continúa ...
Cerca de las tres y media de la madrugada, Carlos fue conducido al segundo piso de la dependencia. Lo llevaron a una oficina pequeña con un único escritorio donde ya lo estaban esperando más de cinco investigadores que se encerraron con él. Entre ellos, el inspector grande, gordo, de barba y de apellido Silva.
Uno de los detectives le ordenó de mala manera quitarse los lentes y eso le hizo darse cuenta de lo que vendría. Desde el mismo momento en que obedeció, empezaron a golpearlo fuertemente con la mano abierta en la cara, en la cabeza, a la altura de las orejas, en la nuca y en la espalda, pero de una forma especial que no dejaba marca. Sabían pegar.
Querían que confesara lo que ellos querían que confesara, que afirmara las cosas que ellos decían y como ellos las decían y lo amenazaban con que si no confesaba le iba a ir mucho peor.
Carlos sabía bien que no debía hacerse el valiente, el altivo u orgulloso y tirarse de frente contra ellos, así es que mansamente aceptaba los golpes y se defendía a como podía, protegiéndose con las manos que aún le mantenían esposadas por delante.
Le preguntaban una y otra vez qué era lo que hacían y qué tipo de rituales tenían y él les repetía —¡les repetía tantas veces!— de qué se trataban las lámparas, el incienso, las ofrendas de alimentos, la campana y que esos eran todos los tipos de rituales que ellos hacían.
— Nuestra Religión nos lleva a resacralizar todos los actos de la vida, es decir que para nosotros no es en el momento en que voy a la iglesia que voy a estar en comunión con Dios sino que en todo momento, en cada acción diaria que realizo trato de estar en comunión con mi Dios y de acuerdo a su ley. No hay nada más que eso.
Pero los investigadores seguían insistiendo y seguían insistiendo en que tenía que haber algo más.
También le preguntaban a qué se dedicaba y qué hacía durante el día y él, pacientemente, les explicaba que había quedado cesante hacía poco y debido a ello, se había ido durante un tiempo, junto con su esposa, al campo, a la casa de Ricardo, que allí durante el día hacía labores de campo, que la mayor parte del tiempo estaba dedicado principalmente a cortar la mora para despejar la gruta donde estaba la imagen del Señor Shiva y que algunos días por la tarde daba clases de inglés a varias de las mujeres.
— ¿No te da rencor, que mientras tú estabas en tus labores de campo, Badani se estaba acostando con tu mujer? —Decía uno de los investigadores mientras continuaban golpeándolo.
— Eso no es verdad, están cometiendo algún tipo de error, las cosas no son así. Yo conozco a Ricardo y estoy seguro que lo que ustedes dicen no es cierto, todo esto debe ser una confusión, no puedo creer que ese tipo de cosas sean verdad realmente, deben estar equivocados… —explicaba Carlos, sin alterarse.
— ¿Cómo que equivocados? ¡Huevón de mierda! —Los investigadores se enfurecían, lo golpeaban con más fuerza y le hablaban con groserías e insultos.
Le ordenaron que declarara sobre cómo el Guru se acostaba con todas las mujeres que venían a la casa, cómo eran los ritos sexuales, las orgías y todas las degeneraciones que se hacían a diario en Los Maquis, pero Carlos les volvía a repetir que él jamás había visto las cosas de las que le hablaban, que sus ceremonias consistían en ofrecer alimentos, incienso, flores y no lo que ellos decían y que probablemente todo debía de ser una confusión.
Le preguntaban también sobre la vida íntima de la casa y cómo eran los detalles de la vida sexual de Ricardo, que al parecer, eran los que más les interesaban.
Nuevamente Carlos les volvía a explicar que en realidad, él no conocía mayores detalles de alcoba de Ricardo, que Ricardo sí tenía varias esposas y que suponía que todas se acostaban con él, pero que él no se metía, ya que era algo que no le preocupaba mayormente, que a él lo habían alojado en un dormitorio aparte, que ahí dormía con su mujer y que nunca había visto ni oído nada extraño.
— Pero… ¡¿Qué interesante le encuentras entonces a esta secta y a este Badani?! —Preguntó uno de los investigadores, visiblemente desconcertado.
Carlos le explicó que en esta Religión él había encontrado muchas respuestas para su vida y que por eso estaba ahí, pero los investigadores se enfurecieron al ver que Carlos sólo les decía lo que había visto y vivido en realidad en los años que llevaba en esta Religión y conocía a Ricardo, es decir, nada de lo que ellos querían escuchar y, visiblemente cada vez más molestos, seguían buscando motivos enfermos que se parecieran a los que ellos ya tenían en sus cabezas.
A medida que las respuestas obtenidas iban siendo las mismas, los investigadores iban perdiendo la paciencia, los golpes iban aumentando en intensidad y se volvían cada vez más agresivos.
El inspector Silva se acercaba a Carlos en una actitud muy violenta, le echaba encima su voluminoso cuerpo amedrentándolo y lo amenazaba una y otra vez con golpearlo y cuando Carlos a pesar de todo volvía a afirmar que no sabía nada, golpeaba muy irritado la mesa y le gritaba:
— ¡¡¿Cómo que no sabes nada?!! —El inspector se iba enojando más y más y dejó de golpear el escritorio para empezar a golpearlo ahora a él y a amenazarlo con más saña— ¡¿Tú sabes lo que se hacía en Chile en 1973, durante el tiempo de la C.N.I., con los presos políticos?! —Le dijo mirándolo muy de cerca a los ojos.
El inspector estaba haciendo mención a las terribles torturas que se llevaron a cabo durante el período militar y no sólo eso, sino que se jactó de haber pertenecido a la disuelta Central Nacional de Informaciones y haber tomado parte en las torturas cuando trabajaba allí.
Era una forma de amenaza bastante fuerte, pero Carlos, intentando hacerse el desentendido, le contestó que no tenía ni idea en realidad.
— ¡¡Cómo que no, cabro huevón de mierda!! ¡¡Eres saco de huevas o te haces!! —Gritó el inspector más furioso que antes y sus palabras vinieron acompañadas de otro golpe en la cara.
continuará ...
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