Aclaración: A pesar de lo que pueda haber dicho la Prensa sensacionalista, nuestro reclamo no es “contra Chile” sino, específicamente contra los malos funcionarios de una mala administración, quienes quebraron no sólo múltiples puntos de la Declaración De Derechos Humanos, sino hasta las mismas Leyes y Constitución del Estado Chileno.

lunes, 30 de diciembre de 2013

035 • Examinan a las otras mujeres

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     Cuando habrían transcurrido ya cerca de dos horas —las cuales parecieron una eternidad— desde que los habían hecho sentarse junto a la puerta de aquel hediondo baño, vino una investigadora hasta el hall del primer piso y le ordenó a los dos detectives que los vigilaban que se llevaran a todas las mujeres hacia arriba, indicándoles que ella se quedaría vigilando a esos, refiriéndose de esta manera tan despectiva a los dos hombres.

     A Ricardo lo hicieron sentar al lado de Carlos en el hall y de rato en rato, algunos policías se iban acercando a ellos de manera amistosa para conversar y hacerles preguntas al respecto de en qué creían, en qué se basaba su Religión, qué es lo que ellos eran, etc., intentaban mostrarse amables aunque era evidente que su intención era la de sacarles alguna información, pero a pesar de todo, Ricardo les hablaba de manera cordial, les contaba sobre sus creencias y algunos detalles anecdóticos de su vida, hasta el punto que, en varios momentos, los investigadores no podían evitar las risas y los comentarios favorables.
 
     Carlos, no participaba de la conversación. Escuchaba lo que hablaban pero se sentía terriblemente cansado, con hambre y con un dolor intenso en todo el cuerpo.

     Las señoras Badani y Fanny fueron conducidas por la misma ruta que antes había seguido el médico. Justo antes de subir, pasaron al lado de una habitación cuyas puertas se cerraron bruscamente, como para no dejarles oportunidad de mirar hacia adentro.

     Subieron por las escaleras hasta un tercer piso y cuando llegaron al final del ascenso, los dos que las conducían se miraron el uno al otro sin saber hacia donde continuar. No habían salido aún de su desconcierto cuando vino un tercero corriendo escaleras arriba para explicarles que debían llevarlas al segundo piso y haciendo una mueca les indicó que le siguieran.

     Dieron media vuelta en la escalera y ordenadamente, como en la formación de un colegio, bajaron un piso y cruzaron un umbral a la izquierda.

     Las hicieron sentarse en las pocas sillas que habían a como pudieran.

     Mientras las tenían esperando, entró una llamada que contestó la misma sub-comisario Cecilia Correa que estaba en la habitación contigua junto con el médico. Al parecer se trataba de la familia de Fanny, ya que la sub-comisario pronunció varias veces su nombre. En esos momentos, Fanny tuvo la certeza de que la cosa no iría nada bien para ella.

     La primera a la que hicieron pasar a la revisión médica fue a Mara. Cerraron la puerta y a los diez minutos salía nuevamente arreglándose la ropa. Secamente le ordenaron volver a sentarse a un costado.

     Poco después de que le indicaron a Elsa pasar al examen médico, llegó un investigador preguntando por la sub-comisario. Uno de los guardianes le contestó que estaba presenciando el examen de una de las mujeres y éste, sin preguntar más, entró en la habitación que habían habilitado a manera de consultorio, para salir casi inmediatamente acompañado de la sub-comisario Correa y conversar en tono bajo junto a la puerta.

     La primera impresión de ellas fue que habían salido al darse cuenta el investigador que estaban examinando a una mujer, pero al notar la forma en que hablaban y los esfuerzos que hacían para no ser oídos, era evidente que no era ese el motivo.

     La tercera en entrar en el consultorio fue Gaby, e ignorando por completo la orden de desnudarse que le dio una de las investigadoras, se dirigió al médico para indicarle:

     Quiero que deje constancia, por escrito, que soy mayor de edad, en pleno uso de mis facultades y mis derechos, los cuales considero que están siendo atropellados y que este examen se está haciendo en contra de mi voluntad —no sabía si esto serviría de algo, pero quería dejar alguna constancia de todo a lo que estaban siendo obligados.

     El médico, que al parecer era independiente y tan sólo prestaba sus servicios a la institución, le respondió en tono amable que todo eso no tenía nada que ver con él y que se encontraba allí por solicitud de la Policía de Investigaciones para verificar si ella presentaba algún tipo de lesión al momento de ingresar a sus cuarteles.

     ¡Qué ridículo! Durante el show que hicieron al hacerlos salir de la casa para que los periodistas pudieran filmarlos y luego cuando los condujeron hasta los autos, los habían tratado con violencia. Si querían verificar su verdadera situación física, debieron haber llevado el médico hasta Los Maquis, antes que empezaran los únicos malos tratos de que fueron objeto: los maltratos por parte de la Policía de Investigaciones.

     Gaby insistió con el médico para que dejara constancia de que ese procedimiento era en contra de su voluntad y el médico, condescendiente, hizo el ademán de escribir algo en el papel en que había puesto su nombre, pero no le permitieron a ella leer lo que decía o verificar si realmente había escrito algo.

     Luego el galeno insistió en que debía desnudarse. ¡Toda esta situación era terriblemente humillante!

     Como era de esperarse, aparte de la cicatriz que tenía de una operación antigua del apéndice, NO presentaba ningún moretón, corte, lesión, cicatriz o marca, sea de inyecciones o de ningún otro tipo.

     El único comentario que hizo el médico fue al respecto de la tan aludida depilación, pero Gaby lo cortó aclarándole:

     Nosotros recomendamos por higiene que la mujer se depile, si bien no se lo exigimos a nadie. Incluso un ginecólogo, que hace algún tiempo nos dio una charla sobre higiene femenina, nos explicó que es mucho más saludable hacerlo, hasta el punto que a la mujer, al momento de dar a luz o de sufrir cualquier operación en el vientre, se le afeita totalmente.

     Cuando salió del examen, fue sorprendida por uno de los investigadores que estaba de guardia cuando llegaron, quien la sujetó fuertemente del brazo derecho y la condujo escaleras abajo.

     Cuando le tocó el turno del examen médico a Beatriz, la sub-comisario Correa recibió otra terrible desilusión, ya que ella no estaba depilada.

     Entró luego Mercedes al improvisado consultorio y la obligaron a desnudarse totalmente como habían hecho con el resto. Ella estaba sumamente incómoda y se cubría los senos y la vulva con las manos a como podía.

     Ella sí está depilada —afirmó muy segura de sí, ahora, la sub-comisario, que se había tomado la atribución de revisarla ella misma con detenimiento y se puso muy contenta otra vez afirmando que la depilación tenía que ser la clave.

     El médico también le revisó muy detalladamente el cuerpo entero, sobre todo los genitales y los senos, buscando las marcas que deberían haberle dejado las argollas, que según las fotografías, la perforaban —fotos trucadas, tal como Ricardo les había explicado, ya que eran para las ilustraciones que estaba preparando para su libro— y volteándose a mirar a la sub-comisario le informó que no había encontrado nada. La sub-comisario Correa pareció sumamente decepcionada con la respuesta, pero no hizo mayores comentarios.

     Cuando estaban a punto de hacerla salir, Mercedes intervino para informarle al médico que estaba enferma y que en ese minuto se hallaba con fiebre, lo cual el mismo médico constató al tomarle la temperatura, pero aún así se negó a dejar constancia de ello por escrito.

     Sería alrededor de la una y media de la mañana cuando terminaron de hacerle la revisión médica, y a la salida, también a ella la esperaba un investigador que la llevó directamente a otra habitación para ser interrogada.


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viernes, 27 de diciembre de 2013

034 • Examinan a Roxana y Claudia

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     Roxana y Claudia pasaron mucho rato más en aquella oficina hasta que vino un investigador que las llevó, sin darles ninguna explicación, a través de aquél edificio —que parecía un laberinto, lóbrego, húmedo y polvoriento, casi en penumbras y lleno de escaleras y puertas— hasta una habitación de piso de madera, con dos escritorios de aspecto antiguo, una máquina de escribir mecánica, una silla en cada uno de ellos y tres o cuatro sillas adicionales esparcidas sin ningún orden por la habitación: una típica oficina pública. 
 
     En la pared, al lado de uno de los escritorios, había un papel pegado con cinta adhesiva que decía Seamos amables y al lado del otro escritorio, otro papel decía Estamos aquí para servir. Después de todo lo que les había tocado vivir en las últimas horas, si ambos consejos iban orientados a los policías de investigaciones, eran demasiado irónicos… parecían una burla cruel.

     Claudia fue la primera en pasar a la oficina que hacía las veces de consultorio. En la habitación ya se encontraban otras mujeres que parecían ser de la institución, las cuales le ordenaron quitarse toda la ropa delante de un hombre que dijo ser médico. Ella se sentía terriblemente ultrajada, tratada como una delincuente.




     El médico criminalista Germán Worm, la revisó por entero con sumo cuidado, buscando marcas de golpes o alguna herida. Por supuesto que no encontró nada y, de haber encontrado algo, me lo habrían ocasionado los mismos detectives, pensó Claudia. Luego la llevaron a otra oficina dentro del edificio.

     Poco rato después terminaron de examinar también a Roxana y se la llevaron, siguiendo una ruta distinta, a través del laberinto de oficinas, hasta una sala llena de escritorios con una iluminación igual de pobre que el resto del lugar.


continuará ...
 
 

miércoles, 25 de diciembre de 2013

033 • Ni agua... ¡hasta que hablen!

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     Cuando la euforia producida por las noticias se hubo calmado un tanto, apareció en el pasillo al lado del baño, una investigadora que no había tomado parte en ninguno de los allanamientos y empezó a tomarle los datos a las personas traídas de la casa de Los Maquis.




     La primera a la que interrogó fue a Mara, pidiéndole su nombre, nacionalidad, número de cédula, nombre de sus padres y domicilio actual. Mara respondió tranquila a todas sus preguntas, únicamente le inquietó que indagaran sobre sus padres: ellos mismos ya la estaban pasando bastante mal como para que encima empezaran a mezclar a sus familias.

     Gaby fue la siguiente a la que interrogaron y respondió a la mayoría de las preguntas, pero se negó a decirles el tiempo durante el cual había permanecido ilegal en Chile.

     La tercera fue Mercedes, la cual se hallaba aún notoriamente alterada y sumamente enojada por toda la situación, hasta el punto que no quiso dar ni su nombre.

     La sub-comisario Correa, que pasaba por allí, fue informada por la investigadora y se acercó a las mujeres con tono conciliador:

     ¿Qué te pasa? —Le dijo a Mercedes, en tono bastante amable— ¿Tú que hasta ahora no me habías dado problema te portas así?… En cambio Gaby, que parecía tan difícil, está colaborando con nosotros…

     Ante su afirmación, Gaby se enfureció y le respondió en tono enérgico que no estaba colaborando con ellos, que simplemente estaba respondiendo a sus preguntas y que antes también lo había hecho a pesar de que ellos los habían insultado.

     La sub-comisario, en un tono tan hipócrita que no convencía ni a ella misma, les dijo que ella, en realidad, nunca las había insultado.

     Gaby, en el mismo tono enojado de antes, le recordó que por propia boca las había llamado mentirosas en varias ocasiones, que no habían querido cerrar la cortina para que se cambiaran de ropa, que las habían infamado diciéndoles que les gustaba exhibirse delante de todo el mundo… y hubiera continuado con las aclaraciones de no haber sido bruscamente interrumpida por la sub-comisario, que volviendo al tono autoritario que la caracterizaba, le recomendó a Mercedes que mejor colaborara o ...va a ser mucho peor para ti, luego de lo cual se marchó muy apurada.

     Pensando que definitivamente no iba a afectar en nada la situación si Mercedes contestaba a las mismas preguntas que las demás, pero sí iba a afectar el cómo la trataran si no lo hacía, Mara y Gaby la convencieron de contestar.

     Mercedes respondió de mala gana, pero con un visible esfuerzo por mantenerse tranquila y educada.

     Cuando terminó con todas las mujeres, la investigadora se marchó a hacer las mismas preguntas a Ricardo y a Carlos, dejándolas sentadas en aquellas duras sillas del helado edificio.

     Gaby sentía como si todo fuera un sueño, ese tipo de sueños que llegan casi a parecer reales, excepto porque uno tiene la certeza de que no pueden estar ocurriendo, pero a pesar de ello, tampoco se logra despertar y lo único que se desea es que se acabe todo de una vez. Era una sensación de irrealidad que no acababa de pasar y que en el fondo tal vez no deseaba que terminara, ya que la realidad era mucho más dura en esos momentos.

     Media hora más tarde volvió la misma investigadora que antes les había hecho tantas preguntas y se las volvió a hacer exactamente igual: o bien eran desorganizados hasta lo inimaginable o hacían todo esto para intentar confundirlos de alguna manera.

     Lola, queriendo ser amable, le preguntó a la detective cuantos meses llevaba de embarazo, ya que su vientre se veía muy abultado, pero la mujer le contestó secamente que no estaba embarazada y continuó con sus preguntas.

     Luego de terminar con todos, volvió a marcharse para volver, unos minutos después, con unas fichas que parecían sacadas a mimeógrafo en papel periódico y a fin de llenarlas, les hizo exactamente las mismas preguntas por tercera vez.

     Al poco rato hicieron que Carlos se sentase en una de las sillas libres junto a las mujeres, dejando a Ricardo sólo en la habitación contigua, en la silla que se apoyaba en la pared que dividía ambas habitaciones.

     El tiempo transcurría muy lentamente y mientras ellos permanecían sentados en la sala de espera, si bien continuaban siendo vigilados, las cosas se relajaron un poco. Ricardo le pidió a uno de sus guardianes si por favor podía conseguirle una botella con agua para beber y no sólo se la dieron, sino que además le permitieron compartirla entre todos.

     Aprovecharon que ahora les dejaban hablar, para coordinarse sobre lo que harían cuando salieran libres al día siguiente. Aún a esas alturas, seguían convencidos de que así sucedería.

     No tenían para nada claro de qué se trataba todo, pero pensaban que por ser Ricardo el dueño de casa, tal vez tendría que quedarse más tiempo, así como las cuatro esposas peruanas de él que estaban con visa vencida o, en el mejor de los casos, a ellas las dejarían ir con custodia preventiva haciéndolas firmar todos los días para tenerlas a disposición mientras arreglaban las irregularidades de las visas.

     Beatriz y Mara serían las encargadas de contactar un abogado y Carlos —a quién le dieron las llaves de la casa— se iría con Fanny de inmediato a ocuparse de los perritos y ver cómo había quedado todo.

     Una de las detectives que había estado durante el allanamiento de la casa de Los Maquis, pasó por allí y luego de gritarles que se callaran, trató de muy mala manera a los investigadores que los vigilaban, a pesar de que ambos intentaron explicarle que habían escuchado cada palabra y que en nada se habían referido a cosas relativas al caso, pero la mujer, sin prestarles la menor atención, continuó gritando y dirigiéndose esta vez a los detenidos, les dijo de muy mala manera:

     Y ustedes, más vale que se vayan dando cuenta de que este asunto es muy serio. Aquí no tienen derecho ni siquiera de pronunciar palabra si no se les autoriza. ¡¡Y tú, despiértate, que no has venido aquí a dormir!! —Terminó diciéndole a una de ellas que simplemente apoyaba su cabeza contra la pared.

     Por último, amenazó a los investigadores para que, en lo sucesivo, fueran más estrictos y de un golpe le quitó la botella de agua a Ricardo.

     El sub-prefecto Bravo, que pasaba por allí, se acercó para ver qué sucedía y poniéndose de parte de la mujer, también increpó en mal modo a los detectives.

     ¡Ustedes qué hacen dándoles tantas cosas! —Gritó— ¡Hasta que no hablen con nosotros y no estén dispuestos a firmar, no tienen derecho a nada aquí! ¡¡No les den agua ni nada hasta que no hablen!!

     ¿Usted quiere eso? ¡Perfecto! En ese caso simplemente ¡olvídense! No deseo agua y no deseo comida. Ninguno de nosotros desea agua ni comida hasta que no se aclare este asunto y tampoco deseo hablar —lo encaró Ricardo.

     La sub-comisario Correa, que se había asomado al oír el alboroto, salió corriendo visiblemente preocupada de las consecuencias y regresó trayendo consigo al prefecto Sotomayor cuando la discusión con el sub-prefecto Bravo ya había aumentado de volumen y amenazaba con tener repercusiones serias.

     Ricardo abordó al prefecto para explicarle:

     Mire señor prefecto, hemos estado hablando con usted sobre este asunto y yo no entiendo qué diablos está pasando aquí. Todavía no se me informa por qué cargos estamos detenidos, no se nos permite llamar a nuestro Cónsul, no se nos permite llamar un abogado, no se nos permite llamar a alguien que se haga cargo de la propiedad y de los animales… y ahora, estoy con la botella de agua y me dicen que no se me dé agua hasta que no hable o no firme. Si vamos a partir de eso tienen ustedes una huelga de hambre, incluido que ni siquiera voy a tomar agua, porque si me van a negar el agua, no se preocupen, no deseo tomar agua y fin del asunto.

     El prefecto Sotomayor, procurando calmar los ánimos, le dio la razón a Ricardo y ordenó que les volvieran a dar la botella —lo cual los investigadores jamás hicieron— y luego se retiró a un aparte con el sub-prefecto Bravo para cruzar con él unas pocas palabras.

     Ellos volvieron a quedar solos con los dos detectives que los vigilaban y que ahora, visiblemente asustados por las amenazas de la investigadora y del sub-prefecto Bravo, les tenían totalmente prohibido dirigirse la palabra, les llamaban la atención de muy mala manera si es que pensaban que estaban cruzando aunque fuera miradas entre ellos, si cerraban por un momento los ojos e incluso, si intentaban estirar un poco el cuerpo que ya tenían muy adolorido.

     Más tarde, dos investigadores se instalaron cerca de la escalera del hall de distribución a conversar animadamente sobre un tal doctor Worm al que habían tenido que sacar de la cama pero que ya venía en camino para examinarlos.

     Poco rato después, llegaba el mencionado médico, el cual pasó junto a ellos mirando a las mujeres de reojo, mientras seguía su camino escaleras arriba hacia el segundo piso.

     Mientras habían estado allanando la casa de Los Maquis, se había oído un par de veces a los investigadores mencionar la otra casa, e incluso durante el trayecto hacia Santiago, a través de los radios de los autos, un par de ellos habían escuchado una mención a Guanaco —el nombre de la calle en Santiago donde Karim, Claudia, Alberto, Roxana y Jaime compartían una casa— pero en esos momentos, si algo pasó por la mente de los que escucharon, fue la idea del carro dispersa manifestaciones, el guanaco, como se le llama en Chile.

     A Mercedes —que no había escuchado ninguna de esas menciones— comenzaba a preocuparle todo este asunto y lo único que esperaba era que les dieran la oportunidad de hacer la llamada telefónica que les habían ofrecido y a la que en teoría tenían derecho. Quería llamar a Karim y Jaime, quería informarles de lo ocurrido, ellos estaban a punto de recibirse de abogados y tenía la confianza de que sabrían que hacer, ellos podrían prestar alguna ayuda efectiva para solucionar lo que estaba ocurriendo… Pero el tiempo seguía pasando y no tenían cómo avisarle a nadie.

     El impacto por la sorpresa fue grande cuando, a la entrada del hall de distribución junto al baño, en que permanecían sentados, apareció Claudia, mal vestida, con ropas que evidentemente no la abrigaban, muy nerviosa, con el rostro desencajado y cara de pánico. Sus esperanzas decayeron por completo. En todo momento se habían resistido a creer que los otros también eran parte de la misma pesadilla y recién ahora empezaron a aceptar lo complicado del panorama.

     Claudia, que pidió permiso para ir al baño para intentar de pasada ver si de alguna manera lograba enterarse si Ricardo y sus esposas también se encontraban allí, no pudo evitar quedarse paralizada durante unos instantes por la impresión y el investigador que la escoltaba, tuvo que empujarla del hombro para que continuara su camino.

     Ninguno habló. No dijeron una sola palabra a pesar de que muchas preguntas surgieron en esos momentos: ¿Por qué habrían allanado dos casas de miembros de su Religión? De acuerdo que eran todos de una Religión distinta de la mayoría del medio, pero ¿no se suponía que existía libertad religiosa? Además, ¿qué podrían haber hecho ellos como para justificar todo este atropello?, no se metían con nadie y siempre que podían ofrecían ayuda a los vecinos, entonces, ¿por qué? ¡¡¿De qué se trataba esto?!!

     Carlos, que hasta ese momento se sentía muy seguro de que todo se aclararía al día siguiente, cuando pudiera comunicarse con Jaime y Karim, sintió que sus esperanzas decaían, aún no sabía qué era lo que pasaba, pero evidentemente el asunto se veía bastante más serio de lo que había imaginado hasta acá.

     Cuando Claudia salió del baño, hicieron que se sentara en una de las sillas libres cerca de la entrada.

     Gaby se la quedó mirando hasta que Claudia respondió a su llamado. Se quedaron un rato así, mirándose fijamente a los ojos, como queriendo contarse con la mirada todo lo ocurrido. Ella hubiera querido preguntarle qué había pasado, qué era de los demás, si le habían hecho el examen médico del que había oído hablar… pero era imposible decir nada y Claudia sólo la miraba moviendo ligeramente la cabeza como diciendo no lo puedo creer… Había una inmensa pena en sus miradas y a la vez un sentimiento de unión y afecto que parecía como queriéndose transmitir ánimo unos a otros.

     A los pocos minutos regresó el investigador y se llevó a Claudia de nuevo escaleras arriba...


continuará ...
 
 

lunes, 23 de diciembre de 2013

032 • Defendiendo su privacidad

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     Mientras continuaba el revuelo en el primer piso, Jaime, que había quedado sólo en la oficina, pensó en escapar. Aflojó los brazos, forcejeó con las esposas y pudo zafar una de sus manos. Ahora tenía muchas alternativas.
 
     Pensaba que si huía podría ayudar desde afuera, conseguiría un abogado, se contactaría también con sus padres y les advertiría lo que estaba pasando para que no fueran a creer lo que aparecía en las noticias.
 
     Primero pensó en descolgarse por una de las ventanas y correr… pero inmediatamente desechó esa idea, ya que si esto era una trampa, posiblemente habrían hecho todo intencionalmente, le habrían aflojado las esposas, lo habrían dejado solo cerca de un teléfono y de una ventana para incitarlo a huir y si lo hacía, podrían dispararle por la espalda. Pensaba que no tendrían ningún reparo en matarlo y tener así una buena excusa para acusarlos de que eran peligrosos.

     Pensó que podía llamar a sus padres utilizando el teléfono que estaba adosado a una de las paredes de la habitación para pedirles que le consiguieran un abogado… pero también desechó esta idea, ya que no estaba seguro de si era un intercomunicador o un teléfono.

     Para no arriesgarse, optó por revisar su billetera y eliminar todo lo que pudiera de ella. Lo primero que se le ocurrió fue comerse los papeles, así que empezó por los textos en sánscrito, pero esta labor le costó muchísimo trabajo y al final ya estaba tan atorado que no pudo terminar con todo. Los teléfonos y direcciones de gente conocida terminó por romperlos en pedazos y tirarlos al basurero, mezclándolos con otra basura que tenían allí, con la esperanza de que no los encontraran.

     Sin decidirse a hacer nada más, intentó ponerse nuevamente las esposas, pero su mano se negó a volver a entrar y estaba aún en esos forcejeos cuando regresó el detective que lo había estado vigilando. Hizo un último intento desesperado, pero fue inútil y, sin saber que más hacer, escondió ambas manos en el respaldo de la silla.

     El detective, que venía de oír las noticias, se veía muy contento por lo que había aparecido en televisión y se sentó en una silla cerca de Jaime a continuar su cháchara. Obviamente, lo único que aquello podía significar, era que el resultado sería muy malo para ellos, pensó Jaime.

     Poco rato después, vino otro investigador que conversó un poco con Jaime, tomó los papeles que quedaban sobre la mesa, los miró, los revisó, los revolvió, le hizo varias preguntas sobre las tarjetas de visita y después los volvió a dejar todos juntos en un solo lote.

     Jaime esperó a que los revolviera bien y luego le dijo que su jefa, la inspectora rubia, ya había revisado todos esos papeles, de los cuales había hecho una clasificación previa.

     El investigador se puso pálido y con el temor asomando en su cara, recriminó muy duramente a Jaime por no habérselo advertido a tiempo, antes de que él alterara el orden. Tan preocupado estaba por lo ocurrido que hasta afuera podía escuchar Alberto los gritos que daba. Luego se retiró, visiblemente más asustado de lo indignado que se quería mostrar.

     El detective joven, en cambio, siguió muy contento sentado en su silla hablando despreocupadamente.

     Jaime esperó a que pasaran unos diez o quince minutos más y le dijo que una de sus manos se había soltado y le pidió si por favor, podía colocarle bien las esposas.

     El investigador puso cara de extrañeza, lo revisó manteniéndose alerta y le volvió a colocar las esposas sin decir palabra, pero dejándoselas esta vez muy apretadas, lo cual, al poco rato, se volvió algo sumamente molesto y doloroso.


continuará ...
 
 

viernes, 20 de diciembre de 2013

031 • Euforia por las Noticias

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     Conforme se acercaba la medianoche, toda la gente de la brigada se ponía notoriamente más eufórica, corrían de un lado a otro y se daban la voz. Parecía que la reunión era en la cafetería del primer piso y que todos deseaban estar allí y los que debían permanecer vigilándolos, lo hacían visiblemente fastidiados. En sus distintas ubicaciones dentro de la brigada fueron quedando prácticamente solos.

     Se escuchó a alguien mencionar algo referente a un televisor y al poco rato los gritos eufóricos de ya va a empezar… ¡Ya va a empezar!

     ¿Qué era lo que iba a empezar? Definitivamente ellos no lo sabían, pero lo que sí sabían, era que el revuelo entre los investigadores era tan grande que parecía como si los hubiesen olvidado por completo. El ambiente era de fiesta y de una gran expectación.

     Prácticamente todos se fueron a las habitaciones de adentro. En los puestos de la entrada quedaron únicamente los dos investigadores que se hallaban de guardia al momento de llegar, uno de los cuales quedó vigilando a Ricardo y a Carlos y el otro a las seis señoras Badani y Fanny.

     Pusieron el televisor a todo volumen, pero entre el barullo que había, era imposible distinguir qué era lo que se transmitía. Poco después se oyeron muchos aplausos y unos gritos de ¡¡El otro canal!!

     Esta vez hubo un poco más de tranquilidad y se alcanzó a oír a qué se debía todo el alboroto: ¡Estaban escuchando las noticias de la medianoche!



     Todos los canales, casi en simultáneo, transmitían cómo funcionarios de la Brigada de Delitos Sexuales y Menores de la Policía de Investigaciones de Chile se anotaron un porotazo ya que después de un mes de arduo seguimiento, lograron desbaratar una peligrosa secta satánica y sadomasoquista que practicaba todo tipo de aberraciones sexuales y que tenía su sede en Pelequén, ciudad al sur de Santiago… luego de lo cual entraban a alabar a la institución que de manera tan profesional había realizado el operativo, además de detallar los numerosos hallazgos encontrados en el lugar.

     Evidentemente las noticias eran sobre el arresto en la casa de Los Maquis. ¡Se estaban refiriendo a ellos! ¡¡No lo podían creer!!… y menos aún podían creer todo lo que en las noticias estaban diciendo. Era increíble que los detectives además aplaudieran, festejaran y se felicitaran así de su fechoría… y de la desgracia de ellos.

     El noticiero, si bien afirmaba correctamente que Ricardo convivía con seis mujeres, inmediatamente saltaba a hacer descabelladas afirmaciones como que él las hacía participar en variadas actividades sexuales, en las que había perversiones, lujuria, placer, sadomasoquismo, sesiones de fotografías y clases teóricas. En esa casa sus habitantes prácticamente vivían desnudos, afirmaba el narrador.

     Mara volvió a pensar en su familia ¡Qué horror! Probablemente estarían viendo las noticias de la medianoche como acostumbraban. Su pobre mamá. Realmente ella era su mayor preocupación. Qué shock estaría pasando al ver a su hija convertida en una delincuente y todo gracias a los policías de investigaciones ¡Qué espectáculo!

     Cuando los detectives allanaron el inmueble, el peruano y sus seis mujeres fueron tomados absolutamente por sorpresa. La diligencia no les dio tiempo de ocultar evidencia alguna —continuaba el periodista.

     Los investigadores se pasaban la voz en cuanto aparecía alguno en la pantalla y se felicitaban elocuentemente por lo bien que se veían.

     Mira, mira, ahí estoy yo…

     Uy, que bien saliste, ja, ja, ja…

     Lo único que les interesaba era lucirse.

     Tan grande era la algarabía, que las risas, gritos y vítores de toda índole se dejaban oír hasta la oficina cerrada en el tercer piso donde tenían a Jaime.

     Los detectives festejaban el haber aparecido en el noticiero de la noche y gritaban a todo pulmón, llenos de júbilo. Parecía que estuvieran viendo un partido de fútbol y que gritaran celebrando los goles.

     No había ningún rasgo de humanidad, ni siquiera un concepto de deber cumplido, todo lo que les importaba era que estaban saliendo en televisión. Era como una verdadera fiesta para estos peligrosos niños inmaduros. El alboroto duró largo rato y las felicitaciones estaban a la orden del día.

     A la espera de su suerte, repartidos en los distintos ambientes de la fría institución e inculpados de toda clase de delitos, a ninguno de ellos le quedaba mucha duda ya a estas alturas, de que este arresto iba a ser un escándalo en el ámbito internacional. Lo único que esperaban era que los dejaran en algún momento hablar a ellos también.


continuará ...
 
 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

030 • La más peligrosa

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     El investigador joven con pelo de cepillo, que ahora estaba vigilando a Jaime, asumió la misma pose amistosa que había intentado antes con las dos mujeres. Se acercó a él iniciando una conversación y preguntándole a qué se dedicaba.
 
     Después de un rato de responder a sus preguntas, Jaime aprovechó esta fingida amistad para pedirle que, por favor, le soltara un poco las esposas porque le estaban dañando las muñecas. Las esposas en realidad sí le provocaban dolor, pero fingió más dolor del que sentía para que se las aflojara y, mientras el investigador lo hacía, estiró la mano lo más que pudo para que cuando la cerrara, su muñeca estuviera un poco más ancha. Ahora que sabía dónde estaba, sintió cómo la calma volvía poco a poco a él.
 
     El investigador, completamente metido en su cháchara, continuó conversando animadamente sin darse cuenta de nada.

     Llevaba mucho rato ya esposado a aquella silla cuando llegó a la oficina una mujer rubia de pelo corto que usaba un jockey hacia atrás: la inspectora Yelka.

     Tal era la agresividad que emanaba aquella mujer, que de sólo verla, Jaime empezó a sentir miedo nuevamente y cerró instintivamente las piernas, ya que pensó que ella era capaz de hacerle cualquier cosa y que probablemente sería la primera parte donde lo atacaría.

     De todas las personas que desfilaron aquella noche por la habitación y de todos los detectives que conoció en los días posteriores, ninguno se mostró tan agresivo y tan virulento como aquella mujer. Definitivamente ella era la que se veía más peligrosa de todos.

     No sólo Jaime se sobresaltó con la entrada de la inspectora, también el detective que estaba vigilándolo se puso inmediatamente en pie y demostró mucho respeto hacia ella.

     La inspectora Yelka, después de insultar y amenazar a Jaime, registró su billetera, sacó las tarjetas, revisó los papeles y empezó a preguntarle por cada uno de ellos. Los miraba una y otra vez, como intentando encontrar alguna evidencia oculta.

     Jaime se esforzó en responder a sus preguntas en forma evasiva pero intentando no disgustarla. Luego de un rato, la mujer dejó todo su contenido esparcido en varios montículos sobre la mesa y se marchó.


continuará ...
 
 

lunes, 16 de diciembre de 2013

029 • Insultos y burlas

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     Sería cerca de la media noche cuando Roxana y Claudia vieron que la cara de fastidio de la investigadora que las estaba vigilando se convertía en una de sorpresa, transformándose casi inmediatamente en una de burla. Al mismo momento, hacía su aparición por la puerta una especie de manguera color azul de unos cinco centímetros de diámetro, que avanzaba hasta alcanzar poco más de un metro de largo y por último, unido a ella, hacía su entrada triunfal un investigador que la sujetaba en su entrepierna a manera de falo, moviendo las caderas grotescamente y con expresión maliciosa.

     Claudia reconoció el artefacto como un masajeador de espalda, propiedad de la familia Badani, y tuvo la certeza de que Ricardo y sus esposas estaban también allí, en algún lugar de ese frío laberinto.
 


 
     El detective bromeaba en una forma morbosa con la investigadora —la cual no paraba de reír festejando sus ocurrencias— y tan sólo se interrumpía de rato en rato para insultar a las dos mujeres, llamándolas depravadas y enfermas. Comentaba también, muy satisfecho, que habían traído mucha gente del sur y un montón de cosas que les serían muy útiles para respaldar la investigación.


continuará ...

 

viernes, 13 de diciembre de 2013

028 • El arribo a la Brigada

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     Cuando por fin el grupo traído de Los Maquis llegó a la Brigada de investigaciones, eran pasadas las once de la noche. Los hicieron bajar de los vehículos y después de formarlos en fila, los dirigieron hacia la entrada del edificio, pero cuando estaban a punto de ingresar, bruscamente los obligaron a retroceder nuevamente hasta los autos.

     Lo primero que les vino a la cabeza fue que tenían algo planeado allí también, tal vez otro show de periodistas o alguna otra treta similar.

     Los tuvieron en la calle esperando en formación durante unos cinco a diez minutos y luego los hicieron pasar a la recepción donde un detective les fue preguntando, uno por uno, sus nombres y apellidos, los cuales anotaba en un libro de registro.

     A Ricardo lo hicieron sentarse en la silla que quedaba al lado del mostrador y a Carlos en el sillón de enfrente y allí los dejaron, vigilados muy de cerca por el investigador de turno, que desde su asiento alto detrás del mostrador, no dejaba de mirarlos.
 
     A las mujeres les ordenaron sentarse en el ambiente contiguo, un hall de distribución con sillas dispuestas a ambos lados, unas escaleras al frente y una puerta cerrada a la izquierda, que por el olor que provenía de ahí, no podía ser sino el baño.

     Cada vez que intentaban dirigirse a algún investigador para solicitarle la llamada que habían dicho que podrían hacer en cuanto llegaran a Santiago, los hacían callar de mal modo, con gritos y amenazas, como parecía que era su costumbre.

     Las innumerables cajas con evidencia fueron llevadas escaleras arriba a la primera habitación del hall de distribución del tercer piso donde tenían a Alberto. Una oficina amplia y de vidrios grandes no trasparentes, tipo catedral.


continuará ...