continúa ...
Poco después de la cinco de la
mañana volvió la inspectora Yelka y junto con otra investigadora, llevaron a
Roxana al tercer piso. En el camino se cruzó con Fanny que iba bajando las
escaleras llevada por un detective, conversaba con él pero se le veía muy
afectada. Era la primera vez que Roxana veía a alguien de la casa de Los Maquis
y supuso que tendrían a los demás por allí.
Cuando la hicieron entrar en la
habitación donde habían colocado los objetos que habían traído de Los Maquis,
Roxana quedó boquiabierta: Las imágenes de las Deidades en medio de condones,
vídeos y revistas porno, las cadenas del auto y las traíllas de los perros,
todo mezclado de manera que se veía sucio. ¡Eran increíblemente hábiles para
hacer parecer todo tan terrible!
Le mostraron algunas fotos de las
esposas de Ricardo que Roxana sabía que las habían tomado expresamente para
ilustrar la versión computarizada de «La Historia de O» que Ricardo estaba
escribiendo, pero ella no les dio ninguna explicación ya que no quería que
retorcieran más lo que decía y se limitó a permanecer callada.
Luego la llevaron a la habitación
de enfrente como habían hecho antes con Fanny y también a ella la tuvieron
cerca de media hora interrogándola hasta que la inspectora Yelka se enfureció y
la sacó bruscamente de la habitación.
Al salir, intercambiaron miradas
con Alberto al cual mantenían en una posición que era evidente que le tenía que
estar resultando muy dolorosa, Roxana supuso que lo habían tenido así toda la
noche y pensó en lo mal que debía estarla pasando.
Alberto por su parte, al ver a
Roxana pensó que estaba pasando frío con su polito de manga corta y atajó a la
inspectora Yelka para explicarle que su esposa estaba muy desabrigada, que él
tenía una chompa en el maletín que le habían requisado y le preguntó si sería
posible que se la alcanzara, pero Roxana, intentando mantener su orgullo a
pesar del terrible frío que sentía, se dirigió a su vez a la inspectora para
responderle que no era necesario y le pidió a Alberto que no se preocupara ya
que ella estaba bien.
La inspectora Yelka, sin decir
palabra, continuó conduciendo a Roxana a la habitación del segundo piso donde
la habían interrogado inicialmente, llamó a tres investigadores, todos ellos
hombres y se marchó dejándola sola con ellos.
Poco rato después, la inspectora
Yelka regresó por el tercer piso y Alberto volvió a abordarla para insistirle
en la chompa para Roxana.
La inspectora, por toda
respuesta, le dijo que iba a ver lo que podía hacer y se marchó. Al rato
regresó, soltó a Alberto de la silla y volviéndolo a esposar, lo llevó a la
sala de enfrente donde tenían acomodada la evidencia.
Era una sala grande. En una de
las paredes laterales, ocupándola por completo, habían ordenado todo tipo de
cosas, desde fotos enchinchadas a las paredes, objetos sobre la mesa y cosas
desparramadas por el suelo. Al fondo, a la izquierda, en una habitación más
pequeña a donde la rubia lo condujo, tenían arrumadas aún más cosas. ¡Quedó
impactado! ¡Qué gran revoltijo!
Entre el desorden de la habitación
más pequeña Alberto pudo distinguir su maletín. La inspectora le quitó las
esposas y él, sin decir una sola palabra, buscó y sacó la chompa que la mujer
se comprometió a entregarle a Roxana.
Mientras buscaba, encontró
también un paquete de margarina que había comprado poco antes de ir a su casa y
pensando que en el maletín se iba a descomponer, se lo ofreció a la inspectora
para que dispusieran de él en la Brigada pero ella lo rechazó explicándole que
no podían tocar nada ni recibir nada de nadie. Parecía como si la inspectora
Yelka se hubiese humanizado un poco… pero tan sólo un poco. Sin embargo, a
pesar de la aparente honestidad demostrada por la mujer, Alberto nunca volvió a
saber de la margarina, ya que cuando pudo recuperar su maletín, el paquete
había desaparecido. Al parecer, no podían recibir nada, pero sí podían tomar
las cosas por sí mismos.
La mujer condujo después a
Alberto a su silla en el hall y lo volvió a esposar en la misma incómoda y dolorosa posición.
continuará ...
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