Aclaración: A pesar de lo que pueda haber dicho la Prensa sensacionalista, nuestro reclamo no es “contra Chile” sino, específicamente contra los malos funcionarios de una mala administración, quienes quebraron no sólo múltiples puntos de la Declaración De Derechos Humanos, sino hasta las mismas Leyes y Constitución del Estado Chileno.

lunes, 22 de diciembre de 2014

131 • A través de las rejas

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     Con la luz de la mañana y asomándose a la pequeña reja de su celda, Gaby pudo ver la distribución de los calabozos: los únicos que quedaban casi frente a frente eran el de Jaime y el de ella, las demás mujeres tenían sus celdas hacia el inicio del pasillo mientras que los otros hombres las tenían hacia el final.

     Gaby aprovechó un descuido del guardia para intentar atraer la atención de Jaime, que con cara de tedio, miraba las distintas celdas de las mujeres sin prestarles realmente atención, pasó algún rato ¡hasta que por fin lo logró!

     Le preguntó rápidamente si conocía el pseudo alfabeto de los sordomudos.

     Jaime no lo conocía y Gaby, pacientemente, se lo enseñó letra por letra tal como ella lo había aprendido de niña y mientras Jaime repetía dedicadamente los signos, las mujeres que frente a él alcanzaban a verlo, aprovecharon de refrescar sus recuerdos de este útil juego infantil, para poder unirse ellas también a esta conversación a través de las rejas. Estuvieron así largo rato, una y otra vez, hasta que por fin pareció que Jaime había logrado retener los signos.

     A partir de ahí, el tiempo de espera se hizo más llevadero y a pesar de que eran pocas las veces en que Jaime hacía las letras correctamente —ya que la mayoría de las veces parecía olvidarlas y hacía casi cualquier símbolo en vez— con un poco de imaginación por parte de las mujeres, lograban entenderse. ¡Terminó inventando su propio alfabeto!


     La situación llegaba a ser incluso cómica, ya que en ocasiones Jaime empezaba a contarles algo y al poco rato se distraía a la mitad y volvía a empezar con los gestos. Llegó al colmo en una oportunidad en que una misma frase la empezó cinco veces, y al final, ni siquiera la terminó.

     Aún con las dificultades del caso, era reconfortante poder contarse lo poco o nada que sabían sobre el estado de cada uno de los otros. La comunicación no avanzaba mucho —por no decir nada— pero como no tenían ninguna otra cosa por hacer, no importaba realmente, además, lo único que en realidad querían era sentir que estaban juntos.

     Jaime, que estaba muy preocupado por la situación de Alejandra, aprovechó de preguntarles por su hermana y a su vez las tranquilizó al respecto de que las declaraciones ante investigaciones no tenían tanto peso y que si era necesario, era preferible que declararan para así evitar ser más maltratadas por los detectives.

     El guardia pasaba por delante de ellos y no se daba cuenta de lo que sucedía. Incluso recibían la ayuda del compañero de celda de Jaime que les avisaba cuando veía acercarse a alguno de sus cuidadores. El poder burlar la vigilancia les dejaba cierta sensación de triunfo.


continuará ...

martes, 16 de diciembre de 2014

130 • Más tiempo para «interrogarlos»

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     Mientras los atropellos continuaban en las instalaciones de Policía de Investigaciones, esa misma mañana, muy temprano, el sub-prefecto Bravo envió a los tribunales una solicitud para que les concedieran veinticuatro horas más para «interrogarlos», afirmando que las personas involucradas, por sus sicopatías degeneradas y por encontrarse su voluntad dominada por el jefe de la agrupación, ha sido muy difícil poder ser entrevistadas para el total esclarecimiento de los hechos, negándose a declarar o firmar sus primeras versiones.

     La sub-comisario Correa manifestaba, por escrito, a los tribunales, que había percibido cierto temor hacia Ricardo por parte de las mujeres y que debido a ello era que no querían hablar, estoy convencida que ellas no están con él por su propia voluntad, certificaba.

     Los policías sostenía que estaban totalmente seguros que con la publicidad que se estaba haciendo del caso, mucha más gente se animaría a declarar en contra de ellos.


continuará ...

miércoles, 10 de diciembre de 2014

129 • ¡¡¡Tienen alguna queja!!!

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Jueves 28

     Alrededor de las siete de la mañana, volvieron a ordenarles abandonar sus celdas. Esta vez los hicieron salir a todos juntos y pararse frente a la puerta de sus respectivos calabozos.

     Cuando la pareja de detectives —un hombre y una mujer— que presenciaba la rutina, vieron a Ricardo y a Karim salir por la misma puerta, explotaron en una dura reprimenda a los guardias:

     Pero… ¿Qué hacen estos dos juntos? ¡¡Ellos no deberían estar juntos!! ¡¡Lo primero que se les dijo fue que no los pusieran juntos!!

     Ambos guardias, a manera de disculpa, ofrecieron rápidamente separarlos, pero los investigadores, furiosos, encontraron que ya era demasiado tarde.

     En cuanto los ánimos se calmaron un poco, les volvieron a tomar lista como habían estado haciendo durante toda la noche. En esta ocasión, los investigadores, que provistos de papel y lápiz parecían estar bien dispuestos para anotar, en un tono que no animaba mucho a responder, les preguntaron:

     ¡¿Alguno de ustedes tiene alguna queja o algún comentario que quiera hacer?!

     Todos tenían el cuerpo sumamente adolorido por haber tenido que dormir sobre aquellas duras y frías bancas, pero la única que se animó a hablar fue Fanny, que todavía frotándose los ojos y bastante demacrada, les comentó que tenía mucho sueño.

     Dada la situación en la que se encontraban, su comentario sonaba bastante desatinado, aunque se la podía comprender perfectamente después de todas las interrupciones que habían sufrido durante la corta noche.

      Se nos indicó que no debíamos dejarlos dormir… — Le susurró uno de los guardias a los investigadores.

     En esos momentos comprendieron que todo era parte de su «estrategia», como probablemente la llamarían los detectives, o parte de la «tortura», como más exactamente se podría definir, para presionarlos hasta el extremo y llevarlos a declarar atontados por la falta de sueño y el hambre.

     Los investigadores ignoraron el comentario de Fanny y continuaron preguntándoles si tenían algún pedido que hacer.

     Gaby, siguiendo el ejemplo de Fanny, se animó a hablar:

     Por favor, ¿podrían limpiar los baños? ¡El olor de las celdas es totalmente irrespirable e insano!

     Sin responder nada, la investigadora se volteó hacia Alejandra y le ordenó de mala manera que se quitara la frazada, si es que se podía llamar así a esa cosa mugrosa y raída que llevaba envuelta sobre la ropa a manera de falda.

     Alejandra, que tenía cara de descompuesta, no atinó a responder y tampoco obedeció la indicación. La investigadora insistió y al ver que su orden no era acatada, se encaminó con paso decidido hacia ella.

     Una de las mujeres le salió a su encuentro y en defensa de Alejandra le explicó que le había empezado de imprevisto la menstruación durante la noche y que tenía los pantalones totalmente manchados de sangre. La investigadora se limitó a hacer una desagradable mueca y no dijo nada más.

     Ricardo volvió a pedirles permiso para cantar todos juntos su Oración de la mañana, tal como acostumbraban, pero el detective se lo negó con un seco y rotundo NO, entonces Ricardo se volteó hacia Carlos y disimuladamente le indicó que le pasara la voz al resto para que cada cual continuara orando por su cuenta.

     Mercedes, que había quedado junto a Mara en la fila, alcanzó a cruzar unas pocas palabras con ella respecto a que había estado pensando que ahora todo el mundo se iba a enterar que ellas seis estaban casadas con Ricardo —algo que sólo conocían personas muy allegadas a la familia— y que probablemente los periodistas iban a aprovechar de hacer un escándalo en torno a eso también.

     Estamos todos juntos… ¡qué importa! —Le respondió Mara sin darle importancia.

     Por otro lado Elsa, que aún seguía indignada por lo que Claudia le había contado, comenzó a instarla para que aprovechara de quejarse del abuso sexual del que había sido objeto por parte del guardia la madrugada del día anterior, pero Claudia, temerosa de las represalias, no se decidía a hablar.

     La investigadora, muy molesta al oír el cuchicheo, giró hacia ellas para averiguar qué estaba pasando.

     Claudia, con voz temerosa, se animó a decir casi en un susurro:

     El primer día, cuando fui llevada a la celda, el guardia que me llevó, me manoseó…

     Una vez que hubo hablado, ella se quedó muy quieta y callada por temor a cualquier otra cosa que esta gente les pudiera hacer, temía sus reacciones y no se equivocaba… ¡se armó un gran alboroto!

     Los hombres, que se encontraban en el pasillo de enfrente, no alcanzaban a oír nada de lo que sucedía, pero notaron mucho nerviosismo por parte de los detectives que apresuradamente los devolvieron a sus respectivas celdas, sin preocuparse siquiera de separar a Ricardo y a Karim como habían dicho que harían.

     Jaime, que tampoco se había enterado de nada, aprovechó de recordarle al guardia que le habían ofrecido que temprano en la mañana le dejarían hacer una llamada telefónica, pero el hombre, sin prestarle ninguna atención, le contestó distraídamente en un rato más y rápidamente echó llave a la reja.

     En cuanto terminaron de encerrar a los hombres, la investigadora volvió a tomar la palabra e hizo que Claudia le narrara lo sucedido y le describiera al guardia. Después de preguntarle rudamente por qué no había dicho nada antes, empezó a acusarla de mentirosa y le advirtió que sería mejor que se retractara en ese mismo instante de lo que decía ya que si no habrían represalias.

     Después de intimidarla bastante con su actitud y sus amenazas, la retó a reafirmarse o retractarse de su acusación, pero Claudia, aún inmóvil, no se atrevió a decir una sola palabra más.

     Luego de un rato de tenso silencio, la detective masculló algo sobre que después lo denunciaría y ordenó que las mujeres también fueran llevadas de regreso a sus calabozos.

     Ahora, ya con luz de día, el aspecto de los cuchitriles era realmente nauseabundo.

     En cuanto el guardia cerró los portones de madera, todos empezaron a cantar su oración matutina y si bien no alzaron demasiado la voz para no disgustar más a sus carceleros, igual alcanzaban a oírse unos a otros.


continuará ...

viernes, 5 de diciembre de 2014

128 • Las últimas en comer

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     Beatriz, Fanny y Gaby fueron las últimas a las que el guardia hizo salir para llevarlas hasta su escritorio.

     El hombre, que parecía una persona bastante amable, les explicó que el papá de uno de los muchachos había traído gaseosa, pan, jamón y queso y que el muchacho le había pedido que hiciera llegar el paquete a las mujeres.

     Les dijo también, que él había preferido hacerlas comer afuera ya que el olor y aspecto de las celdas no eran el mejor ambiente para hacerlo, en lo cual ellas estuvieron totalmente de acuerdo y agradecieron su gentileza repetidamente.

     A pesar del hambre que sentían, no olvidaron su buena educación y le ofrecieron al guardia el primer sándwich que prepararon, pero el hombre lo rechazó, explicándoles que acababa de comer.

     El guardia les conversó mientras comían y si bien ellas se limitaron a responder a temas sociales y a escuchar sin responder sobre cualquier pregunta o comentario que tuviera la más mínima relación con sus vidas o lo que estaban viviendo, él sí se explayó en su charla e incluso les afirmó muy seguro de lo que decía, que al salir de allí todos los peruanos serían deportados.

     Si bien encontraron rara la afirmación, ya que las peruanas tenían la visa vencida pero ese no era el caso de Alberto que tenía su visa de turista vigente y mucho menos el de Ricardo, el cual no sólo tenía permanencia definitiva, sino que además, tenía considerables inversiones en el país y estaba casado legalmente con una ciudadana chilena, se limitaron a escuchar sin alegar.

     Cuando terminaron, el guardia les indicó que se llevaran lo que había sobrado pues a las demás mujeres ya las había hecho salir para que comieran.

     Sería como la una y media de la mañana cuando sintieron que traían a alguien. Fanny corrió rápidamente a la puerta y se paró en un rincón de la celda, bien pegada a la pared y sin acercarse demasiado a la mirilla para no ser vista, pues no sabía si, de descubrirla mirando, aplicaran algún tipo de sanción. Desde allí pudo ver que recién traían a Ricardo y que venía esposado.

     Poco rato después, el guardia se acercó a la puerta y les devolvió el sándwich que le habían dejado preparado para él, explicándoles que Ricardo se había negado a recibirlo.

     Se sintieron terriblemente mal. No se les había ocurrido pedirle al guardia que al momento de entregarle el sándwich le dijera que era mandado por ellas, que no era dado por investigaciones, pensaban que de esa manera él sí se lo hubiera comido. Ahora ya era demasiado tarde y ellas quedaron muy apenadas por no haberle podido hacer llegar la única comida decente que habían visto desde que todo había comenzado.

     Casi al final de la noche cambiaron a Margarita a la celda donde estaban Beatriz, Fanny y Gaby, las cuales tuvieron una impresión muy desagradable al verla entrar: se le veía mal vestida, desgreñada y se comportaba como si todo fuera rutina para ella. Las mujeres se acercaron más las unas a las otras y permanecieron así, sin atreverse siquiera a dirigirle la palabra.

     El resto de la noche continuó igual de interrumpida. Repitieron dos o tres veces más los cambios de celda y el procedimiento de sacarlos, hacerlos pararse en el pasillo, pasar lista, esperar un rato y luego volverlos a encerrar tal como habían estado haciendo durante todo el día. Parecía que tenían intenciones de que no pudieran dormir ni una sola hora de corrido aquella noche tampoco y esto, sumado al frío espantoso que sentían y al hedor que había en aquellas letrinas asquerosas a las que llamaban celdas, hacía casi imposible que pudieran descansar. Al amanecer ya tenían el cuerpo tan adolorido que les era imposible encontrar posición sobre las duras bancas de cemento.


continuará ...

sábado, 29 de noviembre de 2014

127 • Primera Comida Decente

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     Poco después de las doce y media trasladaron a Karim de vuelta al cuartel central.

     Alberto se asomó a los barrotes de su celda para mirarlo pasar y a escrutar su estado físico y Karim aprovechó de entregarle un poco de la comida china que su papá le había traído, la cual tuvo que dividir primero con el policía que estaba de guardia. Si bien fue muy poco lo que le llegó, Alberto, al que no le habían ofrecido un solo bocado de alimento desde el desayuno, lo agradeció ampliamente.

     Karim se fue a su celda muy contento de sí mismo por las últimas horas y antes de entrar, le encomendó al guardia que repartiera entre las mujeres el pan con jamón y queso que también habían traído para él.




     Minutos más tarde, el guardia hizo salir a Mara, Mercedes y Lola de su celda, para llevarlas a su escritorio a que comieran. Mara, más que interesarse en la comida, urgía a Mercedes para que continuara informándole sobre el paradero y el estado de cada uno de los otros antes que las fueran a separar.

     Lola, en cambio, se entretuvo conversando con el guardia que amablemente le comentó que se notaba que ellos no eran lo que decían los medios, ya que con su experiencia, estaba acostumbrado a distinguir a las personas y le era evidente que ninguno encajaba en el cuadro que se había pintado

     — Ustedes se ven diferentes— afirmó el hombre.

     Cuando terminaron de comer, el guardia regresó a Mercedes y a Lola a su celda y a Mara la llevó de vuelta a la enfermería. Ella se vio obligada a entrar nuevamente en esa habitación y, aunque  se sentía algo más aliviaba al saber que los otros estaban cerca, nuevamente se vio invadida por un miedo tan grande que no le permitía relajarse y la mantuvo toda la noche sobresaltada vigilando a la «gorda» para estar prevenida por si se acercaba.

     Le hacía desconfiar terriblemente el hecho de que tuviera un maletín sobre la silla, junto al escritorio, más aún cuando a todos ellos los habían obligado a entregar todo, hasta los cordones de los zapatos. No podía dejar de pensar que probablemente ahí tenía su equipo de jeringuillas.

     Acurrucada en posición fetal sobre el diminuto y duro escritorio, sentía un frío horrible, pero no encontró nada con qué cubrirse y no había una mejor forma de pasar la noche.


continuará ...

lunes, 17 de noviembre de 2014

126 • Las Formalidades Cubiertas

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     Pusieron a Jaime de regreso en su misma celda.

     Cuando iba entrando, notó la presencia de un hombre, que con impecable bata blanca y parado a unos pocos metros de él, preguntó su nombre a uno de los guardias para anotarlo en unos papeles que llevaba enganchados en un tablero: se trataba de otro médico, el doctor Pedro Antonio León, que mirándolo de arriba abajo y sin revisarlo realmente ni hacerle ninguna pregunta, realizó de esta singular manera el «examen médico» a Beatriz, Mara, Jaime y Karim, según iban llegando al cuartel central y en sus fichas aseveró que ninguno de ellos presentaba lesión alguna.

     El mismo estilo de examen fue realizado en teoría a Alberto, el cual no sólo no salió para nada de su celda aquel día, sino que ni siquiera vio jamás al peculiar doctor.

     Por último «examinó» a Ricardo, el cual no llegó al cuartel central hasta una hora después de lo que figura en su ficha… pero las formalidades estaban cubiertas y con uno o dos minutos de diferencia las fichas de los exámenes fueron llenadas.

     De todos modos… ¿qué importaba? ¿Quién se iba a dar el trabajo de revisar que en menos de diez minutos el dichoso doctor había, en teoría, examinado a seis personas y que éstas se hallaban en dos puntos distintos de Santiago? ¡Nadie! Y por eso, los policías podían sentirse seguros y continuar cometiendo irregularidades.


continuará ...


jueves, 13 de noviembre de 2014

125 • Oscuro, Fétido y más adentro... la negrura

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     Mara comenzó a caminar de un lado para otro como un animal enjaulado. Se pego a la puerta para tratar de escuchar algo, pero no logró oír absolutamente nada... Las celdas que había visto al llegar tenían puertas de barrotes y en las que había portones de madera había una mirilla a la altura de los ojos, pero en este caso, la puerta era enteramente de una madera gruesa que aislaba demasiado bien la habitación de cualquier ruido.

     — ¿Cómo hago para que venga el guardia? —Dijo en voz alta con desesperación, hablando para sí misma.

     — Comienza a darle a la puerta sin parar hasta que venga, esa es la única forma, no trates de hablar ni gritar, no te escuchará —le contestó la gorda, que aún cubierta por su abrigo y sin incorporarse, se mantenía en la misma posición en la camilla.

     A Mara le pareció sumamente extraño que le dijera eso, se había mostrado molesta por los ruidos cuando ella entró y ahora le aconsejaba no dejar dormir a nadie hasta que le respondieran. Definitivamente eso la volvía aún más sospechosa, probablemente esa sería su táctica para hacerse su amiga, pero aún así valía la pena intentarlo.

     Se puso a golpear la puerta fuertemente con los puños hasta que al poco rato llegó el guardia para preguntarle qué quería. Mara le contestó que quería ir al baño, lo cual no era realmente tan desesperante, pero lo que sí necesitaba desesperadamente era poder salir, pasearse un poco por el sitio y ver si lograba divisar a alguno de sus amigos.

     El guardia la llevó al segundo calabozo de ese sector.

     Cuando la puerta se abrió, el espectáculo que vio fue realmente horripilante y le hizo evocar inmediatamente la película Jesucristo Superestrella en el pasaje de los leprosos, todo estaba oscuro y fétido y más adentro en la negrura, alguien agitaba su mano con desesperación invitándola a entrar. Ella no lograba distinguir ninguna cara, nada, sólo podía ver unos bultos negros y horrendos y, paralizada junto a la puerta, no se atrevió a dar ni un solo paso.

     El guardia cerró la puerta diciéndole que ya volvería por ella.




     — No estamos solas, hay más gente aquí… y mejor no toques nada, todo está asqueroso —le susurró Mercedes al oído, luego de desistir de seguir haciéndole señales.

     Empezando ya a adaptarse a la oscuridad y con la pobre luz que se filtraba por la mirilla de la puerta, Mara pudo distinguir a Mercedes y un poco más allá a Lola, que también se acercó a saludarla. ¡Qué alivio y qué felicidad volver a verlas!

     Ambas mujeres le sugirieron, que a pesar de la necesidad, se abstuviera de utilizar aquella letrina.

     Mercedes le contó brevemente el encuentro con Ricardo y que él ya había declarado, con lo cual finalmente había salido a la luz que ellas eran sus esposas. Le describió un poco dónde estaba cada uno y Mara se tranquilizó tremendamente al saber que hasta donde parecía, estaban todos bien, hasta donde la palabra «bien» tenía sentido en aquel lugar.

     Mara las puso al tanto de sus sospechas sobre «la gorda» que había encontrado en su celda y les hizo prometer que si la hacían desaparecer la buscarían todo lo que fuera necesario y la rescatarían.


continuará ...

jueves, 30 de octubre de 2014

124 • ¡NO me dejen aquí!

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     Cuando Mara llegó al cuartel central de investigaciones era poco menos de las doce y media de la noche. Estaba sumamente oscuro y no se escuchaba ni el más mínimo ruido. Era todo tan solitario, como si no hubiera un alma aparte del guardia y ella. Le preguntó al hombre que la recibió por los demás, pero el guardia la ignoró.

     Al sentirse sola comenzó a experimentar verdadero pánico por primera vez. Su mente comenzó a trabajar muy rápido con ideas negativas que la atormentaban: pensó que a los demás se los habían llevado a algún otro lugar, tal vez a otros calabozos y que a ella la habían dejado sola allí.

     El guardia abrió el portón de la enfermería que quedaba antes de los calabozos en el sector de las mujeres, la obligó a entrar y tanteando en la pared prendió la luz.

     En la pequeña habitación, todo el mobiliario, viejo y lleno de polvo, consistía de una camilla plegable a la izquierda, un escritorio a la derecha, con un ventanal con barrotes de fierro detrás y una silla a un costado.

     Mara se sobresaltó al ver un bulto enorme recostado sobre la camilla y tapado con lo que parecía ser un abrigo. La mujer, que se acomodó en su sitio quejándose por la bulla que estaban haciendo, sin levantar la cabeza le dirigió a Mara un amistoso hola, al cual ella no respondió.

     No le daba ninguna confianza aquella mujer, pensó que tal vez era otra de las detectives que estaba haciéndose pasar por una detenida para intentar ganarse su confianza y cuando estuviera dormida inyectarle alguna droga para luego hacerla desaparecer, quitarle la voluntad mientras nadie sabía dónde se encontraba y sin que ella ni nadie pudiera hacer nada por rescatarla.

     La idea de que la quisieran drogar para llevarla a un psiquiátrico a intentar «curarla» y volverla lo que ellos querían, golpeaba una y otra vez su cabeza. Sentía pánico.

     Mara recordó que Mercedes le había contado cómo, hacía años, su familia, al enterarse que se iba a casar con Ricardo, había hecho una denuncia culpándolo a él de secuestrarla y cuando ella se presentó al juzgado a explicar la situación, sus parientes, que estaban ya aguardándola y habían sobornado a varios policías, la subieron en peso a un auto y la internaron por la fuerza en una conocida Clínica Psiquiátrica de Lima, donde en base a drogas pretendían curarla de su Religión.

     A pesar de no haberlo vivido, ella podía ver en su cabeza a Mercedes corriendo por los pabellones de la clínica para intentar escapar, a los enfermeros bajándola por la fuerza del muro al que en su desesperación intentaba trepar y podía incluso sentir su impotencia cuando la drogaban a la fuerza a pesar de los gritos y las súplicas de ella. Ricardo, que por consejo del abogado la había dejado ir sola con el letrado, no supo dónde estaba hasta varias semanas después y mucho tiempo y esfuerzo le tomó conseguir que un juez ingresara a la clínica, comprobara su verdadero estado —lo cual consiguió gracias a que Mercedes lograba burlar a las enfermeras y no tragaba las potentes drogas que siguieron a las inyectables que la habían mantenido como zombi los tres primeros días— y la rescatara de su involuntario encierro.

     Para Mercedes aquella había sido una experiencia sumamente fuerte que jamás podría borrar y para Mara, ahora, era una posibilidad que la horrorizaba.

     El guardia le informó que allí se quedaría.

     Mara, desesperada, le rogó que por favor NO la dejara en aquel lugar, que no quería estar allí, realmente se lo suplicó. ¡Estaba aterrada!

     Yo no puedo hacer nada, esas son las órdenes que a mí me han dado. Aquí tendrá que pasar toda la noche y tendrá que arreglárselas con lo que hay.

     El guardia le indicó que podía dormir sobre el escritorio —el cual era diminuto— o en el suelo, y mientras le señalaba a la gorda, le explicó que la única camilla estaba siendo ocupada por ella. El hombre apagó la luz y se marchó echando llave a la puerta.

     Mara se quedó paralizada sin saber que hacer, por su cabeza únicamente pasaba una y otra vez la idea a mala hora que acepté una habitación mejor, fue para peor. No quería estar allí.

     Podía darse cuenta de como empezaba a invadirla el pánico, la respiración le cambió y podía sentir cada vez más fuerte los latidos de su corazón. Tenía terror de perder el control, sentía una claustrofobia tremenda...


continuará ...

viernes, 24 de octubre de 2014

123 • Conforme La Noche Avanzaba

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     Conforme la noche avanzaba, en las oficinas de la brigada la gente se veía cada vez más demacrada, y le insistían constantemente a Jaime que por favor firmara alguna declaración, casi podía decirse que se veían preocupados.

     Era ya poco después de las once de la noche y Jaime, que estaba muerto de hambre, con frío y con más de cuarenta horas sin dormir, estaba ya empezando a ceder a los pedidos de los investigadores, cuando entró un detective al que no había visto antes y le preguntó su nombre. En cuanto se lo dio, el hombre le dijo:

     Así que tú eres… ¡Ya me voy a encargar de ti!— Y, sin agregar nada más, salió bruscamente de la oficina.

     Frente a esta nueva amenaza, Jaime les dijo tajantemente que ahora sí no iba a hacer ninguna declaración. Los detectives insistieron, pero él se mantuvo firme, estaba bastante fastidiado y nuevamente decidido a no declarar.

     Uno de los detectives salió de la oficina con cara de preocupación y a los pocos minutos volvió a entrar el detective que lo había amenazado, pero esta vez para pedirle disculpas, le dijo que se había equivocado, que había sido tan solo un alcance de nombre.

     Después de socializar un poco con él, los detectives volvieron a insistir en la declaración. Esta vez fueron mucho más cautelosos con sus tratos y cuidaron su lenguaje y sus comentarios. En el extremo de la amabilidad, le convidaron un saldo de coca-cola que les quedaba en una botella y él se la tomó agradecido mientras conversaban amigablemente.

     Nuevamente los investigadores le aseguraron que en cuanto declarara le permitirían realizar su llamado telefónico y contactarse con un abogado.



     Por fin, Jaime accedió. Recordaba que esas declaraciones no tenían mayor peso legal y pensó que sería mucho mejor para todos si obtenían algún tipo de asesoría.

     En medio de una conversación amigable, Jaime les contó que conocía a Carlos desde hacía varios años y que en 1994 habían decidido compartir los gastos de una casa, a lo que posteriormente se había sumado Karim, a quien él conocía desde varios años antes de la universidad. Un par de meses después, por pedido de él mismo, Carlos le había presentado a Ricardo Badani y después de ver la profundidad de la doctrina que profesaba, Karim y él, habían abrazado voluntariamente el Hinduismo.

     Si bien los detectives mantenían en todo momento el tono simpático, el contenido de las preguntas era siempre malicioso.

     Jaime les intentó explicar que el estilo de vida de ellos era totalmente natural, que no veían la morbosidad en nada, ni siquiera en el aspecto sexual en el que tanto insistían los detectives y por eso mismo, él no veía nada malo en que Ricardo tuviera seis esposas ya que su Religión se los permitía, además ellas estaban con él por su voluntad y siempre las había visto felices, siempre había visto mucha armonía en casa de Ricardo y en último caso, legalmente eran completamente libres de hacer con su vida lo que quisieran siempre y cuando fuera de manera voluntaria.

     Todo lo que nosotros hacemos en nuestra Religión es absolutamente libre y yo jamás he visto que nadie sea forzado a nada.

     Los detectives, intentando no pelear con él, le preguntaban amablemente —aunque siempre con malicia— sobre las cadenas y los látigos y Jaime les explicaba que a él no le constaba absolutamente nada, que había participado, al igual que el resto, en múltiples ceremonias de su Religión, en las cuales adoraban con oraciones y cantos, compartían la comida y nada más, que incluso a veces tenían gente que no pertenecía a la Religión participando, como había ocurrido con su hermana que se encontraba visitándolo en Santiago y que después de una celebración se había quedado en casa de Ricardo porque le había gustado el ambiente y para practicar inglés con Carlos, pero nada más, ya que él no influía en Alejandra, la cual desde hacía varios años era mayor de edad.

     Mientras dos o tres detectives se encargaban de las preguntas, las cuales intentaban llevar siempre en torno a la persona de Ricardo Badani, otro de ellos, sentado tras la máquina de escribir, se esforzaba visiblemente por escuchar cada detalle de la conversación y de rato en rato se lanzaba a tipear rápidas anotaciones de lo que supuestamente era su declaración.

     Mucho más tarde en la noche, Jaime firmó un documento que en teoría contenía lo que él había dicho, pero el cual no le permitieron leer pese a sus insistencias y alegatos. Luego, no obstante todas las promesas anteriores, se lo llevaron rápidamente al cuartel central cuando era pasada la media noche, escudándose en lo tardío de la hora y ofreciéndole que ya al día siguiente podría hacer sus llamadas.


continuará ...

miércoles, 22 de octubre de 2014

122 • Venía Sumamente Alterada

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     Poco después de la media noche condujeron a Beatriz hasta el cuartel central en un automóvil. Ella viajó en el más completo silencio y aún seguía atormentada por los difíciles momentos que le habían tocado vivir cuando el guardia la condujo a un calabozo sumamente oscuro y pestilente.

     Al entrar sintió un miedo intenso ya que no sabía con quién o qué se iba a encontrar adentro.

     Gaby y Fanny se sobresaltaron cuando la puerta se abrió y con la poca luz que les llegaba de afuera pudieron distinguir a Beatriz que sumamente asustada se había quedado petrificada contra la puerta de entrada. Entre las dos mujeres la guiaron hasta ellas.

     Beatriz venía sumamente alterada y les tomó un buen rato serenarla lo suficiente para que les contara lo que le había ocurrido y otro tanto ponerla en posición de analizar juntas la realidad de la situación.

     Gaby le hizo ver que las amenazas que le había hecho su hermano no tenían fundamento, ya que éste no tenía ninguna autoridad legal sobre ella y aunque lo intentara, jamás podría encerrarla en un psiquiátrico ya que ella no sólo estaba absolutamente cuerda sino que además era mayor de edad y estaba legalmente casada con Ricardo, con lo cual su familia no podía intervenir de manera alguna en su vida.

     Además, toda la familia de ella estaba al tanto de que Ricardo estaba casado por la Religión con otras cinco mujeres, y si bien sus hermanos nunca se habían manifestado al respecto, con su mamá siempre habían mantenido muy buenas relaciones y doña Eloísa misma, en más de una oportunidad, había insistido para que fueran todos juntos a visitarla a su casa.

     Mucho rato después, Beatriz, aún temblando pero ya más controlada, pudo reconocer que este había sido un incidente desagradable más, como los muchos otros que les había tocado vivir en esas largas horas.


continuará ...

miércoles, 15 de octubre de 2014

121 • De Un Olor Nauseabundo

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     Cuando le tocó el turno de ser encerrada a Gaby y el guardia abrió la puerta de la siguiente celda, ella no sólo vio la misma oscuridad que había visto cuando le abrieron el portón a Elsa, sino que ahora, ya más cerca de la entrada, sintió salir un olor nauseabundo que lo envolvía todo, era como si se estuviera ante la entrada a una cloaca o de un terrible infierno, al que ella, sin atreverse a protestar, se apresuró a ingresar.

     El guardia solamente juntó la puerta y se marchó sin echarle llave.

     Gaby entró tanteando a la celda y se topó con las clásicas bancas de cemento que rodeaban casi todo el perímetro. El piso se sentía húmedo a través de los zapatos y si bien aún no podía ver cual era el estado de las bancas, prefirió arrodillarse sobre ellas y gatear hasta llegar a la esquina del fondo de la celda. Allí se quedó hasta que su vista se acostumbró a la oscuridad. Estaba sola.

     Dejó por primera vez brotar sus sentimientos. Se abrazó a sus rodillas y lloró, lloró con fuerza pero en silencio para que nadie pudiera escucharla. Lloraba de rabia por todo lo que les estaba ocurriendo, todavía no entendía cómo era que ellos se hallaban allí, no podía entender quien los había acusado y de qué, y por qué toda esta gente los trataba de esa vil manera. Lloró llamando a Ricardo y su recuerdo, la preocupación por él y el no saber qué era lo que le estarían haciendo en esos momentos, la serenó rápidamente.

     No le gustaba estar sola en una celda, aquella gente no le daba ninguna confianza y la puerta junta la hacía desconfiar y la preocupaba aún más. Prefirió quedarse sentada y permanecer alerta a cualquier ruido.

     El guardia volvió al poco rato y le preguntó si llevaba panty medias. Le dijo algo así como que debían habérselas hecho sacar el día anterior y le ordenó que cuando se las hubiera quitado las pusiera en la ventanilla, que él ya vendría a recogerlas después. Luego se marchó.

     Gaby se apresuró a quitarse los pantalones, sacarse las panty y volverse a vestir antes que el guardia fuera a volver y luego, ya más relajada, las puso en la ventana y se quedó mirando para ver si lograba distinguir a alguien.

     Un rato después se acercó una persona a la ventanilla. Estaba tan oscuro que no podía distinguir quién era.

     Gaby se acercó cuando reconoció la voz de Mercedes que preguntaba por las panty, que en la negrura no había notado colgando de la puerta. Mercedes le comentó que el guardia le había explicado que la medida era para evitar que se ahorcaran con las medias y le había encargado recogérselas al resto.

     No se atrevieron a conversar nada más y Mercedes se marchó rápidamente.

     Gaby volvió a su rincón y se decidió a dormir, si bien intentando mantenerse en vigilia… por si acaso. Se quitó la casaca que la abrigaba y se la puso encima a manera de frazada, metió ambos pies por una de las mangas como había hecho el día anterior y puso ambas manos bajo su cabeza a manera de almohada. Se encogió todo lo que pudo para que la casaca la mantuviera caliente. Era bastante difícil dormir en aquella posición, pero algo logró, ya que cuando la puerta de la celda se abrió nuevamente, ella se sobresaltó. Se enderezó inmediatamente y se quedó en silencio intentando ver lo que ocurría.

     Una persona entró a la celda tanteando con las manos como había hecho ella antes y la puerta de la celda se volvió a juntar inmediatamente. Con gran esfuerzo pudo distinguir a Fanny y en cuanto pensó que el guardia se había alejado lo suficiente la llamó, estiró la mano hasta tocarla y la condujo al rincón donde ella se hallaba.

     Para Gaby, la alegría de no estar sola y poder ver a alguien conocido era tan grande que en cuanto Fanny llegó a su lado la abrazó fuertemente diciéndole lo feliz que estaba de que ella estuviera allí.

     Fanny le contó que había sido traída muchísimo antes y que los guardias no las habían dejado dormir en toda la noche pasándoles lista a cada rato y cambiándolas de celda constantemente. Además le contó que hasta donde había alcanzado a ver, la mayoría de ellas ya se hallaban allí.

     Luego de contarse sus últimas desgracias, se decidieron nuevamente a intentar dormir. Fanny, con más valor y espíritu de investigación del que tuviera Gaby, revisó el resto de la celda y encontró en la otra esquina de la banca de cemento una frazada vieja con la que se tapó. Gaby prefirió pasar frío y limitarse a su casaca.


continuará ...