... continúa
Ahora, sin relojes, fueron perdiendo también la noción del tiempo. Calcularon que serían las tres de la tarde cuando les trajeron el almuerzo, el cual consistía de una olla mucho más tiznada que la anterior —si es que esto realmente era posible— y llena de grasa hasta en la base, con dos platos de plástico que ya venían manchados con restos de comida, como si alguien los hubiera usado antes sin lavarlos, pero no trajeron ningún tipo de cubierto.
El guardia dejó el almuerzo en La Patilla y se marchó.
Ellas se acercaron a mirar la olla con desconfianza. Era un arroz hecho masa, mezclado con unas rodajas de zanahoria y una grasa rojiza que estaba por todos lados.
La apariencia de aquella comida hizo que evocaran las imágenes de la carbonada que le preparaban diariamente de comer a sus perritos: definitivamente era mucho más apetecible que eso.
El arroz tenía un aspecto tan desagradable que su sola visión ya le producía malestar a Gaby, la cual no quiso ni siquiera volver a intentar tomar el té turbio que aún quedaba del desayuno y sin probar bocado, regresó a sentarse en la banca, lo más lejos posible de aquella comida.
Fanny fue la única que, dominada por el terrible hambre que sentía a estas alturas y venciendo el asco que la apariencia de aquella bazofia le producía, se sirvió, a como pudo, un plato de aquel arroz.
Ahora, todas ellas tenían la certeza de que la siguiente comida, no sería mejor que ésta.
Mucho rato después volvió el guardia para llevarse un poco del almuerzo que aún les quedara para las otras personas detenidas y ellas aprovecharon en insistir para que, por favor, se lo llevara todo.
Cuando el carcelero vio que la olla de arroz seguía prácticamente intacta, la mortadela y el pan del desayuno casi no habían sido tocados y del té aún quedaba más de la mitad de la olla, no les quiso hacer caso. Usó los dos únicos platos (…sucios) para llenar de arroz el uno con ayuda del otro y luego proceder a llenar el segundo empujándolo contra los extremos de la olla, cogió un par de panes, algo de la mortadela y apilando cosa sobre cosa y un plato sobre otro, les dejó el resto del mejunje muy a pesar de ellas.
Uno de los platos con esta asquerosa comida llegó hasta Jaime y él, después de muchas dudas, se animó a comer un poco ya que a esas alturas sentía muchísima hambre, pero a pesar de hallarse famélico, le fue imposible terminar el repugnante alimento.
Mientras las horas pasaban lentamente, intentaron dormir un poco, aunque era realmente difícil entre el frío, las duras bancas y las constantes interrupciones de los guardias.
continuará ...
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