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Cuando la euforia producida por las noticias se hubo calmado un tanto, apareció en el pasillo al lado del baño, una investigadora que no había tomado parte en ninguno de los allanamientos y empezó a tomarle los datos a las personas traídas de la casa de Los Maquis.
La primera a la que interrogó fue a Mara, pidiéndole su nombre, nacionalidad, número de cédula, nombre de sus padres y domicilio actual. Mara respondió tranquila a todas sus preguntas, únicamente le inquietó que indagaran sobre sus padres: ellos mismos ya la estaban pasando bastante mal como para que encima empezaran a mezclar a sus familias.
La primera a la que interrogó fue a Mara, pidiéndole su nombre, nacionalidad, número de cédula, nombre de sus padres y domicilio actual. Mara respondió tranquila a todas sus preguntas, únicamente le inquietó que indagaran sobre sus padres: ellos mismos ya la estaban pasando bastante mal como para que encima empezaran a mezclar a sus familias.
Gaby fue la siguiente a la que interrogaron y respondió a la mayoría de las preguntas, pero se negó a decirles el tiempo durante el cual había permanecido ilegal en Chile.
La tercera fue Mercedes, la cual se hallaba aún notoriamente alterada y sumamente enojada por toda la situación, hasta el punto que no quiso dar ni su nombre.
La sub-comisario Correa, que pasaba por allí, fue informada por la investigadora y se acercó a las mujeres con tono conciliador:
— ¿Qué te pasa? —Le dijo a Mercedes, en tono bastante amable— ¿Tú que hasta ahora no me habías dado problema te portas así?… En cambio Gaby, que parecía tan difícil, está colaborando con nosotros…
Ante su afirmación, Gaby se enfureció y le respondió en tono enérgico que no estaba colaborando con ellos, que simplemente estaba respondiendo a sus preguntas y que antes también lo había hecho a pesar de que ellos los habían insultado.
La sub-comisario, en un tono tan hipócrita que no convencía ni a ella misma, les dijo que ella, en realidad, nunca las había insultado.
Gaby, en el mismo tono enojado de antes, le recordó que por propia boca las había llamado mentirosas en varias ocasiones, que no habían querido cerrar la cortina para que se cambiaran de ropa, que las habían infamado diciéndoles que les gustaba exhibirse delante de todo el mundo… y hubiera continuado con las aclaraciones de no haber sido bruscamente interrumpida por la sub-comisario, que volviendo al tono autoritario que la caracterizaba, le recomendó a Mercedes que mejor colaborara o ...va a ser mucho peor para ti, luego de lo cual se marchó muy apurada.
Pensando que definitivamente no iba a afectar en nada la situación si Mercedes contestaba a las mismas preguntas que las demás, pero sí iba a afectar el cómo la trataran si no lo hacía, Mara y Gaby la convencieron de contestar.
Mercedes respondió de mala gana, pero con un visible esfuerzo por mantenerse tranquila y educada.
Cuando terminó con todas las mujeres, la investigadora se marchó a hacer las mismas preguntas a Ricardo y a Carlos, dejándolas sentadas en aquellas duras sillas del helado edificio.
Gaby sentía como si todo fuera un sueño, ese tipo de sueños que llegan casi a parecer reales, excepto porque uno tiene la certeza de que no pueden estar ocurriendo, pero a pesar de ello, tampoco se logra despertar y lo único que se desea es que se acabe todo de una vez. Era una sensación de irrealidad que no acababa de pasar y que en el fondo tal vez no deseaba que terminara, ya que la realidad era mucho más dura en esos momentos.
Media hora más tarde volvió la misma investigadora que antes les había hecho tantas preguntas y se las volvió a hacer exactamente igual: o bien eran desorganizados hasta lo inimaginable o hacían todo esto para intentar confundirlos de alguna manera.
Lola, queriendo ser amable, le preguntó a la detective cuantos meses llevaba de embarazo, ya que su vientre se veía muy abultado, pero la mujer le contestó secamente que no estaba embarazada y continuó con sus preguntas.
Luego de terminar con todos, volvió a marcharse para volver, unos minutos después, con unas fichas que parecían sacadas a mimeógrafo en papel periódico y a fin de llenarlas, les hizo exactamente las mismas preguntas por tercera vez.
Al poco rato hicieron que Carlos se sentase en una de las sillas libres junto a las mujeres, dejando a Ricardo sólo en la habitación contigua, en la silla que se apoyaba en la pared que dividía ambas habitaciones.
El tiempo transcurría muy lentamente y mientras ellos permanecían sentados en la sala de espera, si bien continuaban siendo vigilados, las cosas se relajaron un poco. Ricardo le pidió a uno de sus guardianes si por favor podía conseguirle una botella con agua para beber y no sólo se la dieron, sino que además le permitieron compartirla entre todos.
Aprovecharon que ahora les dejaban hablar, para coordinarse sobre lo que harían cuando salieran libres al día siguiente. Aún a esas alturas, seguían convencidos de que así sucedería.
No tenían para nada claro de qué se trataba todo, pero pensaban que por ser Ricardo el dueño de casa, tal vez tendría que quedarse más tiempo, así como las cuatro esposas peruanas de él que estaban con visa vencida o, en el mejor de los casos, a ellas las dejarían ir con custodia preventiva haciéndolas firmar todos los días para tenerlas a disposición mientras arreglaban las irregularidades de las visas.
Beatriz y Mara serían las encargadas de contactar un abogado y Carlos —a quién le dieron las llaves de la casa— se iría con Fanny de inmediato a ocuparse de los perritos y ver cómo había quedado todo.
Una de las detectives que había estado durante el allanamiento de la casa de Los Maquis, pasó por allí y luego de gritarles que se callaran, trató de muy mala manera a los investigadores que los vigilaban, a pesar de que ambos intentaron explicarle que habían escuchado cada palabra y que en nada se habían referido a cosas relativas al caso, pero la mujer, sin prestarles la menor atención, continuó gritando y dirigiéndose esta vez a los detenidos, les dijo de muy mala manera:
— …Y ustedes, más vale que se vayan dando cuenta de que este asunto es muy serio. Aquí no tienen derecho ni siquiera de pronunciar palabra si no se les autoriza. ¡¡Y tú, despiértate, que no has venido aquí a dormir!! —Terminó diciéndole a una de ellas que simplemente apoyaba su cabeza contra la pared.
Por último, amenazó a los investigadores para que, en lo sucesivo, fueran más estrictos y de un golpe le quitó la botella de agua a Ricardo.
El sub-prefecto Bravo, que pasaba por allí, se acercó para ver qué sucedía y poniéndose de parte de la mujer, también increpó en mal modo a los detectives.
— ¡Ustedes qué hacen dándoles tantas cosas! —Gritó— ¡Hasta que no hablen con nosotros y no estén dispuestos a firmar, no tienen derecho a nada aquí! ¡¡No les den agua ni nada hasta que no hablen!!
— ¿Usted quiere eso? ¡Perfecto! En ese caso simplemente ¡olvídense! No deseo agua y no deseo comida. Ninguno de nosotros desea agua ni comida hasta que no se aclare este asunto y tampoco deseo hablar —lo encaró Ricardo.
La sub-comisario Correa, que se había asomado al oír el alboroto, salió corriendo visiblemente preocupada de las consecuencias y regresó trayendo consigo al prefecto Sotomayor cuando la discusión con el sub-prefecto Bravo ya había aumentado de volumen y amenazaba con tener repercusiones serias.
Ricardo abordó al prefecto para explicarle:
— Mire señor prefecto, hemos estado hablando con usted sobre este asunto y yo no entiendo qué diablos está pasando aquí. Todavía no se me informa por qué cargos estamos detenidos, no se nos permite llamar a nuestro Cónsul, no se nos permite llamar un abogado, no se nos permite llamar a alguien que se haga cargo de la propiedad y de los animales… y ahora, estoy con la botella de agua y me dicen que no se me dé agua hasta que no hable o no firme. Si vamos a partir de eso tienen ustedes una huelga de hambre, incluido que ni siquiera voy a tomar agua, porque si me van a negar el agua, no se preocupen, no deseo tomar agua y fin del asunto.
El prefecto Sotomayor, procurando calmar los ánimos, le dio la razón a Ricardo y ordenó que les volvieran a dar la botella —lo cual los investigadores jamás hicieron— y luego se retiró a un aparte con el sub-prefecto Bravo para cruzar con él unas pocas palabras.
Ellos volvieron a quedar solos con los dos detectives que los vigilaban y que ahora, visiblemente asustados por las amenazas de la investigadora y del sub-prefecto Bravo, les tenían totalmente prohibido dirigirse la palabra, les llamaban la atención de muy mala manera si es que pensaban que estaban cruzando aunque fuera miradas entre ellos, si cerraban por un momento los ojos e incluso, si intentaban estirar un poco el cuerpo que ya tenían muy adolorido.
Más tarde, dos investigadores se instalaron cerca de la escalera del hall de distribución a conversar animadamente sobre un tal doctor Worm al que habían tenido que sacar de la cama pero que ya venía en camino para examinarlos.
Poco rato después, llegaba el mencionado médico, el cual pasó junto a ellos mirando a las mujeres de reojo, mientras seguía su camino escaleras arriba hacia el segundo piso.
Mientras habían estado allanando la casa de Los Maquis, se había oído un par de veces a los investigadores mencionar la otra casa, e incluso durante el trayecto hacia Santiago, a través de los radios de los autos, un par de ellos habían escuchado una mención a Guanaco —el nombre de la calle en Santiago donde Karim, Claudia, Alberto, Roxana y Jaime compartían una casa— pero en esos momentos, si algo pasó por la mente de los que escucharon, fue la idea del carro dispersa manifestaciones, el guanaco, como se le llama en Chile.
A Mercedes —que no había escuchado ninguna de esas menciones— comenzaba a preocuparle todo este asunto y lo único que esperaba era que les dieran la oportunidad de hacer la llamada telefónica que les habían ofrecido y a la que en teoría tenían derecho. Quería llamar a Karim y Jaime, quería informarles de lo ocurrido, ellos estaban a punto de recibirse de abogados y tenía la confianza de que sabrían que hacer, ellos podrían prestar alguna ayuda efectiva para solucionar lo que estaba ocurriendo… Pero el tiempo seguía pasando y no tenían cómo avisarle a nadie.
El impacto por la sorpresa fue grande cuando, a la entrada del hall de distribución junto al baño, en que permanecían sentados, apareció Claudia, mal vestida, con ropas que evidentemente no la abrigaban, muy nerviosa, con el rostro desencajado y cara de pánico. Sus esperanzas decayeron por completo. En todo momento se habían resistido a creer que los otros también eran parte de la misma pesadilla y recién ahora empezaron a aceptar lo complicado del panorama.
Claudia, que pidió permiso para ir al baño para intentar de pasada ver si de alguna manera lograba enterarse si Ricardo y sus esposas también se encontraban allí, no pudo evitar quedarse paralizada durante unos instantes por la impresión y el investigador que la escoltaba, tuvo que empujarla del hombro para que continuara su camino.
Ninguno habló. No dijeron una sola palabra a pesar de que muchas preguntas surgieron en esos momentos: ¿Por qué habrían allanado dos casas de miembros de su Religión? De acuerdo que eran todos de una Religión distinta de la mayoría del medio, pero ¿no se suponía que existía libertad religiosa? Además, ¿qué podrían haber hecho ellos como para justificar todo este atropello?, no se metían con nadie y siempre que podían ofrecían ayuda a los vecinos, entonces, ¿por qué? ¡¡¿De qué se trataba esto?!!
Carlos, que hasta ese momento se sentía muy seguro de que todo se aclararía al día siguiente, cuando pudiera comunicarse con Jaime y Karim, sintió que sus esperanzas decaían, aún no sabía qué era lo que pasaba, pero evidentemente el asunto se veía bastante más serio de lo que había imaginado hasta acá.
Cuando Claudia salió del baño, hicieron que se sentara en una de las sillas libres cerca de la entrada.
Gaby se la quedó mirando hasta que Claudia respondió a su llamado. Se quedaron un rato así, mirándose fijamente a los ojos, como queriendo contarse con la mirada todo lo ocurrido. Ella hubiera querido preguntarle qué había pasado, qué era de los demás, si le habían hecho el examen médico del que había oído hablar… pero era imposible decir nada y Claudia sólo la miraba moviendo ligeramente la cabeza como diciendo no lo puedo creer… Había una inmensa pena en sus miradas y a la vez un sentimiento de unión y afecto que parecía como queriéndose transmitir ánimo unos a otros.
A los pocos minutos regresó el investigador y se llevó a Claudia de nuevo escaleras arriba...
continuará ...
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