continúa ...
Casi al amanecer, los detectives,
hartos de Roxana, redactaron una declaración la cual le afirmaron que contenía
únicamente lo que ella había dicho.
Roxana insistió en revisarla,
pero a pesar de que varias veces intentó leerla, los detectives la interrumpían
constantemente empujándola, golpeándola e instándola a firmar de una vez.
— Hemos pasado toda lo noche
despiertos y queremos irnos a dormir —le insistían.
Le costaba mucho trabajo
concentrarse y las palabras impresas no cobraban ningún significado en su
mente.
Cuando recién había avanzado un
párrafo en su lectura, los detectives la forzaron a firmar sin permitirle
revisar el resto de su contenido, alegando que ya se había demorado demasiado.
La condujeron de regreso al
tercer piso, a la habitación que quedaba a la espalda de Alberto y allí recién
le entregaron la chompa que su esposo había alcanzado para ella, le sirvieron
un té caliente para que bebiera y la inspectora Yelka le ofreció algo de comer.
Roxana les agradeció y muy
preocupada les preguntó si Alberto había comido algo.
— ¡Como él no ha colaborado y
no nos ha ayudado, no le darán nada! —Le contestó secamente la inspectora.
Allí la dejaron mucho rato
sentada. Se sentía como en un escaparate, en exhibición a las muchas miradas
curiosas de los detectives, tanto hombres como mujeres, que se asomaban
constantemente, la miraban de arriba abajo con desprecio y la trataban como si
fuera una prostituta o una vulgar delincuente.
continuará ...
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