... continúa
Era ya poco después de las once de la noche y Jaime, que estaba muerto de hambre, con frío y con más de cuarenta horas sin dormir, estaba ya empezando a ceder a los pedidos de los investigadores, cuando entró un detective al que no había visto antes y le preguntó su nombre. En cuanto se lo dio, el hombre le dijo:
— Así que tú eres… ¡Ya me voy a encargar de ti!— Y, sin agregar nada más, salió bruscamente de la oficina.
Frente a esta nueva amenaza, Jaime les dijo tajantemente que ahora sí no iba a hacer ninguna declaración. Los detectives insistieron, pero él se mantuvo firme, estaba bastante fastidiado y nuevamente decidido a no declarar.
Uno de los detectives salió de la oficina con cara de preocupación y a los pocos minutos volvió a entrar el detective que lo había amenazado, pero esta vez para pedirle disculpas, le dijo que se había equivocado, que había sido tan solo un alcance de nombre.
Después de socializar un poco con él, los detectives volvieron a insistir en la declaración. Esta vez fueron mucho más cautelosos con sus tratos y cuidaron su lenguaje y sus comentarios. En el extremo de la amabilidad, le convidaron un saldo de coca-cola que les quedaba en una botella y él se la tomó agradecido mientras conversaban amigablemente.
Nuevamente los investigadores le aseguraron que en cuanto declarara le permitirían realizar su llamado telefónico y contactarse con un abogado.
Por fin, Jaime accedió. Recordaba que esas declaraciones no tenían mayor peso legal y pensó que sería mucho mejor para todos si obtenían algún tipo de asesoría.
En medio de una conversación amigable, Jaime les contó que conocía a Carlos desde hacía varios años y que en 1994 habían decidido compartir los gastos de una casa, a lo que posteriormente se había sumado Karim, a quien él conocía desde varios años antes de la universidad. Un par de meses después, por pedido de él mismo, Carlos le había presentado a Ricardo Badani y después de ver la profundidad de la doctrina que profesaba, Karim y él, habían abrazado voluntariamente el Hinduismo.
Si bien los detectives mantenían en todo momento el tono simpático, el contenido de las preguntas era siempre malicioso.
Jaime les intentó explicar que el estilo de vida de ellos era totalmente natural, que no veían la morbosidad en nada, ni siquiera en el aspecto sexual en el que tanto insistían los detectives y por eso mismo, él no veía nada malo en que Ricardo tuviera seis esposas ya que su Religión se los permitía, además ellas estaban con él por su voluntad y siempre las había visto felices, siempre había visto mucha armonía en casa de Ricardo y en último caso, legalmente eran completamente libres de hacer con su vida lo que quisieran siempre y cuando fuera de manera voluntaria.
— Todo lo que nosotros hacemos en nuestra Religión es absolutamente libre y yo jamás he visto que nadie sea forzado a nada.
Los detectives, intentando no pelear con él, le preguntaban amablemente —aunque siempre con malicia— sobre las cadenas y los látigos y Jaime les explicaba que a él no le constaba absolutamente nada, que había participado, al igual que el resto, en múltiples ceremonias de su Religión, en las cuales adoraban con oraciones y cantos, compartían la comida y nada más, que incluso a veces tenían gente que no pertenecía a la Religión participando, como había ocurrido con su hermana que se encontraba visitándolo en Santiago y que después de una celebración se había quedado en casa de Ricardo porque le había gustado el ambiente y para practicar inglés con Carlos, pero nada más, ya que él no influía en Alejandra, la cual desde hacía varios años era mayor de edad.
Mientras dos o tres detectives se encargaban de las preguntas, las cuales intentaban llevar siempre en torno a la persona de Ricardo Badani, otro de ellos, sentado tras la máquina de escribir, se esforzaba visiblemente por escuchar cada detalle de la conversación y de rato en rato se lanzaba a tipear rápidas anotaciones de lo que supuestamente era su declaración.
Mucho más tarde en la noche, Jaime firmó un documento que en teoría contenía lo que él había dicho, pero el cual no le permitieron leer pese a sus insistencias y alegatos. Luego, no obstante todas las promesas anteriores, se lo llevaron rápidamente al cuartel central cuando era pasada la media noche, escudándose en lo tardío de la hora y ofreciéndole que ya al día siguiente podría hacer sus llamadas.
continuará ...
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