continúa ...
Conforme la noche avanzaba, los
investigadores fueron cambiando su táctica, le ordenaron a Mercedes quitarse
una a una las diversas prendas: primero el abrigo, luego la chompa, los
zapatos, las medias… Entre golpes y amenazas la obligaban a obedecer.
Mercedes podía escuchar a los
investigadores hablando a gritos en las habitaciones contiguas, sonidos de
golpes y ruidos que parecían ser de llanto.
Los detectives le explicaban que
estaban golpeando a sus amigos, que les estaban poniendo corriente y que luego
vendrían a pegarle a ella también, que el gordo con los electrodos vendría y que
allí ella se iba a arrepentir por no haber querido colaborar ya que ellos
estaban queriendo impedir que la lastimaran y que por eso debía cooperar.
Pero Mercedes estaba resuelta,
podían hacerle todo lo que quisieran a su cuerpo y aún así sería inútil. El
dolor físico era algo que ella podía soportar, no porque no le doliera, todo lo
contrario, sino porque mal que mal o mal que bien, de chica su madre la había
maltratado salvajemente hasta que aprendió a manejarlo… pero lo que sí le
resultaba insoportable y que jamás sabría manejar, era el dolor emocional de
ver a sus seres queridos tan denigrados. ¿Cómo podían siquiera suponer que ella
sería partícipe? No iban a lograr nada de ella, jamás iba a decirles las
mentiras que querían que dijera.
— Allá arriba están dos
declarando que se han acostado contigo y que sólo estaban ahí porque querían
culear… ¿Tú los vas a dejar que digan eso de ti? ¡Sálvate a ti misma!
—Insistía uno de los investigadores intentando asustarla.
— Con lo que acaban de decir
ya sé que todo es mentira… nadie que yo conozca puede decir eso de mí —le
respondió mirándolo de frente.
Los detectives intercambiaron
miradas de culpabilidad como si hubieran sido pillados en falta, pero la
investigadora, sin dejarse amilanar, la amenazó con llevarla a las duchas frías
si no hablaba y lo hubiera hecho de no ser porque uno de los detectives le dijo
bien bajito que ella le había dicho al doctor que estaba resfriada y con
fiebre.
— ¡Ya! No declares si no
quieres, pero explícame a mí por qué lo haces. ¡¡Por la rechucha, explícame!!
¡Quiero entender! —Intentaba convencerla el investigador de ojos verdes,
que se mostraba como el más comprensivo del grupo.
— Tú eres la que está más
cagada. ¿No lo entiendes? Tú apareces en todas las fotos.
— ¿Te excita que te hagan esas
cosas? —Le preguntaba el detective mestizo, que hasta ese momento se había
limitado a mirarla de arriba abajo, con una expresión de evidente deseo sexual
y más que una pregunta parecía una insinuación.
continuará ...
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