continúa ...
Sería cerca de la media noche cuando Roxana y Claudia vieron que la cara de fastidio de la investigadora que las estaba vigilando se convertía en una de sorpresa, transformándose casi inmediatamente en una de burla. Al mismo momento, hacía su aparición por la puerta una especie de manguera color azul de unos cinco centímetros de diámetro, que avanzaba hasta alcanzar poco más de un metro de largo y por último, unido a ella, hacía su entrada triunfal un investigador que la sujetaba en su entrepierna a manera de falo, moviendo las caderas grotescamente y con expresión maliciosa.
Claudia reconoció el artefacto como un masajeador de espalda, propiedad de la familia Badani, y tuvo la certeza de que Ricardo y sus esposas estaban también allí, en algún lugar de ese frío laberinto.
Claudia reconoció el artefacto como un masajeador de espalda, propiedad de la familia Badani, y tuvo la certeza de que Ricardo y sus esposas estaban también allí, en algún lugar de ese frío laberinto.
El detective bromeaba en una forma morbosa con la investigadora —la cual no paraba de reír festejando sus ocurrencias— y tan sólo se interrumpía de rato en rato para insultar a las dos mujeres, llamándolas depravadas y enfermas. Comentaba también, muy satisfecho, que habían traído mucha gente del sur y un montón de cosas que les serían muy útiles para respaldar la investigación.
continuará ...
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