continúa ...
Pasaba el rato y aún las mantenían
en la recepción paradas, como esperando algo.
En la pared que estaba detrás de
ellas se podía ver el decálogo en el que, supuestamente, se basaba la Policía
de Investigaciones. Lola empezó a leerlo y se volteó, visiblemente
impresionada, para indicarle a Gaby que leyera lo que decía allí: Investigar
para detener y no detener para investigar se leía en una de las frases, y
en otra, un poco más abajo, Mantener la dignidad de la persona detenida.
— Con nosotros están haciendo
exactamente lo contrario —susurró Lola indignada.
Gaby asintió en silencio y
desistiendo de continuar con la lectura, se sentó en el brazo del sofá que
tenía al lado mientras dos investigadores en la habitación contigua conversaban
animadamente:
— ¿Quién de ellas es la morena
de las fotos? —Se escuchó que preguntaba uno de ellos en un tono de voz muy
malicioso.
El collage, que con fotos
privadas habían preparado los investigadores en el tercer piso, estaba abierto
a todo el mundo y había sido puesto en exhibición tanto a gente del personal
policial, como a periodistas, familiares y cuanta persona visitara la brigada
aunque no tuviera nada que ver con la investigación.
Poco rato después, el mismo
investigador que había hecho el comentario, vino y se sentó en uno de los sofás
en medio de las mujeres y las miró una a una descaradamente y con lascivia,
mientras su compañero lo observaba divertido. Ellas se esforzaron en ignorarlo.
Otros investigadores, un poco más
allá, se hacían preguntas entre ellos sobre unas llaves y se ponían de acuerdo
sobre que auto iban a usar. Al parecer, el que habían tenido en mente se lo
había llevado alguien y de la otra alternativa no estaban seguros de quien
podría tener las llaves. ¡Eran igual de desorganizados para todo!
Después de mucho rato, llegó a la
recepción el inspector Silva muy orgulloso, exhibiendo en alto un manojo de
llaves y preguntó a su gente si las mujeres ya estaban listas para
partir.
A Lola, Elsa y Mara, a las que
también habían obligado a permanecer sentadas derechitas en una silla y a no
cerrar los ojos durante toda la noche para provocarles agotamiento, al parecer,
no las interrogarían todavía. De Roxana desconocían el paradero, tal vez
todavía se hallase declarando, pero por lo visto no pensaban ir a buscarla.
Ahora que los detectives tenían
las llaves, se veían muy apurados por llevárselas de una vez y las hicieron
salir muy rápidamente hasta la puerta en donde habían estacionado… la camioneta
de la familia Badani. Por lo visto, después de muchas vueltas, habían decidido
transportarlas en su propio auto.
¡Qué cínicos! Mara estaba
furiosa, le daba mucha rabia todo este asunto. ¿Hasta cuando iban a seguir
disponiendo de la camioneta? Hacían y deshacían con ella como si fuera de su
propiedad, sin ninguna vergüenza. Incluso pensó que lo más probable era que la
usaran también para sus propios intereses.
Subieron dos investigadores al
vehículo de doble cabina y se sentaron en el asiento delantero. A Claudia y a
Alejandra —las dos a las que habían logrado obligar a firmar declaraciones— las
hicieron subir al asiento trasero. A las seis señoras Badani y a Fanny las
hicieron trepar detrás, en la parte descubierta de la camioneta.
Les ordenaron sentarse en el piso
y acomodarse como pudieran. En cuanto otros dos investigadores, que subieron
también en la parte descubierta para vigilarlas, se acomodaron bien, cerca de
la puerta, y sin esperar a que las mujeres terminaran de asegurarse, la
camioneta partió rápidamente hacia el cuartel central que quedaba a unas pocas
cuadras de allí.
Hacía mucho frío y las mujeres
que viajaban en la parte descubierta del vehículo, se pegaron un poco para
intentar abrigarse entre ellas.
Cruzaron con auto y todo por una
puerta de metal, la cual fue vuelta a cerrar en cuanto entraron. Las hicieron
bajar a un gran patio y esperar mientras uno de los investigadores ingresaba a
una oficina construida en ladrillo, que quedaba sobre el lado derecho.
El investigador, que había ido a
coordinar el ingreso de ellas, volvió a los pocos minutos para hacerlas pasar a
la oficina. Con un seco las estamos entregando, dio por terminada su parte del trabajo y se marchó en la camioneta con su compañero, dejándolas allí,
como si fueran un paquete del cual se quisieran desprender, no sin antes indicar,
de manera que todas pudieran oírlo, que las pusieran en celdas separadas, de
ser posible.
Ellas todavía no sabían
exactamente a dónde habían llegado y se preguntaban qué sería lo que vendría
ahora…
continuará ...
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