La mayor parte de la tarde, Claudia, Alejandra, Alberto y Carlos, la pasaron solos, cada uno en un calabozo en el cuartel central.
Alberto, envuelto en su casaca, se esforzaba por dormir un poco. Estaba realmente muy cansado después de haber pasado toda la noche anterior despierto en las oficinas de la brigada. Sentía tanto sueño que pensó que de sólo apoyar la cabeza se quedaría dormido, pero la incomodidad del lugar, el terrible frío que sentía, el cuerpo tan agarrotado como lo tenía por la dolorosa postura mantenida durante las horas esposado y los guardias que lo interrumpían a cada momento hacían que le resultara imposible conciliar el sueño.
Y en realidad la situación no era como para lograr descansar, se encontraban tan preocupados unos por otros que no podían relajarse y todo el tiempo estaban —los hombres a través de los barrotes de sus celdas y las mujeres por sus pequeñas ventanillas— intentando ver si habían traído a alguien más y, sobre todo, ver en qué condición llegaba.
continuará ...
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