continúa ...
La sub-comisario Correa volvió a
entrar bruscamente en la habitación y le dijo a Fanny que le iban a pegar.
Fanny, armándose de valor, le contestó que no podían hacerlo, que eso no era
legal, pero la sub-comisario sin inmutarse le dijo con el mayor de los
cinismos:
— Sí podemos… sin dejar
marcas… ¡Y nosotros sabemos cómo hacerlo!
Fanny, por dentro, trataba de tener
fuerza de voluntad y no dejaba de cantar el Mamntra de Shrii Shiva.
Trataron de persuadirla
diciéndole que los otros ya habían declarado y que ella era una tonta al
defenderlos.
Fanny, en medio de su
desesperación, les solicitó varias veces la presencia de un abogado, pero no le
permitieron contactarse con uno y en vez de eso insistían en que firmara una
declaración afirmando que tenía conocimiento de que Ricardo usaba cadenas con
las mujeres y que había actividades delictuosas en la casa de Los Maquis.
Al ver que ella se negaba
firmemente, siguieron intentándolo, dándole además la opción de que si quería
podía agregar que ella no participaba en nada, pero la negativa de Fanny
continuó.
Ella no podía dejar de pensar en
que les estaban poniendo electricidad, le daba mucho miedo sentir dolor físico…
Con toda esa presión hubiera podido fácilmente caer en el juego de ellos y
empezar a decir lo que querían, pero se negó. Se repetía una y otra vez que
debía tener fuerza de voluntad y no paraba de cantar su Mamntra. Ella sentía que las Deidades le estaba dando la entereza para mantenerse
firme y daba gracias por ello.
Mucho después de las cuatro de la
mañana, al ver que Fanny no hablaba, dos detectives mujeres la sacaron de allí
y la llevaron a la habitación del tercer piso donde exponían la «evidencia». En
el camino pasaron al lado de Alberto que aún seguía esposado a la misma silla
de aquel hall.
En la habitación en la que se
encerraron con Fanny, habían armado un collage con más de cincuenta fotos
personales de Ricardo y fotos de sus esposas en ropa interior o en diversos
grados de desnudez, junto a fotos de todos ellos en distintas ceremonias de su
Religión, mezcladas con el cuadro con la poesía «Amar» del poeta Árabe Ghazali.
Estaba el traje de danza árabe de Mercedes colgado con unos cinturones de ropa
al costado. Ornamentos religiosos junto a algunos folletos de una investigación
que Ricardo estaba haciendo sobre «La Historia de O», folletos del Movimiento
por los Derechos del Hombre que había organizado Karim y todo tipo de revistas
pornográficas, vibradores y la estatua de Shrii Gan’esha en medio. Todo estaba
arreglado con malicia para darle a la escena una marcada connotación sexual.
Fanny se dio cuenta del gran
trabajo que habían hecho los investigadores: al mezclar las imágenes de culto
con objetos sexuales de una manera tan burda y grotesca, tergiversaban
totalmente el sentido de sus creencias.
Esperaron hasta que por la cara
de Fanny pensaron que ya se había escandalizado bastante con lo que veía.
— ¡Esto se lo vamos a mostrar
a todo el mundo para que la gente vea lo degenerados que son! —Le dijeron
con cinismo, buscando perturbarla aún más.
Después la llevaron con la misma
brusquedad a la habitación del frente, la primera de la derecha en aquel hall y
continuaron con el interrogatorio.
Un investigador le decía que él
quería ayudarla, se mostraba sumamente amistoso e intentaba que Fanny le
contara en qué creía, qué cosas hacían y por qué era que estaban todos
arrestados, luego se marchaba y venía otro que la trataba en forma dura.
Mantuvieron durante mucho rato la técnica del «policía bueno y el policía
malo».
Mientras conversaban, Fanny les
seguía el diálogo, les contaba sobre las hermosas fogatas que hacían a la luz
de la luna asando salchichas en el fuego con Ricardo tocando guitarra, los
continuos paseos por el campo, las excursiones de exploración en el amplio
terreno junto con los perritos y todo tipo de cosas de la vida doméstica de Los
Maquis e invariablemente, cuando ya empezaban a impacientarse y le preguntaban
si iba a declarar, ella, firme en su propósito, les respondía:
— No, no tengo nada más que
decir.
Afuera, Alberto podía oír las
voces de los detectives interrogándola y aunque no lograba entender las
preguntas que le hacían, sí alcanzaba a oír el torrente continuo e interminable
de palabras que salía de la boca de Fanny. Aproximadamente media hora después,
abrieron la puerta de la habitación para que salieran dos de las
investigadoras.
— Esta habla, habla y habla, pero no
dice nada —Dijo furiosa la inspectora Yelka a su compañera.
A Fanny realmente le resultaba
difícil mantenerse en silencio con esa gente y además, estaba demasiado
nerviosa.
Casi una hora más tarde un
investigador llegó a la habitación y le indicó a Fanny que lo siguiera.
— ¿Me llevan para pegarme?
—Preguntó muy asustada.
Con un seco NO por toda
respuesta, el detective la condujo al primer piso.