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Los investigadores les hablaban vociferando de un modo insultante, dando por sentado que eran alguna suerte de delincuentes. Incluso, la sub-comisario Correa, en uno de sus paseos por la habitación de las mujeres, mirándolas despreciativamente, dijo sin dirigirse a ninguna de ellas en particular:
— Esto les pasa por meterse con menores de edad…
En un primer momento no pudieron entender a qué se refería, ya que siempre que habían conversado con alguien, aún cuando fuera sobre temas en nada relacionados con su Religión, habían exigido que la persona estuviera en condiciones de decidir por sí misma o le habían indicado esperar hasta alcanzar la mayoría de edad. Eran muy conscientes de los prejuicios que pesan sobre las «sectas», como suelen tildar normalmente en forma despectiva, a toda Religión que no sea la Católica.
Cuando la sub-comisario continuó hablando y, señalando a Fanny la desafió a que le dijera su edad, pudieron suponer fácilmente el origen del malentendido.
Fanny, algo más calmada ya, le respondió que tenía veintitrés años. Ella, a pesar de tener esa edad y de ser intelectualmente bastante madura, no representaba físicamente más allá de dieciséis… y bueno, en su estado actual de nerviosismo, tal vez representara, incluso, un poco menos. La sub-comisario le gritó:
— ¡Mentirosa! Si tienes cara de guagua, a ver… ¡¡Muéstrame tu cédula de identidad!!
Fanny, sacándola del bolsillo trasero de su pantalón, se la entregó sin mayor problema dejando a la mujer muda y con el rostro visiblemente desencajado durante unos segundos. Luego, ya sin comentarios adicionales, siguió pidiendo las cédulas de identidad a las demás.
Después de Beatriz y de Mara, les tocó el turno de identificarse a las peruanas…
Las cuatro esposas peruanas de Ricardo Badani —Elsa, Gaby, Lola y Mercedes— se hallaban con sus visas vencidas en esos momentos, ya que cuando quisieron tramitar su visa de residencia mediante un contrato de trabajo, no se les permitió este trámite a menos que tuvieran una profesión inexistente en Chile y que pudieran mostrar un diploma que así lo acreditase (?). ¡El asunto sonaba a burla! Pero el caso era que entre un trámite y otro, se les había pasado la fecha de renovación de las visas y habían quedado ilegales y, aunque habían contemplado el modo de solucionarlo, de todo esto había transcurrido ya algún tiempo. A ellos, que siempre se habían mantenido dentro de lo establecido por la ley, este asunto de la estadía ilegal en Chile les molestaba terriblemente.
La primera a la que la sub-comisario se dirigió fue a Lola, y ésta, no sabiendo qué hacer, se limitó a mirar a Gaby insistentemente y sin decir palabra, esperando, tal vez, que ella tuviera alguna ocurrencia salvadora que la sacara del apuro.
La sub-comisario Correa se acercó bruscamente a Lola y tanto ella como el resto de las mujeres brincaron pensando que la iba a golpear, pero luego, frenando igual de brusco a pocos centímetros de su cara, le gritó:
— ¡¿Qué, es que eres tonta que no puedes responder por ti misma, por qué la miras tanto a ella?!
Al terminar de decir esto se volteó hacia Gaby que se hallaba en el extremo opuesto de la habitación y le preguntó por su cédula de identidad.
Gaby, que no terminaba de descartar la idea de que todo este asunto no era más que una terrible confusión que se aclararía en cualquier momento, quiso ganar tiempo, pero como tampoco deseaba mentir, buscó darle una respuesta vaga que la sacara del apuro y lo único que se le ocurrió fue decir no la tengo.
Elsa siguió el ejemplo de Gaby.
Cuando le tocó el turno a Alejandra, quien también representaba mucho menos edad de la que tenía, la sub-comisario se la quedó mirando un rato, la cara le volvió a cambiar, parecía que estaba recuperando el valor que había perdido con Fanny y entrecerrando ligeramente los ojos le preguntó su edad.
Alejandra, para sorpresa de la sub-comisario Correa, le respondió que tenía veintiún años. Esta respuesta volvió a enardecer a la mujer quien se volteó furiosa hacia Mercedes, para escuchar que ella tenía veintinueve.
Otra de las investigadoras, que estaba parada de manera muy viril junto a la cama de Mercedes, sin poder contenerse, dijo con rabia:
— ¡Todas son mayores! ¡¿Qué hacen para parecer más jóvenes?!
No era de extrañar que se sorprendieran, ya que todas las detectives que estaban allí, sin excepción, se veían físicamente mucho mayores que ellas… a pesar de que varias eran de las mismas edades.
No terminando de dar crédito a lo que le decían, la sub-comisario desafió enérgicamente a Mercedes y a Alejandra para que le mostraran sus respectivas cédulas.
Mercedes, muy incómoda por la situación y pensando que igual iban a encontrar su pasaporte dado que estaban hurgándolo todo, masculló que no tenía cédula.
Alejandra respondió del mismo modo que Gaby y Elsa, y esto ya fue demasiado para la sub-comisario Correa que la atacó con sus gritos e insultos. Tanta era su rabia, que parecía que nunca se fuese a serenar.
— Yo vine de visita hace una semana desde Puerto Montt a ver a mi hermano que vive en Santiago… él me trajo de paseo el otro día… era una celebración religiosa… a mí me gustó la idea de pasar unos días en el campo con ellos… son mis amigos… son muy buenos… mi cédula me la dejé en Santiago en la casa de mi hermano… —explicó Alejandra tartamudeando.
La sub-comisario, sin abandonar la idea de que tal vez Alejandra sí fuese menor de edad, se serenó lo suficiente como para voltearse hacia uno de sus compañeros hombres y ordenarle que se la llevase de allí, ya que ¡ella no tiene nada que ver con todo esto!
El investigador sujetó del brazo a Alejandra y casi a rastras la sacó fuera de la habitación rumbo a la cocina.
continuará ...
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