continúa ...
Cuando faltaban unos diez minutos
para las dos de la mañana, el inspector Silva pasó por la cafetería y se quedó
parado en la puerta mirando a las mujeres.
El investigador bajito, que aún
seguía intentando que hablaran, se levantó de la mesa para reunirse con él y en
susurros cruzaron unas cuantas frases. Luego el gordo habló con buen volumen
dirigiéndose a ellas. Gaby alzó la vista aunque sin prestar ninguna atención a
lo que decía. Era la primera vez que lo veía.
— Parece que tú estás muy
fresca aquí ¿no? ¡Ven conmigo para interrogarte! —Le ordenó el inspector al
ver que ella era la única que lo miraba.
Gaby —que había empezado a
mirarlo todo como una pasiva espectadora— no hizo ningún intento de protestar,
se levantó de la silla y lo siguió por donde el inspector le iba indicando.
Subieron hasta el tercer piso y
entraron en una diminuta oficina con un único escritorio. El inspector se sentó
del lado de adentro y le indicó a Gaby sentarse frente a él, cerca de la
puerta.
El gordo cogió una hoja en
blanco, un bolígrafo y empezó a interrogarla. Le preguntó su nombre, su edad,
el nombre de sus padres, y en fin, las mismas preguntas que tres veces les
habían hecho ya desde que llegaron a la brigada y ella le dio exactamente las
mismas respuestas.
El inspector, animado por la
aparente cooperación, continuó interrogándola sobre el tiempo que había
permanecido en Chile y si se hallaba ilegal en el país, pero en este punto,
Gaby dejó de contestar para informarle que no iba a responder a ninguna otra
pregunta sin la presencia de un abogado.
El inspector queriendo
intimidarla, se paró de su silla, empezó a subir el tono de su voz y a
adelantar su enorme humanidad en el escritorio con un gesto amenazador. Ella se
esforzó por mantener la calma y se limitó a repetirle, muy lentamente, que no
hablaría mientras no le dejaran llamar a un abogado.
— ¡¿Es que eres tonta, imbécil o qué?! ¡¡Aquí no vas a tener un abogado mientras nosotros no queramos que tengas uno!! Además, las leyes en este país no son así, tú tienes primero que declarar. ¡Haz visto demasiadas películas! —Dijo furioso.
— Películas o no, no voy a hacer ninguna declaración mientras no esté un abogado presente —le dijo por tercera vez, remarcando cada palabra y su tono denotaba la firmeza de su decisión.
El inspector, que ahora la miraba con fiereza, continuó levantando cada vez más el volumen de su voz y siguió con sus amenazas diciéndole que ellos allí tenían técnicas para forzarla a hablar, que la podían golpear y hacer lo que quisieran con ella, ya que nadie se iba a enterar.
— Pueden hacer lo que quieran, pero definitivamente no voy a decir una sola palabra más mientras no cuente con la presencia de un abogado. Están perdiendo su tiempo conmigo.
El inspector Silva cada vez se
veía más furioso.
— Mira, habla si quieres o si
quieres calla, total, a mí no me importa lo que hagas. De todos modos… ¡¡Aquí
te vamos a cagar!! —le gritó a pocos centímetros del rostro.
Gaby, que a esas alturas ya
estaba convencida de que todo esto no era sino algún tipo de persecución debido
a sus creencias y su forma de vida, se sentía cada vez más firme y segura en su
fe y sin dejarse intimidar, tan sólo se limitó a mirarlo directamente a los
ojos, sin siquiera parpadear y firme en su propósito de no decir una sola
palabra más sin un abogado.
Se quedaron los dos mirándose
fijamente en una especie de lucha de poder y después de un largo y silencioso
período, el inspector desvió la mirada, se paró bruscamente y le dijo:
— ¡Ya, de una vez, sal de aquí
y que venga otra!
El mismo inspector Silva la
condujo de regreso hasta la cafetería y a la mesa en la que había estado
sentada antes.
Se quedó parado en medio de la
habitación mirando una a una a todas las mujeres como evaluándolas y un par de
minutos más tarde, sin decir una palabra, dio media vuelta y se marchó.
En la cafetería nada parecía
haber cambiado durante su breve ausencia.
continuará ...
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