Aclaración: A pesar de lo que pueda haber dicho la Prensa sensacionalista, nuestro reclamo no es “contra Chile” sino, específicamente contra los malos funcionarios de una mala administración, quienes quebraron no sólo múltiples puntos de la Declaración De Derechos Humanos, sino hasta las mismas Leyes y Constitución del Estado Chileno.

jueves, 30 de octubre de 2014

124 • ¡NO me dejen aquí!

... continúa

     Cuando Mara llegó al cuartel central de investigaciones era poco menos de las doce y media de la noche. Estaba sumamente oscuro y no se escuchaba ni el más mínimo ruido. Era todo tan solitario, como si no hubiera un alma aparte del guardia y ella. Le preguntó al hombre que la recibió por los demás, pero el guardia la ignoró.

     Al sentirse sola comenzó a experimentar verdadero pánico por primera vez. Su mente comenzó a trabajar muy rápido con ideas negativas que la atormentaban: pensó que a los demás se los habían llevado a algún otro lugar, tal vez a otros calabozos y que a ella la habían dejado sola allí.

     El guardia abrió el portón de la enfermería que quedaba antes de los calabozos en el sector de las mujeres, la obligó a entrar y tanteando en la pared prendió la luz.

     En la pequeña habitación, todo el mobiliario, viejo y lleno de polvo, consistía de una camilla plegable a la izquierda, un escritorio a la derecha, con un ventanal con barrotes de fierro detrás y una silla a un costado.

     Mara se sobresaltó al ver un bulto enorme recostado sobre la camilla y tapado con lo que parecía ser un abrigo. La mujer, que se acomodó en su sitio quejándose por la bulla que estaban haciendo, sin levantar la cabeza le dirigió a Mara un amistoso hola, al cual ella no respondió.

     No le daba ninguna confianza aquella mujer, pensó que tal vez era otra de las detectives que estaba haciéndose pasar por una detenida para intentar ganarse su confianza y cuando estuviera dormida inyectarle alguna droga para luego hacerla desaparecer, quitarle la voluntad mientras nadie sabía dónde se encontraba y sin que ella ni nadie pudiera hacer nada por rescatarla.

     La idea de que la quisieran drogar para llevarla a un psiquiátrico a intentar «curarla» y volverla lo que ellos querían, golpeaba una y otra vez su cabeza. Sentía pánico.

     Mara recordó que Mercedes le había contado cómo, hacía años, su familia, al enterarse que se iba a casar con Ricardo, había hecho una denuncia culpándolo a él de secuestrarla y cuando ella se presentó al juzgado a explicar la situación, sus parientes, que estaban ya aguardándola y habían sobornado a varios policías, la subieron en peso a un auto y la internaron por la fuerza en una conocida Clínica Psiquiátrica de Lima, donde en base a drogas pretendían curarla de su Religión.

     A pesar de no haberlo vivido, ella podía ver en su cabeza a Mercedes corriendo por los pabellones de la clínica para intentar escapar, a los enfermeros bajándola por la fuerza del muro al que en su desesperación intentaba trepar y podía incluso sentir su impotencia cuando la drogaban a la fuerza a pesar de los gritos y las súplicas de ella. Ricardo, que por consejo del abogado la había dejado ir sola con el letrado, no supo dónde estaba hasta varias semanas después y mucho tiempo y esfuerzo le tomó conseguir que un juez ingresara a la clínica, comprobara su verdadero estado —lo cual consiguió gracias a que Mercedes lograba burlar a las enfermeras y no tragaba las potentes drogas que siguieron a las inyectables que la habían mantenido como zombi los tres primeros días— y la rescatara de su involuntario encierro.

     Para Mercedes aquella había sido una experiencia sumamente fuerte que jamás podría borrar y para Mara, ahora, era una posibilidad que la horrorizaba.

     El guardia le informó que allí se quedaría.

     Mara, desesperada, le rogó que por favor NO la dejara en aquel lugar, que no quería estar allí, realmente se lo suplicó. ¡Estaba aterrada!

     Yo no puedo hacer nada, esas son las órdenes que a mí me han dado. Aquí tendrá que pasar toda la noche y tendrá que arreglárselas con lo que hay.

     El guardia le indicó que podía dormir sobre el escritorio —el cual era diminuto— o en el suelo, y mientras le señalaba a la gorda, le explicó que la única camilla estaba siendo ocupada por ella. El hombre apagó la luz y se marchó echando llave a la puerta.

     Mara se quedó paralizada sin saber que hacer, por su cabeza únicamente pasaba una y otra vez la idea a mala hora que acepté una habitación mejor, fue para peor. No quería estar allí.

     Podía darse cuenta de como empezaba a invadirla el pánico, la respiración le cambió y podía sentir cada vez más fuerte los latidos de su corazón. Tenía terror de perder el control, sentía una claustrofobia tremenda...


continuará ...

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