continúa ...
Durante todo el trayecto, los investigadores —tanto los de los tres autos, como los que ya estaban esperándolos en la casa de calle Guanaco— iban coordinándose a través de sus radios —principalmente con el inspector Silva— y Claudia y Roxana, sin prestar ninguna atención a lo que decían, viajaban ajenas a toda la situación mirando las calles a través de las ventanas, sin darse cuenta de lo que se estaba gestando.
Alberto, que al principio tampoco les prestó mucha atención, empezó preocuparse cuando, atando cabos por lo que decían los detectives, comenzó a sospechar el verdadero propósito de tanta amabilidad. Las coordinaciones continuaban:
— Aún no han llegado, así es que demórate un poco más…
El chofer del auto en el que iba Alberto se desvió por varias calles para hacer un rodeo de casi diez minutos.
Cuando el auto que llevaba a las mujeres, que iba primero de todos, ya estaba a tres cuadras de su destino, pudieron ver un montón de personas agrupadas en las afueras de otra casa. El investigador que iba de copiloto se agitó y empezó a hablar despreocupadamente en voz alta:
— ¡Estos huevones se han equivocado de casa! ¡¡Cómo se les ocurre!!
El investigador, sumamente excitado por los acontecimientos, lanzaba todo tipo de palabrotas, algunas totalmente ininteligibles para ellas, pero otras tan evidentes, que violentamente se vieron enfrentadas con la realidad. Claudia y Roxana se miraron. En ese momento —demasiado tarde ya— recién se dieron cuenta de que los habían engañado nuevamente.
El auto con las dos mujeres fue el primero en llegar. En la puerta de la casa había mucha agitación por parte de los investigadores que ya los esperaban ansiosos afuera y miraban inquietos a ambos lados de la calle, evidentemente esperando a alguien más… además de a ellos, por supuesto.
Las llevaron hasta adentro, las situaron en distintos lugares del primer piso y les ordenaron no moverse. Ellas miraron incrédulas su hogar, todo estaba tirado por la casa como si un huracán hubiese arrasado con ella.
Poco rato después llegó el auto que traía a Carlos. Por último llegó el auto en el que venía Alberto e inmediatamente hicieron entrar a ambos hombres también.
Los investigadores se movían muy rápido por todos lados, como si estuvieran atrasados. Alberto se quedó estático mirándolo todo, el lugar le resultaba totalmente ajeno, no podía reconocer su propia casa tal cómo los investigadores la iban dejando a su paso:
Al parecer, como los detectives no habían encontrado aquí suficientes cosas que les pudieran servir para hacer parecer también esta casa como un antro de tortura sadomasoquista y de todo tipo de aberraciones sexuales, habían optado por traer los mismos objetos que el día anterior exhibieron con tanto éxito en Los Maquis: algunos facilitados diligentemente por ellos mismos y otros, los elementos para ilustrar «La Historia de O», que convenientemente habían encontrado allá. Preparaban la ambientación delante de ellos, sin ningún reparo ni vergüenza.
Claudia empezó a sentir una rabia terrible mezclada con una gran impotencia al darse cuenta que no podía hacer nada para evitar esta farsa.
continuará ...
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