continúa ...
Varios investigadores, uno mestizo, uno de ojos verdes y uno gordo, junto con una mujer de pelo negro y largo, estaban aguardando ya a Mercedes en la habitación y secamente le ordenaron pararse en el centro del cuarto.
Uno de los investigadores quiso que les dijera cuánto tiempo hacía de que había entrado al país. Ella, haciendo visibles esfuerzos por hablarles con educación, les respondió que no recordaba la fecha exacta y que tendrían que verificarla en su pasaporte, ya que eran ellos quienes lo tenían.
Uno de los investigadores quiso que les dijera cuánto tiempo hacía de que había entrado al país. Ella, haciendo visibles esfuerzos por hablarles con educación, les respondió que no recordaba la fecha exacta y que tendrían que verificarla en su pasaporte, ya que eran ellos quienes lo tenían.
— ¡No nos digas como hacer nuestro trabajo! —Le dijo furioso el detective de ojos verdes, levantándose bruscamente de la silla donde estaba sentado.
— Yo entiendo que es su trabajo, pero aquí están cometiendo un gran error y una injusticia… —les dijo, intentando contener las lágrimas que ya empezaban a correr por su rostro.
Los investigadores se mostraron indignados y empezaron a insultarla, mientras aseveraban que estaban muy seguros de lo que hacían, que lo sabían todo sobre ellos y que los habían estado vigilando durante semanas.
Ella pidió que le permitieran llamar a un abogado pero se burlaron diciendo que había visto demasiadas películas y que allí las cosas no eran así.

La investigadora, que era la más agresiva de los cuatro, la pateaba, le tiraba del pelo, la abofeteaba y la empujaba golpeándola en el pecho y lanzándola sobre una silla, pero asegurándose previamente que estuviera lejos de la pared.
Cada vez que la golpeaban cuidaban de hacerlo en lugares donde no dejaran huellas y siempre había alguien detrás, como para evitar que por la brusquedad con que le pegaban, se golpeara contra una pared o cayera al suelo dejándose marcas visibles de la tortura. ¡Eran incansables!
Una de las veces en que la puerta se abrió, Mercedes, que en esos momentos estaba sentada en el centro de la habitación mirando en dirección a la entrada, pudo ver pasar a Alejandra escoltada por el inspector Silva, quien dijo burlonamente antes de cerrar la puerta:
— Dice que le daban clases de inglés…
Los investigadores comenzaron a interrogarla sobre quién daba las clases y clases de qué otras cosas daban, pero Mercedes seguía sin responder.
— ¿Si no hay nada de malo en lo que hacen, entonces por qué no quieres contárnoslo?
— ¿Te han ayudado mucho? ¿Tanto te han ayudado? —Preguntaba una y otra vez la mujer en tono malicioso.
Mercedes, aún sin hablar, sólo pensaba para sus adentros no me voy a dejar engañar por la repentina amabilidad que demuestren y no voy a contar ni el más mínimo detalle de mi vida personal hasta que no venga un abogado a explicarme mis derechos.
continuará ...
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