continúa ...
Cuando por fin el grupo traído de Los Maquis llegó a la Brigada de investigaciones, eran pasadas las once de la noche. Los hicieron bajar de los vehículos y después de formarlos en fila, los dirigieron hacia la entrada del edificio, pero cuando estaban a punto de ingresar, bruscamente los obligaron a retroceder nuevamente hasta los autos.
Lo primero que les vino a la cabeza fue que tenían algo planeado allí también, tal vez otro show de periodistas o alguna otra treta similar.
Los tuvieron en la calle esperando en formación durante unos cinco a diez minutos y luego los hicieron pasar a la recepción donde un detective les fue preguntando, uno por uno, sus nombres y apellidos, los cuales anotaba en un libro de registro.
A Ricardo lo hicieron sentarse en la silla que quedaba al lado del mostrador y a Carlos en el sillón de enfrente y allí los dejaron, vigilados muy de cerca por el investigador de turno, que desde su asiento alto detrás del mostrador, no dejaba de mirarlos.
Lo primero que les vino a la cabeza fue que tenían algo planeado allí también, tal vez otro show de periodistas o alguna otra treta similar.
Los tuvieron en la calle esperando en formación durante unos cinco a diez minutos y luego los hicieron pasar a la recepción donde un detective les fue preguntando, uno por uno, sus nombres y apellidos, los cuales anotaba en un libro de registro.
A Ricardo lo hicieron sentarse en la silla que quedaba al lado del mostrador y a Carlos en el sillón de enfrente y allí los dejaron, vigilados muy de cerca por el investigador de turno, que desde su asiento alto detrás del mostrador, no dejaba de mirarlos.
A las mujeres les ordenaron sentarse en el ambiente contiguo, un hall de distribución con sillas dispuestas a ambos lados, unas escaleras al frente y una puerta cerrada a la izquierda, que por el olor que provenía de ahí, no podía ser sino el baño.
Cada vez que intentaban dirigirse a algún investigador para solicitarle la llamada que habían dicho que podrían hacer en cuanto llegaran a Santiago, los hacían callar de mal modo, con gritos y amenazas, como parecía que era su costumbre.
Las innumerables cajas con evidencia fueron llevadas escaleras arriba a la primera habitación del hall de distribución del tercer piso donde tenían a Alberto. Una oficina amplia y de vidrios grandes no trasparentes, tipo catedral.
Cada vez que intentaban dirigirse a algún investigador para solicitarle la llamada que habían dicho que podrían hacer en cuanto llegaran a Santiago, los hacían callar de mal modo, con gritos y amenazas, como parecía que era su costumbre.
Las innumerables cajas con evidencia fueron llevadas escaleras arriba a la primera habitación del hall de distribución del tercer piso donde tenían a Alberto. Una oficina amplia y de vidrios grandes no trasparentes, tipo catedral.
continuará ...
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