continúa ...
Mientras aguardaban en la recepción, algunas de las mujeres tomaron asiento en la banca de madera junto a la puerta, mientras las otras quedaron de pie esperando. Uno de los guardias que estaba tras el mostrador se dirigió a ellas:
— Si bien los investigadores nos han indicado que debemos colocarlas en celdas separadas, en estos momentos no contamos con cupo y por lo tanto, vamos a tener que ponerlas a todas juntas en una sola celda, lo que sí les advierto: ¡por ningún motivo deben conversar entre ustedes!
Ninguna respondió. Dijeran lo que dijeran, siempre sonaba como una nueva trampa.
El tercer guardia, el que había llevado a Claudia y a Alejandra sólo hasta la reja de entrada a los calabozos, volvió para llevarse a las otras siete mujeres.
Él mismo se encargó de hacerlas descender por la ancha escalera central, pero a mitad del recorrido, recordó súbitamente que antes debían dejar el resto de sus pertenencias y las hizo regresar sobre sus pasos hasta la habitación contigua a la reja de entrada donde, una por una, las hizo pasar solas al pequeño cubículo mientras él, discretamente, esperaba afuera.
Gaby fue la primera en entrar. Intentó cerrar la puerta, pero como no tenía cerradura, tuvo que juntarla lo mejor que pudo. Miró a su alrededor… el sitio era desagradable y más desagradable aún era la idea de dejar su ropa interior sobre aquella especie de estantería de madera mugrienta y cubierta por una gruesa capa de polvo. Tomó un papel arrugado que encontró a un costado y que parecía ser la envoltura de alguna compra, lo estiró un poco frotándolo contra su pantalón y lo puso sobre la división que estaba menos sucia y sobre el papel dobló cuidadosamente sus prendas.
Luego de que todas pasaron, las hicieron descender nuevamente por la ancha escalera central hasta una celda sumamente grande en la que el guardia las hizo entrar, no sin antes comentarles que esa celda era llamada «La Patilla» y que hacía mucho tiempo que no era usada ya que solía inundarse constantemente y, además, era sumamente fría, sombría, húmeda y poco higiénica, hasta el punto que los detenidos allí, habían tenido problemas serios de salud.
Después de esta lúgubre descripción de su prisión, el guardia las encerró con llave y se marchó.
La Patilla, era el sótano de las celdas superiores, era bastante grande y la más iluminada de todas, pero igual de asquerosa y pestilente que las celdas pequeñas y el olor a eses fecales y orines descompuestos —sabría Dios desde cuándo—, circundaba todo el ambiente.
La parte frontal estaba bloqueada por una reja que corría a todo lo largo. Estaba parcialmente dividida en tres ambientes por altas paredes que llegaban desde el fondo hasta la mitad del ancho de la celda y luego por dos columnas que terminaban la demarcación. El sector central era el único alumbrado.
Entrando se podía ver unas bancas de piedra que adosadas a las paredes rodeaban en los tres lados el ambiente central. Sobre las bancas había trapos, papeles y muchas manchas y desperdicios.
Detrás de las columnas de los pequeños y obscuros ambientes que estaban a ambos lados del ambiente principal, había unos retretes franceses o, para ser más exactos, hoyos en el piso con huellas de pies en cemento y que hacían las veces de sanitarios ¡a la vista de cualquiera que se asomara desde casi cualquier punto de la escalera! Un poco más adentro, no había nada, excepto mucha suciedad y un terrible olor que hacía suponer que las personas que habían sido retenidas en esa celda, siglos antes que ellas, ante la alternativa de los «retretes» habían preferido la privacidad de esos obscuros rincones.
En las paredes laterales había grandes y altas ventanas con rejas y sin vidrio que mantenían la celda helada y un poco más abajo, unas enormes cajas de metal que parecían ser de aire acondicionado, aunque en esos momentos estaban apagadas.
Agrupadas de pie, sin atreverse a alejarse demasiado de la reja de entrada, recorrieron incrédulas con la mirada todo el rededor.
Lo primero que atravesó la mente de Gaby fue un deseo inmenso de tener unas escobas, baldes con detergente y mucho desinfectante y limpiar bien todo el lugar antes de tener que sentarse en alguna de aquellas bancas.
Mara, en cambio, lo único que podía pensar, era que tendría que pasar el resto de su estadía de pie —sin importar cuanto se prolongase ésta— ya que le daba un asco atroz ese repulsivo ambiente. ¡Estaban rodeadas de mierda!
Sin decir ni una palabra, tal como les habían indicado, se abrazaron todas formando un círculo de cuerpos bien apretados. No les importaba si no podían hablar, pero a pesar de todo lo que estaban viviendo, el poder estar juntas en esos momentos las hacía inmensamente felices.
No pudiendo soportar por más tiempo la tensión, Lola se soltó a llorar. Era un llanto tranquilo y liberador, no había amargura en él. Mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, las demás le acariciaban el pelo y le hacían gestos de consuelo.
Todas sentían la inmensa presión que los acontecimientos de las últimas horas ejercían sobre ellas y tal vez más adelante se soltarían también a desfogarse, pero por ahora se limitaban a sonreírse unas a otras infundiéndose ánimo, con la firme certeza de que todo terminaría pronto.
continuará ...
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