continúa ...
Roxana y Claudia pasaron mucho rato más en aquella oficina hasta que vino un investigador que las llevó, sin darles ninguna explicación, a través de aquél edificio —que parecía un laberinto, lóbrego, húmedo y polvoriento, casi en penumbras y lleno de escaleras y puertas— hasta una habitación de piso de madera, con dos escritorios de aspecto antiguo, una máquina de escribir mecánica, una silla en cada uno de ellos y tres o cuatro sillas adicionales esparcidas sin ningún orden por la habitación: una típica oficina pública.
En la pared, al lado de uno de los escritorios, había un papel pegado con cinta adhesiva que decía Seamos amables y al lado del otro escritorio, otro papel decía Estamos aquí para servir. Después de todo lo que les había tocado vivir en las últimas horas, si ambos consejos iban orientados a los policías de investigaciones, eran demasiado irónicos… parecían una burla cruel.
Claudia fue la primera en pasar a la oficina que hacía las veces de consultorio. En la habitación ya se encontraban otras mujeres que parecían ser de la institución, las cuales le ordenaron quitarse toda la ropa delante de un hombre que dijo ser médico. Ella se sentía terriblemente ultrajada, tratada como una delincuente.
El médico criminalista Germán Worm, la revisó por entero con sumo cuidado, buscando marcas de golpes o alguna herida. Por supuesto que no encontró nada y, de haber encontrado algo, me lo habrían ocasionado los mismos detectives, pensó Claudia. Luego la llevaron a otra oficina dentro del edificio.
Poco rato después terminaron de examinar también a Roxana y se la llevaron, siguiendo una ruta distinta, a través del laberinto de oficinas, hasta una sala llena de escritorios con una iluminación igual de pobre que el resto del lugar.
Claudia fue la primera en pasar a la oficina que hacía las veces de consultorio. En la habitación ya se encontraban otras mujeres que parecían ser de la institución, las cuales le ordenaron quitarse toda la ropa delante de un hombre que dijo ser médico. Ella se sentía terriblemente ultrajada, tratada como una delincuente.
El médico criminalista Germán Worm, la revisó por entero con sumo cuidado, buscando marcas de golpes o alguna herida. Por supuesto que no encontró nada y, de haber encontrado algo, me lo habrían ocasionado los mismos detectives, pensó Claudia. Luego la llevaron a otra oficina dentro del edificio.
Poco rato después terminaron de examinar también a Roxana y se la llevaron, siguiendo una ruta distinta, a través del laberinto de oficinas, hasta una sala llena de escritorios con una iluminación igual de pobre que el resto del lugar.
continuará ...
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