continúa ...
Después de los hombres sacaron a Claudia de la casa. Ella, al ver todo este circo romano, trató de taparse la cara con la camisa de franela —que había logrado coger de en medio del gran desorden y ponérsela sobre el polito de algodón de manga corta que no había logrado abrigarla nada durante toda la noche— y caminó rápidamente hasta el auto, sujeta a duras penas por un detective que intentaba frenarla para que pudieran filmarlos a ellos también.
Roxana fue la última en salir y caminó muy erguida marcando la ruta unos pasos por delante del policía. Caminaba sin prisas y ni siquiera intentó cubrirse el rostro, quería de alguna forma estar con Alberto, que vieran que no estaba solo y que ella no se avergonzaba de él ya que ellos no tenían nada de qué avergonzarse.
Los detectives, muy seguros a estas alturas por cómo se estaba desenvolviendo toda la situación, violaban el derecho a reserva que hay en todo caso que aún se está investigando hasta el momento en que las personas sean declaradas culpables y los exponían de esta manera al escarnio público. No les preocupaba las consecuencias, porque evidentemente daban por sentado que al final serían declarados culpables o, al menos, ellos tendrían cómo quedar impunes.
Fueron subidos a los mismos autos en que habían sido traídos, en medio del acoso de los periodistas que seguían apuntando con sus aparatos a través de las ventanas y los investigadores, no satisfechos aún, bajaron los vidrios para que pudieran lograr mejores tomas. El despliegue de periodistas, luces y de cámaras era imponente.
Cuando ya iban a partir, un reportero se acercó al inspector Silva para terminar de coordinar las cosas.
— Oye, pero ándate tocando la sirena para que salga mejor…
El inspector, después de darle toda la razón, ordenó regresar al cuartel central y los autos, encendiendo balizas y sirenas, partieron —como en la gran escena de una película policial— a toda velocidad por las calles de Santiago.
El sub-prefecto Bravo se quedó feliz, pavoneándose nuevamente ante los micrófonos.
— ...Está bien montada esta organización. Pensamos que deben tener apoyo del extranjero, estamos investigando todavía, pero yo pienso que puede haber más.
— En este tipo de denuncias hay una presión, una amenaza constante hacia las víctimas, así estaba ocurriendo, ellos llamaban y presionaban, intimidaban a la víctima a objeto de que si efectuaban la denuncia, que se atuvieran a las consecuencias —agregó el prefecto Sotomayor, afirmando también que gracias a la amplia difusión que los medios de prensa le habían dado a este caso, ya se habían acercado otras dos mujeres a denunciar que también habían sido secuestradas y ultrajadas.
Claudia, no pudiendo soportarlo más, increpó ferozmente a los investigadores que las conducían:
— ¡¿Por qué han hecho esto?! ¡¡¿Con qué derecho arruinan así la vida de la gente?!! ¡Dañan nuestra imagen con sus mentiras! ¿Es que no les da vergüenza? ¿No les importa nada? —Ella no pudo contener por más tiempo las lágrimas de impotencia. No terminaba de creer lo que les estaba sucediendo.
Roxana intervino para serenarla y le dijo que se olvidara de aquella gente, que les dejara, que ya verían más adelante cuando las Deidades les tomaran cuentas por sus actos, lo cuál, más tarde o más temprano, siempre ocurría.
Esta es la realidad de las cosas, pensaba Claudia, la justicia humana en la cual siempre había confiado, no existía, tal vez en el fondo siempre lo había sabido, probablemente todo el mundo lo sabía, en teoría y muy en el fondo… siempre nos mostramos incrédulos ante este tipo de situaciones, tenemos ese sentimiento de que a nosotros jamás nos va a pasar algo así, que no puede llegar a tanto la maldad y la ilegalidad, pero ahora, en medio de todas estas infamias, la realidad se le hacía sumamente dura e insoportable.
Al regreso, las mujeres fueron llevadas directamente a los calabozos de investigaciones mientras que a los hombres los llevaron a las oficinas de la brigada, donde los repartieron en distintas oficinas.
A Alberto, por alguna extraña muestra de amabilidad, le sirvieron te y pan con jamón de desayuno, pero parecieron olvidarse completamente que Carlos estaba igual de hambriento y con frío.
Poco rato después vinieron por Carlos y lo llevaron finalmente al cuartel central de investigaciones y luego hicieron lo mismo con Alberto.
Mientras tanto, en la casa de calle Guanaco, los periodistas continuaban fascinados con su reportaje, se paseaban por todas partes filmando y fotografiando el montaje, abrían billeteras y mostraban en cámara los documentos de identidad, daban nombres y apellidos sin miramientos y si bien reconocían ante los micrófonos que todo lo hallado es similar a lo encontrado en Los Maquis, ninguno cuestionaba la sospechosa duplicidad en las evidencias.
continuará ...
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