continúa ...
Manteniéndolos aún apuntados con sus armas, les ordenaron
sentarse en las camas, y todavía en estado de conmoción, obedecieron la orden
sin protestar, incluso se dejaron quitar mansamente las tazas que
milagrosamente permanecían en las manos de un par de ellos, aún intactas y sin
siquiera derramarse.
Lola miraba toda esta escena con una mezcla de incredulidad y
desconcierto, con la firme impresión de estar viendo una película policial, con
actores de segunda, de movimientos estudiados y actitudes exageradas.
Mara, que ya había abandonado por completo la esperanza inicial,
pero que aún no terminaba de enfrentar del todo la realidad, no podía dejar de
verlo todo como una especie de parodia, donde ellos eran los espectadores
involuntarios que observaban como los investigadores sobre actuaban.
Para evitar que siguiera pidiéndole explicaciones públicas, la sub-comisario Correa se llevó a Ricardo a su dormitorio, fuera del
campo de visión de todos los demás, seguidos muy de cerca por la inspectora
rubia que vigilaba ferozmente cada uno de sus movimientos.
Cerraron la puerta tras de ellos.
En cuanto entraron a la habitación, Ricardo reiteró su pedido de
las explicaciones del caso, pero la sub-comisario le contestó secamente que él
sabía cuales eran los cargos y que era él quién debía decírselos.
Ricardo, sin dejarse apabullar por el tono de voz de la sub-comisario
ni por el arma automática de la inspectora que continuaba apuntándolo a escasos
centímetros de su cuerpo, imperturbablemente negó conocer los motivos de estos
atropellos y después de un rato en que se repitieron las mismas afirmaciones
por parte de la sub-comisario, seguidas del mismo pedido de explicación por
parte de Ricardo, éste la increpó:
— ¡¡Definitivamente yo no sé de qué se
trata todo esto y es usted quién tiene la obligación de decírmelo. Viene aquí
respaldándose en un papel del que me lee el contenido pero que no me permite
ver y si esta niña va a seguir encañonándome con el arma, olvídese de que
podamos continuar conversando!!
Esto pareció hacer reaccionar a la mujer, que ordenó a la inspectora
que guardara el arma y frenó un poco su mal trato.
Luego la sub-comisario le informó que había una demanda en su
contra, aunque no le especificó de qué se trataba y más bien le prometió que
sobre ese asunto ya conversarían con mayores detalles más tarde. Insistió mucho
sobre la importancia de que Ricardo serenara a su gente para evitar cualquier
incidente o consecuencias posteriores.
— A eso yo no le veo ningún problema,
los que estamos tranquilos, somos nosotros —le respondió Ricardo en tono
irónico.
Después de un rato en que el resto continuaba sentado en el
borde de las camas sin saber qué estaba pasando, la sub-comisario Correa trajo
de regreso a Ricardo y lo obligó a sentarse en una silla en el hall de
distribución, junto al baño.
Ahora la sub-comisario parecía un poco más calmada, pero aún así
se mantenía desagradablemente prepotente.
Los investigadores, en cambio, todavía mantenían visiblemente su
actitud agresiva y se movían por toda la casa registrando los distintos lugares
y tirando al piso desordenadamente adornos, papeles y todas las cosas que
encontraban a su paso y caminando por encima de ellas sin el menor miramiento.
Ricardo, manteniendo en todo momento la serenidad e intentando
tranquilizar a los detectives para disminuir un poco la presión y evitar
cualquier incidente —como los llamaba la sub-comisario—
dijo en voz alta, que ellos deseaban colaborar y, únicamente, les pidió que, por
favor, respetasen las imágenes sagradas de su Religión.
Poco después un investigador vino por Carlos, de muy mala manera
lo obligó a salir de la habitación de las mujeres y lo llevó hasta el cuarto de
cómputo donde lo dejó sentado en una esquina, acompañado de un par de detectives
que eran los encargados de revolverlo todo allí.
Fanny, que estaba sentada en una de las camas, no paraba de
gemir temblando de manera visiblemente descontrolada.
La sub-comisario Correa, que pasaba en esos momentos por la
habitación, se la quedó mirando con desprecio y le gritó con brusquedad que se
callara o ella misma la haría callar, y por el tono de su voz, se podía notar
que estaba hablando muy en serio. Fanny, sin parar de gemir la censuró:
— Oiga… Yo solamente estaba sirviendo
las tazas de café y vienen y me apuntan con sus armas… Tantas personas… Parecía
que me iban a disparar… Me traen a empujones… ¡No entiendo qué está pasando…!
Y, encima usted…
Ella gimoteaba temblando más marcadamente aún.
La sub-comisario Correa la interrumpió haciéndola callar de mala
manera, la quedó mirando directamente a los ojos y con mayor fiereza que antes,
le gritó que ya le había advertido que se callase y que era mejor que le
obedeciera ya que si no ella misma iba a tomar las medidas necesarias.
Fanny intentó seguir hablando —lo que ella quería decirle a la sub-comisario
era: y encima usted llega, me apunta con su revólver y…
¿Cómo quiere que no esté así? ¡Estoy muy asustada!— pero Lola reaccionó
rápidamente y la contuvo para que no dijera nada más, tenía el temor de que la
pudiesen maltratar si es que no se tranquilizaba y además, sabía que era inútil
que intentara razonar con aquella gente.
Lola acogió a Fanny abrazándola y acariciándole el cabello hasta
que logró, con mucha dificultad, que se fuera serenando.
Un investigador que estaba parado en el hall de distribución, a
una indicación de la sub-comisario Correa, llamó por radio, al parecer a la central
en Santiago, y se limitó a notificar ya pueden
traerlos.
continuará ...
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