continúa ...
Eran las diez de la noche cuando Alberto llegó a su casa de la calle Guanaco y estaba tocando despreocupadamente el timbre para que le vinieran a abrir, cuando dos detectives aparecieron detrás de él encañonándolo y presionándolo a tal punto contra la puerta cerrada que le imposibilitaron completamente el moverse.
La puerta se abrió y del interior de la casa apareció el inspector Silva, apuntándolo con su arma.
Alberto les preguntó quiénes eran y qué querían, pero por la apariencia que tenían supuso que debía tratarse de asaltantes.
La puerta se abrió y del interior de la casa apareció el inspector Silva, apuntándolo con su arma.
Alberto les preguntó quiénes eran y qué querían, pero por la apariencia que tenían supuso que debía tratarse de asaltantes.
Los hombres se identificaron verbalmente como detectives de la policía y le dijeron que lo iban a llevar detenido, pero ninguno de ellos le mostró la placa y tampoco especificaron a qué dependencia pertenecían, ni mucho menos los cargos por los cuales lo iban a arrestar.
Rápidamente un detective le arrebató a Alberto el maletín que llevaba colgando del hombro, lo cuál él se dejó hacer mansamente, todavía muy desconcertado y cada vez más convencido de que sí se trataba de vulgares asaltantes.
Los investigadores rudamente lo esposaron y mientras lo conducían hasta un auto con emblemas policiales que estaba esperando estacionado a la vuelta de la esquina, le advirtieron, muy enfáticamente, que era mejor que se portara bien, que no hiciera ningún escándalo y que se quedara tranquilo, ya que sino, iba a ser mucho peor para él.
Alberto volvió a preguntar por los motivos de la detención, pero los investigadores, obligándolo a entrar al auto y a sentarse en el asiento posterior, le respondieron que ya le harían saber los cargos más adelante.
El detective que se había apoderado del maletín lo guardó sin siquiera revisarlo en la maletera del vehículo.
Después de un momento de coordinaciones, dos investigadores se sentaron en el asiento de adelante, un tercero se sentó a la derecha de Alberto y el auto partió velozmente sin decirle a dónde y, a pesar de que él se esforzó por identificar la ruta, a los pocos minutos estaba terriblemente desorientado.
Lo único que a Alberto se le ocurría pensar en ese momento era que tal vez todo este asunto tuviera algo que ver con Migraciones y con el hecho de que él fuera peruano, ya que si bien tenía su visa al día, sabía que eso no le ofrecía realmente ninguna garantía, puesto que había visto en Roxana como los plazos eran cambiados en forma arbitraria, de un momento a otro.
Después de unos quince minutos de viajar en silencio, el auto estacionó delante de un edificio que se veía antiguo y descuidado. Lo obligaron a bajarse y entrar.
Aún en el más completo silencio, condujeron a Alberto escaleras arriba, pasando delante de varias habitaciones cerradas, hasta que llegaron a un hall de distribución en el tercer piso que servía de comunicación para cuatro oficinas y un baño. Era amplio y habían distribuido en él un armario, un escritorio y dos sillas a como cayeron, sin ningún cuidado ni orden.
Le quitaron las esposas y lo hicieron sentar en una silla ubicada entre las dos oficinas de la derecha, le obligaron a pasar un brazo por detrás del respaldar y lo dejaron nuevamente esposado, pero esta vez con las manos a la espalda.
Alberto le explicó al hombre que él sufría un problema serio en la columna y que aquella posición podría dañársela todavía más, pero esto tan sólo sirvió para que su torturador tensara aún más las esposas, aumentando lo doloroso de la posición.
Sin que Alberto lo supiera, en la segunda de las oficinas del lado izquierdo —a uno de los lados del baño— cuya puerta permanecía cerrada todo el tiempo, mantenían esposado a Karim —en la misma incómoda posición en que acababan de ponerlo a él— desde hacía ya varias horas.
Alberto encontraba raro que los detectives en ningún momento le revisaran el cuerpo ni las ropas que llevaba puestas, hasta el punto que no se percataron del dinero que llevaba encima ni de su pasaporte nuevo, los cuales pudo conservar consigo casi hasta el final.
Pasó un largo rato en aquél lugar, sólo y esperando, aún en la más total ignorancia respecto a lo que pasaba y de cuál sería el paradero de los demás.
continuará ...
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