continúa ...
Mantuvieron a Alberto toda la
noche en aquel hall de distribución con los brazos esposados a la espalda y
conforme las horas pasaban, la posición se hacía cada vez más dolorosa, pero
Alberto no se quejaba y mantenía su pose indiferente. Realmente le hubiera
resultado difícil a cualquier persona que no lo conociera, percatarse de cuán
duro estaba resultando todo para él.
Un buen rato después de que ya
había amanecido, recién lo soltaron para llevarlo a declarar ante el inspector
Mario Silva a una de las habitaciones del segundo piso.
El inspector lo interrogó sobre
su relación con Ricardo, con sus esposas y la demás gente del grupo y le
preguntó si había participado en orgías u otras actividades.
Alberto le respondió, en pocas
palabras, que él no había visto nada de lo que el inspector le decía, que nunca
siquiera había oído ni visto nada parecido en casa de Ricardo y por lo tanto, no
sé nada.
Le explicó que él con Roxana
llevaban una vida sexual plena y estaban casados por lo civil en Perú, que no
sólo no habían visto nada extraño y no habían participado en ningún tipo de
rito satánico, sino que en la casa de Ricardo —la cual visitaban con bastante
frecuencia— solamente se practicaba la Religión Hindú, que el término Guru para
ellos significaba «guía espiritual» y la conducta de Ricardo siempre había sido
esa, por lo cual él lo consideraba una persona completa y muy preparada.
También dijo que conocía a
Ricardo de toda la vida ya que habían estudiado en el mismo colegio, vivido en
el mismo barrio y que él entraba y salía de casa de la familia de Ricardo como
un hijo más y viceversa puesto que sus madres eran íntimas amigas y por eso
podía aseverar con total certeza que lo que afirmaban no era verdad.
El inspector por momentos se
mostraba sumamente amable, pero al momento siguiente cambiaba bruscamente y se
volvía absolutamente rudo y agresivo y alternaba, sin razón alguna ni una
aparente explicación, entre una actitud y otra.
Después de un buen rato de
presionarlo de esta manera, tal vez por lo avanzado de la noche, lo agitada que
ésta se había presentado o lo intensa que había sido la larga sesión con
Carlos, el inspector se resignó a tipear lo que Alberto decía.
Pese a las presiones del
inspector Silva, Alberto se negó rotundamente a firmar su declaración sin antes
leerla y el inspector, con cara de cansancio y resignación, se la entregó.
Alberto le pidió que corrigiera algunas líneas que no estaban igual a lo que
había declarado y que se prestaban a malas interpretaciones y el inspector,
después de alegar cada vez con menos ímpetu, las cambió de muy mala gana.
Alberto releyó su declaración y cuando estuvo conforme, recién firmó.
continuará ...