueno… después nosotros les damos el alcance allá. La Gatita…
El interrumpió su frase a la mitad cuando iba a comentar algo sobre Mercedes, a la que todos cariñosamente le dicen Gatita, pero la sub-comisario Correa, asumiendo que Ricardo lo había hecho al darse cuenta de un detalle importante que les estaba dejando saber, irrumpió orgullosamente en la conversación:
— ¿La Gatita? Sí, nosotros sabemos todo sobre ella, sabemos que en estos momentos se encuentra en Santiago. ¿A que ustedes pensaban que no lo sabíamos? Los hemos estado vigilando durante semanas. ¡Sabemos todo sobre ustedes!
¡Fue lo más descabellado de toda la noche! Mercedes estaba parada justo al lado de la sub-comisario y les tomó a todos un gran esfuerzo disimular el desconcierto.
Todo lo que los detectives decían eran tretas para ver en qué picaban, sus mentiras quedaban al descubierto una vez tras otra y ésta última, de que los habían estado vigilando durante semanas, no había quien se la pudiera creer.
A Mercedes esa frase la dejó pensando… ¿Realmente había dicho alguien alguna cosa sobre ella? ¿Qué podrían haber dicho? Al menos la tranquilizaba el saber que no tenían ni idea de que ella era la Gatita ya que así no se ensañarían especialmente con ella.
Aún no tenían muy claro a dónde era que los llevaban, es más, ni siquiera sabían por qué estaban siendo detenidos ni de qué se les acusaba o si acaso se les acusaba de algo, pero los detectives les indicaron coger las chaquetas para partir y ellos tuvieron que obedecer.
Ricardo aún estaba esposado y así no tenía como ponerse nada de abrigo, pero los investigadores se negaron rotundamente a quitarle las esposas y menos aún a permitir que se cambiara de ropa como habían ofrecido que le dejarían hacer antes de que se marcharan. Tan sólo, como gran concesión, le permitieron ponerse zapatos.
Mara cogió la casaca que había separado para ella, se la colocó sobre los hombros a Ricardo y recogió para sí una chompa roja de él que encontró tirada en medio del desorden hacia el fondo de la habitación.
Gaby dudaba si llevar consigo su rosario. Quería mantenerlo con ella en todo momento, pero por otro lado, temía que al llegar al cuartel de investigaciones se lo quitaran y se «perdiera» como tantas otras cosas que ellos mismos les habían asegurado que se perderían. Al final se decidió a llevarlo, puesto que pensó que tampoco tenía ninguna garantía de que estuviera seguro si lo dejaba en la casa, ya que si bien tenían plena confianza en sus vecinos, la misma gente de investigaciones podría volver cuando quisiera y cualquier cosa podría pasar.
El sub-prefecto Bravo, en su mal tono habitual, preguntó a quién pertenecía la camioneta que estaba estacionada afuera y sin el menor asomo de amabilidad o delicadeza, le ordenó a Mara que le entregara las llaves ya que iban a llevarla también como evidencia (?).
¡Los muy sinvergüenzas! Recién preguntaban pero tenían la camioneta ya cargada de cajas desde hacía rato.
Mara estaba furiosa, lo que más le indignaba era que encima de todo lo ocurrido, los estuvieran llevando arrestados en su propio auto… ¡Hasta en eso se aprovechaban!
Cuando iban a salir de la casa, el sub-prefecto Bravo les advirtió que la prensa seguía afuera y con un gesto de comprensión los autorizó para que se taparan los rostros. Su súbito cambio de actitud y su nueva faceta de hombre comprensivo y amable, hacían dudar.
Mercedes sacó la capucha de la casaca que Ricardo tenía sobre los hombros y le cubrió con ella la cabeza y si bien con esto quedaba algo más cubierto, de la manera en que lo tenían esposado, realmente no tenía como taparse.
Los demás, por su parte, volvieron a cubrirse el rostro con las manos, pero cuando por fin los hicieron salir, no quedaba ya ningún periodista en el terreno. ¡Era una mentira más del sub-prefecto Bravo!
Era poco menos de las nueve de la noche cuando los fueron dirigiendo en grupos pequeños a los distintos autos. ¡Habían transcurrido casi nueve horas desde que todo había comenzado!
Ricardo, Lola y Beatriz quedaron juntos en un auto y Fanny y Elsa en otro.
— ¡A esas dos hay que separarlas! —Ordenó la sub-comisario Correa señalando a Mara y a Gaby que junto con Mercedes estaban siendo conducidas a la camioneta de la familia Badani.
Un investigador tironeó a Gaby del brazo y la llevó hasta un auto que se encontraba al inicio del camino donde la dejaron sola hasta que vino un detective y se sentó en el asiento trasero a su lado. Ella simplemente lo ignoró y siguió mirando por la ventana hacia fuera. Incluso no le respondió cuando el investigador intentó hacerle conversación. Lo único que le preocupaba era saber cómo habían sido distribuidos los demás, pero a pesar de sus esfuerzos, ni siquiera alcanzó a distinguir que Mara estaba siendo conducida a otro auto a tan sólo un par de metros más allá. La noche estaba muy obscura y en ese sector no había alumbrado público.
A Carlos lo hicieron sentarse junto a Mercedes en la camioneta, con un detective en cada extremo que los vigilaba para que no hablaran.
Después de un buen rato más, se inició por fin la partida hacia Santiago, con el auto que llevaba a Gaby encabezando la caravana de siquiera siete automóviles que bajaba por el camino hacia Pelequén. Llevaban las sirenas sonando y tocaban la bocina con gran algarabía.
Se asombraron gratamente al ver que, contra lo habitual, los vecinos del pueblo no habían cedido ante la morbosa curiosidad y no había ni uno sólo de ellos asomado para ver cómo pasaban en la interminable procesión de autos que los arrancó de su hogar. Era realmente reconfortante el ver que no se hubieran sumado a todo este circo romano.
Fanny, por dentro, se repetía una y otra vez que esto no podía estar pasando, que todo debía ser un mal sueño y no podía sino desear que cuando fueran por la carretera se abriera otro camino en el cual todos los autos se perdieran y no regresaran nunca más.
El auto en que iba Mara y el que le seguía, pararon en la parroquia de Santa Rosa de Pelequén.
— Ya está todo hablado, ya tenemos todo listo —los instó a continuar la marcha un detective que se apeó del último vehículo.
La caravana tomó la carretera a Santiago a toda velocidad, sin apagar las sirenas durante todo el viaje.
Los demás, por su parte, volvieron a cubrirse el rostro con las manos, pero cuando por fin los hicieron salir, no quedaba ya ningún periodista en el terreno. ¡Era una mentira más del sub-prefecto Bravo!
Era poco menos de las nueve de la noche cuando los fueron dirigiendo en grupos pequeños a los distintos autos. ¡Habían transcurrido casi nueve horas desde que todo había comenzado!
Ricardo, Lola y Beatriz quedaron juntos en un auto y Fanny y Elsa en otro.
— ¡A esas dos hay que separarlas! —Ordenó la sub-comisario Correa señalando a Mara y a Gaby que junto con Mercedes estaban siendo conducidas a la camioneta de la familia Badani.
Un investigador tironeó a Gaby del brazo y la llevó hasta un auto que se encontraba al inicio del camino donde la dejaron sola hasta que vino un detective y se sentó en el asiento trasero a su lado. Ella simplemente lo ignoró y siguió mirando por la ventana hacia fuera. Incluso no le respondió cuando el investigador intentó hacerle conversación. Lo único que le preocupaba era saber cómo habían sido distribuidos los demás, pero a pesar de sus esfuerzos, ni siquiera alcanzó a distinguir que Mara estaba siendo conducida a otro auto a tan sólo un par de metros más allá. La noche estaba muy obscura y en ese sector no había alumbrado público.
A Carlos lo hicieron sentarse junto a Mercedes en la camioneta, con un detective en cada extremo que los vigilaba para que no hablaran.
Después de un buen rato más, se inició por fin la partida hacia Santiago, con el auto que llevaba a Gaby encabezando la caravana de siquiera siete automóviles que bajaba por el camino hacia Pelequén. Llevaban las sirenas sonando y tocaban la bocina con gran algarabía.
Se asombraron gratamente al ver que, contra lo habitual, los vecinos del pueblo no habían cedido ante la morbosa curiosidad y no había ni uno sólo de ellos asomado para ver cómo pasaban en la interminable procesión de autos que los arrancó de su hogar. Era realmente reconfortante el ver que no se hubieran sumado a todo este circo romano.
Fanny, por dentro, se repetía una y otra vez que esto no podía estar pasando, que todo debía ser un mal sueño y no podía sino desear que cuando fueran por la carretera se abriera otro camino en el cual todos los autos se perdieran y no regresaran nunca más.
El auto en que iba Mara y el que le seguía, pararon en la parroquia de Santa Rosa de Pelequén.
— Ya está todo hablado, ya tenemos todo listo —los instó a continuar la marcha un detective que se apeó del último vehículo.
La caravana tomó la carretera a Santiago a toda velocidad, sin apagar las sirenas durante todo el viaje.
continuará ...
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