continúa ...
Roxana quedó prácticamente
olvidada en aquella oficina a donde la condujeron después del examen médico.
Por momentos venía un detective a vigilarla, permanecía un rato con ella y
luego se volvía a marchar.
Ella sólo observaba y pensaba… No
había nada más que pudiera hacer. La casi total oscuridad de esta húmeda
habitación hacía que los momentos en que permanecía a solas fueran aún peores
que aquellos momentos en que estaba siendo vigilada.
El miedo la empezó a rodear, pero
antes de que la angustia la dominara por completo, buscó encontrar nuevamente
la calma que ella sabía era lo más importante en esos momentos. Recurrió al
Mamntra del Guru, buscó a la Deidad en su corazón y su angustia cesó como por
encanto.
En algún momento de la noche los
detectives vinieron también por ella y la llevaron a declarar a una de las
habitaciones del segundo piso. La recibió una mujer de unos 32 años, de cabello
rubio pálido y algo desaliñada: la inspectora Yelka otra vez.
La inspectora, a manera de
recibimiento le dijo:
— Todo puede ser muy sencillo
para ti o muy difícil, tú debes elegir… así que será mejor que hables pronto
porque hace cuarentaiocho horas que estoy de guardia y con lo que acaba de
llegar el caso de ustedes, voy a tener que permanecer cuarentaiocho horas más
fuera de mi casa y sin poder ver a mi hijo ni a mi marido. Realmente estoy
harta de escuchar huevadas toda la noche.
Roxana, sin dejarse amedrentar,
le respondió en el mejor tono que pudo encontrar, que cada cual se ganaba la
vida como mejor le parecía y que ella no era culpable de nada y por lo tanto,
no se sentía responsable de sus desgracias.
En la oficina donde la tenían
ahora, ella podía escuchar golpes secos y gemidos de dolor, no podía determinar
de donde exactamente venían los ruidos, pero los golpes parecían caer sobre
cuerpos humanos. Temió por los muchachos… por todos.
La inspectora Yelka le hizo
primero algunas preguntas inofensivas sobre su relación con Ricardo Badani, con
sus esposas, cómo se había conocido con ellos, en que trabajaba Alberto y cosas
por el estilo.
Roxana, manteniendo el tono
amable, le contó cómo había conocido en Lima a Ricardo a través de un amigo
mutuo hacía ya trece años y que poco tiempo después, a través de él, había
conocido a Alberto con quien llevaba ocho años casada.
También le relató que ella era
secretaria ejecutiva y que había trabajado para personas importantes e
instituciones y empresas de peso, como el departamento de cartografía de la
dirección de hidrografía y navegación de la Marina del Perú, el agregado
militar, naval y aéreo de la Embajada de Corea del Sur, la contraloría general
de Bristol Myers peruana y que su último trabajo lo había realizado como
secretaria de la dirección de la filial en el Perú del American Institute for
Free Labor Development, institución que dependía directamente de la Embajada
norteamericana, pero que desde que se había casado no había trabajado más, ya
que Alberto era el que se ocupaba de mantener la casa con su trabajo en su
empresa de cómputo, Analog, de la cual era socio de Ricardo.
La inspectora, cuando vio que
Roxana contestaba sin problema, procedió a hacerle preguntas maliciosas sobre
si estaba al tanto del trato que Ricardo le daba a sus mujeres, que las
encadenaba, las azotaba y otras cosas similares.
— ¡A mí no me consta que él
las maltrate en forma alguna sino todo lo contrario, siempre lo he considerado
un esposo cariñoso y protector y a ellas se las ve muy felices con él!
Roxana mantuvo su posición a
pesar de que la inspectora siguió insistiendo largo rato para que aceptara lo
que ella afirmaba.
Roxana exigió hacer una llamada
para contar con la presencia de un abogado pero la rubia le respondió que por
el momento no tenían derecho a tener uno y que estaba en la obligación de
responder.
La inspectora y los otros
detectives que se sucedían en el interrogatorio, siguieron insistiendo durante
varias horas con sus preguntas malintencionadas ante las cuales Roxana se
esforzaba en permanecer en silencio tanto como podía y sólo aclaraba la
situación, lo más escuetamente posible, cuando ya no le dejaban alternativa.
Temía contestar, aún cuando fuera para aclarar malos entendidos, ya que sabía
que los detectives eran expertos en retorcerlo todo.
continuará ...
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