continúa ...
Sería alrededor de las diez de la mañana cuando Roxana, que había pasado toda la noche en la brigada, con los ultrajes característicos de los detectives, notó que el trato hacia ellos comenzó a cambiar y empezó a hacerse bastante más educado. Eso despertó sus sospechas.
Un investigador vino a buscarla y sin darle ninguna explicación se la llevó escaleras abajo.
Poco rato después el inspector Silva volvió a subir al tercer piso y dirigiéndose a uno de sus ayudantes dijo señalando a Alberto:
— A ese lo necesito para trabajar.
Alberto fue conducido también hasta el primer piso por dos investigadores, mientras el inspector Silva se quedó un rato más dando vueltas por ahí y luego, como si lo hubiera evaluado lo suficiente, señaló a Carlos diciendo:
— Ya… que lleven a este también.
Carlos pensó que tal vez se tratara de una nueva sesión de interrogatorios y sin poder objetar, tuvo que seguir a su guía escaleras abajo y después hasta el estacionamiento, donde ya se encontraban Roxana, Alberto y un poco más allá, tenían también a Claudia, a la que habían traído de los calabozos del cuartel central. Ambos hombres continuaban aún esposados.
El inspector Silva les habló —en el tono más encantador que pudo encontrar— para explicarles que los iban a llevar a la casa de la calle Guanaco para que arreglaran algunos asuntos, se asearan, se cambiaran y se pusieran ropa de más abrigo y además, para que vieran a la perrita, pero que dependía de ellos cómo los trataran. Les advirtió que se portaran bien, que no hicieran problemas y que, por ningún motivo, hicieran escándalo, porque entonces habría graves consecuencias para todos y la pasarán muy mal, les recalcó.
Claudia se puso muy contenta. No sólo le alegraba la idea de ver qué había sido de Pelusa, sino que deseaba terriblemente poder ponerse ropa más gruesa, ya que estaba tan desabrigada que no había podido parar de temblar por el frío tan intenso que sentía.
También Roxana, echando a un lado su recelo inicial, se alegró ya que pensó que todo había comenzado a aclararse y que probablemente se estaban dando cuenta ya de su error o, al menos, estaban empezando a respetar los derechos que les aseguraba la ley.
En el auto en el que hicieron subir a Alberto subió un investigador como chofer, otro detective se sentó en el asiento trasero junto a él y una mujer detective, muy mal encarada y que se encargaba de las comunicaciones mediante un radio portátil, hacía las veces de copiloto. Partieron rápidamente detrás de las mujeres.
Por último, al auto en el que iba Carlos subió, con toda la calma del mundo, el inspector Mario Silva de copiloto. Cuando ya iban en ruta, el inspector empezó a chequear su aspecto revisando detalladamente su imagen en el espejo retrovisor… de pronto se sobresaltó y se empezó a revisar inquieto sus bolsillos, como buscando algo: le faltaban sus típicos lentes de policía y estuvo a punto de hacer que el auto regresara sólo para buscarlos.
continuará ...