Aclaración: A pesar de lo que pueda haber dicho la Prensa sensacionalista, nuestro reclamo no es “contra Chile” sino, específicamente contra los malos funcionarios de una mala administración, quienes quebraron no sólo múltiples puntos de la Declaración De Derechos Humanos, sino hasta las mismas Leyes y Constitución del Estado Chileno.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Kaelaasa


     La casa de Los Maquis era una simpática cabaña rústica construida en la ladera del cerro. Compensaban la inclinación unos delgados troncos que a veces daban la impresión de que no lograrían sostener el peso de las personas y los diversos electrodomésticos que les hacían más cómoda la vida en el campo. Unas sencillas paredes de madera prensada, listones de madera burda en el piso y un encantador techito a dos aguas, le daban un atractivo rural.
 
     Como la típica casita sencilla de campo, no podía esperarse mucha perfección en su construcción, y entre una madera y otra, muchas veces había rendijas del tamaño suficiente como para ver a través de ellas… pero cumplía su función y a ellos eso les resultaba suficiente.
 
     Tenía una puerta principal ubicada en el frontis del terreno (hacia el sur) y otra trasera en el extremo opuesto de la casa.
 
     Como la típica casita de campo también, las puertas jamás se aseguraban, ya que allí no existía ninguna necesidad de hacerlo. La gente ni siquiera se acercaba hasta la puerta para tocar, sino que saludaba con un «¡Aló!» desde varios metros de distancia para hacer notar su presencia. Incluso, había tal confianza en los vecinos, que jamás cerraban las puertas del auto, a diferencia de lo que ocurre en las ciudades en que todo debe estar bajo siete llaves e, incluso así, no hay la certeza de que nada malo ocurra.
 
     La casa tenía tres dormitorios, una sala-comedor, una cocina, un baño y un pasillo común que comunicaba todos los ambientes, sin embargo, para adecuarla más a sus necesidades, la distribución tuvo que ser alterada significativamente.
 
     El área diseñada originalmente como sala-comedor, decidieron convertirla en dormitorio femenino, ya que no había forma de acomodar a las seis señoras Badani en cualquiera de las otras reducidas habitaciones, ni siquiera distribuyéndolas en dos grupos. Además, de este modo, conservaban la costumbre de reservar un área de la casa sólo para las mujeres. Pero sobretodo, porque les entretenía mucho compartir la misma habitación.
 
     Pusieron una densa cortina que mantenía su intimidad aislándolas en cualquier momento del resto de la casa, una cama de dos plazas con dos colchones independientes, una cama de una plaza, tres sofá-camas y… ¡dormitorio listo!
 
     Allí mismo durante el día, recogían los sofá-cama formando una pequeña salita donde podían hacer gimnasia, bailar, leer o lo que quisieran y durante la noche, era como estar en un campamento o en un internado de señoritas. Incluso, cuando venía alguna Devota a alojarse, colocaban un colchón adicional en el piso y la conversación se alargaba hasta altas horas de la noche.
 
     La puerta principal que quedaba en lo que ahora era el dormitorio de las mujeres, quedó reservada exclusivamente para ellas y la puerta de servicio se vio transformada en el acceso principal.
 
     Una de las habitaciones pequeñas se convirtió en sala-comedor y, a falta de un lugar más apropiado, tenía que hacer también las veces de templo con un pequeño altar lateral e, incluso, asumía las veces de recámara cuando alguna pareja venía a alojarse. En esos momentos, precisamente, estaba sirviendo de dormitorio para Carlos y Fanny.
 
     Otra de las habitaciones, con una cama de dos plazas y un pequeño televisor, era el área matrimonial: el dormitorio de Ricardo.
 
     El tercer dormitorio fue destinado como oficina. Distribuyeron allí tres computadoras y una mesa de trabajo.
 
     Si bien la casa era muy pequeña, todos los espacios se habían aprovechado al máximo, hasta las paredes eran utilizadas con todo lo que se pudiera: estanterías repletas de libros en el hall de distribución; el equipo de música entre el cuarto de Ricardo y la cocina; bisutería, cinturones y hasta unos látigos (cuyo sonido espantaba a vacas o caballos testarudos para que no se comieran los sembríos), eran colocados en las paredes libres a manera de adornos.


     La casa estaba rodeada de un «extenso jardín» —60 hectáreas de terreno de ladera de cerro— por el cual circulaban libremente no solamente sus propios animales, sino que además transitaban los vecinos con sus vacas, ovejas, burros, caballos y demás. Incluso parecía como si todos los conejos de la zona se hubieran venido a refugiar aquí, ya que no sólo no practicábamos la cacería de ningún tipo —y por lo mismo, no teníamos armas— sino que ni siquiera aceptaban el ingreso de cazadores al lugar.
 
     Los fines de semana era bastante común ver alzarse una carpa cerca de la casa, aprovechada por dos o tres Devotos venidos de Santiago y en la cual, un pequeño gato negro al que habían bautizado de Alegato, tenía la osadía de venir a refugiarse del frío cuando los cansados Devotos no notaban sus argucias para colarse en el interior.
 
     A pocos metros de la entrada principal del terreno había una gruta natural donde colocaron una imagen tallada en madera de Shrii Gan’esha, delante de la cual, todas las tardes, ponían un platito con comida para los animales libres del sector.
 
     Quince minutos cerro arriba, donde nacía un arroyo que pasaba por el costado de la casa, colocaron una imagen de Shrii Shiva en mármol, obsequiada por un miembro muy querido para ellos de la colonia Hindú. Desde ese día, el arroyo jamás se secó, para gran asombro de los vecinos que afirmaban que jamás había ocurrido algo así en el lugar.
 
     Podían hacer ejercicios a la intemperie, dormirse mirando un cielo limpio y lleno de estrellas, leer con el sonido de la brisa suave como compañía, disfrutar de la belleza del campo sobre una hamaca trenzada, ir a explorar acompañados de los traviesos e incansables perros en un terreno que nunca dejaba de ofrecerles nuevos encantos, cantar a voz en cuello en fogatas hasta tarde en la noche o hacerse el amor al aire libre y en total privacidad. ¡Era el paraíso! Y era precisamente así como se referían al lugar: Kaelaasa, el paraíso del Señor Shiva.
 
 

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