continúa ...
A Claudia, en cambio, la mantuvieron esperando en la recepción. No mucho rato después, llegó Carlos. No podían hablar y tenían que limitarse a mirarse. Ella seguía llorando en silencio y Carlos intentaba consolarla haciéndole gestos de arriba el ánimo. Un guardia vino después por ella y se la llevó hasta el pasillo que conducía a las celdas, donde la retuvo un rato aguardando de pie al lado del escritorio.
Por primera vez desde que habían sido detenidos el día anterior, Claudia pudo ver a Karim -su esposo- que estaba encerrado en uno de los primeros calabozos del lado derecho. Ambos se pusieron tan contentos por el encuentro que intentaron intercambiar algunas palabras de mutua preocupación, pero el guardia intervino rápidamente recordándoles que tenían prohibido hablar.
Claudia, a pesar de todo, le tiró un beso volado, lo cual desencadenó la furia del guardia que la castigó llevándola a una celda en el pabellón de las mujeres donde la mantuvieron sola toda la tarde.
A Alberto, que fue el último en llegar, lo dejaron solo en una celda del fondo en el pabellón de las mujeres. El hedor que salía del «inodoro» era tan potente que lo podía sentir desde su ubicación: lo más alejado posible de aquel repugnante lugar. Las ventanas de esta celda no tenían vidrios y entraba por ellas un viento frío que no sólo no ventilaba el lugar, sino que más a más lo tenían medio congelado a pesar de que traía puesta una casaca que lo abrigaba un poco (la cual, con el paso de los días llegaría a convertirse en su segunda piel, ya que no pudo cambiársela y con el frío que sentía ni siquiera hizo intentos de quitársela). Aproximadamente una hora después, vinieron por él y lo pusieron solo en una celda en el pabellón de los hombres, la que, afortunadamente, sí tenía vidrios en las ventanas.
Tenían a todos los hombres en celdas distintas: hacia el inicio del pasillo estaba la celda de Karim, un poco más allá estaba la de Jaime, luego la de Alberto, la celda de Carlos y por último, al final del pasillo, estaba la celda de Ricardo.
A Karim le había tocado compartir la celda con otro preso y, en un intento de ver si lograba que los guardias lo cambiaran junto a cualquiera de sus amigos, aprovechó un momento en que su compañero le ofreció un trozo de pan y sin preocuparse por averiguar si sus intenciones eran desinteresadas o si estaba haciéndole algún tipo de avance, empezó a gritarle a todo pulmón que no se atreviera a acercársele.
El hombre lo miró con desconcierto, se encogió de hombros y se acurrucó en un rincón de la celda con cara de susto cuando los gritos de Karim aún continuaban.
En otro momento de la mañana, en que su compañero de celda volvió a intentar hacerle conversación diciéndole algo absolutamente ininteligible al respecto de que la noche es joven, Karim aprovechó nuevamente de gritarle al hombre que no se metiera con él y reclamando que lo habían puesto con un homosexual, empezó a pedir a gritos a través de las rejas que lo cambiaran de celda. Esta vez sí que armó mucho alboroto.
Pasado el mediodía, el oficial de guardia lo hizo llevar a la recepción y le entregó de regreso su billetera, la cual había quedado retenida en las oficinas de la brigada supuestamente para que los detectives examinaran su contenido, pero en realidad éstos habían aprovechado para llevarla a la casa de calle Guanaco para que los periodistas pudieran publicar su carné del Movimiento por los Derechos del Hombre y su carné de estudiante de derecho de la universidad Las Condes, con todos sus datos personales.
El guardia le insistió en que verificara si el contenido estaba intacto y luego le ofreció, intentando sonar desinteresado, que si quería estar en una mejor celda, mucho más cómoda, que incluso tenía una cama camarote, eso tan sólo le iba a costar doce mil pesos la noche. Evidentemente los guardias ya habían revisado su billetera y sabían que Karim tenía una buena suma de dinero en ella.
Karim, sin pestañear por el monto, les aceptó el ofrecimiento, pero jugando el mismo juego de mostrar poco interés que los guardias habían iniciado, les dijo que no quería ir sólo, que Badani era un hombre mayor, que podía enfermarse y que quería que le dieran a él la otra cama.
— ¡No, con Badani no te podemos poner! Si quieres te ponemos con Pérez —objetaron rápidamente los guardias.
— No, con Pérez no. ¡Con Badani o nada! —Se plantó Karim.
Después de unos tira y afloja, más económicos que otra cosa, los guardias aceptaron ponerlos juntos pero exhortándolo a que guardaran el secreto ya que se suponía que estaban incomunicados y sobre todo el Guru.
¡Por fin lo había logrado! Podría reunirse con Ricardo.
continuará ...
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